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Authors: Mike Lee Dan Abnett

El señor de la destrucción (31 page)

BOOK: El señor de la destrucción
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Más y más criaturas continuaban pasando en manada por encima de la muralla. La sangre y el icor manchaban el parapeto en igual medida. Malus vio a Nuarc de pie ante la puerta abierta del reducto, donde cortó casi en dos a un monstruo con su espada cubierta de runas.

—¡Necesitamos refuerzos! —le gritó el noble por encima del estruendo—. ¡No podremos resistir esto durante mucho tiempo!

Pero Nuarc negó con la cabeza.

—No llegarían aquí a tiempo —le gritó mientras corría y le clavaba una estocada a una bestia que se había agarrado a la garganta de otro mercenario—. ¡O defendemos la muralla con lo que tenemos, o se acabó!

«¡Malditos sean esos estúpidos de la ciudadela!», pensó Malus. Sus despreciables intrigas estaban trabajando a favor de Nagaira.

Justo en ese momento, un viento feroz pasó por encima del reducto y abofeteó a Malus. Percibió olor a azufre y sangre vieja, y oyó el enorme estruendo de unas alas. El instinto puso a Malus en movimiento, incluso antes de que la bandada de figuras voladoras apareciera en lo alto.

—¡Cuerpo a tierra! —le gritó a Nuarc.

Malus se estrelló contra el druchii de más edad y lo lanzó de espaldas contra la pared del reducto justo en el momento en que la bandada de rugientes monstruos alados descendía en vuelo rasante a lo largo del parapeto. Las criaturas golpeaban a los combatientes druchii con sus largas colas parecidas a sierras; algunas aferraron con las zarpas a desprevenidos mercenarios y los lanzaron al vacío. Ahora atacados por dos frentes, la valentía de los defensores comenzó a vacilar, y empezaron a ceder terreno ante las bestias.

Malus se apartó de Nuarc con un gruñido colérico.

—¡No retrocedáis ni un paso más! —rugió a sus soldados—. ¡Podéis resistir y luchar, o huir y morir! ¡Matad a esos bastardos antes de que os maten! —A los aterrorizados ballesteros, les gritó—. ¡Derribad a esas malditas bestias voladoras con vuestras saetas!

Una vez más, los defensores redoblaron sus esfuerzos bajo el azote de la lengua de Darkblade, pero Malus supo que no podría mantener las cosas en ese estado durante mucho tiempo. Otro revés importante, y la batalla se convertiría en una desbandada general.

Una forma larga y delgada, con seis patas y un abierto orificio ribeteado de dientes en lugar de cabeza trepó con sus zarpas por encima del cadáver del mercenario que estaba más cerca de Malus y se lanzó hacia él. El noble rugió una maldición y ensartó a la monstruosidad con la punta de una de sus espadas, para luego arrojarla, entre chillidos, por encima de las almenas. Las criaturas aladas volvieron a atacar, pero en esta ocasión varias cayeron del aire con saetas de ballesta clavadas en los pálidos cuerpos. Malus le cortó un ala a otra al pasar, y la criatura salió despedida de cabeza hacia una pared lateral del reducto, contra la que se estrelló. Otra levantó a uno de los druchii del parapeto, pero esta vez cayeron hacia el suelo tanto el druchii como el monstruo, este último con la daga del mercenario clavada en el pecho.

Malus sintió que la batalla comenzaba a volverse a favor de los defensores. Ya no pasaban más criaturas veloces por encima de las almenas, y los mercenarios estaban replegándose y atacando en grupo a los monstruos que quedaban.

Entonces, oyó el lamento procedente del otro lado de la muralla, y el corazón le dio un vuelco. Se había olvidado de los monstruos de gran tamaño.

Malus corrió hasta las almenas y se asomó a mirar, y volvió a retirarse con la misma rapidez. Uno de los monstruos estaba casi al alcance de la mano, y dejaba un rastro de baba amarilla al reptar muralla arriba. La segunda criatura se había aplastado contra la pared del reducto para evitar los disparos de los lanzadores de virotes, y casi había llegado también a lo alto de la muralla. Malus dio golpes de frustración sobre las almenas. No podía imaginar que nada inferior a un proyectil de fuego de dragón pudiera destruir a unas criaturas tan grandes como aquéllas.

