Authors: Michael Bentine
«Sin embargo, mediante el atento estudio de los mecanismos del cambio que controla toda la materia y toda la energía, un estudioso aplicado puede obtener suficiente conocimiento, dentro del rango de su compás mental, como para producir ciertos efectos en su entorno. ¿Me sigues?
Simon asintió en silencio.
—Ya te deben de haber advertido cómo debes aplicar ese conocimiento, así como cuáles deben ser los propósitos que te guíen.
De nuevo, Simon asintió con la cabeza.
—¡Bien! Entonces, comenzaremos a aprender esas técnicas. Los judíos llaman a esos senderos el Sepiroth, el Árbol del Conocimiento, y dan un nombre a cada Sepira, o etapa de experiencia..., en otras palabras, cada reino del conocimiento y del saber.
«Los persas y los judíos, que aprendieron ese concepto de los antiguos egipcios, han establecido un número mínimo de siete planos del pensamiento, que es la cantidad de planetas que sabemos que existen. Puede haber más.
«Según me cuenta Abraham, eres capaz de alcanzar el reino creativo de Netsach a voluntad, en la forma de una experiencia onírica, en la cual, me dice también, puedes ejercer un control efectivo sobre tus actos y observaciones. Eso en sí mismo es un viaje a lo largo del ancho camino de la gnosis.
—Cuando soñaba bajo la influencia de las drogas analgésicas de Maimónides —explicó Simon—, descubrí que no podía ejercer control alguno.
Los ojos de Osama brillaron con interés.
—Eso es un error muy común, pero en tu caso un error involuntario, en el que muchos investigadores de la verdad caen estrepitosamente. Creen que narcotizando la mente con la raíz de la mandrágora o comiendo el hongo sagrado pueden liberar a la esencia de su ser para que vague a voluntad; en cambio, claro está, como sabes por experiencia, lo que sucede es que la voluntad queda aletargada por el poder de la droga, y se encuentran varados, sin volición, en cualquier lugar dentro de los diferentes planos de la experiencia. En ese sitio yace la locura.
«Yo te enseñaré técnicas definidas; mediante la meditación, la contemplación de símbolos sagrados y aprendiendo a reconocer las indicaciones simbólicas en cada sendero. Eso te permitirá conocer si te engañas o si tienes absoluto control de tu viaje mental. Eso es lo que los caballeros templarios intentan lograr en las casas capitulares de la Orden. Allí, practican rituales mágicos en grupo.
Simon estaba perplejo. Nunca se le había ocurrido que los templarios fuesen magos.
Osama insistió en ese punto.
—El error radica en los motivos que tienen para hacerlo. En la época temprana de la Orden, cuando la pobreza y el celibato eran sus principios guías, esas férreas disciplinas forjaron a los primeros templarios fundadores hasta convertirles en hombres de una gran fuerza de voluntad. Sus propósitos eran impecables y con toda seriedad buscaron y encontraron la gnosis, aquí en Oriente. Algunos dicen que Hugues de Payen y Godefroi de Saint Omer, junto con otros, encontraron la perdida Arca de la Alianza, oculta entre las minas del Templo de Salomón en Jerusalén. Eso puede ser así. Pero innegablemente la Ciudad Santa es tan sagrada para nosotros, el pueblo musulmán, como lo es para los cristianos y judíos. Por lo tanto, nosotros respetamos lo que los templarios trataban de hacer.
«La Piedra de Abraham es el sitio donde tu religión comenzó como una entidad social, y donde se fundó también nuestra religión. Se cree que Jesús dijo a Pedro, el pescador de Galilea: «Tú eres la Piedra sobre la que construiré mi Iglesia».
«La religión judía original de vuestro Señor también se fundó sobre una piedra, la Piedra de Abraham. La misma piedra donde Mahoma, el fundador de nuestra fe, fue llevado por los ángeles en un sueño con el fin de fundar, o de hacerla realidad si lo prefieres, la Fe del Islam.
«En cada caso, los motivos de Abraham, de Jesús o de Mahoma eran inmaculados, impecables y generosos. Lo que hacían, según creían, era cumplir la Voluntad de Dios. Pero, en el caso de los Capítulos de los templarios, el propósito original de dedicación desinteresada a la Voluntad de Dios actualmente ha conducido a la parte más oscura de su religión: la búsqueda del poder temporal y la ventaja política. Su poderosa flota surca los mares en busca de ganancias y beneficios; su intrincado sistema de plazas fuertes protectoras a lo largo de las rutas de peregrinaje sirve para vigilar el traslado de grandes riquezas así como también evitar que los peregrinos vulnerables sufran daño.
«Los propósitos de los templarios ya no son impecables, aun cuando saben bien cómo utilizar los poderes mágicos básicos que se les dieron para que estudiaran la gnosis.
La voz de Osama se agudizó:
—Te digo, hijo mío, que un día no muy lejano, cuando las cruzadas ya no se libren más por la fe, sino sólo por las ganancias, los templarios serán destruidos por la avaricia de los demás, sus templos serán derrumbados, y sus nombres y su reputación, denostados.
