Read El señor de la destrucción Online

Authors: Mike Lee Dan Abnett

El señor de la destrucción (7 page)

BOOK: El señor de la destrucción
7.01Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Unos pocos metros más adelante se encontró con el tronco quemado y fulminado de un viejo roble. Claramente herido por un rayo hacía años, los restos huecos del árbol se alzaban hasta menos de tres metros de altura y acababan en un tocón dentado y recubierto de musgo. En el tronco había abierta una brecha que comenzaba en las raíces y acababa aproximadamente a la altura de la cintura. Pensando con rapidez, Malus corrió hacia la brecha y se deslizó dentro con cuidado.

Madera podrida e insectos ondulantes le llovieron encima cuando los bordes de las placas de la armadura rasparon el interior del árbol. Cerró los ojos, apretó los labios con fuerza para que no le entraran en la boca aquellas cosas que olían a humedad y apoyó la espalda contra el otro lado del tronco hueco. Luego, moviéndose con cuidado alzó un pie y buscó un apoyo que estuviera situado a menos de un metro del suelo. Al cabo de escasos momentos su bota encontró un reborde capaz de soportar su peso. Con los dientes apretados, el noble presionó la espalda contra el tronco y se impulsó hacia arriba. Cuando su otro pie se despegó del suelo, buscó a tientas otro reborde y lo encontró justo por encima de la brecha.

Con rapidez, Malus ascendió un metro más y se quedó suspendido allí, sin casi atreverse a respirar.

Apenas había dejado de moverse cuando oyó débiles sonidos de movimiento entre los árboles. El noble reprimió una maldición. Percibió el movimiento de unas ramas y un crujido de madera muerta, y por primera vez oyó voces apagadas que hablaban en lo que parecía druchii. Según pudo determinar, eran tres, aunque no podía distinguir bien qué decían.

Las voces se aproximaron. El noble oyó el apagado tintineo de placas de armadura y el débil entrechocar de vainas de espadas. Bajó los ojos hacia el estrecho haz de luz que entraba por la brecha, y mientras lo observaba vio pasar una sombra. Contuvo la respiración, esperando ver en cualquier momento una cabeza asomándose al interior del árbol.

La conversación continuó unos instantes más. Las palabras le llegaban extrañamente apagadas; de nuevo, Malus no logró entender el significado, pero por la cadencia y el tono adivinó que estaban discutiendo dónde debían buscarlo a continuación. Al fin, uno de los cazadores pareció tomar una decisión. Con un gruñido, todos se alejaron, al parecer para seguir camino hacia el oeste. El noble dejó escapar el aliento con lentitud. Cuando ya no pudo percibir más señales de movimiento, contó lentamente hasta cien y luego se deslizó con cuidado hacia el suelo.

Salir por la brecha resultó ser mucho más difícil que entrar. Al final se vio forzado a dar media vuelta, ponerse de rodillas y luego recular a gatas para atravesar el agujero. Esperaba que en cualquier momento lo hirieran en la espalda espadas o saetas de ballesta, pero a poco se vio libre. Tras sacudirse del pelo madera podrida e insectos, Malus volvió a orientarse y se encaminó hacia el este a la máxima velocidad posible.

No había recorrido más que unos pocos metros cuando oyó al norte, a cierta distancia, un gruñido que le era familiar. Al menos, ahora sabía en qué dirección se había marchado el gélido. La pregunta era si los cazadores habían oído o no el mismo sonido, y qué harían en caso afirmativo.

Malus se encaminó al oeste para volver al sendero de animales de caza. Podría seguir la tenue senda hasta tan al norte como le fuera posible, con la esperanza de avanzar más que sus perseguidores; pero si ellos también iban en dirección a
Rencor
, sin duda se cruzaría en su camino. También podía continuar hacia el oeste, atravesar el sendero y luego volver dando un amplio rodeo para llegar hasta
Rencor
desde el este. Pero hacerlo requeriría tiempo. ¿Qué riesgo merecía más la pena?

