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Authors: Mike Lee Dan Abnett

El señor de la destrucción (28 page)

BOOK: El señor de la destrucción
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Otro druchii cayó sobre las piedras del adarve, forcejeando con un hombre que empuñaba una daga. Malus se lanzó hacia él, plantó un pie entre los hombros del bárbaro y le partió el cráneo con un tajo descendente de espada. Otros dos guerreros del Caos habían logrado llegar a las almenas, y un tercero aguardaba en lo alto de la escalerilla, desde donde buscaba un espacio por el que subir. Maldiciendo a sus anchas, el noble volvió a zambullirse en la refriega, donde dio eficaz uso a sus largas espadas.

Un hombre bestia cayó con el cuello cortado hasta el espinazo mientras intercambiaba golpes con un lancero que tenía cerca. En ese momento el bárbaro situado a la izquierda de la criatura se desplomaba con la punta de la espada que el noble empuñaba con la siniestra clavada en un riñon. El guerrero de la escalerilla saltó a ocupar el lugar de los caídos, pero Malus lo estaba esperando. Arremetió en el instante en que el bárbaro saltaba, quedó situado debajo del corpulento guerrero y estocó hacia arriba para herir el desprotegido vientre. El bárbaro gritó y descargó el hacha sobre la espalda del noble, pero la encantada armadura desvió el potente tajo. Con los dientes apretados, Malus se tambaleó bajo el peso del guerrero agonizante, pero invocó su odio, empujó hacia delante con todas sus fuerzas y descargó el cuerpo laxo sobre el siguiente hombre que trepaba por la escalerilla. Pillado este último por sorpresa, ambos bárbaros se precipitaron hacia el suelo, entre alaridos.

El siguiente guerrero que subía por la escalera no logró llegar a lo alto antes de que una saeta de ballesta se le clavara en un costado de la cabeza. Por espacio de unos cuantos segundos los defensores dispusieron de un poco de precioso espacio para respirar.

—¡Cerrad filas! —gritó Malus. Señaló el cuerpo laxo del druchii mortalmente herido—. Que alguien lo quite de en medio. ¡Deprisa!

Una rápida comprobación de la otra escalerilla dejó claro que los druchii que se ocupaban de ella tenían la situación bien controlada; hasta el momento, ninguno de los atacantes había llegado siquiera a las murallas antes de morir bajo las armas de los defensores.

Otros lanceros acudieron a la carrera para rodear la escalera junto a la que estaba Malus. Jadeante, el noble retrocedió para dejar que los guerreros descansados lo relevaran. Se pasó una mano de metal por la boca, y por inadvertencia se untó los labios con la sangre de un enemigo. «Madre de la Noche, me vendría bien algo de beber», pensó.

Justo en ese momento oyó una nota aguda que sonaba en el reducto de la derecha. Frunció el ceño, intentando descifrar su significado; luego, oyó guturales rugidos y agónicos gritos procedentes del siguiente lienzo de muralla. Malus escupió una maldición blasfema, se volvió y echó a correr hacia la puerta de hierro del reducto, situada a pocos metros a su derecha. Golpeó la puerta con la empuñadura de la espada, mientras les gritaba imprecaciones a los druchii del otro lado. Un momento después descorrieron los cerrojos, y las pesadas puertas se abrieron para dejarlo entrar.

El noble pasó de largo del centinela de la puerta y corrió por el largo y estrecho pasadizo que conectaba con el lienzo siguiente. Arriba y abajo por el corredor resonaban gritos y órdenes de los grupos de ballesteros y lanzadores de virotes que disparaban desde dentro de la fortificación, señalando los objetivos y pidiendo más municiones. Pasó junto a barriles de agua dentro de los cuales había pesados y largos proyectiles rematados por globos de vidrio que brillaban con funesto resplandor verde: eran proyectiles de peligroso y volátil fuego de dragón, guardados en reserva por si el enemigo enviaba gigantes u otras criaturas de gran tamaño contra las murallas.

