Entre nosotros (9 page)

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Authors: Juan Ignacio Carrasco

Tags: #Terror

BOOK: Entre nosotros
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—Bueno, hay una cuarta arriba, en la buhardilla. Es la habitación de mi hijo Gabriel, pero él no está ahora, vendrá mañana.

—Y el resto de los alumnos del seminario, ¿dónde se alojan?

—¿El resto? No, hijo, no hay nadie más, solamente Arisa y tú.

¡Vaya por Dios! Bueno, vaya por Dios y qué seminario más raro. ¿Solamente dos personas? Pensaba que seríamos unos veinte y, no, se ve que el mundo de las jóvenes promesas literarias estaba de capa caída últimamente. La cosa estaba empeorando por momentos. El hecho de que estuviésemos solos Arisa y yo era un problema doble, ya que sabía que convivir con ella iba a ser casi imposible y, por otro lado, no iba a poder esconderme detrás de nadie durante el seminario y enseguida el señor Shine se daría cuenta de que
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había tirado 1200 dólares más un billete de avión a la basura. Sin embargo, en ese momento también se me pasó por la cabeza pensar que a Arisa quizá le fastidiase más que a mí que fuésemos los únicos alumnos del seminario. Por eso me encargué yo de comunicarle la feliz noticia. ¡Gran momento, sí señor!

La expresión de su cara cuando se lo dije compensó todas sus tonterías de aquella noche. Incluso me pareció extrañamente hermosa cuando dijo otra cosa japonesa de las suyas, posiblemente una maldición samurái para momentos como el que acababa de vivir. Quizá, más que por la maldición japonesa, me pareció hermosa porque ya no iba con traje, sino con un pantalón de pijama corto rosa y una camiseta a juego, y tenía el pelo recogido en una pequeña cola y la luz de la lámpara de la mesita de noche dibuja sombras preciosas en su rostro y… Y no cabía duda de que echaba más de menos a Mary de lo que me había hecho creer a mí mismo cuando decidí renunciar a ella en la heladería del centro. Cosas de la edad, supongo.

A la mañana siguiente, Arisa ya no me pareció tan encantadora y el señor Shine, mientras desayunábamos, aprovechó la ocasión para clavarme la primera puñalada del seminario. Al buen hombre no se le ocurrió otra cosa mejor que proponer que, debido a que solamente estábamos Arisa y yo, ella leyese mi relato y yo leyese su novela y que dentro de unos días hiciésemos una exposición criticando ambas obras, o sea, ella iba a leerse un relato de veinte páginas, mientras yo tenía que leerme, ojo al dato, un libraco de cuatrocientas páginas sobre unos monjes apestados y de eso no me podía librar, ya que no iba a encontrar resúmenes ni nada de esa cosa en Internet. ¡
Los señores de la peste
y la madre que los parió! Me pareció injusto, pero no me quejé, básicamente porque no podía, ya que se suponía que me gustaba mucho leer, ¿no?

Después de desayunar, nos reunimos los tres en el despacho del señor Shine. El despacho era la habitación más grande de la casa, pues en realidad se trataba del salón principal convertido en biblioteca gigante. Dos de las paredes estaban llenas de libros y las otras dos eran las ocupadas por una chimenea, sobre la que también había una estantería con libros, y por un gran ventanal que ofrecía una vista del lago Cayuga y de parte del pequeño bosque que habíamos cruzado la noche anterior para llegar hasta allí. Al entrar, el señor Shine nos comentó que podíamos utilizar su ordenador, que se encontraba en una mesa colocada de espaldas al ventanal, siempre que lo necesitásemos, aunque creía conveniente establecer un horario de uso para que los tres pudiéramos trabajar sin molestarnos. Los tres nos sentamos a una mesa larga que ocupaba el centro de la sala, y el señor Shine nos dio un par de blocs de notas y varios bolígrafos antes de empezar a explicarnos de qué iba a ir el seminario.

—Un seminario es sobre todo una experiencia comunicativa —empezó diciendo el señor Shine—, donde cada uno ha de aportar ideas que nos llevan a debates y reflexiones interesantes. Mi función principal es la de aportar los temas a debatir y dirigir en todo momento nuestros pequeños debates para que alcancéis unos resultados que os puedan ser útiles en el futuro.

—¿El seminario no tratará sobre todo de técnicas narrativas y de redacción? —preguntó Arisa.

