—Querría pedirte un favor, Abel —continuó Arisa—, y es que si el señor Shine no se ha dado cuenta tampoco de lo de la abadía, tú no saques el tema.
—Tranquila, no lo haré —dije yo—. Además, no tengo ninguna razón para hacerlo.
Esa petición de Arisa reafirmaba lo que yo pensaba, que ella se había tornado el tema del seminario como una especie de competición cuyo trofeo era un contrato con
Circle Books
. Luego descubriría que no era así. Quizá el hecho de que estuviéramos los dos solos en el seminario la había hecho relajarse un poco y con aquella petición quería tantearme, saber si yo había viajado hasta Ithaca con su mismo espíritu competitivo. Supongo que esa misma tarde se dio cuenta de que no era así, pues en el comentario que hice del primer capítulo de su novela, no dije nada sobre lo que ella me había contado. Me limité a decir que me parecía que sabía describir muy bien, que utilizaba un lenguaje directo y que eso hacía que la lectura fuera amena e invitase a seguir leyendo. Arisa dijo algo similar sobre
El juramento
, aunque utilizando unas palabras técnicas que yo desconocía y que al parecer el señor Shine consideró muy acertadas. No fue muy emocionante que digamos el primer día de seminario, pero al menos lo había superado sin muchos problemas y, además, parecía que Arisa se había convertido en una compañera de verdad y ya no era la pedante sabihonda e impertinente esnob de Harvard que había conocido en Syracuse.
Al acabar la sesión de la tarde, Arisa preguntó al señor Shine si nos podía acercar a Ithaca a hacer unas compras y este le contestó que esa tarde no podía ser, ya que tenía que ir a buscar a su hijo a un lugar llamado Bringhamton. El bañador o los bañadores deberían esperar una mejor ocasión. Arisa me dijo que ya que no íbamos a ir de compras aquella tarde, iba a dedicarse a leer alguno de los libros que había traído consigo de Boston. Yo hice lo mismo, también me fui a la habitación a leer, en mi caso el libro de Arisa. Me leí el segundo capítulo, en el que llegaba a la abadía un enfermo que en apariencia tenía la peste. Estuve a punto de empezar el tercero, pero cuando iba a hacerlo, me di cuenta de que la luz que entraba por la ventana había bajado mucho de intensidad, cosa que quería decir que estaba a punto de empezar el espectáculo del atardecer en el Cayuga. Salí de la habitación y me asomé a la de Arisa, quien estaba tumbada en la cama, boca abajo y con las piernas levantadas formando un ángulo recto, leyendo alguna cosa seguro que infumable.
—¿Quieres venir conmigo a ver algo que vale mucho la pena? —le pregunté.
—No sé, no me fío. Los chicos tenéis una apreciación muy extraña de las cosas, y eso de que vale mucho la pena puede ser algún bicho muerto con las vísceras al aire y cubierto de gusanos apestosos.
—Te juro que es otra cosa, Arisa.
Tras decirle eso, no le di tiempo a que me contestara, me acerqué a la cama y extendí mi mano para ayudarla a levantarse como gesto de una invitación que ella aceptó enseguida. Un par de minutos después estábamos en la cima del montículo en el que estaba enterrada Helen Shine, apreciando la grandeza de la sencillez de la naturaleza. Quizá porque nada más llegar al montículo se dio cuenta de que era el lugar en el que yacía la mujer de Shine, quizá porque se levantó una brisa algo fresca, quizá porque un atardecer como aquel debía contemplarse abrazado a alguien, Arisa me rodeó la cintura con sus brazos y apoyó su cabeza en mi hombro.
—Sí, tenías razón, Abel, esto vale mucho la pena.
