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Authors: Eric Van Lustbader

Tags: #Intriga, #Aventuras

El testamento (57 page)

BOOK: El testamento
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—Supongo que quiere hacer algo con respecto al norteamericano —dijo Spagna.

Osman Spagna, un hombre acostumbrado a las conversaciones a través de los teléfonos móviles, jamás usaba nombres cuando hablaba.

—Sí, efectivamente.

Con un siniestro burbujeo de su poderoso motor, el
motoscafo
abandonó el muelle en dirección a la laguna.

—Puedo encargarme de eso.

—No del modo que imagina.

Jordan conocía perfectamente el significado de las palabras de Spagna; para ser un oscuro ingeniero, era un individuo sediento de sangre.

—Aquí se impone otro tipo de solución, una lección imborrable que no debe olvidarse. Quiero al norteamericano obediente, no muerto; de otro modo, simplemente tendré ante mí un agujero que deberé llenar de tierra, y eso es algo que no puedo permitirme en este momento.

—Es comprensible —dijo Spagna.

El aire húmedo y pegajoso de la noche se adhería a Jordan como una mortaja, haciendo que se sintiera intranquilo, y se alejó hacia uno de los costados del
motoscafo
. Se acercaban al muelle del hotel, donde dos de sus caballeros estaban esperándolo.

—Déjame pensar, le encantan los coches.

—¿A qué norteamericano no?

Jordan se echó a reír.

—Ferrari, ¿verdad?

—Toda una pasión —asintió Spagna—. Tiene una docena.

—No por mucho tiempo. —Jordan frunció la nariz al pisar el muelle. «Esta pestilencia es indudablemente medieval», pensó. Venecia era como la muerte, un cadáver descompuesto que alguien se había olvidado de sepultar. Estrechó las manos de los caballeros, pero no podía esperar a seguir su camino—. Personalmente, no me interesan los Ferrari, demasiado llamativos. Encárgate tú, Osman.

—Inmediatamente. —Spagna no pudo ocultar el júbilo en su voz—. Tiene dos coches antiguos que nunca podrá reemplazar.

—No obstante, si puedo juzgar el carácter de las personas, yo diría que esa pérdida sólo conseguirá llamar su atención. Como todos los norteamericanos, ese hombre necesita que lo golpeen repetidamente en la cabeza antes de aprender modales. —Jordan, con la mente funcionando a toda velocidad, añadió—: Si no recuerdo mal, tiene un hijo.

—Una hija, de diecinueve años —confirmó Spagna—. Una chica muy guapa, a juzgar por la foto que tengo aquí. Ella es… ¿cómo lo dicen los norteamericanos? Ah, sí… la niña de sus ojos.

—Estados Unidos es un país peligroso, según me han dicho, con ciudades asoladas por crímenes violentos; violaciones, palizas y otras cosas por el estilo. —Jordan se alejó unos pasos de sus caballeros, hacia el final del muelle, y bajó la voz—. Éste es un asunto delicado, Osman. No quiero que haya una investigación. Un simple robo, un encuentro en una calle oscura, una conmoción, seguido de una ambulancia, una camilla, los corazones en las gargantas, los padres llorando, finalmente una especie de recuperación, tú sabes bien lo que se necesita en estos casos.

—Naturalmente, señor.

Jordan guardó el teléfono móvil y regresó a reunirse con sus caballeros. Estaba ansioso por ponerse al día acerca de la conspiración que Cornadoro y su madre estaban tramando a sus espaldas. La primera palabra susurrada en su oído contribuyó a levantar su ánimo de forma considerable.

—Sé donde está Trabzon —dijo.

Estaba pensando en el ataque de los caballeros al cuartel general de la orden hacía ya muchos siglos, estaba pensando en cómo la historia, finalmente, cierra los círculos.

El cielo estaba bajo, granuloso como los ojos de un soldado insomne, cubierto de gris por un manto de nubes, cuando Bravo salió del hotel con sus ropas hediondas. Había dormido casi doce horas seguidas y hacía un par de horas que el mediodía había quedado atrás. Primero se dirigió a Ataturk Alani, la enorme plaza central cuadrada de la ciudad, y desde allí continuó al oeste por una calle flanqueada de clubes y tiendas de ropa. Era un lugar feo, con monstruosos edificios largos y delgados que parecían luchadores derrotados demasiado aturdidos para levantarse de la estera. Podría decirse que Trabzon era una ciudad de contrastes, pero de una forma que explotaba sus visiones voluptuosas de historia local. Lo antiguo y lo moderno se codeaban en un paisaje de raído esplendor, pero, a diferencia de lo que ocurría con Venecia, el imperativo concreto del presente relegaba el pasado, espléndido y empapado de sangre, al oxidado contenedor de basura del callejón.

