El universo en un solo átomo (19 page)

BOOK: El universo en un solo átomo
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Estas prácticas meditativas proporcionan un estado mental estable y disciplinado pero, si nuestra meta es ahondar más en el tema de nuestra investigación, no basta con tener una mente concentrada. Debemos desarrollar la capacidad de examinar la naturaleza y las características del objeto observado con la mayor precisión posible. Este segundo nivel de entrenamiento se conoce en la literatura budista como visión interior,
vipashyana
en sánscrito,
Ihak thong
en tibetano. Para la permanencia serena, el énfasis se pone en el mantenimiento de la atención sin distracciones, y la fijación en un objeto único es la cualidad principal requerida. Para la visión interior, el énfasis se pone en la investigación y el análisis perspicaces, al tiempo que la atención sigue fija en el objeto, sin distracciones.

En su obra clásica
Etapas de la meditación
, escrita en el siglo VIII, el maestro budista indio Kamalashila ofrece una descripción detallada de cómo la permanencia serena y la visión interior se pueden cultivar sistemáticamente. Se pueden combinar para aplicarlas en la profundización de nuestra concepción de determinados aspectos de la realidad, hasta el punto que nuestra comprensión afecte a los pensamientos, las emociones y el comportamiento. Kamalashila llama la atención a la necesidad de mantener un delicado equilibrio entre la fijación de la mente en un objeto, por un lado, y la aplicación de un análisis concentrado, por otro. Porque se trata de procesos mentales distintos que, potencialmente, pueden perjudicar uno al otro. La fijación en un objeto dado requiere mantener la atención en él, con poco movimiento y una especie de fusión. La visión interior requiere cierta actividad dirigida, donde la mente se mueve de un aspecto a otro del mismo objeto.

A la hora de cultivar la visión interior, Kamalashila aconseja que comencemos la investigación con la mayor agudeza de análisis posible y, a continuación, tratemos de mantener la mente fija en la visión interior resultante durante el máximo período de tiempo posible. Cuando el practicante empieza a perder la fuerza de la visión interior, Kamalashila recomienda que comience de nuevo el proceso analítico. Esta alteración podría conducir a un nivel superior de capacidad mental, donde tanto el análisis como la absorción resulten relativamente fáciles.

Como ocurre en todas las disciplinas, hay herramientas que ayudan al practicante a centrar sus exploraciones. Puesto que la experiencia subjetiva se puede descarriar fácilmente bajo la influencia de la fantasía o la ilusión, se han desarrollado herramientas meditativas, como el análisis estructurado, para centrar la exploración contemplativa. A menudo, se proponen temas para el análisis. El meditador puede elegir entre numerosos temas en los que concentrarse. Uno de ellos es la naturaleza transitoria de nuestra propia existencia. La no permanencia es uno de los objetos preferidos de la meditación budista, porque, aunque comprendamos el concepto intelectualmente, no solemos comportarnos como si lo hubiéramos asimilado. Una combinación de análisis y concentración en este tema da vida a la visión interior correspondiente, para que lleguemos a reconocer el valor de cada minuto de nuestra existencia.

Para empezar, nos rijamos en el cuerpo y la respiración en estado de reposo y cultivamos la conciencia de los sutilísimos cambios que ocurren en la mente y en el cuerpo durante un período determinado de nuestra práctica, incluso entre la aspiración y la espiración. De este modo, nace la conciencia empírica de que nada permanece estático ni inalterable en nuestra existencia. En la medida en que perfeccionamos esta práctica, la conciencia de los cambios se vuelve más dinámica y refinada. Por ejemplo, una de las aproximaciones posibles es la contemplación de la compleja red de las circunstancias que nos mantienen vivos y que conduce a una mayor apreciación de la fragilidad de nuestra existencia. Otra aproximación sería el examen más gráfico de los procesos y funciones corporales, especialmente del envejecimiento y la decadencia. Si el meditador tiene importantes conocimientos de biología, podemos suponer que su experiencia de la práctica meditativa tendría un contenido especialmente rico.

Estos experimentos mentales se han realizado repetidamente a lo largo de muchos siglos, y sus resultados han sido confirmados por miles de grandes meditadores. Las prácticas budistas han de ser sometidas a la comprobación de su eficacia y confirmadas por mentes fiables antes de ser consideradas herramientas útiles para la meditación.