Absorto en este debate interno, Malus estuvo a punto de no ver el fugaz movimiento que se produjo a su derecha. Seguro de que esta vez no se trataba de su imaginación, se detuvo contra el tronco de un árbol y flexionó las piernas, para observar después las profundas sombras que lo rodeaban.

No se movió nada. No se oía más sonido que el del inquieto viento. Esperó durante diez segundos sin ver nada, y entonces inspiró profundamente y echó a andar otra vez. Avanzó diez metros, se detuvo bruscamente y giró hacia la derecha.

¡Allí! Vio una sombra que pasaba fugazmente de la oscuridad de debajo de un árbol a la siguiente. Era del tamaño de un cuervo, y volaba por el aire a la altura del hombro. Al noble se le erizó el pelo de la nuca. Un espectro estaba siguiéndole el rastro; sin duda, informaba a su amo de la posición de Malus.

Este imaginaba que los cazadores con los que se había encontrado ya regresaban sobre sus pasos para seguir la llamada de su sabueso ultraterreno.

Había llegado el momento de no ser sigiloso. Malus se volvio y corrió hacia el sendero de caza a la máxima velocidad posible. Con el peso de la armadura, sus pasos resonaban por el denso bosque, pero ahora lo único que contaba era la celeridad. Tal era su prisa que se metió a toda velocidad dentro de las mismas zarzas con las que se había encontrado antes. Espinas como agujas le arañaron la cara y las manos, pero con un gruñido salvaje les asestó enloquecidos tajos a las ramas con el hacha y pasó de largo.

Jadeando como un perro, Malus salió dando traspiés al sendero... y de inmediato supo que no estaba solo.

En la senda, a la derecha de Malus, había tres figuras reunidas en apretado grupo. Vestían negros ropones de lana sobre calzones y botas, y sus torsos estaban protegidos por petos de plateado acero que tenían grabados elaborados dibujos y runas brujas. Iban cubiertos por pesadas capas con capucha, y sus caras se ocultaban tras pulimentadas máscaras plateadas. Tres caras femeninas labradas en metal lo observaban con curiosidad, y parecía que sus pulimentados rasgos flotaran dentro de las negras profundidades de las capuchas. Una de las figuras alzó una mano enguantada de negro, y Malus se volvió y echó a correr hacia el norte a la máxima velocidad que le permitían sus pies.


¡Rencor!
-llamó, desechando toda cautela.

Por suerte para él, el sendero de caza serpenteaba y giraba de un lado a otro, cosa que lo llevó rápidamente fuera de la vista de las creadoras de sombras. ¿Acaso se había dado de bruces con los autarii, después de todo? Las tres mujeres que acababa de ver eran brujas, de eso no le cabía la menor duda, pero ninguna bruja que hubiera visto antes llevaba máscara y armadura arcaica sobre los ropones.

A la izquierda de Malus se oyeron gritos y sonidos de movimiento; los cazadores a los que había visto cerca del árbol estaban aproximándose. Hacia el norte creyó oír otro bajo gruñido de
Rencor
. Estaba intentando calcular a qué distancia podía hallarse cuando, al girar en otro recodo, una figura con armadura apareció en la senda, justo delante de él.

Por un fugaz segundo Malus pensó que una de las brujas lo había adelantado volando para cortarle el paso. La figura llevaba ropones negros y máscara de acero plateado, pero las ornamentadas placas arcaicas cubrían al cazador desde el cuello basta la punta de los pies, como en el caso de un caballero de verdad. Dos espadas colgaban de su cinturón,
y
llevaba el rostro oculto tras una máscara que tenía la forma de un demonio de burlona sonrisa. Un
hadrilkar
de oro bruñido brillaba en las profundidades de la capucha del personaje.

