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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

El poder del perro (9 page)

BOOK: El poder del perro
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—Deja de pensar como un agricultor.

—Soy un agricultor.

—Tenemos una frontera de tres mil kilómetros con Estados Unidos por tierra —dice Barrera—. Otros mil quinientos kilómetros por mar. Es la única cosecha que necesitamos.

—¿De qué estás hablando? —pregunta Abrego con brusquedad.

—¿Te unirás a la Federación?

—Claro que sí —dice Abrego—. Acepto esta Federación de Nada. ¿Qué alternativa me queda?

Ninguna, piensa Adán. Tío es el dueño de la policía estatal de Jalisco y está conchabado con la DFS. Ha orquestado de la noche a la mañana una revolución mediante la Operación Cóndor, y ha terminado al mando. Pero, y Abrego está en lo cierto, ¿al mando de qué?

—¿Y el Verde? —pregunta Barrera.

—Sí.

—¿Méndez?



, don Miguel.

—Entonces,
hermanos
—dice Barrera—, permitidme que os enseñe el futuro.

Se trasladan a una sala fuertemente custodiada del hotel que pertenece a Barrera.

Ramón Mette Banasteros les está esperando.

Mette es un hondureño, por lo que sabe Adán, que se mantiene en contacto con los colombianos de Medellín, y los colombianos apenas hacen negocios por mediación de México. Adán ve que disuelve cocaína en polvo en un vaso de precipitados que contiene una mezcla de agua y bicarbonato.

Ve que Mette coloca el vaso sobre un quemador y enciende la llama al máximo.

—Es cocaína —dice Abrego—. ¿Y qué?

—Mira —dice Barrera.

Adán ve que la solución empieza a hervir y oye que la cocaína emite un extraño chasquido. Después, el polvo empieza a convertirse en una masa sólida. Mette la saca con cuidado y la pone a secar. Se forma una bola que parece una piedra pequeña.

—Caballeros, les presento el futuro —dice Barrera.

Art se para ante san Jesús Malverde.

—Te hice una
manda
—dice Art—. Tú cumpliste tu parte del trato. Yo cumpliré la mía.

Deja el altar y coge un taxi hasta la periferia de la ciudad.

La ciudad de chabolas ya se está levantando.

Los refugiados de Badiraguato están convirtiendo cajas de cartón, cajas de embalar y mantas en sus nuevos hogares. Los afortunados y madrugadores han encontrado hojas de hojalata onduladas. Art ve incluso un antiguo cartel cinematográfico (
Valor de ley
) reconvertido en tejado. Un John Wayne descolorido contempla a un grupo de familias que construyen paredes con sábanas viejas, pedazos de contrachapado, bloques de ceniza rotos.

Parada ha encontrado algunas tiendas antiguas (se pregunta Art, ¿habrá atemorizado al ejército?) y ha montado un comedor de beneficencia y una clínica improvisada. Unas tablas apoyadas sobre caballetes sirven de mesa. Un depósito de propano alimenta una llama que calienta una delgada hoja de hojalata, sobre la que un cura y algunas monjas están calentando sopa. A pocos metros de distancia, algunas mujeres están preparando tortillas sobre una parrilla dispuesta sobre un fuego.

Art entra en una tienda donde unas enfermeras están lavando niños, restregando sus brazos en preparación para la inyección del tétanos que el doctor está administrando para pequeños cortes y heridas. Art oye chillidos de niños en otra parte de la tienda. Se acerca y ve a Parada acunando a una niña con quemaduras en los brazos. La niña tiene los ojos abiertos de par en par, debido al dolor y al miedo.

—El suelo más rico en opio del mundo occidental —dice Parada—, y no tenemos nada para calmar el dolor de un niño.

—Me cambiaría por ella si pudiera —dice Art.

Parada le estudia durante un largo momento.

—Te creo. Es una pena que no puedas. —Besa la mejilla de la niña—. Jesús te ama.

Una niña presa del dolor, piensa Parada, y eso es lo único que puedo decirle. Hay heridas peores. Tenemos hombres tan golpeados que los médicos han tenido que amputar brazos y piernas. Todo porque los norteamericanos son incapaces de controlar su apetito de drogas. Vienen a quemar amapolas, y acaban quemando niños. Voy a decirte una cosa, Jesús, necesitaríamos que nos echaras una mano en persona ahora mismo.

Art le sigue a través de la tienda.

—«Jesús te ama» —masculla Parada—. Noches como esta consiguen que me pregunte si es una chorrada. ¿Qué te trae por aquí? ¿La culpabilidad?

—Algo por el estilo.

Art saca dinero del bolsillo y se lo ofrece a Parada. Es la paga del último mes.

—Servirá para comprar medicinas —dice Art.

—Dios te bendiga.

—No creo en Dios —replica Art.

—Da igual —dice Parada—. El cree en ti.

En ese caso, Él es un imbécil, piensa Art.

2
I
RLANDESES SALVAJES

Where e'er we go, we celebrate

The land that makes us refugees,

From fear of priests with empty plates

From guilt and weeping effigies.

