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Authors: Maj Sjöwall,Per Wahlöö

El policía que ríe (29 page)

BOOK: El policía que ríe
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— ¿Qué Per?

— Månsson.

— Ah, eres tú. ¿Bueno?

— Estoy en el apartamento de Stenström. El papel no se encuentra aquí.

— ¿Estás seguro?

— ¿Que si estoy seguro…?

Månsson parecía en extremo ofendido.

— Claro que estoy seguro, coño. ¿Estáis seguros vosotros de que fue él quien se llevó la hoja esa?

— Eso creemos.

— Vale —dijo Månsson—. Pues entonces seguiré buscando en otra parte.

Martin Beck se masajeaba el nacimiento del pelo con las puntas de los dedos.

— ¿Qué significa «en otra parte»? —preguntó.

Pero para entonces Månsson ya había colgado.

— El registro criminal tiene que tener alguna puñetera copia —dijo Gunvald Larsson—. O la fiscalía.

— Eso es —dijo Martin Beck.

Cogió el teléfono y marcó un número interno.

Mientras, en el despacho contiguo se desarrollaba la siguiente conversación entre Kollberg y Melander.

— He mirado tu lista.

— Ah, sí… ¿Y has encontrado algo?

— Un montón de cosas, pero no sé si servirán de algo.

— Eso déjamelo a mí.

— Varios de esos individuos son delincuentes habituales. Por ejemplo, Karl Andersson, Vilhelm Rosberg y Bengt Wahlberg. Ladrones de toda la vida, los tres. Condenados docenas de veces. Pero ahora son ya demasiado viejos para seguir en el oficio.

— Sigue…

— Johan Gran era perista, y lo más seguro es que lo siga siendo. Eso que dice de que es camarero es un camelo. Estuvo encarcelado hasta hace un año. Y por lo que respecta al tal Valter Eriksson, ¿sabes cómo se quedó viudo?

— No.

— Mató a golpes a su mujer con una silla de cocina durante un altercado, un día que estaba borracho. Fue condenado por homicidio y cumplió cinco años.

— ¡Joder!

— En la lista hay otros camorristas, además de él. Tanto Ove Eriksson como Bengt Fredriksson han sido condenados por maltrato. Fredriksson, la friolera de seis veces. Y dos de las acusaciones deberían haber sido por tentativa de homicidio. Jan Carlsson, el chatarrero, es también un personaje sospechoso. Todavía no ha pisado la cárcel, pero ha estado a punto varias veces. De Björn Forsberg también me acuerdo. En su momento, hizo de todo, y fue bastante conocido en el mundo del hampa en la segunda mitad de los cuarenta. Luego sentó la cabeza e hizo carrera. Se casó con una rica, convirtiéndose en un respetable hombre de negocios. Su único antecedente es una vieja condena por estafa, del año cuarenta y siete. Hans Wennström tiene también una magnífica hoja de servicios. Ha hecho de todo, desde pequeños hurtos a reventar cajas fuertes. Y, por cierto, ¡vaya oficio que alega!

— Sí, dependiente de pescadería retirado —dijo Kollberg, examinando la lista.

— Tengo entendido que estuvo un par de veces en el mercadillo de la plaza de Sundbyberg, hace veinticinco años. Bueno, también él es más viejo que la polca. Ingvar Bengtsson, que actualmente dice ser periodista, fue uno de los pioneros en el campo de la estafa con cheques falsos. También fue chulo, durante un tiempo. Y Bo Frostensson es un actor de tercera fila y tristemente célebre por su drogadicción.

— ¿Es que la tipa ésa no se planteó nunca la posibilidad de acostarse con algún individuo decente? —preguntó Kollberg en tono lastimero.

— No, sí, hay varios así en la lista. Por ejemplo, Rune Bengtsson, Lennart Lindgren, Kurt Olsson y Ragnar Vilklund. Todos ellos de extracción social alta. Irreprochables los cuatro.

