El templario (35 page)

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Authors: Michael Bentine

BOOK: El templario
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«Muchos de los conocimientos sobre el uso de las hierbas y plantas medicinales provienen de los mundos musulmán, griego y latino. En Catay también se encuentran aquellos que han realizado estudios concienzudos de un sistema de nuestro organismo que, según creen, rige los efectos de nuestros sentidos y los procesa en forma ordenada dentro de nuestro cerebro.

«He tenido muchos pacientes que han sufrido cortes de espada y otros golpes traumáticos en la cabeza. A menudo su cerebro quedó afectado y a veces se les paralizaron los miembros, aun cuando los brazos y las piernas no parecían haber recibido herida alguna. Mediante masajes intensos, que son un invento de los árabes, he observado que a menudo puede lograrse que recuperen en parte, si no totalmente, la movilidad del pie, la mano, la pierna o el brazo afectado.

«De ello se desprende que debe de existir un sistema de comunicación en el organismo que denominamos nervios. Estos actúan como transmisores de las señales del cerebro a los distintos órganos y extremidades del cuerpo, de ida y de vuelta. Además, aplicando presión en ciertas zonas especificas del cuerpo, como en una de las principales arterias del cuello, llamada carótida, se puede provocar un estado de inconsciencia casi instantáneamente.

«Inversamente, creo que el estímulo del masaje y del «flujo sanador», que ciertas personas muy enérgicas pueden transmitir a una persona herida, mejora a los pacientes que han quedado seriamente debilitados. Combinando estas técnicas con una dieta regular de alimentos nutritivos, mis colegas y yo, con la ayuda de Alá, os hemos devuelto la salud en un grado considerable.

—Por lo cual, os estaremos eternamente agradecidos —dijo Simon, mientras Belami asentía vigorosamente con la cabeza.

—No obstante, sin vuestro deseo de vivir y de recobrar la salud, nuestros esfuerzos de nada hubiesen servido. ¡En última instancia, parece que es el paciente quien decide si quiere seguir viviendo o no! Eso y, por supuesto, la voluntad de Alá.

Maimónides era un devoto deísta.

En el palacio había una excelente biblioteca y en el terreno de sus jardines se levantaba un observatorio astronómico, dotado de una altísima escalera de piedra, que se elevaba hacia el cielo, que constituía un magnífico puesto de observación para determinar la posición relativa de los astros. También había un estanque circular de puro mármol blanco rodeado de varios bancos de piedra, en cuyas aguas claras como el cristal se reflejaba una imagen perfecta del cielo nocturno.

Una torre circular, en el interior de la cual ascendía una escalera de caracol, brindaba aún otro excelente observatorio para la astronomía de posición por medio de ventanas abiertas en sus muros con exacta precisión matemática.

Los astrónomos árabes poseían un extenso conocimiento de las estrellas, muchas de las cuales, como Aldebarán, Mizar, Altair y Niobe, fueron bautizadas en honor de los descubridores.

Aparte del uso de la astronomía en el arte de la navegación, el conocimiento pleno de las divisiones en estaciones del año solar y los efectos de las fases lunares en las cosechas, en el apareamiento de los animales y los ciclos de gestación era de fundamental importancia en aquella parte del mundo, donde el hambre y la sequía podían hacer estragos terribles.

Simon estaba fascinado por los vastos conocimientos de los musulmanes sobre astronomía y lo intrincado de sus instrumentos. Su alegría fue completa cuando una mañana un sonriente Maimónides le llevó un inesperado visitante.

Era Abraham-ben-Isaac.

Maestro y discípulo se abrazaron en silencio, demasiado emocionados para hablar. Por fin, Simon encontró la voz.

—¿Qué estáis haciendo aquí en Damasco?

—El destino, como siempre, ha guiado mis pasos hasta esta bella ciudad..., o, para ser más preciso, la suerte quiso que montara un camello hasta Damasco. —El sabio se frotó las posaderas—. No se hizo para mí ese sistema de transporte, y mis épocas de jinete hace tiempo que pasaron. A falta de una adecuada silla y cuatro forzudos nubios para llevarme, sólo me quedaba la opción de elegir un camello.

—¿Qué ha sucedido en la cristiandad? Hemos estado fuera del mundo. A no ser por la gran bondad, conocimientos y compasión de estas buenas personas, tanto Belami como yo estaríamos muertos hace muchas semanas.

Simon estaba sediento de noticias de la Jehad. Sólo ahora se daba perfecta cuenta de cuán aislados habían estado durante el periodo de curación y la larga convalecencia. Advertía con sentimiento de culpa que, a causa de todas las maravillas de Damasco, no se había detenido a preguntar qué sucedía fuera de las murallas de la ciudad y la órbita inmediata de su lugar de recuperación.

Abraham se sonrío.

—Tantas cosas han ocurrido, que resulta difícil saber por dónde empezar. Después del desastre de Hittin, nada pudo detener a Saladino. Sólo Tiro y Acre siguen firmes en manos cristianas, aunque algunos castillos aislados, como Krak des Chevaliers, aún resisten. Hasta Jerusalén ha caído, después de un corto estado de sitio.