Su mirada se desvió hacia la puerta del recinto, que estaba abierta. Tal vez no necesitaría para nada los lanzadores de virotes.

Entró precipitadamente en el reducto. Los dos centinelas que normalmente montaban guardia ante la puerta habían huido, evidentemente, o tal vez habían resultado muertos en el parapeto cuando las bestias del Caos habían atacado por primera vez. Recorrió unos metros de pasillo a la carrera hasta encontrar un barril de agua que contenía un par de largos proyectiles rematados por una esfera de vidrio llena de aliento de dragón. Sacó del agua los dos virotes parecidos a lanzas, con mucho cuidado para que no entrechocaran, y luego dio media vuelta y regresó por donde había llegado.

Nuarc lo esperaba cuando salió por la puerta, y retrocedió, sobresaltado.

—¡En el nombre del Asesino, ¿qué estás haciendo con eso?! —exclamó.

—Ocupándome de unas molestias —replicó Malus justo cuando el primero de los monstruos aparecía en el borde de las almenas con un rugido.

—¡Atrás! —les chilló Malus a los mercenarios que estaban cerca, y que en ese momento caían unos sobre otros al intentar escapar de las extremidades que el monstruo agitaba.

Luego, cogió uno de los proyectiles como si fuera una jabalina, avanzó dos pasos con rapidez y lo lanzó contra un costado de la criatura.

El proyectil cabeceó en el aire al atravesar la corta distancia que lo separaba de su objetivo. Con una rapidez superior a la que Malus hubiera creído posible, la bestia vio llegar el proyectil y lo golpeó en pleno vuelo con un barrido de una de sus extremidades parecidas a guadañas, pero rompió el globo de vidrio de la punta y se regó ella misma con el llameante líquido. Chillando y pataleando de dolor, el monstruo chisporroteó como grasa arrojada al fuego, cayó de las almenas y se precipitó hacia el suelo como un cometa.

Cuando el primer monstruo aún caía por el aire, Malus cogió el segundo proyectil y se asomó con cautela por el borde de las almenas. Un par de extremidades como guadañas lo atacaron de inmediato, y erraron su cara por pocos centímetros. El monstruo se encontraba a poco más de seis metros, haciendo chasquear las fauces y ondulando inexorablemente muralla arriba. Con una sonrisa cruel, el noble se mantuvo firme y apuntó con cuidado. Lo único que realmente tuvo que hacer fue dejar caer el proyectil sobre la criatura, y al cabo de un momento también ella ardía en un grasiento montón al pie de la muralla.

La última de las bestias más pequeñas se llevó consigo a uno de los mercenarios al morir: en un punto de la muralla situado más adelante, uno de los druchii cayó de las almenas con un alarido, aunque apuñalando a la criatura que estaba perforándole el pecho. Malus observó cómo la bestia y su víctima caían hacia la muerte, y elevó una silenciosa plegaria a la Madre Oscura para agradecerle que fuera la postrera.

Recostado contra las almenas, Malus recorrió con los ojos la carnicería que se extendía por el largo lienzo de la muralla que tenía delante. Por todas partes, había cuerpos y trozos de cuerpos en medio de charcos de sangre que se coagulaba y de licor maloliente. Los mercenarios ayudaban a levantar a sus camaradas heridos, pero eran demasiado pocos. Menos de tres minutos antes había habido sesenta y cinco mercenarios luchando junto a él, y ahora se veía en dificultades para contar más de treinta que aún respiraran. Observó a los vapuleados mercenarios por si veía a Hauclir, y encontró al antiguo capitán de su guardia personal al final de la línea, trabajando con ahínco para lograr que los soldados se prepararan por si se producía otro ataque.

