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Authors: Carlos Castaneda

Tags: #Autoayuda, Esoterismo, Relato

El segundo anillo de poder (37 page)

BOOK: El segundo anillo de poder
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—¿Quieres decir que los brujos no mueren?

—En efecto. Los brujos no mueren.

—¿Quieres decir que ninguno de nosotros va a morir?

—No me refiero a nosotros. Nosotros no somos nada. Somos monstruos; no estamos aquí ni allá. Me refiero a los brujos. El Nagual y Genaro son brujos. Sus dos atenciones están tan estrechamente unidas que probable­mente nunca morirán.

—¿Dijo eso el Nagual, Gorda?

—Sí. Tanto él como Genaro me lo dijeron. No mucho antes de su partida, el Nagual nos explicó el poder de la atención. Hasta entonces, yo nunca había oído hablar del tonal y del nagual.

La Gorda relató cómo don Juan les había instruido acerca de esa crucial dicotomía tonal-nagual. Contó que un día el Nagual les había reunido a todos para lle­varles a una larga caminata hacia un valle rocoso, deso­lado, entre las montañas. Preparó un enorme y pesado bulto con toda clase de cosas; hasta puso en él la radio de Pablito. Se lo dio a Josefina para que lo acarrease, colocó una pesada mesa sobre los hombros de Pablito y abrió la marcha. Les obligó a todos a turnarse en el transporte del bulto y la mesa durante el trayecto de casi cuarenta kilómetros, hasta aquel alto y desértico lugar. Al llegar, el Nagual ordenó a Pablito colocar la mesa en el centro mismo del valle. Luego pidió a Josefi­na que distribuyera sobre ella el contenido del bulto. Cuando la mesa estuvo cubierta, les explicó la diferen­cia entre el tonal y el nagual, en los mismos términos en que lo había hecho conmigo en un restaurante de Ciudad de México; empero, en su caso el ejemplo era in­finitamente más gráfico.

Les dijo que el tonal era el orden del que somos cons­cientes en nuestro mundo diario y también el orden per­sonal con el que cargamos a hombros durante toda nues­tra vida, tal como ellos lo habían hecho con la mesa y el bulto. El tonal personal de cada uno era como la mesa en ese valle: una pequeña isla llena de las cosas que nos son familiares. El nagual, por su parte, era la fuente inexplicable que mantenía el trozo de madera en su lugar y era como la inmensidad de aquel valle desierto.

Les hizo saber que los brujos estaban obligados a ob­servar su tonal desde cierta distancia, para captar me­jor lo que en realidad les rodeaba. Les hizo andar hasta lo alto de una cresta desde la cual alcanzaban a domi­nar toda la zona. Desde allí, la mesa resultaba apenas visible. Luego les hizo regresar hasta el lugar en que se hallaba la mesa e inclinarse sobre ella para demostrar­les que un hombre corriente no posee la capacidad de captación de un brujo porque se halla situado directa­mente encima de su mesa, pendiente de todas las cosas que hay en ella.

Hizo que cada uno de ellos, uno por vez, se fijase su­perficialmente en lo que había sobre la mesa, y probó su memoria quitando algo y ocultándolo, para ver si ha­bían estado atentos. Todos salieron airosos de la prue­ba. Les indicó que su capacidad para recordar con tanta facilidad las cosas allí expuestas se debía a que todos habían desarrollado su atención del tonal o, en otros términos, su atención a la mesa.

A continuación, les pidió que pasaran la vista por aquello que había bajo la mesa, y probó su memoria cambiando de lugar piedras, ramitas y otras cosas. Nin­guno logró recordar lo que había visto.

Entonces, el Nagual retiró de un golpe todo lo que había sobre la mesa e hizo que todos, de uno en uno, se echaran sobre ella de través, sosteniéndose a la altura del estómago, y examinaran cuidadosamente el suelo de abajo. Les explicó que para un brujo el nagual era preci­samente la zona situada bajo la mesa. Puesto que era impensable asir la inmensidad del nagual, ejemplificada por aquel enorme y arrasado paraje, los brujos tomaban como dominio para su acción el área situada inmediata­mente debajo de la isla del tonal, lo cual se mostraba gráficamente por medio de lo que había bajo la mesa. Ese nivel de atención sólo se alcanzaba una vez que los guerreros habían limpiado por completo la superficie de sus mesas. Él aseguraba que el hecho de alcanzar la se­gunda atención suponía reunir a ambas en una sola uni­dad, y esa unidad era la totalidad de uno mismo.

La Gorda aseguró que la demostración era tan clara que había comprendido de inmediato por qué el Nagual le había hecho limpiar su propia vida, barrer su isla del tonal, según lo había expresado él. Se sentía realmente afortunada de haber atendido a todas las sugerencias que el le había hecho. Le faltaba aún un largo camino por recorrer antes de unificar sus dos atenciones, pero su diligencia había resultado en una vida impecable, la cual, tal como él le había aseverado, constituía su única posibilidad de perder la forma humana. La pérdida de la forma humana era el requisito esencial para la unifi­cación de las dos atenciones.