Belami acotó:

—Las murallas eran lo suficientemente fuertes. ¿Cuál fue el sector que Saladino atacó?

—El oriental —repuso Abraham—. Sus zapadores abrieron una brecha y parte de la muralla se derrumbó. Al parecer no hubo mucho espíritu de resistencia.

Belami manifestó su disgusto con un gruñido.

—¿Muchos muertos? —preguntó Simon, con ansia.

—Relativamente pocos. El rey Guy y el duque Raimundo ya habían desmembrado previamente la guarnición. Jerusalén cayó sin necesidad de provocar una gran matanza. Saladino se mostró extremadamente compasivo y dejó que la mayoría de los ciudadanos abandonaran la Ciudad Santa mediante el pago de un rescate simbólico, de sólo unos pocos besants. A los más ancianos o pobres les dejó en libertad sin siquiera el pago de esa pequeña suma.

«Saladino tiene más interés en restaurar y volver a consagrar los muchos lugares sagrados musulmanes que inexcusablemente los cristianos destruyeron, que en quitarles a los ciudadanos de Jerusalén las pocas monedas de oro que les quedaban. Es realmente un gran hombre. Si se hubiesen dado vuelta las tornas y De Lusignan, Raimundo y Heraclio hubieran sido los triunfadores, todos los prisioneros musulmanes habrían sido pasados por las armas. Saladino ha dado a la cristiandad una gran lección de piedad y generosidad. Con tristeza debo decir que no puedo nombrar a ningún noble cristiano que pueda aprovechar esa gran lección.

«Heraclio, el patriarca, tenía más interés en apoderarse de los tesoros de Jerusalén acumulados a lo largo de los años, que en agradecer a Saladino que le perdonara la vida y le dejara todas sus pertenencias.

«Daba asco ver a la Ciudad Santa saqueada no por los sarracenos, que la trataron con notable respeto, sino por los avarientos notables cristianos, que han robado de los altares y lugares sagrados todos los objetos de valor a que pudieron echar mano.

La risotada despectiva de Belami contrastaba con el disgusto de Abraham.

—Ese condenado patriarca debe de ser un adorador del diablo. Tiene la misma suerte de Satanás cuando se trata de salvar el pellejo. ¿Qué se sabe de Raimundo de Trípoli y la princesa Eschiva? La última vez que vi al duque Raimundo, huía al galope de Hittin en un veloz caballo.

—Se rumorea que murió de pena y de mortificación en Acre, a pesar de que Saladino permitió que su esposa se uniera a él con todas sus pertenencias. De Chátillon también está muerto, decapitado por el propio Saladino.

—¡Eso me hace creer en la Justicia Divina! —exclamó Belami—. ¿Y qué hay de De Lusignan?

—Liberado con rescate, después de formular un sagrado juramento..., del que Heraclio le ha dispensado, por supuesto. El rey Guy actualmente resiste en Tiro.

—¿Y nuestro aguerrido Gran Maestro? —preguntó Belami, con tono preñado de desprecio.

—Gerard de Ridefort está conspirando para recuperar los territorios perdidos. Tiro resiste principalmente a causa de la iniciativa de Conrad de Montferrat. Se hizo a la mar desde Bizancio con una resuelta fuerza de caballeros francos y asumió el mando en Tiro poco antes de que las tropas de Saladino quebraran sus defensas. Se trata de una posición vital, que protege el estrecho cuello rocoso que une el puerto de Tiro con la tierra firme de ultramar. Después de meses de sitio, aún sigue firme.

«De Montferrat es un líder nato. Saladino cometió un grave error al retirarse de allí. Le hizo perder el impulso que llevaba después de la matanza de Hittin. Hasta llegar a Tiro, los sarracenos asolaron ultramar casi sin encontrar resistencia.

—¿Cómo pudisteis escapar de Jerusalén y cruzar las líneas sarracenas? —preguntó Simon.

Maimónides intervino:

—Yo mandé a buscar a Abraham y obtuve un Iaissez-passer de Saladino. Raimundo estaba muerto, por lo tanto no tenía benefactor alguno. Un erudito como mi buen amigo es más útil construyendo instrumentos para nuestro observatorio en Damasco, que buscando a otro patrocinador cristiano.

Con todas las emociones de la llegada de Abraham y las lecciones de Maimónides sobre los principios de la anatomía, la medicina y los fundamentos de la física y el conocimiento de las hierbas, la mente de Simon tuvo poco tiempo para entretenerse pensando en la adorable Señora de Siria; pero por la noche, sus sueños se llenaban con su imagen. Simon estaba profundamente perturbado.

Una situación similar enfrentaba Sitt-es-Sham. Ella amaba a Simon, pero estaba confundida con respecto a cómo debía presentarse a él. No se trataba de un infiel común y corriente que se hubiera alegrado de poder sacar ventaja por el hecho de haberle salvado la vida. Simon era un hombre honorable, evidentemente tímido e inexperto en las lides del amor.

