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Authors: Mike Lee Dan Abnett

El señor de la destrucción (44 page)

BOOK: El señor de la destrucción
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Isilvar asintió con la cabeza.

—Excelente. —Les sonrió a sus aliados—. Al caer la noche seremos todos héroes, y el Rey Brujo nos recompensará bien.

El vaulkhar posó una mirada feroz en Malus, que aún temblaba de frustración y cólera.

—Mañana, el Rey Brujo ya lo habrá olvidado todo acerca de mi perdido hermano. —Le hizo a Lhunara un gesto para indicarle que podía retirarse—. Llévatelo por la escalera oculta hasta el túnel de las cisternas —dijo—. Nosotros ya llegamos tarde al consejo de guerra del Rey Brujo.

Lhunara le hizo una rápida reverencia a Isilvar, y luego le tendió una mano a Malus. El demonio de su interior se removió, y el noble comprobó con horror que sus piernas comenzaban a andar. Lentamente al principio, luego con mayor fuerza cada vez, atravesó la sala como un perro obediente y echó a andar junto a su antigua teniente.

Los señores se levantaron de las sillas y pasaron ante Malus. Balneth Calamidad clavó en el noble una mirada de odio y le escupió directamente a la cara.

—Lo único que lamento es no poder matarte yo mismo —gruñó—. Esta noche rezaré para que esa hermana tuya prolongue tus sufrimientos durante muchos, muchos días.

El señor Myrchas fue el siguiente. Miró a Malus de arriba abajo, mientras sacudía la cabeza con atemorizado asombro.

—Eres un estúpido aún mayor de lo que yo imaginaba —dijo, y luego se alejó.

Isilvar fue el último. Se inclinó hacia el inmóvil rostro de Malus.

—¡Ojalá hubieras visto la cara que ponías cuando entraste en esta sala! —dij o con voz de dulce veneno—. ¿De verdad pensabas que me quedaría dócilmente sentado y dejaría que me arrebataras mi título? No te veré morir, hermano, pero he visto cómo tus sueños se transformaban en cenizas en un solo instante. Saborearé ese momento durante los siglos venideros.

Y luego se marchó. La puerta se cerró, y los ayudantes se ocuparon de retirar el cuerpo del druchii al que Malus había matado. Lhunara se volvió hacia su antiguo señor. Su frío aliento olía a moho y podredumbre. Alzó una mano enguantada y le pasó la punta de un dedo a lo largo de la mandíbula.

—Mío al fin —dijo la muerta viviente, y su cuerpo tembló con una terrible risa burbujeante.

24. El amuleto de Naurog

Al otro lado de la sala del consejo había una escalera oculta que descendía en espiral a lo largo de la torre y llegaba hasta los niveles inferiores. Malus siguió a su antigua guardia personal con la obediencia de un sabueso, internamente encolerizado mientras Tz'arkan manipulaba sus extremidades como un titiritero. De vez en cuando, el noble oía voces y órdenes gritadas al otro lado de agujeros de observación y puertas disimuladas que había a lo largo de la escalera. En un momento determinado podría haber jurado que pasaban a escasos metros del consejo de guerra de Malekith. Malus luchó durante todo el recorrido, rezándoles a todos los dioses y diosas que conocía para implorar que alguien los oyera pasar o tropezara con ellos. Pero la suerte de Lhunara se mantuvo, y la férrea presa de Tz'arkan continuó dejando a Malus tan impotente como un bebé.

No había pasado mucho rato cuando Malus sintió un helor en la piel y supo que habían descendido al subsuelo. Pocos minutos después, Lhunara lo conducía a través de una estrecha puerta al interior de la zona de cisternas. Avanzaron a través de una oscuridad absoluta, pasando entre los profundos pozos con facilidad sobrenatural. Malus se sorprendió deseando a cada paso que el demonio pusiera un pie en el sitio equivocado y los precipitara a ambos dentro de la fría agua estancada. Con toda la armadura, él se hundiría como una piedra. ¡Una muerte acuática era preferible a ser un esclavo dentro de su propia piel!