Nuarc estaba a pocos pasos de distancia, con la espalda contra la pared del reducto, donde limpiaba fluido oscuro de la hoja de la espada con un trozo de tela basta.

—Nos ha faltado muy poco —dijo el señor de la guerra—. Ha sido una inspirada locura esa de ir a buscar esos proyectiles de aliento de dragón. Nunca antes lo había visto hacer.

Malus sonrió con cansancio, y estaba a punto de responder cuando un cuerno de guerra tocó una nota aguda e insistente en el cuerpo de guardia. Nuarc se puso rígido, y Malus vio el más breve destello de miedo en sus ojos oscuros.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Maldiciendo por lo bajo, Nuarc dejó caer el trapo y corrió unos pocos metros a lo largo del adarve. Malus se unió a él y siguió la mirada del señor de la guerra hasta la matanza que se desarrollaba a lo largo de la sección de muralla siguiente.

Por encima de las almenas pasaban manadas de bestias del Caos como una marea destellante, corrían por encima de los cadáveres desgarrados de los defensores y bajaban en muchedumbre por las largas rampas hacia el interior de la ciudad. Al otro extremo del lienzo de muralla, dos de los enormes monstruos del Caos estaban golpeando e intentando forzar la puerta de hierro que daba paso al cuerpo de guardia.

Detrás de los monstruos, con las espadas gemelas manchadas de sangre en las manos, estaba el paladín de Nagaira.

La figura con armadura se encontraba rodeada por bestias del Caos más pequeñas que daban vueltas alrededor de los talones como sabuesos de caza. Peor aún, más de una docena de acorazados guerreros del Caos se encontraban de pie y preparados sobre las murallas, detrás del paladín, esperando a que la puerta fuese derribada.

Mientras Malus observaba, una media docena de pesadillas aladas ascendió desde la base de las murallas batiendo sus pesadas alas, cada una con un guerrero con armadura cogido en las patas.

A Malus se le cayó el alma a los pies. El ataque contra su lienzo de muralla no había sido más que una finta destinada a mantenerlos ocupados para que no pudieran ir a defender el cuerpo de guardia. ¡Habían vuelto a superarlo en astucia!

—¡Hauclir! —bramó—. ¡Haz formar a tus lobos! ¡Ahora! Tenemos que llegar al cuerpo de guardia...

—No hay tiempo, maldición —lo interrumpió Nuarc con la voz tensa de enojo—. Tus soldados están agotados, y el enemigo ha establecido una posición firme. Os harán pedazos antes de que os acerquéis siquiera al cuerpo de guardia.

—Puedo conseguir más proyectiles de...

—¿Y hacer qué? ¿Lanzárselos al enemigo y luego meterte entre las llamas? ¡Ten un poco de sensatez, muchacho! —le espetó Nuarc—. ¿Recuerdas lo que dije sobre que la muralla interior es más fácil de defender? Tenemos que retroceder ahora, antes de que esos bastardos logren abrir la puerta exterior, o no lo conseguiremos. ¡Vamos!

Sin aguardar réplica alguna, Nuarc dio media vuelta y avanzó apresuradamente a lo largo de la muralla, mientras gritaba a los mercenarios que lo siguieran. Las ratas portuarias, ya al límite de su resistencia, estaban demasiado ansiosas por escapar. Malus dedicó un momento a mirar con odio al paladín enemigo, que llevaba encima lo único que el noble necesitaba para recuperar su alma, y que parecía capaz de frustrarlo a cada paso.

Mientras miraba con ferocidad al demonio con armadura, el paladín se irguió y, como si pudiera leer los pensamientos del noble, giró la cabeza cubierta por el yelmo para devolverle la mirada.

Malus alzó una espada y apuntó con ella al paladín.

—Esto no ha acabado aún —le dijo al funesto guerrero, y luego se tragó la amarga furia y dio media vuelta para seguir a Nuarc a paso rápido.

* * *

—¡Primero perdimos un millar de soldados, y ahora nos cuesta la muralla exterior de la fortaleza! —gritó Isilvar, señalando a Malus con un dedo acusador—. Ya os lo dije, de alguna manera, está confabulado con Nagaira. ¿De qué otro modo puede explicarse una incompetencia semejante?