El pasadizo continuaba en línea recta a lo largo de casi cincuenta metros, y luego giraba bruscamente a la derecha. Tras cincuenta metros más, el noble llegó a otra puerta de hierro, vigilada por un par de nerviosos centinelas. Manos y espadas golpeaban frenéticamente el otro lado de la puerta. Los centinelas vieron llegar a Malus y se pusieron firmes.

—El enemigo ha alcanzado la muralla —comenzó a decir uno de los centinelas.

—Ya he oído el cuerno —le espetó Malus—. Abrid la puerta y dejadme salir.

Los dos soldados vacilaron, y entonces vieron la temible expresión del rostro del noble. Como uno solo, los dos guerreros se volvieron hacia la puerta y descorrieron los pesados cerrojos.

Casi de inmediato, guerreros presas del pánico comenzaron a empujar la puerta de hierro desde fuera, para abrirla. Gruñendo de furia, Malus la abrió y les rugió a los hombres del otro lado.

—¡Enfrentaos al enemigo, perros indignos! —dijo, bloqueando la puerta con su cuerpo manchado de sangre.

Los lanceros de rostro blanco retrocedieron ante la colérica figura que tenían delante, y Malus avanzó con rapidez para ocupar el espacio que habían dejado libre. Detrás de él, la puerta de hierro volvió a cerrarse y fueron corridos los cerrojos.

—¿Adonde pensáis que vais, bastardos? —se encolerizó el noble—. Estáis aquí para defender este lienzo de muralla o morir en el intento. ¡Esas son las órdenes que os dio el Rey Brujo!

Pero Malus vio de inmediato que la situación era verdaderamente muy grave. En las proximidades del reducto, las almenas estaban literalmente sembradas de lanceros muertos o moribundos, y los bárbaros pasaban como una marea por encima de las almenas. Había cincuenta lanceros entre Malus y la furiosa batalla, todos apretadamente apiñados contra el costado del reducto. Hasta donde podía ver, el enemigo también estaba avanzando con fuerza en la otra dirección, para intentar llegar a una de las rampas que descendían hacia la ciudad propiamente dicha. Si lo lograban, era probable que no hubiese manera de detenerlos.

Había una rampa situada justo a la derecha de Malus, y los bárbaros luchaban con ahínco para llegar a ella. Sólo la apretada masa de aterrados lanceros los mantenía momentáneamente alejados.

—¡Avanzad, malditos sean vuestros ojos! —ordenó el noble—. ¡Aquí atrás no hay dónde ponerse a salvo! ¡Si no os matan los enemigos, no dudéis de que lo haré yo!

Los hombres vacilaron, sopesando las opciones. Una sola mirada a Malus les demostró que el noble hablaba con mortal seriedad y era perfectamente capaz de cumplir la amenaza.

—¡Nuestro comandante ha muerto, noble señor, y no contamos con soldados suficientes para hacer retroceder al enemigo! —gritó uno de los lanceros, un guerrero veterano.

Malus consideró la posibilidad de pedir refuerzos al reducto, pero la descartó de inmediato. Empujó a un lado a un par de lanceros y comprobó el estado de la avenida situada al final de la rampa, donde vio no menos de doscientos absortos druchii que se ocupaban de los cuerpos apilados en la base de la muralla.

—¿Quiénes son ésos? —preguntó, señalando con la espada a los encargados de los cadáveres.

El exasperado soldado bajó la mirada hacia los druchii. A pesar del pánico, sus labios se fruncieron con asco.

—Son mercenarios —replicó—, escoria portuaria contratada por el drachau de Ciar Karond. El capitán Thurlayr se negó a permitirles ocupar un sitio sobre la muralla. Dijo que las gaviotas como ellos sólo sirven para picotear a los muertos.

Malus sacudió la cabeza con incredulidad.