Entró en una tienda que exhibía en su escaparate ropa de última moda y se compró un conjunto completo que se puso antes de abandonar el local. Luego arrojó su vieja ropa a un contenedor de basura. Poco después se dirigía a Ortahisar, la Fortaleza Media, la parte antigua de Trabzon. En dos ocasiones, mientras paseaba por el bazar, pensó que alguien estaba siguiéndolo, pero los presuntos perseguidores resultaron ser un comerciante ruso ansioso por venderle un par de muñecas pintadas a mano, y el otro, un chico montado en bicicleta que no tenía otra idea en la cabeza más que ir del punto A al punto B en el menor tiempo posible. Aun así, no podía evitar recordar el ataque que habían sufrido fuera de las murallas de Saint Malo, cuando el tío Tony había aparecido para salvarlos a Jenny y a él. Al pensar en el tío Tony, los ojos comenzaron a escocerle, y Bravo enjugó las lágrimas de dolor y añoranza.

Cuando habló por teléfono con Adem Khalif, el contacto de su padre le dijo que estaba fuera de la ciudad. Khalif le había sugerido que se encontrasen para tomar una copa y cenar en un café situado en las colinas. Bravo cruzó uno de los dos puentes que unían la parte más antigua de la ciudad con la parte moderna de hormigón. Los puentes estaban tendidos sobre unas gargantas gemelas, excavadas en el lecho de roca hacía cientos de años por los ríos de aguas torrentosas, uno de los cuales, el Degirmen, era la última pista que Dexter le había dejado a Bravo en Venecia.

El café estaba colgado en una colina, tan viejo y destartalado como sus vecinos de madera. Adem Khalif estaba sentado a una mesa en el frente del local y, al ver a Bravo, se levantó y tendió un brazo de piel oscura a modo de saludo. Khalif era un hombre de hombros y antebrazos enormes. No tenía un rostro bien parecido, pero sí poderoso. Iba pulcramente vestido con unos pantalones y un polo. Resultaba evidente que no era un sacerdote.

Pescadores robustos y ejecutivos de compañías petroleras de ojos rasgados eran sus compañeros de mesa, fumaban cigarrillos de tabaco turco y observaban a un trío de «Natashas», prostitutas de la antigua Unión Soviética, de aspecto agotado, todo sonrisas rancias y pechos altos y puntiagudos, que se abastecían para sus misiones nocturnas con café negro y fuerte,
ekmek
—pan de masa fermentada—, mantequilla local y las siempre presentes aceitunas negras conocidas como
zeytin
.

—De modo que tú eres Braverman Shaw. Tu padre hablaba de ti todo el tiempo.

Adem Khalif hablaba un inglés perfecto, aunque con un ligero acento británico. Cuando Bravo le dijo que prefería que hablasen en turco, Khalif se mostró encantado. Su sonrisa era amplia y ligeramente inclinada, y brillaba gracias a los dientes de oro.

Ambos se sentaron a una pequeña mesa redonda de mosaicos bastos, junto a una barandilla de hierro forjado. La lluvia, pronosticada por las amenazadoras nubes, llegó como un invitado borracho, empapando el borde de la terraza más allá de la protección del desteñido toldo de rayas. Era más opresiva que en Venecia, si es que eso era posible.

—Un tiempo desapacible —comentó Bravo mientras se sentaba frente a Khalif.

—El verano es así en el mar Negro —dijo Khalif encogiéndose de hombros—. Uno llega a acostumbrarse a cualquier cosa.

Sirvió un poco de bebida de una botella de
raki
y ambos hicieron chocar ligeramente sus vasos. Khalif observó a Bravo mientras éste bebía el fuerte licor.

—No sale humo de tu boca, eso está bien —dijo al tiempo que volvía a llenar el vaso de Bravo. Tenía una presencia exagerada y parecía llenar el café de luz, de vida—. ¿Sabes?, para mí, siempre es de gran interés conocer norteamericanos. Estados Unidos reduce a las otras culturas a un estado de transparencia. En su lugar exporta muchas cosas de brillantes colores: Britney Spears, Bruce Willis, la anorexia, coches Ford más grandes que los Cadillac, Hummer más grandes que los Ford… Estados Unidos se ha convertido en un país de extremos, y por eso engendra respuestas extremas. El resto del mundo quiere correr a ocultarse debajo de las faldas de Estados Unidos, o bien cortarle la cabeza.

—¿Y en qué campo se encuentra usted? —preguntó Bravo.

Adem Khalif se echó a reír.

—¿Le importa si fumo?

—En absoluto.

—Bueno, eso es un verdadero alivio. —Dedicó un momento a encender un Silk Cut—. Estas marcas británicas son muy difíciles de conseguir aquí; tengo muchos problemas a causa de mi hábito. —Se encogió de hombros—. Pero quién no, ¿verdad?

En la mesa apareció de pronto otra botella de
raki
. Cuando estuvieron nuevamente solos, Khalif se inclinó hacia adelante y habló con un tono de voz más bajo, casi conspirativo.

—Yo no soy miembro de la orden. Era un conducto para Dexter Shaw, un recurso tanto para el conocimiento práctico como para las tareas de espionaje. En una palabra, yo era los ojos y los oídos de Dexter Shaw en esta parte del mundo. —Quitó una hebra de tabaco de su rosado labio inferior con las puntas del pulgar y el meñique—. Esto, como respuesta a tu pregunta anterior acerca de en qué campo estoy, ¿entiendes?

Bravo dijo que lo entendía.