—Sí, eso tendrá mucha importancia, puede que sea el interés principal de
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a la hora de organizar este seminario —contestó el señor Shine—. Sin embargo, también es importante saber cómo transformar una idea en un texto y que todo cobre sentido. Es decir, no se puede escribir cualquier cosa, y antes de ponerse a escribir tienes que tener muy claro por qué quieres escribir eso concretamente. Dicho de otra manera, primero necesitamos un qué, luego un por qué y al final un cómo para que ese qué y ese por qué puedan plasmarse con corrección en una obra literaria o de cualquier otro tipo.

—¿Estamos a prueba en este seminario de alguna manera, señor Shine? —preguntó de nuevo Arisa.

—Lo que acabas de preguntarme, Arisa., es lo que acabo de explicar, una manera correcta de plantear una idea —dijo el señor Shine—. Lo que has querido preguntar realmente es si
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quiere saber si sois aptos para ser contratados por ellos, ¿verdad?

—Sí, algo así —contestó Arisa.

—Bien, creo que es importante dejaros claras las cosas desde el principio —siguió Shine—. Vuestros relatos han gustado mucho a los editores de
Circle
. Consideran, y yo soy de la misma opinión, que sabéis redactar y eso es muy bueno. Sin embargo hay mucha gente que sabe redactar relativamente bien, pero lo que no se encuentra tanto en estos tiempos que corren es gente imaginativa. Os voy a poner un ejemplo para que lo entendáis, buscando un paralelismo con el mundo de la música. Hay guitarristas que tocan como dioses, para quienes las guitarras son una extensión de sus cuerpos, pero son incapaces de hacer una buena canción. ¿Entendéis lo que quiero decir ahora? A
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llegan cientos de novelas cada mes, muchas bien escritas, pero casi todas sin un ápice de imaginación. Repeticiones de los mismos temas, de los mismos estereotipos, etcétera. Vuestro caso es diferente porque habéis convertido una serie de hechos históricos, la peste del Medioevo en tu caso y la vida de lord Byron en el caso de Abel, en relato de ficción con unos personajes tan atractivos como los vampiros de fondo. A la gente de
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le interesa saber si ha sido casualidad o si realmente tenéis ese don.

—Entonces, su labor de cara a ellos es la de dar el visto bueno, supongo —señaló Arisa.

—Sí, eso es, al acabar el seminario he de hacer un informe sobre vosotros —dijo el señor Shine—. Por un lado he de pulir vuestro estilo y enseñaros a plasmar las ideas que podáis tener y por otro lado he de asegurarme de que tenéis buenas ideas. De todas maneras, mi informe no será vinculante, por lo que la decisión final de contrataros o no será de ellos.

Yo tenía claro que mi informe final iba a ser negativo, ya que quizá había hecho creer a todo el mundo que sabía redactar, pero estaba seguro de que se descubriría enseguida que la imaginación no era mi fuerte. El señor Shine continuó explicando cómo funcionaría el seminario. Nos reuniríamos tres horas por la mañana, de 9 a 12, y dos por la tarde, de 15 a 17. Las horas libres entre una sesión y otra las dedicaríamos a reflexionar y preparar material de los temas tratados por la mañana para debatirlos por la tarde, Los fines de semana los tendríamos totalmente libres, aunque él había preparado una serie de excursiones por la zona para que aprovechásemos ese tiempo con diferentes actividades. Como ejemplo de cómo iba a funcionar el método que iba a seguirse en el seminario, el señor Shine propuso que Arisa se leyese ya mi relato y que yo me leyera el primer capítulo de su novela y que en la sesión de la tarde los tres hablásemos del estilo que habíamos utilizado a la hora de escribir esos relatos. Mientras explicaba eso, miré disimuladamente el primer capítulo de
Los señores de la peste
y me alegré al comprobar que solamente tenía doce páginas, menos mal.

Me leí el primer capítulo de
Los señores de la peste
en una media hora. La verdad era que Arisa escribía bastante bien, al menos se entendía perfectamente qué es lo que quería explicar. En ese primer capítulo se limitaba a hacer una descripción de la abadía en la que supuse que vivían los monjes que luego descubren que la peste es obra de los vampiros. La sensación que transmitía lo escrito por Arisa es que esa abadía era un lugar muy oscuro y frío y que la gente de allí vivía una especie de tormento interior, pensando en todo momento que el fin de los tiempos estaba próximo. Me gustó mucho el hecho de que Arisa no se fuera por las ramas, que fuese directa. Una de las cosas por las que no me gustaba mucho leer era porque había escritores que dedicaban páginas y más páginas a describir una habitación, una puerta, un vestido o un árbol, cuando la importancia de esos objetos era totalmente nula y hacía que aquello que leía fuese lento y aburrido. Por eso prefería el cine, porque allí muestran las cosas, no las describen. Algunos autores de novelas deben de pensar que la gente es ciega o que vive en una especie de cubo cerrado y no conoce el mundo, y se lo tienen que describir hasta la saciedad, a veces solamente para dar a entender que estuvieron en ese lugar que describen o que conocen el tema del que hablan. Arisa, en ese primer capítulo, solamente se paraba a describir cosas que sabías que más tarde tendrían importancia. Esto era lo que iba a decir, que Arisa escribía correctamente y no se andaba por las ramas. Bueno, diría esto, pero utilizando palabras adecuadas para la ocasión. Al menos el primer día del seminario iba a pasarlo dando el pego, no estaba mal.

