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Authors: Eric Van Lustbader

Tags: #Intriga, #Aventuras

El testamento (58 page)

BOOK: El testamento
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—Tu padre tenía una visión, eso es innegable. En eso me recuerda a fray Leoni, el último
magister regens
que tuvo la orden, pero carecía de cierta… ¿cómo podría decirlo?, de cierta crueldad. No pretendo ser ofensivo, yo quería a Dexter como si fuese mi hermano, pero su capacidad estaba en otras áreas. Su genio estaba en la planificación del futuro. Él no era la clase de guerrero que se exige para ser
magister regens
. Lo que se necesitaba era cavar profundamente en los escalones más bajos de la orden, allí habría encontrado el apoyo que necesitaba. —Los ojos de Khalif parpadearon—. Es una lección que debería aprender su sucesor.

Bravo dejó su tenedor sobre el plato.

—¿Se refiere usted a mí?

Khalil extendió las manos.

—¿Quién si no? Eres el hijo de Dexter, él te eligió desde que eras pequeño para que siguieras sus pasos.

—Ya he oído eso antes.

—Por supuesto que, a estas alturas, ya debes de haberlo oído antes, pero ¿alguna vez te has preguntado por qué tu padre te eligió a ti? No fue porque fueras su hijo; ésa no era la manera de actuar de Dexter. La orden era demasiado importante para él, era su vida. Él te eligió a ti, Bravo, porque sabía. Él vio tu futuro, del mismo modo en que vio su propia muerte, estoy convencido de ello. Es la transmisión de cosas, de padre a hijo, la construcción de un legado, ¿lo entiendes? Esto lo sé. —Se golpeó el pecho con el puño—. Lo siento aquí.

—Si mi padre tenía esa llamada clarividencia, ¿cómo es que no conocía la identidad del traidor dentro de la orden?

Khalif ladeó la cabeza.

—Puedo percibir tu escepticismo, Bravo, y me entristece tu falta de fe. ¿Crees acaso que la clarividencia es como una linterna que puede encenderse y apagarse a voluntad? Esa idea adolescente es propia de los comics. Tu padre no era un superhéroe. Estaba dotado de algo desconocido e inescrutable, no puede ser cuestionado ni analizado. Cuanto más tratas de entenderlo, más enigmático e improbable parece. —Khalif se encogió de hombros—. Pero no puedo pedirte que tengas fe, debes encontrar ese camino tú solo.

Durante unos minutos, el silencio se instaló entre ambos. Khalif volvió a llevarse a la boca un buen bocado de pulpo asado. Bravo, ya sin apetito, volvió la cabeza. La luz que proyectaban los edificios a cada lado de la calle iluminaban las cimas de los barrancos como una herida lívida, pero debajo se extendía la absoluta oscuridad del abismo, como si los barrancos no tuviesen fondo, una grieta que llegaba hasta el mismo centro de la Tierra. En los puentes, la procesión de gente continuaba sin interrupción. Ahora Bravo observó un grupo de mujeres jóvenes, bonitas, quizá más Natashas que hacían una pausa para fumar un cigarrillo. Un anciano junto a un niño, una mano grande y cuadrada sobre el estrecho hombro del pequeño. El niño alzó la vista e hizo una pregunta que provocó que el rostro del anciano mostrase unas profundas arrugas al sonreír, haciendo que pareciese veinte años más joven.

—Necesito una respuesta —dijo Bravo, mirando nuevamente a Khalif—. ¿Hay en Trabzon algún edificio con una escalera de caracol?

Khalif lo pensó durante un momento.

—De hecho, sí hay uno: la mezquita Zigana. ¿Por qué lo preguntas?

¿Por qué? Porque
circellus
, la primera de las dos palabras que Dexter había escrito en el forro de terciopelo de la vaina, significaba «zarcillo» en latín, los zarcillos de una vid, por ejemplo. ¿Y qué objeto se enroscaba como los zarcillos leñosos de un sarmiento? Pues una escalera de caracol.

