El universo en un solo átomo (24 page)

BOOK: El universo en un solo átomo
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Para poder responder a los desafíos del presente y del futuro, necesitamos un esfuerzo colectivo mucho mayor del que se haya hecho hasta ahora. Una solución parcial consistiría en asegurarnos que un segmento más amplio del público en general comprenda el funcionamiento básico del pensamiento científico y de los más importantes descubrimientos, especialmente de aquellos que tienen implicaciones sociales y éticas directas. Es necesario que la educación proporcione no solo formación en los hechos empíricos de la ciencia sino también un análisis crítico de la relación entre la ciencia y la sociedad en general, incluidas las cuestiones éticas que plantean las nuevas posibilidades tecnológicas. Este imperativo educativo se debe dirigir a los científicos tanto como al público en general, para que aquellos puedan tener presentes los efectos sociales, culturales y éticos de su trabajo.

Dado lo mucho que entra en juego para el mundo en general, las decisiones sobre el curso de la investigación, el uso concreto de nuestros conocimientos y qué posibilidades tecnológicas deben ser desarrolladas no se pueden dejar en manos de los científicos, los empresarios y los representantes de gobierno. Está claro que todos, como miembros de la sociedad, debemos fijar unos límites. Estas deliberaciones no se pueden llevar a cabo en el seno de pequeños comités, por muy expertos y augustos que sean. Es necesario que el público participe mucho más en el proceso, especialmente en forma de debates V discusiones, sea a través de los medios de comunicación, de votaciones públicas o de la acción de grupos de presión populares.

Los desafíos actuales son tan grandes —y los peligros derivados del mal uso de la tecnología son tan globales que amenazan con una catástrofe para toda la humanidad— que creo que necesitamos una orientación moral que podamos utilizar colectivamente, sin dejarnos obstaculizar por diferencias doctrinales, Uno de los factores clave es una visión holista e integral de la sociedad humana, que reconozca la naturaleza fundamentalmente interrelacionada de todos los seres vivos y su entorno- Esta orientación moral implica conservar nuestra sensibilidad humana y dependerá de que nunca perdamos de vista nuestros valores fundamentales. Debemos estar dispuestos a sublevarnos cuando la ciencia —o cualquier otra actividad humana— cruza el límite de la decencia y debemos luchar para conservar la sensibilidad que tan fácilmente queda erosionada.

¿Cómo hallar esta orientación moral? Hemos de partir de la fe en la bondad fundamental de la naturaleza humana y hemos de anclar esta fe en unos principios éticos básicos y universales. Estos incluyen el reconocimiento del gran valor de la vida, la comprensión de la necesidad de un equilibrio en la naturaleza y el uso de esta comprensión para valorar la dirección de nuestro pensamiento y acciones y, sobre todo, la necesidad de asegurar que la compasión es la motivación principal de todos nuestros empeños, combinada con una clara conciencia de la perspectiva más amplia, incluidas las consecuencias a largo plazo. Muchos estarán de acuerdo conmigo en que estos valores éticos trascienden la dicotomía de los creyentes y no creyentes religiosos y son cruciales para el bienestar de la humanidad.

Dada la realidad profundamente interrelacionada del mundo actual, debemos enfrentarnos a los desafíos como una única familia humana antes que como miembros de nacionalidades, etnias o religiones específicas. En otras palabras, uno de los principios esenciales consiste en el espíritu de unidad de la especie humana en su totalidad.

Algunos objetarán que esto es poco realista. Pero ¿qué alternativa nos queda?

Creo firmemente que esto es posible. Alimenta mis esperanzas el hecho de que, a pesar de haber recorrido ya más de medio siglo de la era nuclear, todavía no nos hemos aniquilado. No es coincidencia que, si reflexionamos en profundidad, encontraremos estos principios éticos en el corazón mismo de todas las grandes tradiciones espirituales. Para desarrollar una estrategia ética en relación con la nueva genética, es de importancia vital enmarcar nuestras reflexiones dentro del contexto más amplio posible. En primer lugar, debemos recordar que se trata de un campo muy nuevo, que ofrece posibilidades nunca vistas y que nosotros entendemos poco lo que sabemos de él. Ya hemos descifrado la secuencia completa del genoma humano pero podríamos tardar décadas en comprender las funciones de cada gen individual y sus relaciones mutuas, por no hablar de los efectos de su interacción con el medio ambiente. Nuestros esfuerzos actuales se centran demasiado en la viabilidad de técnicas concretas, en sus resultados inmediatos o a corto plazo, en sus efectos secundarios y en las posibles consecuencias para la libertad individual. Son preocupaciones válidas todas ellas pero no son suficientes. Su enfoque es demasiado estrecho, teniendo en cuenta que entra en juego la concepción misma de la naturaleza humana. Dado el larguísimo alcance de estas innovaciones, debemos examinar todas las áreas de la existencia humana donde la tecnología genética podría tener efectos duraderos.