Isilvar no le había prendido fuego al túnel secreto, como había afirmado. En el calor de la batalla, a Malus no se le había ocurrido que su medio hermano pudiera intentar usarlo para otros propósitos. Tirando hacia atrás, sin embargo, se dio cuenta de que tal vez era la única persona de la torre que podía tratar efectivamente con Nagaira, debido a sus lazos con el culto de Slaanesh.

Salieron al erial en que se había transformado la ciudad exterior, ahora prácticamente desierta porque el grueso de la horda aullaba al pie de la Torre Negra. Lhunara lo condujo por las calles abarrotadas de cadáveres, pasando ante edificios consumidos por las llamas y llenos de sigilos obscenos, y a través de plazas cubiertas por las víctimas de los sacrificios y las viles diversiones. Ghrond se había transformado en la ciudad de los muertos: la carnicería superaba cualquier cosa que Malus hubiese visto en las ensangrentadas calles de Har Ganeth. El terrible asedio había transformado la Torre Negra en una ciudad de fantasmas, y aún quedaban muchos duros combates por librar.

Al otro lado de la puerta exterior aguardaban las toscas tiendas del campamento del Caos. Ningún centinela le dio el alto a Lhunara cuando condujo a Malus a través de la llanura de ceniza; al pasar la paladín del Caos con el noble en dirección al pabellón teñido de color añil que Malus había atisbado por primera vez días antes, los seguidores del campamento y los desdichados esclavos vestidos con harapos se asomaban cautamente por las puertas de las tiendas o se dispersaban como ratas por las serpenteantes calles. El aire aún se arremolinaba y hervía en torno a la sede del poder de Nagaira; cuanto más se aproximaba Malus a su tienda, más notaba una curiosa presión que iba en aumento detrás de sus ojos, como si algo invisible empujara con insistencia contra el interior de su cráneo. Tz'arkan también reaccionó ante eso, hinchándose dolorosamente dentro del pecho del noble, hasta que Malus sintió que estaba a punto de reventar.

Unas enormes figuras cornudas hacían guardia en el exterior de la tienda de Nagaira: más de una veintena de minotauros ataviados con tosca armadura de hierro, y con temibles hachas de doble filo. Le dieron el alto a Lhunara cuando se aproximó, hasta que la guerrera del Caos se quitó la capucha y mostró su rostro. Ante la visión de su terrible semblante, los monstruos inclinaron de inmediato la enorme cabezota, y sus narices se contrajeron cuando Malus pasó rápidamente ante ellos.

El pabellón formado por tiendas de color añil no era el complejo encadenado que había sido la anterior morada de Nagaira. Esa vez, Malus contó nueve tiendas más pequeñas, festoneadas de sigilos arcanos y figuras hechas con huesos de druchii muertos recientemente, dispuestas en torno a una más grande, situada en el centro. El noble supuso que las tiendas más pequeñas estaban dedicadas a los guardias personales de Nagaira, y se preguntó cuál sería la de Lhunara. ¿Acaso una criatura como ella necesitaba dormir alguna vez o refugiarse de los elementos?

Al acercarse a la tienda central, Malus sintió que el aire se arremolinaba a su alrededor, agitado por las energías ultraterrenas que manaban del interior. Las pesadas cubiertas de piel de la entrada se abrieron con el aire al aproximarse ellos, y restallaron como látigos movidos por un extraño viento. En el interior se oían alaridos y gritos de terror que aumentaban y disminuían.