Kollberg, que tenía aún frescas las actas del proceso, dijo:

— Sí —dijo—. Si no fuera porque los cuatro estaban casados. Para explicárselo a sus mujeres debieron de pasarlas putas…

— Bueno, en lo referente a este punto, la policía actuó con bastante discreción. Y esos jóvenes, que por entonces tenían unos veinte años o menos, tampoco eran tan malos. De los seis individuos de esa edad que hay en tu lista, sólo uno ha tenido problemas después. Se trata de Kenneth Karlsson, varias veces detenido. Reformatorio y demás. Aunque la verdad es que se trata de asuntos muy viejos y sin importancia. ¿Quieres que me meta a investigar en serio los antecedentes de estos individuos?

— Sí, por favor. Si quieres, puedes prescindir de los que son ya viejos, digamos los que tienen más de sesenta años. Y también de los más jóvenes, de treinta y ocho para abajo.

— Quitamos, entonces, ocho por un lado y siete por otro. Quince en total. Quedan, pues, catorce. El campo se estrecha.

— ¿Qué campo?

— Bueno —dijo Melander—. Naturalmente, todos estos individuos tienen coartada en lo referente al asesinato de Teresa.

— Hombre, claro, no te jode. Por lo menos, para el momento en que el cuerpo fue abandonado en Stadshagen.

La búsqueda de copias del informe que recogía la investigación del caso Teresa comenzó el Día de los Inocentes, pero no dio frutos hasta bien entrado el año nuevo, 1968.

A primeras horas de la mañana del cinco de enero, víspera de Reyes, sobre el escritorio de Martin Beck apareció un mamotreto polvoriento. No hacía falta ser detective para darse cuenta de que provenía de las covachas más recónditas del archivo policial, donde debía de haber pasado bastantes años sin que ninguna mano de hombre lo tocara.

Martin Beck recorrió sus páginas rápidamente hasta llegar a la 1244. El texto era breve. Kollberg se inclinó por encima de sus hombros y ambos leyeron lo siguiente:

Interrogatorio realizado a Nils Erik Göransson, vendedor, el 7 de agosto de 1951.

Göransson dice que nació el 4 de octubre de 1929, en la congregación finlandesa de Estocolmo, hijo del electricista Algot Erik Göransson y de Benita Göransson, cuyo apellido de soltera era Rantanen. En la actualidad trabaja como vendedor en la empresa Allimport, domiciliada en Holländaregatan 10, Estocolmo.

Göransson declara que conocía a Teresa Camarão, que frecuentó durante un tiempo los mismos círculos que él, si bien no en los meses inmediatamente anteriores a su muerte. Góransson declara también que en dos ocasiones tuvo trato íntimo (sexual) con Teresa Camárao. La primera vez aquí en la ciudad, en un apartamento sito en Svartmansgatan, en presencia de varias personas más. De estas personas, dice que la única que recuerda es un cierto Karl-Åke Birger Svensson-Rask. En el segundo caso, el encuentro tuvo lugar en un sótano de Holländaregatan, Estocolmo. También en este caso estuvo presente Svensson—Rask, que tuvo igualmente trato íntimo (sexual) con la señora Camarão. Göransson dice no recordar la fecha exacta en que se produjeron estos encuentros, pero considera que debieron suceder, con una diferencia de varios días entre uno y otro, a finales de noviembre y lo primeros de diciembre del año pasado, esto es, de 1950. Por lo demás, Göransson declara no conocer con qué otras personas se relacionaba la señora Camarão.

Entre los días 2 y 13 de junio, Göransson se hallaba en Eksjö, lugar al que se trasladó en el turismo con matrícula A 6310, enviado en viaje de negocios por la empresa textil en que trabaja. Göransson es el propietario y conductor del vehículo A 6310, un Morris Minor modelo 1949. Leído y conforme. Por poder.