Si nuestro objetivo es incorporar las perspectivas en primera persona en el método científico, para así poder desarrollar un medio para el estudio de la conciencia, por suerte, no necesitamos prolongar la práctica durante cuatro horas enteras. Lo que necesitamos es determinado grado de combinación de las dos técnicas: la fijación en un objeto único y la investigación. La clave es el entrenamiento disciplinado. El físico necesita conocimientos que incluyan la formación matemática, la capacidad de utilizar instrumentos varios, la facultad crítica para discernir si un experimento está diseñado apropiadamente y si sus resultados corroboran la hipótesis inicial como también la pericia para interpretar los resultados de experimentos anteriores. Estas aptitudes solo se pueden | adquirir y perfeccionar a lo largo del tiempo. El que desee aprender el método en primera persona, deberá dedicarle un tiempo y un esfuerzo similares. Es importante recalcar aquí que, como la formación de un físico, la adquisición de las capacidades mentales contemplativas es cuestión de voluntad y esfuerzo continuados, y no un don místico especial ofrecido a unos pocos.

La tradición budista contiene otras muchas formas de meditación, incluido un vasto cuerpo de prácticas que requieren el uso y perfeccionamiento de la visualización y la imaginación, así como varias técnicas de manipulación de las energías vitales del cuerpo, para inducir estados mentales progresivamente más profundos y sutiles, caracterizados por una independencia creciente de la elaboración conceptual. Estos estados y estas prácticas podrían representar un área interesante para la investigación y la experimentación científicas, ya que podrían sugerir capacidades y potenciales inesperados de la mente humana.

Un área posible para la investigación de la meditación sería lo que la tradición tibetana describe como experiencia del estado de la luz clara. Es un estado de la conciencia extremadamente sutil, que todos los seres humanos experimentan transitoriamente en el momento de la muerte. Similitudes brevísimas de ese estado se pueden producir de forma natural en otros momentos, si estornudamos, si nos desmayamos, si dormimos muy profundamente o durante el orgasmo. La característica principal de este estado es la espontaneidad total, la ausencia de toda cohibición y aprensión. Los practicantes expertos pueden inducir este estado voluntariamente con las técnicas meditativas y, cuando se produce de forma natural con la muerte, son capaces de sostenerlo y mantenerse centrados en él por un largo período de tiempo.

Mi maestro, Ling Rimpoché, permaneció en la luz clara de la muerte durante trece días. Aunque estaba clínicamente muerto y ya no respiraba, mantenía la postura meditativa y su cuerpo no mostraba signos de descomposición. Otro meditador experto permaneció en este estado durante diecisiete días, en el calor tropical del verano de la India oriental. Hubiera sido sumamente interesante saber qué ocurría a nivel fisiológico durante aquel período y si su cuerpo presentaba indicios detectables de actividad bioquímica.

Cuando Richard David- son y su equipo visitaron Dharamsala estaban muy interesados en realizar experimentos con este fenómeno pero, mientras ellos estuvieron allí —no sé si decir por suerte o por desgracia— no murió ningún meditador.

No obstante, desde la perspectiva de la contribución al nacimiento de un método científico rigurosamente fundamentado en la aproximación en primera persona, estas prácticas no son estrictamente relevantes. Cuando nos entrenamos para convertir la propia conciencia en objeto de nuestra investigación en primera persona, primero hemos de estabilizar la mente. La experiencia de atender sencillamente al presente es una práctica muy útil. El objetivo principal de esta práctica consiste en el entrenamiento sostenido para el cultivo de la capacidad de mantener la mente libre de distracciones, fija en la experiencia subjetiva e inmediata de la conciencia. Esto se hace como sigue.

Antes de iniciar la sesión formal de meditación, adoptamos la decisión deliberada de no permitir que nuestra mente se vea distraída ni por el recuerdo de experiencias pasadas ni por los temores, anhelos y esperanzas de acontecimientos futuros. Esto se logra comprometiéndonos en silencio con no dejar que la mente sea seducida por pensamientos del pasado ni del futuro, y con mantenerla completamente centrada en la conciencia del presente.

Se trata de un elemento crucial, porque, en nuestro estado habitual cotidiano, tendemos a dejarnos absorber por los recuerdos y los vestigios del pasado o por las esperanzas y los temores del futuro.

Vivimos más en el pasado o en el futuro que plenamente en el momento presente. Cuando empieza la sesión de meditación, será mejor estar sentados frente a una pared lisa, sin colores contrastados ni dibujos que nos puedan distraer. Los colores apagados, como el crema o el beis, son adecuados, porque ayudan a crear un fondo sencillo. Una vez meditando, es sumamente importante no aplicar ningún tipo de exceso. Sencillamente, hemos de observar la mente, que reposa en su estado natural.