Simon estaba muy afectado.
—Pero fue deseo de mi padre que me convirtiese en caballero templario. Yo pretendo seguir el camino de la búsqueda del Santo Grial.
Su voz delataba su profunda congoja. Los ojos de Osama brillaban con compasión.
—Y así lo harás, Simon.
Cada día que pasaba en compañía de Osama era un periodo de autoconocimiento. Simon aprendió más sobre sus defectos y sus fuerzas con la guía del sabio que nunca antes, ni siquiera con la ayuda de Abraham y Maimónides. Fue un tiempo maravilloso; un interludio mágico, como debe ser entendida y practicada; sobre todo, fue un tiempo cósmico, el orden total del pensamiento, unido con el amor a Dios.
Una vez más, junto con la esencia de la filosofía de los gnósticos, Simon practicó la aplicación de todos los principios del Cosmos. La matemática, la astronomía, la arquitectura y los principios básicos de la medicina, todo adquirió un nuevo significado a la luz de la gnosis.
El joven normando ahora sabía que nunca seguiría el actual sendero de los templarios. Por supuesto que seguiría protegiendo los caminos de peregrinaje, pues por eso había tomado los votos como servidor de la orden. Simon jamás abjuraría de su fe cristiana, por lo que continuaría luchando contra los paganos, a pesar de lo mucho que ahora les respetaba. Bregaría por recuperar de nuevo Jerusalén y la Vera Cruz, pero sería mucho más compasivo para con los paganos; del mismo modo que Saladino y sus sabios maestros lo habían sido para él.
Simon había madurado verdaderamente hasta llegar a la plena flor de su caballerosa masculinidad. Sobre todo, había conocido el amor de una gran dama. Estaba cerca el momento de su reincorporación a la Cruzada.
Había transcurrido más de un año desde los horrorosos sucesos de Hittin. A fines de 1188, Simon le dijo a Belami, que estuvo esperando pacientemente su decisión, que deseaba volver a unirse a las fuerzas templarias en Acre.
Juntos, solicitaron de inmediato audiencia para ver a Saladino. El sultán ya sospechaba lo que sus huéspedes querían decirle. Les saludó cordialmente.
—¿Qué puedo hacer por vosotros, amigos míos?
Simon, de acuerdo con lo acordado, actuó de portavoz.
—Señor hemos gozado de vuestra espléndida hospitalidad por más de un año. Ha sido una temporada de enorme placer y hemos conocido muchas cosas maravillosas. Por todo ello os estamos muy agradecidos.
Saladino les observaba con expresión burlona, mientras una ligera sonrisa se insinuaba en las comisuras de sus labios.
—Me encanta que mi humilde hospitalidad os haya complacido —dijo, sin ironía. Miró a Belami—. Confío en que habréis gozado con las bellezas de Damasco, servidor Belami.
El veterano sonrió, sabiendo a lo que se refería Saladino.
—Nunca había visto tantas preciosidades antes, señor, ni me había sentido mejor a causa de ello.
La risa del sultán procedía directamente de su vientre.
—Eso me ha informado el capitán de la guardia. Sois extremadamente popular entre las damas, servidor Belami.
La sonrisa de Belami era más amplia que nunca. Saladino se dirigió a Simon:
—Osama tiene un elevado concepto de vos, servidor Simon. Me dice que vuestra aptitud para el aprendizaje le recuerda la mía, cuando era discípulo suyo, hace muchos años. —Se inclinó hacia adelante—. Me gustaría que pasarais unas cuantas tardes conmigo, comentando los puntos más delicados de la gnosis, y que me dijerais vuestro parecer con respecto a lo que os ha sido revelado.
Simon le dio las gracias tartamudeando. Saladino le hacía un alto honor. Belami estaba orgulloso y encantado.
—Ahora, decidme —pidió el sultán—, ¿por qué habéis pedido esta audiencia?
Simon habló sin vacilación.
—Ambos consideramos que ha llegado el momento de volver para cumplir con nuestro deber.
Saladino asintió pensativamente con la cabeza.
—Comprendo vuestra inquietud, amigos míos. Pero también tenéis que comprender la mía. Devolver a dos guerreros tan cabales, para que luchen contra mí, sería una tontería. No sois mis prisioneros, sino mis huéspedes de honor; sin embargo, habéis jurado restaurar vuestro reino cristiano en Jerusalén y volver a recuperar vuestro símbolo sagrado, la Vera Cruz.
«Por lo tanto, es inevitable que volváis a ser, una vez más, mis declarados adversarios. Eso quiere decir que muchos de mis soldados pueden morir bajo vuestra hacha de guerra, espada o lanza. También recuerdo vuestra destreza en el uso del arco, servidor Simon. Por todo ello, debo haceros una proposición.
Los templarios esperaron expectantes mientras Saladino sopesaba cuidadosamente sus próximas palabras.
—Os ofrezco a ambos la fe del islam.
Aquél era un honor que sólo ofrecía a unos pocos elegidos. Los dos servidores se quedaron sin habla. El sultán miró fijamente a Simon, escrutando con sus ojos lo más hondo de su mente.