—Esa manera de pensar es lo que hizo que mataran a Thurlayr, soldado —le espetó. Aferró al druchii por la pechera de la cota de malla y lo atrajo hacia sí—. ¿Cómo te llamas?

El guerrero miró los negros ojos del noble y palideció.

—Euthen, mi señor.

—Bueno, pues ahora eres el capitán Euthen —siseó Malus—. Hazte cargo de estos necios, y espero que hayan vuelto a la batalla cuando regrese, o te tiraré de la muralla yo mismo. ¿Lo has entendido?

—S..., sí, señor. Con claridad, señor.

—Entonces, ponte a ello, capitán —gritó Malus al mismo tiempo que lo apartaba de un empujón. Sin esperar la réplica, pasó junto al lancero y bajó corriendo por la larga rampa hacia los mercenarios.

Las ratas de puerto tenían aspecto de corsarios, por lo que Malus pudo ver desde lejos. Andrajosos ropones de diferentes colores, kheitanes ligeros y cotas de malla ennegrecidas eran la nota dominante, y los guerreros llevaban un amplio surtido de armas, incluida una profusión de dagas y hachas arrojadizas. Aproximadamente la mitad de los mercenarios estaban concentrados en los muertos de la base de la muralla, despojándolos no sólo de las armas y la armadura, sino también de los objetos de valor. Mientras observaba, uno de los mercenarios acercó una daga al dedo en que un oficial druchii llevaba un anillo, y se lo cortó con un movimiento experto..., para luego perderlo entre la pila de cadáveres que tenía debajo. El resto de los mercenarios estaban sentados sobre los adoquines de la avenida y jugaban a dados o dientes de dragón, sin que parecieran darse cuenta de la desesperada batalla que se libraba en las almenas.

—¡Formad! —gritó Malus a los mercenarios—. ¡El enemigo ha llegado a las almenas, y es hora de que os ganéis el pan!

Los corsarios alzaron los ojos hacia la distante figura del noble como si estuviera hablando en otro idioma. El saqueador que había estado removiendo los cadáveres en busca del dedo del oficial lo miró con el ceño fruncido.

—No se nos permite —le gritó con voz de perplejidad—. Este de aquí —señaló el cadáver del oficial— dijo que no éramos dignos de ponernos «al lado de los verdaderos soldados».

—Además —añadió una mujer mientras recogía los dados—, es mucho más seguro estar aquí abajo.

—¡No seguirá siéndolo durante mucho rato, cuando el enemigo llegue a las rampas! —le espetó Malus—. ¡Y no podréis gastaros vuestras mal detenidas ganancias si estáis colgando del asta del estandarte de un hombre bestia!

Los degolladores se miraron entre sí, mientras consideraban sus opciones. Malus no esperó a que le contestaran, ya que discutir con ellos no haría más que debilitar su ya inestable autoridad, así que lo mejor era actuar como si esperase ser obedecido. Dio media vuelta y subió corriendo por la rampa, y al cabo de unos momentos fue recompensado al oír que alguien de abajo se ponía a bramar órdenes en un tono sorprendentemente profesional. «Al menos hay alguien ahí abajo que sabe lo que está haciendo», pensó.

Sobre las almenas, las cosas parecían haberse puesto realmente feas. El espacio ganado por las fuerzas del Caos era ya de más de quince metros de ancho y se extendía sin parar. Euthen había logrado obligar a los aterrados lanceros a volver a la lucha, pero eran demasiado pocos como para conseguir algo más que no fuera impedir que el enemigo llegara a la rampa cercana.

Malus se metió a empujones entre los lanceros.

—¡Formad una cuña! —gritó, mientras hacía que entraran en algo parecido a una formación a fuerza de codazos y maldiciones—. ¡Más ancha! ¡Tiene que llegar de uno a otro borde del parapeto!