Sus principios y escrúpulos constituirían un obstáculo difícil de salvar si la Señora de Siria pretendía ofrecérsele. Además de todo esto, existía la posibilidad de que, de hecho, la madre de Simon de Creçy y la de ella hubiesen sido hermanas. La situación requería una profunda meditación y el consejo de algún amigo de confianza. Ese amigo, decidió ella, era Maimónides.

El médico judío no sólo aconsejaba a Saladino sobre temas médicos, sino a toda su familia también. Sitt-es-Sham solicitó su consejo, «en nombre de un familiar cercano», lo que, por supuesto, era pura invención. Maimónides tenía una maliciosa idea de la gravedad de la situación en que la Señora de Siria se encontraba. Después de ponderar sus palabras, le dijo:

—Saladino posee un gran sentido del honor, y su gratitud es más que manifiesta. Sé que respeta profundamente a los dos servidores templarios, mientras que la Orden del Temple ha sido el objeto de su ira hasta la fecha. Me contó que desea comentar con los servidores las nuevas tácticas con la caballería y la infantería. Entiende que Simon de Creçy es un excelente estudioso y, a cambio de haberle salvado la vida a vuestra alteza, tiene la intención de preguntar a esos valientes qué es lo que más complacería sus deseos. Ya sabe que Belami es un hombre que goza de la belleza y el amor de las mujeres, por lo que sin duda Saladino dará las instrucciones necesarias para que las huríes de la corte satisfagan las necesidades del servidor mayor en ese sentido.

«Sin embargo, no me parece que nuestro Gran Jefe acepte muy complacido la idea de que un miembro de su familia se vincule con un joven infiel a no ser por lazos matrimoniales, lo que significaría la conversión de él a la fe del islam. ¿Habéis dicho, alteza, no es cierto, que el familiar que se encuentra en esta difícil situación es una prima vuestra?

Sitt-es-Sham inclinó la cabeza en señal de asentimiento.

—Sin embargo —continuó Maimónides—, no creo que vuestro hermano se oponga a una íntima amistad, siempre y cuando a priori, ello no traiga complicaciones.

«Por lo tanto, yo aconsejaría a vuestra prima, alteza, que sea absolutamente discreta. Por mi parte, borraré de inmediato el asunto de mente.

Fue un buen consejo, y Sitt-es-Sham lo siguió al pie de la letra.

Como sea que Saladino no había regresado del sitio de Tiro, el tiempo no fue enteramente un factor decisorio. En cuanto al lugar y la oportunidad, resultaron ser el observatorio, donde Abraham y Simon pasaban largas horas observando los astros.

Naturalmente, ello requirió la plena cooperación del astrónomo. Ésa fue otra cuestión que Maimónides tuvo que asegurar.

Una cálida noche perfumada por las flores, en que reinaba el lado oscuro de la luna, Simon convino con Abraham pasar unas horas de su vigilia observando el planeta Júpiter, que se hallaba en ese momento en su punto alto.

Se encontraba en la cerrada torre del observatorio, esperando a su maestro, cuando oyó el suave roce de la seda. Simon se ocultó en las sombras, pues el ruido era extraño en los recintos del observatorio.

Antes de que pudiese dar el alto al intruso reacción natural en un entrenado servidor templario, los suaves dedos de Sitt-es-Sham se posaron sobre sus labios.

Sin decir una sola palabra, ella le condujo hasta un sofá adosado a la pared del observatorio y se sentó, atrayendo a Simon a su lado.

El velo cayó de su rostro, y ella se acercó al joven Simon. Su perfume era sutilmente provocativo y la fragancia natural de su cuerpo contribuyó a despertar los sentidos de Simon.

La estrechó entre sus brazos. Sus labios se fundieron en un prolongado beso extasiado; ambos dándolo y ninguno recibiéndolo. La lengua de Sitt-es-Sham se deslizó entre los labios de Simon y la pasión de ambos fue en aumento.

Los templarios habían adoptado la vestimenta árabe desde su llegada a Damasco. En el caso de María de Nofrenoy, la cota de malla de Simon frenó las ávidas manos de la joven. En cambio, las caricias de la hermana de Saladino no encontraron semejante obstáculo. Simon estaba sumido en éxtasis mientras los finos dedos de Sitt-es-Sham exploraban su ansioso cuerpo. Cuando encontraron su virilidad, ambos lanzaron un suspiro anhelante desde el fondo de su corazón.

Sobre el mullido sofá, envueltos en la capa de la Señora de Siria, Simon de Creçy y la princesa Sitt-es-Sham se convirtieron en amantes.

Simon sintió que el Wouivre se agitaba en su sueño en tanto su éxtasis alcanzaba el clímax.

La urgencia de los suspiros de su amante real le decían que también ella sentía que se elevaba en el preciso instante que sus sedientos muslos exhalaban su espíritu. Juntos alcanzaron el pináculo del amor.

16
A GNOSIS

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