El cazador alzó una mano guarnecida con un guantelete. Malus estaba demasiado cerca como para acometerlo con el hacha, así que optó por sujetar el mango justo ante sí mismo
y
cargar directamente contra el guerrero. Con un estruendo de madera contra acero, la figura enmascarada cayó hacia atrás, y Malus saltó por encima de ella sin alterar el paso.

Detrás de él sonaron más gritos, y luego oyó un sonido sibilante de algo que se deslizaba por el aire detrás de él. Algo pesado lo golpeó entre los omóplatos, y a continuación una red de acero le envolvió el pecho y los brazos en un abrazo temible. Ganchos con punta de anzuelo le rasparon la armadura y se atascaron en las junturas que mediaban entre las placas, y de repente Malus perdió el equilibrio, tropezó y se fue de bruces. Intentó recuperar la estabilidad mediante un furioso esfuerzo, pero entonces un pie se le trabó en una raíz que afloraba del terreno y él cayó de cabeza al suelo.

El noble se debatió y rodó sobre sí mismo, forcejeando en la implacable presa de la red. Mientras luchaba se oyeron pasos detrás de él, y tres figuras enmascaradas aparecieron en lo alto, a su lado. Una lo cogió por los tobillos y lo hizo girar diestramente para tenderlo de espaldas, mientras otra echaba mano de los pliegues de la red que quedaban sobre su pecho. El tercer guerrero se mantuvo a un par de pasos de distancia y desenvainó la espada con lentitud.

Con un gruñido, Malus recuperó la libertad de un pie cuando el hombre que sujetaba la red comenzaba a enderezarse. Por impulso, el noble le dio una patada al guerrero en un costado de la cabeza, y éste cayó de lado con una maldición apagada por la máscara; entonces, arrastró consigo una parte de la red y dejó libre el brazo derecho de Malus. El guerrero que había estado sujetándolo por los pies lo soltó para lanzársele encima, pero el noble rodó rápidamente hacia la izquierda y se desenrolló de la red. Tras hacer retroceder al segundo guerrero con un salvaje barrido de hacha, Malus se puso trabajosamente de pie justo en el momento en que el espadachín enmascarado lo acometía por la izquierda.

La espada del guerrero fue apenas un destello plateado en la lobreguez del bosque. Sólo el instinto de batalla salvó a Malus; sin pensarlo, se apoyó en el pie derecho y bloqueó el golpe de espada con el mango del hacha. Pero resultó que la fuerza de la embestida casi hizo caer a Malus de rodillas, y antes de que pudiera recuperarse, el espadachín volvió a acometer con otros dos fuertes golpes que casi derribaron al noble.

Quienesquiera que fuesen los guerreros, eran oponentes duros y diestros. Sin que cruzaran una sola palabra entre ellos, los enmascarados se desplegaron en un semicírculo amplio claramente destinado a acorralarlo. Sin embargo, los otros dos mantuvieron las espadas dentro de las vainas y dejaron que fuera el espadachín solitario el que castigara la desfalleciente guardia de Malus. El noble cedía terreno con rapidez; aunque se retiraba por el sendero en dirección norte, sin duda uno de los cazadores se situaría detrás de él y le cortaría la retirada.

Recibió otro brutal golpe en el mango del hacha y se arriesgó a hacer una precipitada finta hacia la cara del espadachín. El corto barrido detuvo el avance del guerrero durante medio segundo, pero con eso bastó para que el noble girara sobre la punta del pie izquierdo y acometiera al cazador enmascarado que había dado un rodeo para situársele detrás. Pillado por sorpresa, el guerrero intentó retroceder, pero el noble cargó contra él con un rugido bestial y le acertó un despiadado tajo que le arrancó chispas del ornamentado peto. La potencia del golpe derribó al guerrero, y el noble pasó a la carga junto a él y continuó por el sendero.