Lhunara y el demonio hicieron entrar a Malus. El ya no sabía con certeza quién conducía a quién, ya que Tz'arkan pareció adquirir fuerza y urgencia con las obscenas energías que hervían en torno a la tienda. Al otro lado de la entrada, el gran recinto estaba dividido por pesadas cortinas de lona, y esto le recordó al noble la tienda de su hermana durante la marcha contra Hag Graef. En ese caso, sin embargo, las divisiones estaban dispuestas en una tosca espiral que los condujo por una especie de laberinto alrededor de la circunferencia de la tienda de la bruja. A lo largo del camino atravesaron una sucesión de espacios mortecinamente iluminados, cada uno marcado por complejos sigilos trazados con polvo de oro, plata y hueso molido. Este polvo constituía el único signo de riqueza material que veía Malus. «Bien por las visiones de saqueo de Hauclir», pensó amargamente.

Antes de que pasara mucho tiempo, Malus ya no supo si caminaba por el mundo mortal o por el umbral de otro reino mucho más terrible. La oscuridad que lo rodeaba se movía como si fuera tinta, se deslizaba sobre su piel como el humo, y en sus oídos resonaban extraños susurros de horror y locura.

«Contempla tu futuro», oyó Malus que le susurraba una voz irreal. No sabía con certeza si pertenecía a Lhunara, a Tz'arkan o a sí mismo.

Los espacios se hacían más estrechos a medida que avanzaban. Las cortinas de lona se cerraban sobre Malus, en el aire cargado de oleosa oscuridad y energías brujas. El miedo aumentaba en su interior, pero las extremidades ya no le obedecían. El demonio lo obligó a continuar a través de la sofocante negrura, hasta que, al girar en un último recodo, el noble se halló en el corazón del sanctasanctórum de Nagaira.

No había luz alguna. En cambio, el aire mismo parecía haber sido drenado de toda sombra, para crear una especie de oscuridad gris que hería los ojos cuando se la miraba. Malus no vio ni paredes ni techo. Una horrenda salmodia átona inundaba el aire torturado, entonada por las deformes gargantas de nueve chamanes de los hombres bestia. Se encontraban arrodillados en un amplio círculo, con las cornudas cabezas echadas hacia atrás y los músculos del cuello marcados en tenso relieve en la extraña media luz. Dentro del círculo formado por las deformes figuras de los hombres bestia, yacían alrededor de una docena de cadáveres marchitos, tendidos en desordenado montón ante una figura que hizo que a Malus le diera vueltas la cabeza a causa del terror.

Estaba formada por negrísimas capas de oscuridad y matices de humo y sombra que giraban formando la silueta de una figura parecida a un druchii; ésta se erguía con los brazos extendidos como si llamara, igual que un amante, a la víctima, que gemía, flotando, indefensa, ante ella. Esta víctima era un autarii cuyo desnudo cuerpo estaba inmaculado salvo por las docenas de tatuajes rituales que serpenteaban por sus musculosos brazos y hombros. Estaba estirado como si se hallara tendido sobre un potro de tormento invisible, con cada músculo tenso y contorsionado bajo la piel.

Mientras Malus observaba, comenzaron a alzarse jirones de vapor de cada uno de los tatuajes del autarii, que brillaban como escarcha que se fundía y giraban en finos zarcillos por el cuerpo destrozado por el dolor del sombra. Los jirones de poder brujo fluyeron hacia la sombría figura como si los sorbiera una inhalación ansiosa; la superficie del cuerpo de la figura cambió, y Malus vio decenas de horrendos rostros que adquirían forma a lo largo de las extremidades y el torso del ser. Los horribles semblantes absorbieron las emanaciones mágicas del sombra, hasta que la niebla empezó a adquirir una pálida tonalidad rosada, y luego en tono rojo vivo. El cuerpo del autarii comenzó a marchitarse; los músculos se ablandaron como cera y la piel se volvió cenicienta. Sus alaridos burbujearon, le estallaron los ojos y se le partió la lengua. Todo acabó en unos momentos. Otro humeante, marchito cadáver cayó al suelo junto a sus compañeros, y la horrenda salmodia de los hombres bestia se transformó en un coro de jubilosos alaridos y ladridos.