S
HANE
M
AC
G
OWAN
, «Thousand Are Sailing»

La Cocina del infierno

Nueva York

1977

Callan crece mecido por fábulas sangrientas.

Cuchulain, Edward Fitzgerald, Wolfe Tone, Roddy McCorley, Pádraic Pearse, James Connelly, Sean South, Sean Barry, John Kennedy, Bobby Kennedy, Domingo Sangriento, Jesucristo.

El rico mejunje rojo de nacionalismo irlandés y catolicismo, o de nacionalismo católico irlandés, o de catolicismo nacionalista irlandés. Da igual. Las paredes del pequeño apartamento sin ascensor del West Side y las paredes de la escuela primaria de Saint Bridget están decoradas, si esa es la palabra, con espantosas imágenes de mártires: McCorley colgando del puente de Toome; Connelly atado a su silla, de cara al pelotón de fusilamiento inglés; san Timoteo asaeteado de flechas; el pobre y desesperado Wolfe Tone cortándose el cuello con una navaja, pero la caga y se cercena la tráquea en lugar de la yugular, aunque de todos modos consiguió morir antes de que le colgaran; el pobre John y el pobre Bobby mirando desde el cielo; Cristo crucificado.

Por supuesto, en el propio Saint Bridget existen las doce estaciones del Calvario. Cristo azotado, la corona de espinas, Cristo recorriendo dando tumbos las calles de Jerusalén con la cruz a la espalda. Los clavos atraviesan sus manos y sus pies benditos (un Callan muy joven le pregunta a la hermana si Cristo era irlandés, y ella suspira y le dice: No, pero como si lo fuera).

Tiene diecisiete años y se está trincando una cerveza detrás de otra en el pub Liffey de la Cuarenta y siete con la Doce, en compañía de su amigo O-Bop.

El otro tío que hay en la barra, aparte de Billy Shields, el camarero, es Little Mickey Haggerty. Little Mickey está sentado al final de la barra y está bebiendo como si le fuera la vida en ello, debido a una inminente cita con un juez que va a alejarle entre ocho y doce meses de su siguiente Bushmills. Little Mickey llegó con una pila de monedas de veinticinco centavos, que ha ido introduciendo en la máquina de discos mientras apretaba el mismo botón. E-5. De modo que Andy Williams ha estado cantando «Moon River» durante toda la última hora, pero los chicos no dicen nada porque conocen la mala hostia que gasta Little Mickey.

Es una de esas tardes mortales de Nueva York (una de esas tardes de «no es el calor, es la humedad»), cuando la camisa se pega a la espalda y las rencillas se recrudecen.

Y de eso está hablando O-Bop a Callan.

Están sentados a la barra y beben cervezas, y O-Bop no puede cambiar de tema.

Lo que le hicieron a Michael Murphy.

—Lo que le hicieron a Michael Murphy no estuvo bien —dice O-Bop—. Estuvo mal.

—Sí —admite Callan.

Lo que le pasó a Michael Murphy fue que mató a tiros a su mejor amigo, Kenny Maher. Fue una de esas cosas. Los dos estaban colocados en aquel momento de barro mexicano, la heroína que corría por el barrio en esa época, y fue una de esas cosas. Una discusión entre dos yonquis que se les escapa de las manos, y Kenny le da unas cuantas hostias a Michael, Michael se cabrea, se larga, consigue una pistola pequeña del 25, sigue a Kenny hasta su casa y le mete una bala en la cabeza.

Después se sienta en mitad de la puta calle Cuarenta y nueve, llorando porque ha matado a su mejor amigo. Es O-Bop el que aparece y se lo lleva antes de que llega la pasma, y como la Cocina del Infierno es como es, los polis nunca descubren quién le dio el pasaporte a Kenny.

Solo que los polis son los únicos del barrio que no saben quién mató a Kenny Maher. Todo el mundo lo sabe, incluido Eddie Friel, lo cual es una mala noticia para Murphy. Porque Eddie «Carnicero» Friel es el recaudador de impuestos de Big Matt Sheehan.

Big Matt es el jefe del barrio, es el jefe del sindicato de estibadores del West Side, es el jefe de los camioneros locales, es el jefe del juego, de los usureros, de las putas, lo que quieras... pero Matt Sheehan no permite la entrada de drogas en el barrio.

Es una cuestión de orgullo para Sheehan, y el motivo de su popularidad entre la gente mayor de la Cocina.

—Ya podéis decir lo que queráis de Matt —dicen—. Ha mantenido a nuestros chicos alejados de las drogas.

A excepción de Michael Murphy, Kenny Maher y unos cuantos más, pero da la impresión de que eso no afecta a la reputación de Matt Sheehan. Y una gran parte de la reputación de Matt se la debe a Eddie el Carnicero, porque todo el mundo le tiene un miedo tremendo. Cuando Eddie el Carnicero va a recaudar dinero, pagas. Pagas con dinero, preferiblemente, y, si no, pagas con sangre y huesos rotos. Y aun así, le sigues debiendo dinero.

En un momento dado cualquiera, la mitad de la Cocina del Infierno le debe dinero a Big Matt Sheehan.

Otra explicación de por qué todos fingen apreciarle.