(Firma)

Puede añadirse que el antementado Karl Åke Birger Svensson—Rask es justamente la persona que primero contó a la policía que Góransson había tenido relaciones íntimas (sexuales) con la señora Camarão. Las declaraciones de Göransson sobre su estancia en Eksjö han sido corroboradas por el personal empleado en el Stadshotell de dicha localidad. Interrogado acerca de la presencia de Göransson durante la tarde—noche del 10 de junio, Sverker Johnsson, camarero de dicho hotel, declara que Göransson pasó todo el tiempo en el comedor del establecimiento, hasta su cierre a las 23:30 h. Göransson se hallaba bajo los efectos del alcohol. Las declaraciones de Sverker Johnsson son dignas de crédito, máxime teniendo en cuenta que quedan confirmadas por la factura de hotel de Göransson.

— Bueno —sentenció Kollberg—. Hasta aquí la cosa está clara…

— ¿Y qué piensas hacer ahora?

— Pues lo que Stenström no tuvo tiempo de hacer. Viajar a Eksjö.

— Las piezas comienzan a encajar —constató Martin Beck.

— Sí —respondió Kollberg—. Por cierto, ¿dónde está Månsson?

— Debe de andar en Hallstahammar buscando este papel. En casa de la madre de Stenström.

— Nunca se rinde —dijo Kollberg—. ¡Lástima! Había pensando tomar prestado su coche. El mío tiene problemas de ignición.

Kollberg llegó a Eksjö la mañana del ocho de junio. Hizo el trayecto durante la noche: trescientos treinta y cinco kilómetros bajo una tormenta de nieve, recorriendo carreteras heladas. Con todo, no se sentía especialmente cansado. El Stadshotell se hallaba situado en plena plaza, y era un bello edificio anticuado que encajaba perfectamente en la pequeña e idílica ciudad provinciana sueca, con apariencia de tarjeta postal navideña. El camarero llamado Sverker Johnsson había fallecido diez años atrás, pero todavía se conservaba una copia de la factura de Nils Erik Göransson. Les llevó varias horas dar con ella en una polvorienta caja de cartón del sótano.

La factura parecía confirmar que Göransson había pasado en el hotel once días. Todos ellos habían comido y bebido en el comedor, firmando las cuentas del restaurante. Con éstas se calculó después el importe total de su factura. Figuraban además toda una serie de partidas adicionales, por ejemplo conferencias telefónicas, pero los números a los que llamó Göransson no fueron anotados. En cualquier caso, lo que atrajo inmediatamente la atención de Kollberg fue otro gasto: el 6 de junio de 1951, el hotel había pagado, a cuenta de su cliente, cincuenta y dos coronas y veinticinco céntimos a un taller mecánico. La factura decía: «Remolque y reparación».

— ¿Sigue existiendo ese taller? —le preguntó Kollberg al propietario del hotel.

— Claro que sí, y el propietario es el mismo desde hace veinticinco años. Tome la carretera de Långanäs y…

En realidad, el individuo era propietario del taller desde hacía veintisiete años. Desconcertado, clavó sus ojos en Kollberg y exclamó:

— ¿Hace dieciséis años y medio? ¡Pero cómo demonios voy a acordarme!

— ¿No lleva usted libros de contabilidad?

— ¡Claro! Puede usted estar seguro de ello. Aquí todo está en orden.

Encontrar el viejo libro de cuentas le llevó hora y media. Daba la impresión de que no quería dejarlo en manos de Kollberg, y se puso a inspeccionarlo él mismo, hasta dar finalmente con el día de marras.

— El 6 de junio —dijo—. Aquí lo tiene usted. Hubo que ir a buscar el coche al hotel. Exacto. Se rompió el cable del acelerador. Costó cincuenta y dos coronas y veinticinco céntimos en total, incluyendo el remolque.

Kollberg permanecía expectante.

— Remolque —murmuró el hombre—. Vaya un idiota. ¿Cómo no se le ocurrió conectar de algún modo el cable del acelerador y conducir él mismo hasta aquí?

