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Authors: Mike Lee Dan Abnett

El señor de la destrucción (46 page)

BOOK: El señor de la destrucción
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—No tienes ni idea de cuánto —replicó Malus—. De hecho, podrías haber salvado a Naggaroth. —Les habló rápidamente a los mercenarios de los planes que tenía Nagaira—. Cree que tiene el poder necesario para derrocar tanto a Malekith como a Morathi —acabó.

Los mercenarios se miraron con temor unos a otros.

—¿Puede hacerlo? —preguntó Hauclir.

—Después de lo que he visto... sí. Creo que puede.

—En ese caso, creo que debemos recuperar tu montura y salir a escape de aquí —replicó Hauclir.

Pero Malus negó con la cabeza.

—No. Puede ser que Malekith sea vulnerable, pero también lo es Nagaira. Quizá tenga la fuerza suficiente como para imponerse al Rey Brujo y a Morathi, pero en absoluto bastará para vencernos a tres de nosotros a la vez —dijo—. Y hay que acabar con ella.

—¿Por el bien del reino?

—No seas estúpido —le espetó Malus—. Por mi propio bien. La bruja sabe demasiado.

—¡Ah, por supuesto! Te pido perdón, mi señor —replicó Hauclir con sequedad—. Bueno, ¿y qué quieres que hagamos nosotros?

La mano de Malus apretó más la ardiente espada. Ahora podía sentir su hambre, que le quemaba las entrañas como ascuas.

—Seguidme —les dijo a los mercenarios—, y cuando empiece la matanza, manteneos fuera de mi camino.

Estaban saliendo del campamento del Caos cuando el Rey Brujo lanzó su ataque.

Los cuernos de guerra sonaron desde la alta torre, y Malus observó cómo una forma oscura alzaba su cuello de serpiente en lo alto de la ciudadela, y le rugía un desafío al cielo. Con un poderoso batir de sus correosas alas, el dragón de Malekith,
Seraphon
, se lanzó hacia el oscuro cielo. En el mismo momento, rayos verdes hendieron la oscuridad, la desgarraron y la hicieron retroceder. En los ardientes destellos de luz, el noble entrevio la figura con armadura que iba sobre el lomo del dragón y blandía una espada relumbrante hacia la horda del Caos.

La espada bajó, y
Seraphon
se lanzó en picado con un rugido atronador para inundar el complejo interior con un torrente de llamas que siseaban. Se oyeron gritos y alaridos de los guerreros agonizantes, y se trabó la batalla final.

Malus, Hauclir y los mercenarios se detuvieron a unos cuatrocientos metros de las abiertas puertas de la ciudad.
Rencor
caminaba junto al pequeño grupo y olfateaba el aire con desconfianza. El antiguo guardia se volvió a mirar al noble.

—¿Vamos a entrar ahí? —preguntó, señalando la ciudad.

La Torre Negra ya se veía envuelta en columnas de fuego y humo, y desde donde estaban se oía el choque de las espadas contra las armaduras.

—Sólo hasta la plaza que hay ante la puerta interior —replicó Malus—. Allí encontraremos a Nagaira, según espero.

—¿Y cómo tienes intención de detenerla?

—No te preocupes —dijo Malus—. Tengo un plan.

—¿Me interesa saber qué plan es ése? —preguntó Hauclir.

El noble negó con la cabeza.

—Probablemente, tengas razón —convino Hauclir—. Tú primero.

Con Malus en cabeza, el pequeño grupo corrió a través de las ruinas de la ciudad exterior. Tridentes de verdes rayos corrían por el hirviente cielo, y se precipitaban una y otra vez sobre la plaza que había delante de la puerta interior.
Seraphon
continuaba pasando en vuelo rasante sobre el complejo interior, calcinando la zona con voraces chorros de fuego mientras el ejército druchii, aunque superado en número por sus enemigos, se abría paso a través de la ciudadela a punta de espada. En algún lugar situado más adelante, en medio de la refriega, Lhunara estaría causando sangrientos estragos entre los soldados del Rey Brujo.