¡Rencor!
—volvió a llamar. Al instante le respondió un brusco siseo desde apenas diez metros a la derecha de la vereda. Sin vacilación, el noble se lanzó sotobosque adentro, segando con salvajes barridos del hacha los arbustos y los arbolillos jóvenes que se interponían en su camino. Si lograba llegar junto al nauglir, podría volver el curso de la batalla a su favor.

Malus percibió el penetrante olor de la sangre derramada. Más adelante atisbo el escamoso lomo del gélido y sonrió con ferocidad. La bestia de guerra había arrastrado a su presa hasta otro claro situado casi cien metros por encima de la depresión.

—¡Arriba,
Rencor
, arriba! —le gritó a la bestia, que estaba agachada.

Malus sabía que los guerreros enmascarados lo seguían de cerca, a pocos metros de distancia. Al irrumpir en el claro, buscó con los ojos el hato de tela que contenía la Espada de Disformidad e iba sujeto al lomo del gélido.

Pero vio una figura de negros ropones que estaba de pie cerca de la silla de montar del nauglir. Una mano enguantada reposaba sobre un costado del cuello de
Rencor
, y los ojos del gélido se dirigían al suelo en gesto de sumisión. La bruja miró impasiblemente a Malus desde las profundidades de su máscara de plata, mientras él se detenía de manera brusca.

Otras dos brujas se deslizaron silenciosamente desde las sombras por la derecha y la izquierda de Malus, cada una acompañada por dos guerreros, que avanzaron con las espadas desnudas. Los tres perseguidores del noble llegaron al claro detrás de él, de modo que quedó completamente rodeado.

Malus giró con lentitud sobre sí mismo y contempló por turnos a cada cazador. Su mirada fue de una cara enmascarada a otra, consternado y perplejo ante la extraña apariencia de las figuras. Se dio cuenta de que no se trataba para nada de autarii. Ningún grupo de sombras sería tan disciplinado.

El noble se detuvo a pensar. Todos los guerreros llevaban el mismo collar de oro. Eran de oro, no de plata, y menos de acero plateado. Al observar con mayor atención uno de los
hadrilkars
, Malus vio que estaba forjado en forma de dos dragones entrelazados.

Se quedó sin aliento. Comprendió que no se trataba de meros cazadores. Sabía quiénes eran, aunque pocos los habían visto cara a cara.

Eran los guardias y agentes personales del Rey Brujo. Los infinitos.

5. La fortaleza de hierro

Hielo oscuro afluyó a las venas de Malus cuando los guerreros se cerraron a su alrededor.

La ola de poder demoníaco lo conmocionó y le arrancó un alarido de horror. El tiempo se estiró como la cuerda de un arco; los movimientos de los infinitos se ralentizaron hasta dar la impresión de que se arrastraban, mientras que el cuerpo de Malus hervía de despiadado vigor. Interiormente, el noble retrocedió con terror y asco ante aquella inesperada salvación.

—Yo no he pedido esto, demonio —siseó—. ¡No puedes obligarme a aceptar tus malditos dones!

—Las cosas han cambiado, Darkblade —dijo Tz'arkan, cuya risa fue como un temblor sobre la piel de Malus—. Ahora tengo libertad para protegerte como me parezca más conveniente. Sería de esperar que me estuvieras agradecido. ¿Imaginas que Malekith ha enviado a sus escogidos con órdenes de matarte? Si te hubiera querido muerto, podría haber enviado a diez mil lanceros al interior del bosque para hacerte salir como si fueras un oso. No, están aquí para arrastrarte hasta Naggarond cargado de cadenas, donde sufrirás tormentos que ningún druchii cuerdo podría imaginar.

BOOK: El señor de la destrucción
7.01Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

No Stone Unturned by India Lee
Egypt by Patti Wheeler
You, and Only You by McNare, Jennifer
The Weeping Ash by Joan Aiken
Mr. Unlucky by BA Tortuga
Trial by Desire by Courtney Milan
Comanche Dawn by Mike Blakely