Gabriel Shine
C
onocimos a Gabriel a la mañana siguiente, durante el desayuno. Arisa y yo pensamos que el señor Shine y su hijo llegarían a tiempo para que cenásemos los cuatro juntos, pero no solo no regresaron a la hora de cenar, sino que pasada la medianoche aún no habían aparecido, así que nos fuimos a dormir. La primera impresión que me llevé de Gabriel era que se trataba de un chico tímido que por alguna razón no acababa de llevarse bien con su padre. Tuve esta impresión porque durante aquel desayuno Gabriel ni siquiera abrió la boca y su padre no se dirigió a él en ningún momento. Quizá fuese porque el día anterior padre e hijo habían discutido por algún motivo, pero la sensación de que entre ambos existía un conflicto de algún tipo estuvo presente encima de la mesa de la cocina de los Shine aquella mañana. Al mediodía, volvió a repetirse la escena del silencio de Gabriel y el desdén de su padre. Arisa y yo nos pasamos toda la comida mirándonos, sin saber muy bien qué decir o qué hacer. Era una situación que nos violentaba mucho a ambos porque, a fin de cuentas, fuera de las horas del seminario no éramos más que dos invitados en aquella casa y no podíamos inmiscuirnos de ninguna de las maneras. No podíamos saltarnos a nuestro anfitrión e intentar entablar una conversación con Gabriel. De todas maneras, era cierto que él tampoco estaba muy interesado en hablar con nosotros; podría haberlo hecho perfectamente de haberlo querido. En la cena no se repitió lo ocurrido en el desayuno y en la comida, porque Gabriel se quedó en su cuarto y no bajó a cenar.
El mal ambiente creado en ese primer día con Gabriel afectó también al seminario. Arisa estuvo a un paso de irse al día siguiente porque el señor Shine se dirigió a ella de malas maneras en una discusión que tuvieron en la sesión matinal; después de un desayuno en el que tampoco apareció Gabriel. En principio ese día íbamos a hablar de los diferentes tipos de narradores en los relatos de ficción, pero en vez de eso, el señor Shine empezó la sesión preguntándonos si creíamos en la existencia real de los vampiros.
—¿Lo está preguntando en serio? —preguntó Arisa entre risas.
—Sí, muy en serio, Arisa —contestó el señor Shine.
—No sé cómo puede usted preguntarnos eso —dijo Arisa—. Claro que no creemos que existan realmente. ¿Verdad, Abel?
—Pues no, son unos bichos para asustar a la gente en las películas, nada más —dije yo.
—Entonces ¿por qué habéis escrito sobre ellos? —preguntó el señor Shine.
—No sé, tal vez porque son unos personajes literarios clásicos que puedes utilizar para darle a tu relato un tono fantástico, supongo —contestó Arisa.
—Yo escribí eso del vampiro porque lo había hecho lord Byron, lo tenía mano, por así decirlo. No fue por otra razón —añadí yo, casi delatando mi proyecto de plagio.
—Pues para tenerles en tan baja consideración, habéis hecho unos relatos muy verosímiles y quiero saber por qué —dijo el señor Shine con cierto tono autoritario.
—Perdone, ¿esto es una especie de interrogatorio? —preguntó Arisa.
—No, pero me interesaría conocer de dónde habéis sacado la idea de vuestros relatos —siguió el señor Shine.
—Me estoy perdiendo, perdone usted —dijo Arisa—. Primero nos pregunta si creemos en los vampiros y da la sensación de que no se cree que pensemos que no existen, y ahora quiere que le digamos de dónde hemos sacado nuestras ideas. ¡Esto es una estupidez sin sentido!
—Yo jamás digo estupideces —dijo el señor Shine visiblemente alterado—, eso es propio de niñatas extranjeras que se creen no se sabe muy bien qué.