Malus esperaba que la horda del Caos retrocediera para hacer salir a la hueste druchii hasta la gran plaza situada más allá de la puerta interior. Sería entonces cuando Malekith atacaría directamente a Nagaira, y ella haría saltar la trampa.

Llegaron hasta menos de cien metros de la plaza antes de encontrarse con el paso cerrado por una manada de hombres bestia que se mantenían a la espera. Por el momento, su atención estaba concentrada en la batalla mágica que se libraba en las proximidades.

Malus condujo al grupo hacia las sombras de unas barracas quemadas.

—Aquí es donde nos separamos —dijo—. Debo enfrentarme con Nagaira a solas.

—¿Qué quieres que hagamos nosotros? —preguntó Hauclir.

El noble miró a los ojos a su antiguo guardia personal, e inspiró profundamente.

—Quiero que deis un rodeo hasta el otro lado de la plaza y esperéis —replicó—. Cuando ataque a Nagaira, será sólo cuestión de tiempo que Lhunara llegue corriendo. Tendréis que retenerla el rato suficiente para que yo me ocupe de mi hermana.

—Bendito asesino —dijo Cortador—. Estuvo a punto de matarme la última vez.

—Y a mí también —añadió Hauclir.

Malus asintió con la cabeza.

—¿Cómo tienes la pierna? —preguntó.

—Bien, cosa bastante rara —respondió el antiguo guardia, al mismo tiempo que bajaba una mano y se apartaba el vendaje. Sólo una cicatriz negro mate indicaba el lugar en que la espada de Lhunara se le había clavado en la pierna—. No logro explicármelo.

Malus reparó en las manchas de icor que oscurecían el vendaje. «Son las energías del demonio —pensó—. Cayeron gotas de mi sangre sobre tu vendaje, y se te metieron en la herida.» Apretó la mandíbula.

—Es una suerte —dijo—, y necesitaréis mucha más ahora. Simplemente, retenedla durante el tiempo suficiente para que me ocupe de Nagaira. Es todo cuanto pido.

Los mercenarios se miraron unos a otros, y Hauclir se encogió de hombros.

—Hemos llegado hasta tan lejos —dijo— que ahora tenemos que continuar hasta el final.

Malus asintió con la cabeza y le dio una palmada a Hauclir en un hombro.

—Marchaos, entonces. Os veré dentro de poco —dijo con la esperanza de que fuera verdad.

Los mercenarios se alejaron hacia el este, y Malus posó una mano sobre el hocico de
Rencor
.

—Quieto —le dijo mientras frotaba las escamas del nauglir con agradecimiento—. Espera hasta que te llame, bestia de la tierra profunda. Ya has hecho bastante por mí.

Luego, espada en mano, salió a la calle y echó a correr.

La manada de guerreros del Caos que ocupaba la calle en el exterior de la plaza no se dio cuenta del peligro que se le echaba encima hasta que fue ya demasiado tarde. Distraídos por los rayos y ensordecidos por las explosiones atronadoras, no repararon en el oscuro borrón que corría por la avenida sembrada de escombros, hasta que lo tuvieron encima. Media docena de hombres bestia cayeron muertos, con relumbrantes heridas humeantes en el pecho, antes de que el resto pudiera siquiera reaccionar.

Malus se metió entre los enemigos con un aullido salvaje, mientras segaba las apretadas filas con la espada como si fuera una guadaña. Al contacto con la hoja las armas se partían y las armaduras se fundían; brazos y piernas caían sobre el empedrado, acompañados por cabezas. El noble se hacía más fuerte con cada tajo, y los movimientos de sus enemigos resultaban demasiado lentos, hasta que llegó un momento en el que pareció que permanecían inmóviles. Esquivaba sus débiles golpes y los mataba por veintenas, hasta que finalmente los enemigos no pudieron aguantar más y se dispersaron en todas direcciones. Los que intentaron atravesar la plaza fueron destrozados por los coléricos rayos que caían en ella.