El destino de la especie humana, tal vez de todas las formas de vida en el planeta, está en nuestras manos. Enfrentados a lo desconocido ¿no sería mejor pecar de precavidos que desviar el curso de la evolución humana hacia una dirección irreversiblemente dañina?

Para concluir, nuestra respuesta ética debe contemplar los siguientes factores cruciales. En primer lugar, debemos hacer examen de nuestras motivaciones y asegurarnos de que se fundamentan en la compasión. En segundo lugar, debemos afrontar cada problema en concreto sin perder de vista la perspectiva más amplia posible, que no solo consiste en situar el tema dentro de la imagen más general de la empresa humana sino también en tener en adecuada consideración las consecuencias a corto y a largo plazo. En tercer lugar, en el momento de aplicar nuestros razonamientos al análisis de un problema, debemos asegurarnos de ser honestos, conscientes e imparciales, de otro modo, podríamos caer víctimas del autoengaño. En cuarto lugar, al enfrentarnos a cualquier desafío ético real, debemos hacerlo con un espíritu de humildad, reconociendo los límites de nuestros conocimientos (colectivos y personales) pero también nuestra vulnerabilidad y la posibilidad de equivocarnos en el contexto de esta realidad que cambia tan verti-ginosamente. Finalmente, todos nosotros, los científicos y la sociedad en general, debemos asegurarnos de que cualquier nuevo curso de acción obedecerá al objetivo primordial del bienestar de la humanidad y del planeta que habitamos.

La Tierra es nuestro único hogar. Según los conocimientos científicos actuales, podría ser el único planeta capaz de sostener la vida. Una de las imágenes más poderosas que he visto nunca fue la primera fotografía de la Tierra tomada desde el espacio exterior.

Aquella imagen de un planeta azul flotando en las profundidades del espacio, luminoso como la Luna llena en una noche sin nubes, me hizo comprende claramente que todos somos miembros de una misma familia y habitamos a misma casa. Me invado la conciencia de la ridiculez de los distintos desacuerdos y querellas que nos aquejan.

Vi la futilidad de aferrarnos con tanta fuerza a las diferencias que nos separan. Desde esta perspectiva, se siente la fragilidad, la vulnerabilidad de nuestro planeta u su imitad ocupación de una pequeña orbita encajonada entre Venus y Marte en la vasta infinidad del espacio. Si no cuidamos de este hogar ¿qué otra función tenemos en la Tierra?

CONCLUSIÓN

LA CIENCIA, LA ESPIRITUALIDAD Y LA HUMANIDAD

Haciendo examen de mis setenta años de vida, veo que mi encuentro personal con la ciencia se produjo en un mundo casi totalmente precientífico, donde lo tecnológico parecía milagroso.

Supongo que mi fascinación con la ciencia sigue basándose en el inocente asombro que me producen sus maravillosos logros. Desde el principio, mi recorrido de la ciencia me ha llevado por caminos de gran complejidad, como el impacto de la ciencia en nuestra forma de entender el mundo, su poder de transformar las vidas humanas y la propia Tierra en que vivimos, y los terribles dilemas morales que plantean sus descubrimientos más recientes. No obstante, no podemos y no debemos olvidar la maravilla y la belleza de aquello que los ha hecho posibles.

Los descubrimientos científicos han enriquecido muchos aspectos de mi cosmovisión budista. La teoría de la relatividad de Einstein con sus impresionantes experimentos lógicos ha recubierto con una textura empírica mis conocimientos de la teoría de la relatividad del tiempo de Nagarjuna. La imagen extraordinariamente detallada del comportamiento de las partículas subatómicas en los niveles más pequeños imaginables me hace pensar en la enseñanza budista de la naturaleza dinámicamente transitoria ele todas las cosas.

El descubrimiento del genoma que todos, compartimos pone de relieve la visión budista de la igualdad fundamental de todos los seres humanos.

¿Qué lugar ocupa la ciencia en el marco global de los esfuerzos humanos? Lo ha investigado todo, desde la ameba más pequeña hasta el complejo sistema neurobiológico del ser humano, desde la creación del universo y la emergencia de la vida en la Tierra hasta la mismísima naturaleza de la materia y la energía. La exploración científica de la realidad ha sido espectacular. No solo ha revolucionado nuestros conocimientos sino que ha abierto nuevas avenidas para el saber. Ha empezado a abrir caminos en el complicado terreno de la conciencia, la característica principal que nos convierte en seres sensibles. La pregunta es si la ciencia puede proporcionarnos una imagen exhaustiva del espectro entero de la realidad y de la existencia humana.