—Venga, venga —dijo Khalif—, has dejado de comer. Eso es un pecado con una comida tan buena.

La evidente nota de afecto en la voz de Khalif hizo que Bravo se volviese hacia él.

—En cuestiones de fe, desde que inicié este viaje, mi padre me ha visitado en sueños y… en otros momentos. Al principio apenas si pensé en ello, puesto que creía que esas visiones eran un síntoma, una especie de
shock
traumático después de su muerte violenta, pero ahora no lo sé, me siento como si… como si, de alguna manera, él siguiera conmigo.

En el rostro de Adem Khalif se dibujó una amplia sonrisa.

—En cuestiones de fe, mi querido Bravo, creo que estás en camino de encontrar la tuya.

—Secretos —dijo Camille Muhlmann—. Todos tenemos secretos, Dios sabe que yo tengo un buen puñado de ellos.

Jenny y ella circulaban en un viejo taxi hacia Trabzon desde el aeropuerto, después de haber cogido el último vuelo que salía de Venecia vía Estambul. En lo alto, el cielo aún estaba de color índigo, pero debajo predominaba la corriente oculta de la noche, perforada aquí y allá por las luces, de un amarillo enfermizo, como si fuesen irradiadas.

—Una vez tuve un amante que me trataba mal… muy mal. —Camille meneó la cabeza con una mueca y una sonrisa triste—. ¿Qué mujer no lo ha tenido? Uno, al menos uno. Pero lo que no puedo entender es por qué, ¿por qué elegimos a esos hombres que abusan de nosotras física, mental, emocionalmente? ¿Es porque creemos que debemos ser castigadas, Jenny, o se trata de un rasgo cultural, que pasa de unas mujeres oprimidas a otras? ¿Acaso es verdad que no podemos dejar de sentir de la misma manera que lo hicieron nuestras madres y nuestras abuelas?

Jenny meneó la cabeza.

—No creo que eso importe. Lo importante es que nosotras seamos capaces de cambiar, de que tomemos decisiones diferentes, decisiones más valientes.

Camille enarcó las cejas.

—¿De verdad? ¿Y cómo propones que hagamos eso cuando los hombres se interponen en nuestro camino sea cual sea la dirección que tomemos?

—Pues por ejemplo, alejándonos de ellos, de todo lo que han construido, de todo lo que defienden y representan. —Jenny miró por la ventana durante un momento, contemplando el rápido avance del cemento que se extendía sobre el paisaje verde como una perniciosa enfermedad cutánea—. En cualquier caso, eso es lo que yo solía pensar.

Sí, lo había hecho, después de su desastrosa ruptura con Ronnie Kavanaugh. En realidad, había estado segura de ello. Luego había conocido a Dexter Shaw y todo había cambiado en su vida. ¿O no? ¿No había sido Dexter otra de sus muletas masculinas? Arcángela sin duda sentiría lástima por cualquier mujer que tuviese semejante necesidad psicológica.

—Pero ahora, obviamente, ya no es así.

Camille alzó un paquete de cigarrillos y Jenny asintió.

Mientras Camille encendía el cigarrillo, dijo:

—Me gustaría saber qué ocurrió. ¿Me lo contarás?

Jenny cogió el cigarrillo de los labios de Camille, dio una profunda calada, dejó que el humo escapara lentamente de su boca y luego se lo devolvió.

—Descubrí que la manera de cambiar las cosas es hacer todo aquello que hacen los hombres, sólo que mejor que ellos.

—Derrotarlos en su propio juego.

—Sí —dijo Jenny—, pero sólo en cierto modo. Su juego es el único juego, ésa es la parte más difícil que debes asimilar porque no es así como tú quieres que sean las cosas. Luego tienes que aprender a desollar al gato de otra manera.

—¿Cómo dices?