— ¿Tiene usted algún dato sobre el coche?

— Sí, matrícula A… A… no sé qué. No hay forma de leerlo. Alguien puso un dedo manchado de aceite sobre los números. En cualquier caso, era de Estocolmo.

— ¿Y no sabe usted de qué modelo se trataba?

— Sí, sí. Era un Ford Vedette.

— ¿No sería un Morris Minor?

— Si aquí dice que era un Ford Vedette, no le quepa a usted la menor duda de que era un Ford Vedette —dijo el propietario del taller—. ¿Un Morris Minor, dice usted? No se parecen en lo más mínimo.

Finalmente, Kollberg se llevó consigo el libro, tras pasarse más de media hora porfiando con el hombre, amenazas incluidas. Cuando ya se marchaba, el dueño le dijo:

— Bueno, en cualquier caso ahora se entiende por qué tiró el dinero en lo del remolque…

— ¿Ah, sí? ¿Por qué?

— Pues porque era de Estocolmo.

Cuando Kollberg regresó al Stadshotell de Eksjö había atardecido ya. Estaba hambriento, helado y muerto de cansancio y en lugar de sentarse al volante y poner rumbo al norte, decidió quedarse en una habitación del hotel. Se bañó y pidió la cena. Mientras esperaba a que llegara, hizo dos llamadas telefónicas. La primera, a Melander.

— ¿Podrías averiguar qué tipos, de los de la lista, tenían coche en junio del cincuenta y uno? ¿Y de qué marcas?

— Claro que sí. Mañana temprano.

— ¿Y de qué color era el Morris de Göransson?

— Sí.

Luego, a Martin Beck.

— Göransson no vino aquí con su Morris. Condujo otro vehículo.

— Entonces, Stenström tenía razón.

— ¿Podrías mandar a alguien a investigar quién era el propietario de la empresa de Holländaregatan en la que estaba empleado Stenström, y de qué se ocupaba allí?

— Claro.

— Estaré de vuelta mañana a mediodía.

Luego bajó al comedor a cenar. De repente, recordó que había pasado una temporada en este hotel exactamente dieciséis años antes. Por entonces, Kollberg estaba adscrito a la Policía Criminal del Estado y se ocupaba del asesinato de un taxista. Tardaron en poner en claro el asunto tres o cuatro días. De haber sabido entonces todo lo que conocía ahora, quizá hubiera podido aclarar el caso Teresa en diez minutos.

Rönn pensaba en Olsson y en la cuenta del bar que había encontrado entre las cosas que contenía la bolsa de papel de Göransson. La mañana del martes tuvo una idea y, como ocurría siempre que algo le agobiaba, se fue a ver a Gunvald Larsson. A pesar de la poca cordialidad que manifestaban en horas de trabajo, Rönn y Gunvald Larsson eran amigos, algo que muy pocos sabían. De hecho, habían pasado juntos tanto la Nochebuena como la Nochevieja, cosa que, de llegarse a conocer, hubiera asombrado a casi todo el mundo.

— Estoy pensando en ese papel con las letras B. F. —dijo Rönn—. En la lista esa que Melander y Kollberg se traen todo el tiempo entre manos hay tres personas con esas iniciales: Bo Frostensson, Bengt Fredriksson y Björn Forsberg.

— ¿Y…?

— Pues que podríamos echarles un vistazo, con discreción, para ver si alguno de ellos se parece a Olsson.

— ¿Puedes localizarlos?

— Bueno, sin duda Melander podrá.

Efectivamente, Melander podía. Apenas tardó veinte minutos en enterarse de que Forsberg estaba en casa, y que aparecería por su oficina en el centro, después del almuerzo. A las doce estaba citado para almorzar con un cliente en el Ambassadör. Frostensson se encontraba en un estudio cinematográfico de Råsunda, donde interpretaba un breve papel en una película de Arne Mattson.

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