—Pero permite que te pregunte si crees que es inteligente por parte de Estados Unidos provocar unas respuestas tan extremas.

—No, creo que no, especialmente porque, a pesar de todo su poder, en Estados Unidos los extremistas son una minoría insignificante.

—Pero, al igual que sucede con los extremistas en todas partes, qué desastre que pueden provocar, ¿verdad?

—Así es. —Bravo bebió un poco más de
raki
—. ¿Cuál era el interés de mi padre en esta parte del mundo?

Khalif sonrió.

—El estado de ánimo actual de los fundamentalistas islámicos, los extremistas, además de sus movimientos. Yo vigilaba ambas cosas para él.

—¿Sabe por qué? —preguntó Bravo.

—Nunca se lo pregunté —dijo Khalif—. Eso es algo que nunca haría alguien que se dedica a lo que yo hago.

—¿Se atrevería a hacer una suposición?

—Ya es la hora de cenar, ¿pedimos?

Bravo le dijo a Khalil que él eligiese los platos, algo que lo hizo incluso más feliz.

—Te encantará la comida que preparan aquí —dijo—, todo el pescado es fresco. —Cuando el camarero se marchó, Khalif llenó los vasos de ambos. Sus dientes de oro brillaban intensamente. Lo único que le faltaba para parecer un auténtico bandolero era el sable y la pata de palo—. Las suposiciones son inherentemente peligrosas. Una vez dicho esto, te diré lo que yo creo que le preocupaba a tu padre.

»Era algo que tenía que ver con Estados Unidos y con el islam, con los elementos religiosos fundamentalistas que están diametralmente opuestos entre sí, que sólo quieren ver al otro barrido de la faz de la Tierra. —Miró súbitamente a su alrededor—. Este lugar, Trabzon, no lo parece ahora, pero la importancia que tuvo en un tiempo para Oriente y Occidente, para cristianos y musulmanes, es incalculable. Era el centro del comercio, y el comercio produce riqueza, y la riqueza alimenta la guerra, igual que la religión. Aquí, todavía, en este estercolero, Oriente y Occidente se mezclan, tratando de conseguir lo mejor del otro. Tu padre, creo, vio la llegada de una nueva guerra religiosa, la última cruzada, si quieres, y quería hacer todo lo que estuviese en su poder para impedirlo.

—Por eso quería ser
magister regens
.

—A través del poder de la orden, de un uso sensato de sus secretos; oh, sí, sé de la existencia del escondite de los secretos de la orden, aunque me temo que muy poco acerca de su contenido. Pero se necesitaría a un hombre muy especial, sin duda, para que se hiciera cargo de la Haute Cour, para que lo eligiesen
magister regens
.

—También estaba la cuestión del traidor oculto en medio de la Haute Cour. Imagino que esa persona debió de trabajar a conciencia para frustrar los planes de mi padre.

—Yo diría que hizo que las circunstancias fuesen mucho más difíciles para Dexter, sí.

—Yo encontré al traidor —dijo Bravo—. En Venecia. Era Paolo Zorzi.

—¡Zorzi! Pero ésa es una noticia increíble. —Khalif meneó la cabeza con tristeza—. Conozco a Zorzi, y tu padre también. Pensé que era un hombre absolutamente leal.

—Entonces hizo muy bien su trabajo —repuso Bravo.

—¿Hizo?

—Zorzi está muerto. El tío Tony (Anthony Rule) le mató antes de que él mismo resultase muerto a manos de un segundo traidor, uno de los guardianes de Zorzi llamada Jenny Logan.

—Dios mío, la tragedia es mayor aún. —Khalif se frotó la barbilla—. Mis más sentidas condolencias, mi querido Bravo, qué terrible serie de momentos amargos has tenido que sufrir. —Alzó su vaso—. Por los amigos que se han ido.

Entrechocaron los vasos y bebieron un largo trago del fuerte y áspero
raki
.

—Y el infierno para nuestros enemigos, ¿eh? —dijo Khalif.

Volvieron a brindar y esta vez bebieron hasta ver el fondo.

Un momento después llegó la comida, un verdadero festín, siete o más platos, y se dedicaron a acabar con ellos, uno tras otro. La lluvia incesante se había convertido en una llovizna fina que mantenía oscuros y brillantes los tejados. Las luces se habían encendido, despidiendo vapor a causa de la humedad. Una iluminación que se acentuó a medida que los trabajadores, con las espaldas encorvadas, atravesaban los puentes que cruzaban los barrancos. Hacía ya rato que las Natashas se habían marchado, presumiblemente en pleno trabajo ahora, tratando de seducir a los turistas que se habían aventurado, medio estupefactos, en su territorio. Un siseo extraño se elevaba desde el pavimento, como si la llovizna estuviese formada por diminutas pelotillas de hielo. El cielo bajo tenía el color de una profunda y dolorosa magulladura.

Bravo estaba perdido en sus pensamientos.

—Nunca me di cuenta realmente de lo difícil que era la vida de mi padre —dijo al fin—. Estaba luchando contra los caballeros y los miembros de su propia orden.

Adem Khalif asintió.

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