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Authors: Juan Ignacio Carrasco

Tags: #Terror

Entre nosotros (11 page)

BOOK: Entre nosotros
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—Abel, céntrate en el tema, por favor.

—Que me centre en el tema. De acuerdo. La verdad es que no tengo nada más que decir al respecto.

—¿Y qué consideras de las novelas de Stephanie Meyers?

—Pues, bueno, sé que tiene muchos seguidores, pero a mí
Harry Potter
no me acaba de convencer. No es porque sea inglés…

—No, Stephanie Meyers es la autora de
Crepúsculo
y sus secuelas. Supongo que habrás leído alguna de sus novelas, ya que están teniendo mucho éxito. ¿Qué te parecen sus vampiros? ¿Te parecen también poco creíbles?

Aquí tuve que meditar mi respuesta, ya que no sabía quién era Stephanie Mayer ni lo que era eso de
Crepúsculo
, aunque deduje enseguida que tenía algo que ver con los vampiros. El problema era que no podía dar mi opinión sobre algo que no había leído, ni tenía intención de leer, así que se me ocurrió contestar sin decir nada.

—Esos vampiros creo que tienen aspectos vampíricos muy crepusculares. Todos ellos parece que viven en el crepúsculo. Más o menos.

—Es una curiosa reflexión, Abel —dijo el señor Shine, aceptando, al parecer, la tontería que acababa de decir—. Así que, en resumen, consideras que los vampiros, por norma general, son una especie de zombis que hacen cosas sin sentido y no aprovechan sus poderes.

—Sí, y que son de lugares poco creíbles como Nueva Orleans o México.

—Y el vampiro de tu relato, August Devrall, ¿es también un zombi estúpido?

—No, es malo y le gusta beber sangre, pero es inteligente. Tampoco tiene ningún superpoder, aparte de estar vivo cuando debería estar muerto y enterrado. Además aprovecha que es el dueño de la revista aquella para boicotear el plan de Byron de desenmascararle con su relato.

—Si leyeses una historia como
El juramento
, ¿pensarías que el vampiro puede ser un personaje aparentemente real?

—Supongo que sí.

—Sí, yo también, ese es tu problema.

—¿Mi problema?

—No, perdón, quería decir que eso es la cualidad más destacable de tu narración, que es creíble. ¿Cómo se te ocurrió la idea?

—No sé, supongo que pensé que si yo fuera un vampiro intentaría que la gente no creyese en mi existencia y así poder hacer mis maldades sin que nadie me importunara.

Me di cuenta de que el señor Shine había transcrito literalmente lo último que había dicho y que después de hacerlo, había subrayado «que la gente no creyese en mi existencia». En aquel momento pensé que eran imaginaciones mías, pero todo lo que estaba ocurriendo en aquella casa empezaba a parecerme muy extraño. La reacción del señor Shine ante el comentario de Arisa me pareció fuera de lugar. Ella tenía razón, aquello tenía pinta de interrogatorio. Supongo que el señor Shine lo que quería era saber si ella y yo habíamos copiado el relato de algún sitio. A lo mejor el comienzo del libro de Arisa era demasiado parecido a la cosa aquella de las rosas con eco, y él se había enfadado y la había presionado para que lo confesase, pero las maneras no me gustaron en absoluto. En cuento a mí, me pareció muy raro que dijese que era mi problema que mi vampiro fuera creíble, ya que eso concretamente no lo copié de ningún sitio. ¿Por qué era mi problema? Todo era muy raro.

Después de soltarle aquella especie de discurso sobre mis impresiones sobre los vampiros, el señor Shine dio por finalizada la sesión del seminario del día, suprimiendo la de la tarde. Nada más salir de su despacho, subí corriendo para ver cómo se encontraba Arisa. La pobre estaba tumbada en su cama llorando. Me dio mucha pena. Es extraño cómo, en solo tres días, puedes pasar de odiar a una persona a que te duela algo dentro al verla llorar. Me senté con cuidado en su cama y le acaricié el hombro. Cuando ella sintió mi mano, se dio la vuelta y me abrazó, apoyando su cabeza contra mi pecho sin parar de llorar. Supongo que para ver atardeceres las mujeres apoyan la cabeza en los hombros de los hombres, pero para llorar desconsoladamente prefieren el pecho.

—Me voy, Abel, no quiero seguir con esto —me dijo Arisa, secándose los ojos en mi camiseta.

—¿Por la tontería esa del señor Shine y sus vampiros?

—No es por eso solamente, es que estoy viviendo una mala racha y todo me sale mal. Me rindo. Estoy cansada de todo.

—Vamos, mujer, ya verás como todo va a salir bien.

—Necesitaba este seminario para seguir estudiando y poder quedarme en América, pero no vale la pena sentirse mal. No vale la pena. El señor Shine tiene razón, soy una extranjera y los extranjeros o se vuelven a su tierra o los acaban echando.

—Pero tú llevas aquí mil años o más. ¿No tienes la ciudadanía?