Confiando en que los soldados obedecerían su orden, el noble se abrió camino hasta donde se situaría la punta de la cuña.

Allí encontró a Euthen, el capitán en funciones, que luchaba valientemente contra un bárbaro del Caos de sonrisa burlona que blandía hachas gemelas en sus nudosas manos. Al acercarse, Malus observó cuidadosamente al bárbaro en busca de un signo que le indicara en qué momento iba a atacar. Euthen se adelantó y dirigió un desganado barrido hacia una pierna del enemigo, y el bárbaro se arrojó contra el lancero con un terrible bramido y le lanzó un tajo hacia el hombro izquierdo con un hacha, mientras con la otra hacía volar la corta espada del druchii, que giró en el aire para precipitarse por el borde del parapeto. Pero mientras el guerrero atacaba salvajemente al impotente Euthen, Malus arremetió y le clavó al bárbaro una estocada que le atravesó limpiamente el corazón.

El guerrero cayó sobre las piedras con una maldición en los labios. Mientras tanto, Malus cogió por el cuello al herido Euthen y le dio un suave empujón en dirección a la rampa.

—¡Guerreros de Ciar Karond! —gritó, alzando la espada—. ¡Formad cuña sobre mí!

Apenas acababa de decirlo, cuando un bárbaro pelirrojo lo acometió con un chillido salvaje, trazando en el aire un amplio arco en dirección a la cabeza de Malus con su espadón. El noble vio el movimiento y siseó con desdén, al mismo tiempo que se agachaba y avanzaba un paso para que el tajo pasara inofensivamente por encima de él. Luego, estocó al guerrero en la entrepierna con ambas espadas. El hombre cayó con un alarido terrible, y Malus se movió rápidamente más allá de él para adentrarse en la masa de enemigos.

—¡Avanzad! —ordenó.

Milagrosamente, los lanceros obedecieron. Ahora Malus tenía enemigos por tres lados, pero los hombres situados a izquierda y derecha dirigían sus golpes hacia los soldados que tenían delante. El bárbaro que estaba frente a Malus gruñó y lo atacó con un golpe de hacha que el noble bloqueó con la espada de la mano izquierda, para luego abrir una herida en un muslo del guerrero que tenía a la derecha. El guerrero herido vaciló y el lancero que estaba frente a él lo mató de una estocada en el cuello. Cuando el bárbaro del hacha volvió a atacar, Malus paró el golpe con la espada de la mano derecha y le clavó la otra al bárbaro de la izquierda. A continuación, concentró toda su atención en el enemigo que tenía delante; trabó el hacha con un barrido de la espada de la izquierda y le clavó una estocada al bárbaro en un ojo con el arma que empuñaba en la diestra.

Y así comenzó la matanza. Fría, metódicamente, los druchii empezaron a reducir el espacio ganado por los soldados del Caos. Malus sabía que si al menos lograban abrirse camino hasta las escalerillas del enemigo, podrían interrumpir la llegada de refuerzos y, finalmente, la superioridad numérica eliminaría al resto de bárbaros que habían logrado subir a lo alto de las murallas.

Luchando juntos, los lanceros avanzaban sin parar. Los soldados que eran derribados a ambos lados del noble quedaban de inmediato reemplazados por los lanceros que venían detrás. Cuando habían avanzado casi diez metros ya no quedaban lanceros, pero Malus vio que los saqueadores de cadáveres habían ocupado su lugar. Resultaba evidente que los mercenarios estaban en su elemento con aquel estilo de combate, acostumbrados al poco espacio y la lucha cuerpo a cuerpo de las acciones de abordaje. Derribaban a los bárbaros con tajos bajo mano dirigidos a las piernas, o con cuchillos arrojadizos que les clavaban en la garganta. A veces Malus hería a un guerrero que tenía a un lado, y cuando volvía a mirar al frente se encontraba con que el hombre que había ante él caía con un hacha arrojadiza clavada en la cabeza.

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