Desde el punto de vista del budismo, la plena comprensión de lo humano no debe ofrecer únicamente una descripción coherente de la realidad, nuestra manera de comprenderla y el lugar que ocupa la conciencia en ella, sino que debe incluir una clara concepción de cómo tenemos que actuar. Según el paradigma científico actual, solo el conocimiento derivado de los métodos estrictamente empíricos y sostenido por la observación, la inferencia y la verificación experimental se puede considerar válido. Estos métodos se basan en la cuantificación, la medición, la posibilidad de repetición y la confirmación de terceros. Muchos aspectos de la realidad, al tiempo que algunos elementos cruciales de la existencia humana, como la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, la espiritualidad o la creatividad artística —cualidades altamente valoradas en el ser humano— quedan inevitablemente fuera del alcance de los métodos científicos. El conocimiento científico en su estado actual no es completo. Creo que es esencial reconocer este hecho, así como los límites del conocimiento científico. Solo con este reconocimiento podremos apreciar realmente la necesidad de integrar la ciencia en la totalidad de los conocimientos humanos. De otra forma, nuestra concepción del mundo y de nuestra propia existencia quedará limitada a los hechos aducidos por la ciencia y dará lugar a una cosmovisión reduccionista, materialista e, incluso, nihilista.

El reduccionismo en sí no me plantea problemas. De hecho, muchos de los avances más importantes se han realizado gracias a la aplicación del concepto reduccionista, que tanto caracteriza la experimentación y el análisis científicos. El problema surge cuando el reduccionismo, que es, esencialmente, un método, se convierte en punto de vista metafísico. Esto refleja la tendencia común de confundir los medios con el fin, especialmente cuando el método específico demuestra ser muy eficaz. Para hacer una comparación significativa, uno de los textos budistas nos recuerda que, cuando alguien apunta con el dedo a la Luna, es a esta a la que tenemos que dirigir nuestra mirada y no a la punta del dedo que señala.

Espero que a lo largo de este libro haya podido mostrar que podemos tomar la ciencia en serio y aceptar la validez de sus descubrimientos empíricos sin estar de acuerdo con el materialismo científico. He argumentado a favor de la necesidad y la viabilidad de una cosmovisión basada en la ciencia pero que no rechaza la riqueza de la naturaleza humana ni la validez de otros métodos de conocimiento, aparte del científico. Digo esto porque estoy convencido de que existe una íntima relación entre nuestra interpretación conceptual del mundo, nuestra visión de la existencia humana y su potencial, y los valores éticos que guían nuestro comportamiento. Nuestra manera de vernos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea no puede menos que influir en nuestras actitudes y nuestras relaciones con los demás seres vivos y con el mundo en que vivimos. Esta es, en esencia, una cuestión ética.

Los científicos tienen una responsabilidad especial, una responsabilidad moral de asegurar que la ciencia sirva los intereses de la humanidad de la mejor manera posible. Lo que hacen en sus respectivas disciplinas tiene el poder de afectar las vidas de todos nosotros. Por muchas razones históricas, los científicos han llegado a disfrutar de un grado mucho más elevado de confianza pública que otros profesionales. Es cierto, no obstante, que esta confianza ya no representa una fe absoluta. Ha habido demasiadas tragedias directa o indirectamente relacionadas con la ciencia y la tecnología para que esta confianza sea incondicional. Desde que yo nací, basta pensar en Hiroshima, Chernóbil, la isla de las Tres Millas o Bopal, en lo que se refiere a desastres nucleares y químicos, y en la degradación del medio ambiente —incluida la destrucción de la capa de ozono— entre las crisis ecológicas.

Ruego que nuestra espiritualidad, la plena riqueza y la sencilla pureza de nuestros valores humanos básicos, influyan en el curso de la ciencia y en la dirección que sigue la tecnología dentro de la sociedad humana. En esencia, aunque apliquen métodos distintos, la ciencia y la espiritualidad comparten el mismo objetivo, es decir, la mejoría de la condición humana. En sus mejores facetas, la ciencia está motivada por la búsqueda de un conocimiento que nos conducirá a una mayor prosperidad y felicidad. En términos budistas, esta ciencia se puede calificar de sabiduría fundamentada en la compasión y moldeada por ella. De manera similar, la espiritualidad es un viaje hacia los recursos internos del ser humano, que se propone comprender quiénes somos en el sentido más profundo de nuestra existencia y descubrir cómo debemos vivir de acuerdo con el ideal más elevado posible. Aquí también se trata de la unión de la sabiduría con la compasión.

Desde que nació la ciencia moderna la humanidad ha vivido el compromiso de la ciencia con la espiritualidad como el de dos importantes fuentes de conocimiento y bienestar. A veces, la relación ha sido estrecha —una especie de amistad— y otras, gélida. En muchas ocasiones, ambas se han sentido incompatibles.

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