—No, mi padre no me dejó cuando dije que la iba a pedir porque consideraba que era traicionar a Japón. Es que mi padre es un personaje poco recomendable, muy reaccionario y con unas ideas que no sé de dónde las ha sacado. Podía haberlo hecho a sus espaldas, pero tuve miedo de que se enfadara. Es otro mundo, Abel, no lo puedo explicar, es otro mundo.

—Lo que no entiendo es por qué necesitas este seminario para seguir aquí.

—Es porque cuando conseguí que me aceptasen en Harvard, en la facultad de historia, mi padre apartó un dinero para mis estudios, incluyendo el doctorado que es lo que quiero empezar este año. Lo que pasa es que mi hermano Kazuo montó un negocio ruinoso en Japón, algo de inversiones bursátiles, y le pidió dinero a mi padre y él le dio el de mis estudios. Yo protesté porque a mi hermano le había pagado los estudios, pero mi padre consideró que Kazuo era su prioridad. Bueno, consideró que el primogénito es el que realmente importa. Ya este año me pagué el curso con todo lo que tenía ahorrado, no me queda ni un centavo.

—Bueno, tienes los mil doscientos dólares de
Circle Books
.

—¿Mil doscientos dólares? ¿Te han dado mil doscientos dólares? A mí no me han dado nada, te lo juro. A lo mejor se piensan que soy rica o no me los han dado por ser extranjera.

—Lo siento, Arisa.

—No, da igual, yo no estoy aquí por el dinero, sino porque necesito un certificado de asistencia para justificar una beca amañada que me quieren dar. Les expliqué lo ocurrido a varios profesores y, con este seminario y un trabajo, me concederán esa beca y podré continuar estudiando al menos un año más. Si no consigo la beca, tendré que buscar trabajo para seguir aquí, pero mi padre dice que para trabajar que me vuelva a Japón, con Kazuo.

—Tu padre es un capullo, con perdón.

—Y sin perdón también lo es.

—Entonces, quédate y acaba esto.

—Es que estoy muy cansada y muy triste…

Arisa se puso a llorar de nuevo. Intentaba seguir hablando, pero no podía. Decía una palabra y cuando quería decir la siguiente, se ponía a berrear y no se le entendía nada. Le dije que intentara dormir un poco y que al despertar quizá viera las cosas de otro modo. Le prometí que si ella se iba, yo me iría con ella, pero que lo mejor era que nos quedásemos los dos, que consiguiera ese certificado que quería y que disfrutásemos de lo posible del lago Cayuga y sus alrededores. Me dijo que me haría caso y que intentaría dormir un poco, y quedé con ella en que iría a su habitación a la hora de comer y comeríamos los dos solos, sin el ogro de Shine, sus vampiros y sus otras memeces.

Tal como le había dicho a Arisa, a la hora de comer volví a su habitación. Le dije al señor Shine que era mejor que no nos sentáramos los tres juntos a comer porque Arisa no se sentía bien y yo estaba algo enfadado. Lo mejor era que ese día pasara y nos tranquilizáramos todos un poco. El señor Shine intentó disculparse por lo que había pasado en su despacho, pero yo ni siquiera me molesté en escucharle. Cogí una bandeja, puse en ella un par de platos, dos vasos, cubiertos y pan, y después de que el señor Shine se sirviese una ración de los macarrones a la boloñesa que había preparado él mismo, me llevé la fuente en la que estaba la pasta y salí de la cocina. Antes de que empezase a subir la escalera, el señor Shine añadió a mi bandeja un trozo de queso y una botella de vino que dijo que era un tinto excelente. Al entrar en la habitación vi que Arisa estaba durmiendo plácidamente. Dejé la bandeja en el suelo y me acerqué con cuidado a ella, con la intención de despertarla sin brusquedad. Cuando estaba a punto de ponerle mi mano sobre el hombro, una voz me ordenó que me detuviera. Me volví y detrás de la puerta estaba Gabriel Shine, sentado en una silla y con un gran bloc de dibujo en las manos. Me acerqué a él y me fijé en lo que estaba dibujando. Estaba haciendo un retrato, una reproducción fiel a carboncillo del sueño de Arisa.

—Es preciosa, ¿verdad? —dijo Gabriel mientras seguía dibujando a mi querida japonesa.

En el dibujo, como en la realidad, Arisa estaba tumbada boca abajo. Sus pies estaban completamente desnudos y sus tejanos ajustados hasta llegar a la cintura, donde se veía claramente que se había desabrochado el botón y quizá se había bajado un poco la bragueta para estar más cómoda, pues esa parte del pantalón estaba bastante separada del cuerpo, permitiendo que se pudiera ver el elástico de su tanga rosa. También era rosa la camiseta de tirante que llevaba, pero en el dibujo daba igual porque aparecía del mismo color del papel en el que estaba dibujando Gabriel. Arisa tenía el brazo izquierdo colgando de la cama y las puntas de sus dedos rozaban el suelo. No se le podía ver la cara porque tenía la cabeza apoyada de tal manera en la almohada que su pequeña melena la tapaba casi por completo, dejando ver solamente su barbilla y parte de sus labios. Era un dibujo muy realista, casi una fotografía de lo que los ojos de Gabriel, y en ese momento también los míos, estaban viendo. Gabriel solamente se había permitido un par de licencias artísticas. Una consistía en no haber plasmado en el papel el hilo de baba que salía de la boca de Arisa para aterrizar en la almohada. La otra licencia era añadir al dibujo algo que no se hallaba en la habitación, una rosa roja. Gabriel la dibujó en el suelo, al lado de la cama, como si Arisa hubiera intentado alcanzarla con el brazo y se hubiera quedado dormida, agotada por el esfuerzo de atrapar una flor inexistente. Sabía que la rosa era roja porque Gabriel la había pintado así, utilizando una cera para ello y siendo ese rojo casi púrpura el único color que aparecía en el dibujo.