—La atención bajo la mesa es la clave de todo lo que hacen los brujos —prosiguió—. Para acceder a esa aten­ción el Nagual y Genaro nos enseñaron a
soñar
y a ti te enseñaron lo relativo a las plantas de poder. No sé de qué modo habrán procedido para que aprendieras a concentrar tu segunda atención mediante las plantas de poder, pero para que nosotros aprendiésemos a
soñar
, el Nagual nos enseñó previamente a observar. Nunca nos hizo saber lo que en realidad estaba haciendo. Tan sólo nos educó para observar.

Nunca supimos que el observar era el camino para concentrar la segunda atención. Creíamos que se trata­ba de una diversión. Pero no era así. Los soñadores de­ben ser observadores si es que han de concentrar su se­gunda atención.

—Lo primero que hizo el Nagual fue poner una hoja seca en el suelo y hacer que la mirara durante horas. Cada día traía una hoja y la colocaba ante mí. Al principio, pensé que la hoja era siempre la misma, conserva­da día tras día, pero luego advertí que se trataba de ho­jas distintas. El Nagual decía que cuando se comprende eso, ya no estamos mirando, sino observando.

—Más tarde, puso ante mí montones de hojas secas. Me indicaba que las removiera con la mano izquierda y las percibiera mientras las observaba. Un soñador mue­ve las hojas en espiral, las observa y luego sueña los di­bujos que forman. El Nagual decía que los soñadores pueden considerarse maestros en la observación de las hojas cuando sueñan primero los dibujos y terminan por hallarlos, al siguiente día, en su pila de hojas secas.

—El Nagual aseguraba que la observación de las hojas fortificaba la segunda atención. Si observas una pila de hojas durante horas, como él solía obligarme a hacer, los pensamientos llegan a silenciarse. Sin pensamientos, la atención del tonal mengua y, súbitamente, la segunda atención se prende a las hojas y las hojas pasan a ser algo más. Él llamaba al momento en que la segunda atención se detiene en algo «parar el mundo». Y eso es exacto: el mundo se detiene. Por ello, cuando se observa, es necesario que haya alguien cerca. Nunca conocemos las peculiaridades de nuestra segunda atención. Puesto que nunca la hemos empleado, debemos familiarizarnos con ella antes de aventurarnos a observar a solas.

—La dificultad de la observación radica en aprender a silenciar los pensamientos. El Nagual prefería ense­ñarnos a hacerlo con un manojo de hojas porque era fá­cil obtenerlas siempre que deseáramos observar. Pero cualquier otra cosa habría servido igualmente.

—Una vez que logras parar el mundo, eres un obser­vador. Y, dado que para parar el mundo sólo cabe obser­var, el Nagual nos hizo pasar años y años contemplando hojas secas, se la amplía valiéndose del observar y el
soñar
. Eso es atención.

—Combinaba la observación de hojas secas con la búsqueda en el
soñar
de las propias manos. Tardé cerca de un año en hallarlas, y cuatro en parar el mundo. El Nagual decía que, una vez atrapada la segunda aten­ción por medio de las hojas secas, se la amplía valiéndo­se del observar y el
soñar
. Eso es todo al respecto.

—Lo presentas como algo muy sencillo, Gorda.

—Todo lo que hacen los toltecas es muy sencillo. El Nagual afirmaba que lo único que se debía hacer para captar la segunda acción era intentarlo una y otra vez. Todos nosotros paramos el mundo observando hojas se­cas. Tú y Eligio siguieron un camino diferente. Tú lo hi­ciste mediante plantas de poder, pero ignoro el método que el Nagual empleó con Eligio. Nunca quiso decírme­lo. Me habló de ti porque tenemos una misma misión.

Le mencioné que había dejado constancia en mis no­tas de que sólo unos días atrás había tenido por vez primera plena conciencia de haber parado el mundo. Rió.

—Paraste el mundo antes que cualquiera de noso­tros —dijo—. ¿Qué crees que hiciste al tomar todas aquellas plantas de poder? No lo hiciste mediante el ob­servar, como nosotros; eso es todo.

—¿Lo único que te hizo observar el Nagual fue la pila de hojas secas?

—Una vez que los soñadores aprenden a para el mundo, pueden observar otras cosas; finalmente, cuan­do pierden definitivamente la forma, pueden observarlo todo. Yo lo hago. Puedo penetrar en todo. No obstante, nos indicó un cierto orden a seguir en el observar.

—Primero observamos pequeñas plantas. El Nagual nos advirtió que eran sumamente peligrosas. Su poder está concentrado; poseen una luminosidad muy intensa y perciben la observación de los soñadores: en ese mo­mento modifican su luz y la disipan contra el observa­dor. Los soñadores deben escoger una especie vegetal determinada para llevar a cabo su observación.

—A continuación, observamos árboles. También en este caso es necesario elegir una especie. A este respec­to, tú y yo somos lo mismo: observadores de eucaliptus.

Ha de haber intuido la siguiente pregunta por mi ex­presión.