A lo largo de la meditación, veremos que empiezan a surgir todo tipo de pensamientos, como una fuente borboteante de interminable charla interior o el bullicio sinfín del tráfico. Deberíamos permitir que estos pensamientos broten libremente, nos parezcan lícitos o no. No hay que reforzarlos, ni reprimirlos, ni someterlos a juicios de valor. Cualquiera de estas respuestas contribuiría a la proliferación de los pensamientos, ya que les proporcionaría el combustible necesario para la reacción en cadena.

Sencillamente, hemos ,de observar los pensamientos. Cuando lo logramos, los procesos de pensamiento discursivo nacen y se disuelven en la mente, como las burbujas que nacen y se disuelven en el agua.

Gradualmente, en medio del tráfago interior, empezaremos a vislumbrar lo que parece una mera ausencia, un estado mental sin contenido específico definible. Al principio, puede tratarse de experiencias fugaces. No obstante, en la medida en que aprendemos a dominar la práctica, podremos prolongar estos intervalos en el curso normal de proliferación de pensamientos. Cuando esto suceda, existe la posibilidad real de llegar a comprender por experiencia propia la definición budista de la conciencia como «luminosa y sabia». De este modo, el meditador entenderá gradualmente la experiencia fundamental de la conciencia y la convertirá en el objeto de su investigación meditativa.

La conciencia es un objeto muy huidizo y, en este sentido, difiere mucho de los objetos materiales en los que nos podamos concentrar, como los procesos bioquímicos, por ejemplo. Esta cualidad evasiva, no obstante, se puede comparar con el carácter de algunos objetos de la física y la biología, como las partículas subatómicas y los genes. Ahora que ya están plenamente establecidos los métodos y los protocolos de su estudio, estas cosas nos resultan familiares y hasta relativamente no controvertidas. Todos estos estudios se basan en la observación, ya que —al margen de las posiciones filosóficas que los científicos aportan a cualquier experimento dado— en última instancia, es la observación empírica basada en las pruebas y el descubrimiento de los fenómenos lo que determina lo que es verdadero. De forma similar, al margen de nuestras opiniones filosóficas acerca de la naturaleza de la conciencia, si en última instancia es material o no, con un riguroso método en primera persona podemos aprender a observar sus fenómenos, incluidas sus características y dinámicas causativas.

Sobre esta base, vislumbro la posibilidad de ampliar el alcance de la ciencia de la conciencia y de enriquecer nuestros conocimientos colectivos de la mente humana en términos científicos. Francisco Varela me dijo, en cierta ocasión, que el filósofo europeo Edmund Husserl había sugerido ya una aproximación similar al estudio de la conciencia. Describió un método de proceder a partir de la propia experiencia dejando fuera del examen la dimensión adicional de las suposiciones metafísicas, actitud que denominó «exclusión metafísica» de la investigación fenomenológica. Esto no significa que el individuo no tenga opiniones filosóficas sino que accede a suspender sus convicciones personales para llevar a cabo el análisis.

De hecho, la ciencia moderna ya aplica algo parecido a esta exclusión.

La biología, por ejemplo, ha avanzado enormemente en la explicación científica de la vida y de sus formas y componentes diversos, a pesar de que la pregunta filosófica y conceptual de «qué es la vida» sigue sin contestar. De forma similar, los impresionantes logros de la física (especialmente de la mecánica cuántica) se han conseguido sin que haya una clara respuesta a la pregunta «¿qué es la realidad?» y mientras siguen sin resolver muchos problemas conceptuales relacionados con la interpretación de la realidad.

Hasta cierto punto, creo que la experiencia de algunas de estas técnicas de disciplina mental (o de otras parecidas) y la formación correspondiente tendrán que convertirse en parte integral de la formación de los científicos cognitivos, si la ciencia pretende seriamente ganar acceso a la gama completa de métodos necesarios para el estudio comprensivo de la conciencia. De hecho, estaría de acuerdo con Varela en que, si el estudio científico de la conciencia ha de alcanzar su plena madurez —dado que la subjetividad es uno de los componentes primordiales de la conciencia— deberá incorporar una metodología rigurosa y plenamente desarrollada del empirismo en primera persona. Es en esta área donde creo que existe un tremendo potencial para que las tradiciones contemplativas esta-blecidas, como el budismo, puedan hacer una contribución sustancial al enriquecimiento de la ciencia y de sus métodos. Asimismo, bien puede haber recursos sustanciales en la propia tradición filosófica de Occidente que ayuden a la ciencia moderna a desarrollar sus métodos para la inclusión de la perspectiva en primera persona. De este modo, podríamos ampliar nuestros horizontes hacia una mejor comprensión de una de las cualidades cruciales que caracterizan nuestra existencia humana, a saber, la conciencia.

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