Pero O-Bop oye a Eddie hablar de que alguien debería encargarse del puto yonqui de Murphy, y va a ver a Murphy y le dice que debería marcharse un tiempo. Y Callan también. Callan se lo dice no solo por la fama de Eddie de apoyar con hechos sus amenazas, sino porque Matty ha corrido la voz de que las matanzas entre yonquis son perjudiciales para el barrio y perjudiciales para su reputación.

Así que O-Bop y Callan le dicen a Murphy que debería abrirse, pero Murphy dice que a la mierda, que se va a quedar donde está, y ellos se figuran que quiere suicidarse por haber matado a Kenny. Y unas semanas después, ya no se le ve el pelo, así que llegan a la conclusión de que ha sido listo y se ha largado, hasta la mañana en que Eddie el Carnicero aparece en el Shamrock Café con una gran sonrisa y un cartón de leche.

Lo va exhibiendo por el bar, y cuando llega a donde Callan y O-Bop están intentando tomar un café tranquilamente para matar la resaca, inclina el cartón para que O-Bop lo vea y dice:

—Eh, echa un vistazo.

O-Bop mira dentro del cartón y vomita al instante sobre la mesa, lo cual a Eddie le parece para morirse de risa, y llama marica a O-Bop y se marcha soltando carcajadas. Y la comidilla del barrio durante las siguientes semanas es que Eddie y el capullo de Larry Moretti, su colega, fueron al apartamento de Michael, le metieron en la ducha y le apuñalaron unas ciento cuarenta y siete veces, y después lo cortaron en pedazos.

La historia es que Eddie el Carnicero se trabaja el cuerpo de Michael Murphy, lo trocea como si fuera un cerdo, mete los diversos pedazos en bolsas de basura y las esparce por toda la ciudad.

Excepto la polla de Michael, que mete en el cartón de leche para exhibirla por el barrio, para que no exista la menor duda de lo que te puede pasar cuando jodes a uno de los amigos de Eddie.

Y nadie puede hacer nada al respecto, porque Eddie es uña y carne con Matt Sheehan, y Sheehan ha llegado a un acuerdo con la familia Cimino, así que es intocable.

Solo que seis meses después, O-Bop sigue dándole vueltas al asunto.

Y dice que no está bien lo que le hicieron a Murphy.

—De acuerdo, tal vez tenían que matarle —dice O-Bop—, pero ¿así? ¿Exhibiendo por ahí esa parte de él? No, eso está mal. Muy mal.

El camarero, Billy Shields, está limpiando la barra (tal vez la primera vez en su vida), y se está poniendo muy nervioso al oír a este chico poner verde a Eddie el Carnicero. Está limpiando la barra como si fuera a practicar una operación quirúrgica sobre ella.

O-Bop ve que el camarero le está mirando, pero eso no le refrena. O-Bop y Callan le han estado dando todo el día, paseando por la orilla del Hudson, fumando porros en un garito y bebiendo cervezas que llevaban en bolsas de papel marrón, de manera que, si no están del todo idos, tampoco están exactamente allí.

Y O-Bop, dale que dale.

De hecho, fue Kenny Maher quien le puso el mote de O-Bop. Están todos en el parque jugando al hockey, y se toman un descanso cuando Stevie O'Leary, como se le conocía todavía entonces, aparece, y Kenny Maher mira a Stevie y dice:

—Deberíamos llamarte Bop.

A Stevie no le disgusta. ¿Qué tiene?, ¿quince años? Que un par de tíos mayores te pongan un mote es guay, así que sonríe y dice:

—¿Bop? ¿Por qué Bop?

—Por tu forma de andar —dice Kenny—. Das un saltito a cada paso. Como si bailaras.

—Bop —dice Callan—. Me gusta.

—¿A quién le importa lo que te gusta? —pregunta Kenny. Interviene Murphy.

—¿Cómo puedes llamar «Bop» a un irlandés? Mira ese puto pelo rojo. Cuando se para en una esquina, los coches frenan. Fijaos en la puta piel blanca y las pecas, por los clavos de Cristo. ¿Cómo puedes llamarle «Bop»? Suena a negro. Es el tío más blanco que he visto en mi vida.

Kenny medita al respecto.

—Tiene que ser irlandés, ¿eh? —Sí, joder.

—De acuerdo —dice Kenny—. ¿Qué tal O'Bop? Aunque pone énfasis en la O, de modo que se convierte en O-Bop.

Y se queda.

En cualquier caso, O-Bop sigue dale que dale con Eddie el Carnicero.

—O sea, que le den por el saco a ese tío —dice—. ¿Porque está conchabado con Matty Sheehan puede hacer lo que le salga de los huevos? ¿Quién cojones es Matty Sheehan? ¿Un irlandés borracho de clase media que aún sigue llorando por Jack Kennedy? ¿Tengo que respetar a ese tío? Que le jodan. Que se jodan los dos.

—Tranqui —dice Callan.

—Tranqui, una mierda —dice O-Bop—. No estuvo bien lo que le hicieron a Michael Murphy.

Se inclina sobre la barra y se concentra en su cerveza. Se ha vuelto amarga, como la tarde.

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