Jenny sonrió.

—Lo siento. Hay más de una manera de despellejar a un gato. En la jerga popular de mi país, ese dicho se refiere a un barbo
[3]
, al que siempre se le quita la piel antes de cocinarlo. Significa que siempre hay más de una manera de hacer las cosas.

Camille le alcanzó el cigarrillo y Jenny dio otra calada antes de devolvérselo.

—No quiero volver a sentirme atraída nunca más por un hombre que pueda abusar de mí —dijo.

—¿Qué clase de abuso era? —preguntó Jenny tan naturalmente como pudo mientras su corazón latía con fuerza en su pecho.

—Psicológico —dijo Camille un momento después—. Y yo estaba de acuerdo con todo lo que él quería.
Mon Dieu
, qué niña tan obediente era! —«Yo también», pensó Jenny—. Es verdaderamente humillante pensar en todas las trampas en las que caemos, ¿verdad? —observó Camille.

—Especialmente cuando caemos de forma voluntaria, porque después es muy difícil salir de ellas.

—Y ni siquiera el dolor es suficiente para sacarnos de allí.

—No. A menudo no lo es. —Jenny se volvió hacia Camille—. Hubo una época en la que estuve a punto de ingresar en un convento. ¿Puedes imaginarte algo así? Durante ocho meses estudié para tomar los hábitos. Era muy joven, no entendía nada, no tenía amigos, temía a los hombres, estaba segura de que no encajaba en ninguna parte.

—Pero, querida, por lo que dices, está claro que no tenías ninguna vocación religiosa.

—Eso fue lo que me dijo la madre superiora cuando me llamó a su despacho.

—Tuviste suerte de que esa mujer fuese tan perspicaz. —Camille se estremeció—. ¡Qué lugar para ir a parar!

—Estaba desolada —dijo Jenny—. Lo consideré un nuevo fracaso.

Camille sonrió.

—El fracaso de entender a Dios es la marca de un pragmático perspicaz.

Jenny se echó a reír. Luego permaneció en silencio durante unos minutos mientras el taxi continuaba traqueteando por la carretera y la radio emitía una música plagada de interferencias que sonaba como si dos personas estuviesen golpeando las tapas de cubos de basura al tiempo que gritaban a voz en cuello.

—En lo más profundo de nosotras —dijo Jenny—, todas somos unas niñas obedientes.

Se volvió hacia Camille y ambas se sonrieron.

«Qué perfecta idiota eres —pensó Camille al tiempo que sonreía—. Y es algo que debemos agradecer a nuestro encantador amigo Dexter Shaw, ¿verdad? Fue él quien te recogió hecha una piltrafa y te devolvió tu brillo después del aborto, pero ¿con qué propósito, querida? Para que pudieses ser mi juguete, para que pudieses tomar parte en la fase final de su destrucción: la muerte de su hijo. Y había algunos, Anthony incluido, que estaban convencidos de que Dexter tenía el don de la clarividencia, de que era capaz de ver el futuro». Su sonrisa se hizo más amplia y una breve risa escapó de sus labios.

—¿Qué es tan divertido? —preguntó Jenny.

—Estaba pensando que también somos chicas malas, que queremos lo que queremos, que deberíamos tener aquello que nos merecemos.

—Sí, Camille, no hay duda de que deberíamos tenerlo.

Camille volvió a quedarse en silencio, fumando el cigarrillo hasta consumirlo. El taxi no tenía limpiaparabrisas pero el conductor, reclinado en el asiento delantero, parecía no reparar en ello mientras miraba a través del cristal punteado por la lluvia. Camille pensó fugazmente en Damon Cornadoro, que había viajado sentado en la última fila del avión que las llevó a Trabzon. Jenny lo había visto, por supuesto, cuando se levantó para ir al lavabo y, al regresar a su asiento, le dijo a Camille que se sentía mucho más segura contra las fuerzas que los caballeros de San Clemente enviaban contra ella. Poco podía saber que había sido Cornadoro quien había obtenido la información acerca del siguiente destino de Bravo de parte del difunto y no llorado padre Damaskinos.