Cubierto de brillante sangre, Malus llegó al borde del espacio abierto dando traspiés de borracho. En el centro de la plaza brillaba una cúpula de luz de más de sesenta pasos de diámetro. Los rayos destellaban y rebotaban sobre este escudo mágico alimentado por los chamanes de Nagaira que se encontraban sentados en el habitual círculo y salmodiaban frases arcanas hacia el cielo. Dentro del círculo, Nagaira flotaba a cierta distancia del suelo. Una vez más, era sólo la negra forma de sombras que él había visto en la tienda, rodeada por curvos zarcillos de humo negro que se entretejían a su alrededor como una red de serpientes.

Más allá, Malus vio que se luchaba en lo alto de la muralla interior. El contraataque de Malekith había hecho retroceder a los atacantes casi hasta la puerta de dentro. Faltaba poco para que el Rey Brujo llegara a la plaza y cayera en las garras de Nagaira. Malus estaba quedándose sin tiempo.

Blandiendo la espada ardiente, el noble cargó hacia la relumbrante cúpula de los chamanes. Los rayos parecían bajar perezosamente del aire, aplastarse contra la protección y recorrer la plaza. Golpeó el relumbrante escudo con la espada, y por su superficie se propagó una red de rojas grietas. Al instante, los chamanes se dieron cuenta de su presencia y se pusieron a gritar mágicas salmodias y apuntar a la dañada cúpula con fetiches de hueso. Las grietas desaparecieron cuando retiró la espada, pero volvió a golpear la superficie una y otra vez. Lenta pero inexorablemente, el daño se propagó.

Descendieron más rayos, como si Morathi percibiera el cambio en la naturaleza de la protección y redoblara sus esfuerzos. El verde resplandor comenzó a amortecerse al ser forzadas al máximo sus energías. Al otro lado de la plaza, Malus vio figuras corpulentas que corrían a toda velocidad hacia la cúpula: eran los minotauros de la guardia personal de Nagaira. Impertérrito, el noble continuó con el ataque.

Dentro del escudo, Nagaira se volvió lentamente para mirarlo. Su rostro envuelto en noche carecía de toda expresión, pero él sintió la fría presión de la furiosa mirada de ella.

Otra andanada de rayos golpeó la cúpula de energía. Malus acompasó sus golpes al ritmo de los rayos, con el fin de reforzar el ataque de Morathi. Entonces, sin previo aviso, la cúpula de energía cayó, haciéndose pedazos como vidrio golpeado por un martillo. Se produjo un destello de luz, y se desplomaron varios de los hombres bestia; la sangre, humeante, les salía por las orejas. Otros varios fueron inmolados por rayos de luz verde, y de ellos sólo quedaron cadáveres calcinados sobre el adoquinado. Un rayo alcanzó incluso a la propia Nagaira e hizo que se tambaleara momentáneamente.

Destruido el escudo protector, los minotauros cargaron a través del espacio que los separaba de Malus, con las hachas preparadas. El noble corrió hacia ellos con un grito feroz, y la espada ardiente cantó al hender el aire. Uno de los enormes guerreros dirigió un amplio barrido hacia Malus, y resultó cortado en dos al pasar el noble corriendo por su lado. Otro acometió al noble con un tajo horizontal, y éste le cercenó ambas manos.

Un hacha se estrelló contra una hombrera de Malus; el noble giró sobre sí mismo y atravesó con la espada el abdomen del minotauro, cuyas entrañas hirvieron. Otra hacha le dio de lleno en el peto. Riendo, Malus arrancó la espada del vientre del que acababa de matar, y cortó las piernas del paladín enemigo.

Un rayo cayó entre los aullantes minotauros y fulminó a varios guerreros, que se desplomaron. También le acertó a Malus y lo lanzó hacia el cielo, dejándolo caer a varios metros de distancia. Aún humeando, volvió a ponerse en pie de un salto y regresó a la refriega. Sólo quedaban tres de los corpulentos paladines, aturdidos y conmocionados por el rayo. Malus acabó con ellos.