Arisa se quedó con la boca abierta, me miró un instante, cerró los ojos y permaneció unos segundos inmóvil. Una lágrima empezó a deslizarse por debajo de su párpado derecho y en ese momento tragó saliva, se levantó de la silla y salió corriendo de aquella habitación. Yo me levanté para ir tras ella, pero al hacerlo el señor Shine me cogió de la muñeca y me dijo que si me iba tras ella sería para acompañarla a hacer las maletas porque nos echaría de su casa. Para él aquello no era más que una rabieta femenina y no había que darle más importancia. Estuve unos segundos dudando qué hacer. Sí me iba y el señor Shine cumplía su amenaza, a mí personalmente no me afectaba, pero estaba claro que a Arisa le interesaba mucho seguir en aquel seminario. Por esa razón decidí quedarme y terminar lo antes posible aquella sesión matinal para ir a ver a Arisa. Al sentarme de nuevo, el señor Shine volvió con el tema de si yo creía en los vampiros y de dónde había sacado la idea de mi relato. La verdad es que ya no sabía muy bien qué contestar porque, como había dicho Arisa, parecía que el señor Shine pensaba que yo creía que los vampiros existían de verdad y que ese relato había sido una muestra de ello. Era evidente que ese hombre no estaba muy bien de la cabeza.
—No creo que existan los vampiros —empecé diciendo—, incluso creo que son ridículos.
—¿Por qué dices que son ridículos?
—Pues porque son unos seres un poco estúpidos. Son muertos vivientes que pudiendo utilizar sus poderes para enriquecerse o lograr lo que quieran se dedican solamente a morder por ahí sin mucho sentido. Luego está eso de que duerman en ataúdes. Drácula vive en un castillo inmenso y en vez de dormir en una de esas grandes camas con esa cosa que cubre la parte de arriba…
—Con dosel —señaló el señor Shine.
—¿Dosel? Bueno, pues en vez de dormir en una de esas camas con dosel, en la mejor habitación del castillo, el tipo lo hace en un ataúd en el sótano, con todas las ratas y la humedad que debe de haber allí. Además, es un tipo que no se lava nunca y siempre va con el mismo traje. Vale que está muerto, pero tiene que apestar solo por la mugre de más de tres siglos que debe de llevar adherida por todo el cuerpo. Ya ni me imagino cómo debe de tener los calzoncillos, si es que lleva calzoncillos, claro. Eso sí, la calidad de la tela de la ropa que lleva debe de ser espectacular. Aparte de no lavarse, tampoco aparece peinándose, y cuando se levanta del ataúd siempre lleva el pelo como si acabase de salir de una peluquería. Es que incluso eso de levantarse del ataúd que le acabo de comentar lo hace de manera ridícula, como si tuviese un muelle que se activa cuando se pone el sol. Solamente hace falta que le añadan un «poinnng» cuando se levanta y es para morirse de la risa.
—Así que todo lo que tiene que ver con Drácula te parece una tontería.
—Hombre, todo no. Me parece correcto que pueda caminar por las paredes y el techo, como Spider-Man. Eso está bien, tiene su utilidad. Lo que no me parece tan creíble, para ser tan poderoso, es que se transforme en murciélago, en rata o en animales de ese tipo. No sé, ya que se puede transformar en cualquier bicho, lo suyo sería transformarse en dinosaurio o en una especie de King Kong. Es que lo del murciélago es de risa. Dicen que Ozzy Osborne le arrancó la cabeza a uno de un mordisco.
—¿A qué le arrancó la cabeza de un mordisco?
—A un murciélago, eso dicen. No sé si es una leyenda urbana, pero es algo que sabe todo el mundo. Así que si Ozzy, que no sé si usted lo ha visto por la tele en la serie esa que hacía con su familia, le arrancó de un mordisco la cabeza a un murciélago, pues creo que no es un animal a tener muy en cuenta. Es un bicho que da pena. Un dinosaurio es otra cosa, sobre todo si es uno de esos que van sobre dos patas y se comen a otros dinosaurios más pequeños.
—Y el resto de los vampiros ¿te parecen creíbles?
—¿El resto?
—Sí, vampiros creados por otros autores.
—No son tan ridículos como Drácula, pero son igual de tontos. Es que la mayoría de los vampiros parecen zombis en realidad. Lo que pasa es que en vez de comer cerebros, chupan sangre. Además, eso de chupar sangre, con los tiempos que corren, no es muy saludable que digamos. Cualquiera te puede pegar una enfermedad mortal. Claro que supongo que a un vampiro, como ya está muerto, le debe dar igual contagiarse de algo que le pueda matar.