Ahora ella se dirigía a un terreno inexplorado. Los caballeros de San Clemente no tenían a nadie en Trabzon, ya que no formaba parte de su territorio. Fue entonces cuando había llamado a Jordan.

—Todo está controlado —le había asegurado su hijo—. El cardenal Canesi y su camarilla están utilizando cada gramo de su influencia a su disposición. Eso significa que todos los sacerdotes de la ciudad y sus alrededores serán nuestros ojos y nuestros oídos. Enviaré una lista con sus nombres y sus números de contacto a tu móvil cuando los tenga.

Camille aplastó la colilla con el tacón y se volvió hacia Jenny.

—Sé que tienes secretos, como los tenemos todos.
Alors
, es tu experiencia, y muy posiblemente tus contactos, lo que ahora nos permitirá encontrar a Bravo y seguirle la pista —mintió—. Yo he hecho todo lo que estaba a mi alcance a través de los recursos de Lusignan et Cie., pero aquí, en Trabzon, estoy completamente a ciegas.

Cogió la mano de Jenny entre las suyas.

—En esta crisis sólo nos tenemos la una a la otra, debemos confiar en nosotras o le fallaremos a Bravo, y no podemos permitir que eso ocurra,
n'est-ce pas
?

Jenny se inclinó hacia adelante y le dio al conductor unas instrucciones que Camille no alcanzó a oír. Un momento después, el taxi se desvió hacia la izquierda. Pasaron junto al chasis desmantelado de un coche y el taxi aceleró en una nueva dirección.

Khalif y Bravo caminaban por las estrechas y sinuosas calles del Avrupali Pazari, el Mercado Europeo, que, en realidad, estaba controlado por emigrantes de las antiguas repúblicas soviéticas. Allí se hablaba ruso o georgiano, prácticamente nada de turco. Bombillas desnudas, colgadas de cordones eléctricos, iluminaban las coloridas mercaderías. No había camisetas ni gorras de béisbol, ninguno de los recuerdos comerciales que se habían convertido en omnipresentes en Florencia o Estambul, destinos mucho más turísticos. Allí los artículos se orientaban hacia artesanías nativas, alfombras procedentes de toda Turquía, las colinas de Afganistán, incluso Tabriz, vajilla de cobre trabajada a mano, muñecas matrioskas rusas. Comerciantes de vodka importado, antigüedades locales y hachís asiático se afanaban en su trabajo.

—Como estudioso de las religiones medievales, sin duda debes de sentirte decepcionado al ver en lo que se ha convertido la legendaria Trebisonda, ¿no es así? —dijo Adem Khalif—. Invadida por ciudadanos ex soviéticos que se consideran empresarios cuando, en realidad, están acumulando capital. Tiene su lado divertido.

—Ahora comprendo por qué usted se llevaba tan bien con mi padre —dijo Bravo—, sentía debilidad por los filósofos.

Khalif sonrió.

—Los filósofos callejeros, tal vez.

—Me resulta interesante que no lo utilizara para seguirles la pista a los caballeros de San Clemente.

—Yo no he dicho exactamente eso, pero a Dexter le gustaba mantener siempre una oreja pegada a la tierra porque sabía que no sólo un elefante puede aplastarte.

—¿Qué significa eso?

—La orden es interesante y, en muchos aspectos importantes, útil, pero como
outsider
me parece que sus miembros están demasiado interesados en los caballeros de San Clemente y nada más. Tu padre no era así, él siempre tenía en mente el cuadro general. La materia de su reflexión era la naturaleza siempre cambiante del mundo, ya fuera en términos políticos, económicos o religiosos. Dexter se movía en un mundo mucho más amplio que cualquiera de los demás.

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