La figura central estaba envuelta en una niebla roja que giró y se mezcló con las cambiantes corrientes de oscuridad, hasta que se resolvió en una pátina de piel oscura que Malus conocía demasiado bien. El cuerpo se movió ligeramente al asumir seductoras curvas y un largo pelo negro. Entre un latido de corazón y el siguiente, el monstruo adoptó la forma de su media hermana, desnuda y perfecta.

Nagaira no tenía los ojos vacíos que Malus había visto en sus sueños. Eran oscuras esferas negras como la brea, iguales que los de él. Los finos labios de ella se curvaron en una cruel sonrisa. Cuando habló, no obstante, su voz era el mismo coro susurrante de sus peores pesadillas.

—Los autarii son una raza bestial, pero entienden la naturaleza de los espíritus y saben cómo someterlos —dijo—. Sus almas son fuertes y dulces como el vino. Incluso ese noble estúpido que los encabezaba tenía el poder suficiente como para resultar sabroso. —Su sonrisa gatuna se ensanchó—. Fueron un bonito regalo, hermano. Los he guardado hasta el último momento. —Lo llamó con un dedo provisto de garra—. Ahora ya estás aquí, y se avecinan los últimos movimientos de la partida.

Dentro de los confines de su mente, Malus gruñía como un lobo, pero su cuerpo se movía según la voluntad del demonio. El y Lhunara entraron en el círculo, y los hombres bestia hicieron una profunda reverencia y tocaron el suelo con la cornuda cabeza. Tz'arkan ni siquiera intentó saltar por encima de los apilados cuerpos de los exploradores de la Torre Negra. Los huesos se partieron como ramitas y la piel gris se transformó en ceniza bajo las botas de Malus.

La atmósfera misma se apretaba en torno al noble como un puño. El aire que respiraba era caliente y espeso, y le quemaba los pulmones. Cuando Nagaira avanzó hacia él, la terrible presión aumentó más. El vórtice de poder no emanaba del círculo mágico, sino de ella misma; lo exudaba su piel como si fuera ácido que se grababa en el tejido de la realidad que la rodeaba. Para sorpresa del noble, la presencia de Tz'arkan se debilitó al aproximarse la bruja, y Malus pensó en las decenas de voces antinaturales que se mezclaban con la de su media hermana. ¿Cuántos pactos habría sellado con los Poderes Malignos para que le concedieran la fuerza que poseía ahora, y cómo podía tener la esperanza de venderla?

Nagaira se le acercó más, con los ojos destellantes como los de una serpiente.

—¿No tienes un beso para mí, hermano querido? —dijo con aquella voz sobrenatural.

Se inclinó hacia él, y su poder atravesó la armadura en ondulaciones que le causaron dolor. Posó suavemente los labios contra un costado del cuello de Malus, a quien el corazón se le detuvo durante un segundo bajo el contacto. Cuando retrocedió, los labios le brillaban de negro icor.

La mandíbula de Malus se movió, pero fue el demonio quien habló.

—Ten cuidado, bruja —dijo Tz'arkan—. ¡Ahora éste es mi cuerpo, no el de tu hermano! He invertido demasiado en él como para soportar las caricias de las de tu clase.

Nagaira inclinó la cabeza.

—He olvidado mis modales, oh, Bebedor de Mundos. Ha pasado bastante tiempo desde la última vez en que mi hermano y yo estuvimos juntos. Hay muchísimas cosas que deseo compartir con él. —Se volvió a mirar a Lhunara—. ¿Dónde están las reliquias? —le espetó, como si hablara con una esclava.

La exigencia pilló a Lhunara por sorpresa. Estaba mirando atentamente a Malus, como si trazara el mapa de cada negra vena que se entretejía por debajo de su enfermiza piel. Su destrozado rostro se volvió hacia Nagaira, parpadeando para librarse de la ensoñación.

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