El vaulkhar y los tres drachau estaban sentados en sillas de respaldo alto con cojines de terciopelo, en una sala de audiencias menos ostentosa que la magnífica cámara de la base de la Torre Negra. Ante ellos, sobre la gran mesa con superficie de mármol, babía los restos del suntuoso almuerzo, ahora prácticamente olvidados tras el desastre del día. El señor Myrchas estudió a Malus con frialdad, mientras hacía rodar una uva tileana entre sus pálidos dedos. El Señor Brujo, Balneth Calamidad, hizo como que estudiaba el mapa de pergamino de la fortaleza interior que habían extendido sobre la mesa, aunque estaba abierto a discusión cuánto de él podía ver entre las bandejas, copas y trozos de comida. El señor Dachuar, de Ciar Karond, rió entre dientes ante la invectiva de Isilvar, y bebió otro sorbo de vino.

Sentado en las sombras que había detrás de los cuatro señores, se encontraba el propio Malekith, con las puntas de los dedos de ambas manos unidas, mientras la roja luz salía por los orificios oculares de su yelmo astado. El Rey Brujo no había dicho ni una sola palabra desde que Malus había sido llamado para hacer su informe. El noble permanecía de pie, desafiante, ante el otro extremo de la larga mesa, con Nuarc detrás, a escasa distancia. Guardias y servidores se movían en silencio en torno al perímetro de la sala; en el extremo norte había una alta entrada en forma de arco que daba a un estrecho balcón que dominaba la muralla interior y la ciudad que se extendía al otro lado de ella. Hauclir estaba de pie junto a la arcada abierta, limpiándose las uñas ociosamente con un cuchillo pequeño, y repartiendo su atención entre los acontecimientos del exterior y el interior.

—No me había dado cuenta de que se me había encomendado personalmente el mando de las defensas de la muralla exterior —siseó Malus.

A diferencia de los nobles ricamente ataviados, había acudido a la sala de audiencias tras haber encontrado dentro de la ciudadela un sitio para los mercenarios supervivientes. Aún iba principalmente revestido de acero, sangre y negro icor.

—Tal vez eso explica por qué nadie de los que estaban en la muralla exterior tenía la más remota idea de qué estaba sucediendo, y también explica por qué no se les proporcionó mando ni instrucción algunos después de que cayera la puerta norte. Ciertamente explicaría por qué mi sección de la muralla no recibió ni comida, ni munición, ni la visita de los enfermeros en ningún momento de los dos días ininterrumpidos que yo y mis hombres pasamos haciendo guardia allí. Vaya, ojalá lo hubiese sabido, querido hermano. ¡Tal vez podía haber salvado la muralla, y sólo la Madre Oscura sabe a cuántos de nuestros soldados!

La retirada a la muralla interior había comenzado, en efecto. La guarnición de la Torre Negra estaba familiarizada con los planes de dicha maniobra, que había trazado el señor Kuall, el vaulkhar anterior, e incluso la habían ensayado con regularidad. Pero una vez que cayó la puerta y la horda del Caos entró sin impedimentos en la ciudad, la confusión y el pánico se hicieron pronto dueños de la situación. Sin una cadena de mando clara, no había nadie que organizara una retaguardia que contuviera a los atacantes para que el resto pudiera ponerse a salvo. Peor aún, los regimientos del ejército de Malekith tuvieron que habérselas con su propio conjunto de órdenes conflictivas procedentes de cada drachau en particular, que les ordenaban pensar primero en sí mismos y luego en todos los demás, en el caso de que lo hicieran. La retirada pronto se convirtió en un sálvese quien pueda. Los regimientos procedentes de una misma ciudad permanecieron juntos y dejaron atrás a sus rivales. Regimientos enteros fueron aislados en la ciudad y aniquilados, mientras que corrían rumores de al menos tres casos en los que regimientos druchii habían luchado entre sí por la oportunidad de huir del enemigo.

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