Cuando Gabriel acabó de dibujar, se levantó y dejó su obra junto a la cama, en el mismo lugar en el que había dibujado la rosa inexistente. Después de dejar el dibujo, gesticulando me hizo entender que cogiera la bandeja y que nos fuésemos de la habitación. Ya en el pasillo, señaló la escalera que comunicaba aquel piso con su buhardilla e hizo el gesto universal de comer en su versión larga: agitar la mano con los dedos juntos delante de la boca y tocarse la barriga haciendo círculos. Seguí a Gabriel hasta su habitación y al abrir la puerta vi sorprendido que todas las paredes estaban cubiertas de dibujos. Nos sentamos en la cama y empecé a mirar con detenimiento aquella pequeña galería de arte humilde. Me di cuenta enseguida de que los dibujos estaban agrupados por temas, cuatro diferentes, ocupando cada uno de ellos una pared. La de la ventana estaba cubierta de acuarelas que representaban diferentes paisajes, hechos al parecer desde aquella misma ventana o desde el montículo del cedro gigante y la tumba de Helen Shine. En la pared de la puerta de la habitación, que era la contraria a la de la ventana, había dibujos a carboncillo de personas y de algún lugar que parecía un hospital. En la pared de la cabecera de la cama de Gabriel colgaban unos extraños dibujos que parecían no representar nada en concreto. Eran dibujos hechos con rotuladores de colores en los que aparecían, combinándolas de diferentes formas, las tres mismas cosas: un dragón, un naipe con el dos de diamantes y una especie de gruesa T mayúscula incrustada en un círculo. La cuarta pared estaba llena de retratos de varios tamaños de una mujer delgada y morena en diferentes poses. Estos dibujos se parecían al que Gabriel había hecho de Arisa porque eran a carboncillo, pero con un pequeño toque de color: el verde de unos ojos, el azul de una cinta para el pelo, el amarillo de un anillo, etcétera.

Gabriel cogió la botella de vino, leyó la etiqueta y me dijo que era un vino de una bodega cercana.

—Es un buen vino, pero no puedo beber —dijo mientras hundía el sacacorchos en el tapón de la botella—. Una lástima.

—Pues yo no bebo casi nunca —le dije—, solamente en alguna celebración especial y un culín como mucho.

—Eres un chico sano y legal, ¿no? Pues vale, lo dejamos para una ocasión especial.

—¿Tú por qué no puedes beber? —le pregunté, viendo que en el fondo le daba pena no poder probar aquel vino.

—¿Yo? Por la medicación que tomo. No es conveniente que la mezcle con alcohol.

—¿Estás enfermo? —Y al preguntar eso, me di cuenta de que seguramente sí lo estaba y eso explicaba los dibujos de lo que parecía un hospital.

—Estoy mal de la sesera. Al menos eso dicen todos. Yo me siento bien, pero siempre me he sentido bien. Lo que ocurre es que sentirse bien no es suficiente en según qué casos.

—¿Qué es lo que padeces?

—Esquizofrenia, pero no muy grave al parecer.

—Ah, como la madre del tío de
Psicosis
.

—No, la madre del tío de
Psicosis
no estaba enferma, estaba muerta y disecada.

—Entonces como el tío de
Psicosis
.

—Yo no me acuerdo muy bien de la película, solamente recuerdo que la madre estaba disecada en el sótano y que el tipo mataba a una chica en la ducha vestido con la ropa de su madre, pero no sé qué enfermedad padecía. Psicosis hay de muchos tipos y yo no soy un experto.

—¿Y lo que te pasa a ti es peligroso?

—¿Para quién? ¿Para ti o para mí?

—En general.

—Depende de la gravedad de la enfermedad. Hay tipos que se imaginan que están siendo perseguidos o que todo el mundo que los rodea quiere matarlos. No sé, prefiero no hablar de ello, si no te importa.

—Pero tú te sientes bien, ¿no?

—Muy bien, ahora. Mañana no sé.

—No entiendo cómo puedes estar enfermo y dibujar tan bien.

—Empecé a dibujar cuando me internaron la primera vez. —Y señaló los dibujos de la pared de la puerta—. Era como una especie de terapia. La doctora Phillips, una de las que me trata, no tiene muy claro que sea esquizofrénico por mis dibujos, porque son realistas casi todos, pero por otro lado se ve que tengo otros síntomas que dicen lo contrario, que estoy más para allá que para aquí.

BOOK: Entre nosotros
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