—Pero aparte de Drácula y esos que dices que son como zombis, ¿conoces a otros vampiros?
—Bueno, vi una película de Eddie Murphy que se llamaba
Blade
, que aunque era de Eddie Murphy no era graciosa, sino de vampiros. No recuerdo muy bien de qué iba. Creo que Eddie Murphy mataba a unos cuantos, pero ya le digo que no me acuerdo muy bien. Es que no soy muy aficionado al género, y siempre que he ido al cine ha sido con la que era mi novia y a ella no le gustaban las historias de miedo y sustos, como a todas las mujeres. Bueno, como a todas las mujeres a excepción de Mary Shelley, claro está. Aunque, ahora que recuerdo, sí fuimos a ver una película de vampiros una vez, pero era una reposición que dieron un día en el cine de mi pueblo en una sesión doble. Es que ponían una de estreno y luego otra que no lo era. Al final el cine cerró…
—¿Puedes centrarte en la película, por favor?
—Una pena, porque era un cine con encanto.
—Por favor, la película.
—¿Qué película?
—Esa de vampiros que fuiste a ver con tu chica. ¿Cómo se titulaba?
—Creo que se titulaba
Preguntando al vampiro
.
—
Entrevista con el vampiro
.
—Sí, eso, sí,
Entrevista con el vampiro
. Una mierda. Salían Tom Cruise, Brad Pitt y el mexicano ese que está casado con… Con alguien que ahora no recuerdo. Pepe Gonsales o algo así, un tío que hizo la de
La máscara del zorro
.
—Antonio Banderas.
—No, era
La máscara del zorro
, con la maciza de la Catherine Zeta-Jones.
—No, digo que el actor se llama Antonio Banderas, no Pepe Gonsales. Ah, y no es de México, sino de España.
—De México o de España, qué más da. Bueno, que la película esa era una mierda. Imagínese que hasta le gustó a Mary que ya le digo que aborrece ese tipo de películas. Mary era mi novia. Dijo que era una película muy sensible. No sé dónde se supone que una película tiene la sensibilidad, pero es lo que me dijo. A mí me pareció muy ñoña. Eran vampiros muy finolis y Brad Pitt, que era al vampiro que entrevistan en la película, estaba todo el tiempo comiéndose el tarro por si tenía que morder o no a la gente. «Es que eso de morder está mal visto. Es que si muerdes a alguien luego se muere y eso está mal. Voy a morder a esta chica, pero solo un poquito», todo el rato así. Claro que el tío era de Nueva Orleans y a lo mejor eso influía. Un vampiro de un sitio lleno de pantanos y en el que hacen un carnaval no es muy creíble. Tampoco crea que un vampiro de Tennessee sería para tenerlo en cuenta. Nueva York es otra cosa, como aquí ustedes tienen de todo, pues tendría más sentido. Por eso la película de la entrevista no es muy recomendable. Un vampiro de Luisiana y otro de México, no puede ser, no puede ser. Además ni siquiera salían chicas guapas, todo tíos. Salían algunas, pero a los treinta segundos morían, un desperdicio. La única chica que salía rato era Kirsten Dunst, pero de niña. Eso sí, era igualita a como es ahora, pero más bajita. Parecía un Mini-Yo. Bueno, una Mini-Ella. Creo que era una película para mujeres, por eso le gustó a Mary. Si hubiese sido para hombres, no sé, en vez de Brad Pitt habrían puesto a la Zeta-Jones. Es que me ha venido a la cabeza antes al hablar de Gonsales y es la primera en la que he pensado. No sé, mi favorita es Connie Nielsen, pero sí, creo que la Zeta-Jones le habría dado otra dimensión a la película. Sería incluso creíble que una mujer vampiro tuviese remordimientos o que le diera asco morder a según quién. Yo me dejaría morder por ella tranquilamente. Una vez tuve una discusión con Mary porque ella es muy fan de Renée Zellweger y le sentó mal que la otra ganara el Oscar por
Chicago
. Por cierto, otro bodrio de película sin guión…