—El Nagual aseveraba que le era muy fácil poner en funciones tu segunda atención mediante su humo —pro­siguió—. En muchas ocasiones centraste tu atención sobre los cuervos, predilección suya. Contó que en una ocasión, tu segunda atención se enfocó tan intensamente en uno de esos animales que éste se vio obligado a volar, a su manera, hacia el único eucaliptus del lugar.

Durante años había meditado sobre esa experien­cia. No podía considerarla sino como un estado hipnótico inconcebiblemente complejo, producto de los hongos psicotrópicos que formaban parte de la mezcla de fu­mar de don Juan y de su pericia como manipulador de conductas. Me había inducido a una catarsis percep­tual, convirtiéndome en cuervo y llevándome a sentir el mundo como cuervo. Como resultado, percibí el mun­do de un modo que no podía en manera alguna formar parte de mi inventario de pasadas experiencias. De al­guna forma, la explicación de la Gorda lo había signifi­cado todo.

Siguió contando la Gorda que el Nagual les había hecho observar más tarde a criaturas vivientes, en mo­vimiento. Les indicó que los insectos eran, con mucho, los más adecuados. Su movilidad los hacia inofensivos para el observador, al contrario de las plantas, que ob­tenía su luz directamente de la tierra.

El siguiente paso fue observar las rocas. Me hizo sa­ber que las rocas eran muy antiguas y poderosas y po­seían una luz especial, más bien verdosa, distinta de la blanca de los vegetales y de la amarillenta de los seres vivientes y móviles. Las rocas no se abrían fácilmente a los observadores, pero éstos debían insistir, puesto que las rocas abrigaban en su núcleo secretos especiales, se­cretos que ayudaban a los brujos a «soñar».

—¿Qué te revelan las rocas? —pregunté.

—Cuando observo el núcleo mismo de una roca —dijo—, siempre percibo una vaharada del aroma que les es propio. Cuando vago en mi
soñar
, sé dónde estoy merced a esos aromas.

Afirmó que la hora era un factor importante en la observación de árboles y rocas. Al amanecer, tanto los unos como las otras estaban entumecidos y su luz era débil. Se los hallaba en su mejor forma alrededor del mediodía; la observación realizada a esa hora servía para apropiarse de su luz y su poder. Al anochecer se hallaban silenciosos y tristes, especialmente lo árboles. Según la Gorda, éstos dan la impresión, en ese momen­to, de observar a su vez al observador.

Un segundo estadio en la observación consistía en dirigir la atención a los fenómenos cíclicos: la lluvia y la niebla. Los observadores pueden dirigir su atención a la lluvia y moverse con ella, o concentrarla en el entorno y emplear la lluvia como lente de aumento, capaz de reve­lar rasgos ocultos. Observando a través de ella se descu­bren los lugares de poder y aquellos que deben ser evi­tados. Los lugares de poder son amarillentos y los que se tienen que eludir, intensamente verdes.

La Gorda dijo que la niebla era, a no dudarlo, la cosa más misteriosa de la tierra para un observador y que se la podía emplear en los mismos dos sentidos que la llu­via. Pero a las mujeres no les era fácil acceder a la nie­bla: aun después de haber perdido su forma humana, permanecía inasequible para ella. Contó que en una oportunidad el Nagual le había hecho ver una neblina verde, situada sobre un banco de niebla, y le había di­cho que se trataba de la segunda atención de un obser­vador de niebla que vivía en aquellas montañas y que se movía con el banco. Agregó la Gorda que la niebla servía igualmente para descubrir los fantasmas de las cosas que ya no estaban y que la verdadera proeza de los observadores de niebla consistía en permitir que su segunda atención penetrara en todo aquello que su acti­vidad les revelase.

Le comenté que una vez, estando con don Juan, ha­bía visto un puente que surgía de un banco de niebla. Quedé pasmado por la claridad y la precisión de forma del puente. Me resultaba más que real. La imagen ha­bía sido tan intensa y vívida que no había podido olvi­darla. Don Juan me había comentado que algún día iba a tener que atravesar ese puente.

—Conozco la cuestión —dijo—. El Nagual me advir­tió que cierto día, cuando hubieses alcanzado el dominio sobre tu segunda atención, cruzarías ese puente valién­dote de ella, del mismo modo que llegaste a volar como un cuervo. Dijo que si llegabas a ser brujo, un puente surgiría de la niebla para ti, y tu pasarías por él y desaparecerías de este mundo para siempre. Tal como lo hizo él.

—¿Desapareció así, cruzando un puente?

—No a través de un puente. Pero tú viste con tus propios ojos como él y Genaro atravesaban la grieta en­tre los mundos. Néstor dice que sólo Genaro agitaba la mano en señal de despedida la última vez que les viste; el Nagual no lo hacía porque estaba ocupado abriendo la grieta. El me había señalado que, cuando la segunda atención es llamada a reunirse, todo lo que hace falta es el simple movimiento de abrir esa puerta. Ese es el se­creto de los soñadores toltecas que han perdido la forma.

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