—Tengo razones para creer que vos, servidor Simon, os quedaríais gustoso entre nuestros sabios por el resto de vuestra vida. Sé que vos, servidor Belami, sois absolutamente fiel al juramento de proteger a vuestro joven servidor con la vida.
Ambos asintieron con la cabeza.
—Hice votos de proteger a Simon, sin importar lo que sucediera —dijo Belami.
Los labios de Saladino se distendieron en una amplia sonrisa.
—Entonces, Simon de Creçy..., ¿o debería decir, Simon de Saint Amand?, hijo de un hombre por quien también sentí gran respeto y honor..., si vos decidís quedaros, sea que os convirtáis al islamismo o no, el servidor Belami hará lo mismo.
De nuevo el veterano asintió.
Saladino se acercó a Simon y le puso las manos sobre los anchos hombros.
—Mi joven guerrero y amigo, si desearais adoptar la fe del islam, no pondría obstáculo alguno para que os casarais con una dama musulmana. —Hizo una pausa elocuente—. Aun con un miembro de mi propia familia.
Simon se sonrojó. Saladino le abrazó.
—De vos depende, pues, que optéis entre vuestro amor al saber y el amor de una mujer, y vuestro deber para convertiros de nuevo en mi declarado enemigo.
La mente de Simon era un torbellino. El sultán advirtió su confusión.
—Naturalmente, no tenéis que tomar la decisión en este preciso momento. Venid a verme esta noche, solo o ambos, como queráis. Como muestra de lo mucho que confío en vosotros y de lo mucho que os respeto, podéis venir armados y dormir en la habitación contigua a la mía.
Los templarios se miraron el uno al otro, saludaron e hicieron la formal obeisance a Saladino y abandonaron la sala.
De vuelta en sus aposentos, Belami dijo:
—He aquí el hombre más notable que haya conocido nunca. Comparándole con nuestro Gran Maestro, el maldito Gerard de Ridefort, dudo de la validez de mi juramento como templario. Sin embargo, una vez tomado, ese juramento sólo se puede revocar mediante una resolución formal del propio Gran Maestro, sea quien fuere.
«Pero, Simon, también formulé el juramento sagrado de protegerte, querido ahijado, y si decides quedarte, debo hacer honor a ese sagrado juramento sobre todo lo demás..., pues le di mi palabra de honor a mi reverenciado Gran Maestro Odó de Saint Amand.
—¡Pobre Belami! —dijo Simon—. Parece que llevas las de perder por ambas partes.
—Mejor di, Simon, que llevo las de ganar por ambas partes. Mientras tenga clara la conciencia, estoy tranquilo. Tú decides, querido ahijado.
—Amo a Sitt-es-Sham y sé que ella también me ama. Ahora sé que si me convirtiese al islamismo, Saladino me aceptaría como su cuñado.
«Asimismo, amo el saber, y aquí, en la Tierra Santa del islam, se encuentra el centro de la gnosis, la Fuente del Conocimiento.
Belami se inclinó hacia adelante, con una expresión llena de compasión. Conocía la lucha que se estaba librando en la mente de su ahijado.
—No obstante —siguió Simon—, mi padre quería que fuese un caballero templario y, como servidor templario, he formulado el voto de alianza a la Orden. Por lo tanto, no tengo más opción que regresar al cuartel general de la Orden en Acre.
Belami se tranquilizó.
—Sabía que dirías eso, Simon. Eres sin duda hijo de tu padre. —El veterano le cogió por los hombros—. Ve y mantén una discusión erudita con Saladino. Será mejor que no te acompañe. —La sonrisa del viejo soldado se tornó más amplia—. Además, si debemos regresar a Acre, debo gozar de las bellezas de Damasco todo cuanto pueda.
Belami volvió a disfrutar de las delicias de sus huríes y, esa noche, Simon se presentó en los aposentos reales de Saladino.
El sultán estaba en su mejor forma. Comentaron sus respectivas actitudes con respecto al gnosticismo hasta bien entrada la noche. Como ambos eran sabios por naturaleza, a pesar de ser guerreros sus opiniones las vertían y las recibían con honrada humildad y equivalente respeto. Había poco desacuerdo entre ellos, pues ambos seguían el mismo camino amplio. La única diferencia residía en su personal enfoque al gnosticismo. Saladino se servía del Corán como palabra de Dios; Simon, de la Santa Biblia.
Los dos profetas a quienes seguían habían interpretado la gnosis a su manera; sin embargo, los principios básicos eran idénticos.
La verdad, la compasión, la piedad y el amor de Dios eran los requisitos fundamentales para la gran obra de la Divina Alquimia.
Un afecto auténtico había nacido entre los dos hombres, el musulmán y el infiel. Su respeto mutuo acortaba los años de diferencia que existían entre ambos. Saladino estaba al filo de la cincuentena. El estudio y los duros combates habían constituido su carga cotidiana. A pesar de ser fuerte, el cuerpo del líder sarraceno había sufrido el castigo de las fiebres y las tensiones. Ya no era tan resistente como otrora.