Entonces, un zumbido extraño inundó el aire, como un enjambre de avispones furiosos, y Nagaira lo golpeó con un rayo de pura oscuridad.

Le atravesó la armadura como si no la llevara puesta, y sintió que al contacto se le fundían los órganos. Una lanza de dolor puro atravesó el pecho de Malus, que escupió crepitante icor sobre los adoquines. Su hermana flotaba por encima de él a casi doce metros de distancia, envuelta en zarcillos de oscuridad. Una cólera pura manaba de ella en olas palpables.

—Me decepcionas —dijo con voz tronante Nagaira. Un rayo zigzagueó hacia ella, pero le hizo poco caso—. Pensaba que eras más inteligente.

De repente, se lanzó hacia él, atravesando en una abrir y cerrar de ojos el espacio que los separaba. Un puño de ella impactó contra Malus y lo envió al otro lado de la plaza como si fuera un juguete. El noble se estrelló contra la pared de un almacén que estaba situado a quince metros de distancia, y golpeó la piedra con la fuerza suficiente como para rajarla, antes de rebotar y caer sobre el adoquinado.

—Alguien más inteligente habría esperado en la oscuridad a que su muerte lo encontrara —dijo Nagaira—. Pero ¿qué haces tú? Sales a buscarla.

Volvió a lanzarse en picado hacia él. Esa vez, Malus barrió el aire en sibilante arco con la Espada de Disformidad y atravesó la cintura de la bruja. Nagaira se desestabilizó en medio de un alarido de incontables almas torturadas, pero se recuperó casi de inmediato. Cerró una mano alrededor de la garganta de él y lo lanzó de cabeza a través del aire.

En esa ocasión se estrelló contra la mole quemada de una de las catapultas del Caos. Bajo el impacto se partieron tablas de roble, y él cayó con fuerza sobre la base de la máquina de asedio.

Nagaira fue tras él. Los rayos atacaban una y otra vez su humosa figura y ralentizaban su vuelo. Aun así, ella continuaba adelante, impertérrita.

—Podría aplastarte como a una mosca, querido hermano —declaró, colérica—. ¡Y por todos los dioses que debería haberlo! Pero Tz'arkan debe ser puesto en libertad, así que debo contentarme con sólo dejarte tullido.

Descendió en picado, y con la palma de una mano le dio en el pecho un golpe que le partió costillas como si fueran cáscaras de huevo.

Malus gritó de dolor y clavó la espada en el pecho de Nagaira. La hoja salió por la espalda de la bruja
y
le arrancó un grito de furia. Negro icor humeó en la punta de la hoja. Ella echó hacia atrás la mano para volver a golpearlo, pero entonces otro rayo mágico dio sobre ella y separó a los dos hermanos.

Malus cayó de espaldas, con fuerza, y apretó los dientes para reprimir una ola de intenso dolor. Nagaira se estrelló como una muñeca rota a algunos metros de distancia. Ahora su cuerpo era de un tono gris, y los zarcillos de humo que la envolvían habían desaparecido casi por completo. Con una furiosa maldición, pronunció un encantamiento que desgarró el aire que la rodeaba y su forma recuperó parte del poder perdido.

Entonces, una sombra se cernió sobre ella desde lo alto. Nagaira alzó la mirada justo cuando
Seraphon
la bañaba en una columna de fuego de dragón.

Malus vio su negra forma envuelta en furiosas llamas. Ella gritó y abrió los brazos de par en par dentro del fuego, y de su cuerpo salió palpitante energía mágica. El dragón se alejó con un deslizamiento de ala, pero la forma carbonizada de Nagaira se volvió para seguirlo. Señaló el cielo con un dedo humeante, y un coro de aullidos demoníacos inundó el aire. De su cuerpo brotaron zarcillos de humo como si fueran colas de látigo, y se extendieron hacia la figura acorazada que montaba sobre el dragón que descendía en picado.

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