Como me quedaban un par de horas libres hasta la sesión de la tarde, decidí darme un paseo por los alrededores. Al salir de la casa vi que detrás de esta había un pequeño montículo coronado por un cedro. Decidí subir al montículo porque estaba seguro de que la vista desde aquel lugar sería preciosa. Desde allí se podía comprobar que los mapas tenían razón y que el Cayuga era un lago de forma alargada, como si en realidad se tratase de un río muy ancho que no iba a desembocar a ninguna parte. Las orillas del lago estaban cubiertas por muchos árboles, agrupados en pequeños bosques. La vista era preciosa, simplemente preciosa, y tenía pensado volver a subir allí horas después para contemplar el atardecer y describírselo a mi padre en cuanto regresase a casa. Cuando me disponía a bajar, vi dos cosas que me llamaron la atención. La primera era Arisa, caminando decidida hacia el lago con un biquini naranja y una toalla a juego. Estaba claro que la chica era previsora, por supuesto mucho más que yo que ni siquiera me había llevado bañador. Me quedé un par de minutos contemplando las evoluciones de Arisa en el lago y decidí que al bajar me acercaría a ver a la japonesa nadadora de cerca. A lo mejor me parecía tan encantadora en biquini como en pijama. La otra cosa que me llamó la atención antes de descender del montículo fue una lápida que había colocada a un par de metros del tronco del cedro y enfocada hacia el lago. Era una tumba, la de Helen Shine, la mujer del señor Shine. Había muerto veinte años atrás, cuando ella tendría unos treinta. Pese a no conocerla me dio pena que hubiera muerto tan joven, y pensé que debió de ser una persona muy sensible y romántica, pues había decidido que la enterrasen allí arriba, un lugar que podría considerarse un reflejo del cielo en la tierra. Me di cuenta en ese momento de que en
El juramento
tenía mucha importancia la tumba de otra joven Helen, ya que era sobre la que lord Byron juraba destruir al malvado vampiro. Seguramente al leer mi relato, el señor Shine pensó en su difunta esposa y eso debió de entristecerle un poco. Supongo que cuando hablásemos de
El juramento
en el seminario, comprobaría si eso fue así, porque no cabe duda que cuando hablas de algo que te afecta interiormente no puedes disimularlo de ninguna de las maneras. Aunque no quieras, aunque luches para que no sea así, tu rostro y tu tono de voz cambian. Es inevitable. A mi padre siempre le pasaba cuando hablaba de mi madre, aunque fuera para decir que ella compraba dos latas de guisantes en vez de una por si acaso se presentaba gente a comer sin avisar con antelación. Siempre que mi padre tenía que decir algo sobre mi madre, hacía una pausa breve antes de nombrarla. En esa pausa supongo que se mezclaban muchos sentimientos, pero como mí padre y yo éramos cobardes por naturaleza, nunca hablamos sobre dichos sentimientos.

Cuando bajé del montículo, Arisa ya había salido del agua y estaba tomando el sol. Creí que diría alguna maldad feminista al verme aparecer por allí, pero no lo hizo. Al parecer la chica se transformaba cuando se ponía biquini.

—El agua estaba genial, Abel. Has de probarla.

—No me he traído bañador.

—No te preocupes, esta tarde le podemos decir al señor Shine que nos acerque a lthaca y te compras un par.

—¿Quieres aprovechar estos días para ponerte morena?

—¿Morena? No, no tomo el sol para eso, solamente me estoy secando. Mi piel es muy blanca y es imposible tostarla. Por cierto, Abel, ¿has leído ya algo de mi novela?

—Sí, ya me he acabado el primer capítulo. Me quedan unos cuantos por delante y casi cuatrocientas páginas…

—Ya, me pasé un poco. Era el trabajo final de un curso de novela histórica y pedían un mínimo de cien páginas. Me animé o no supe concretar y al final me quedó eso tan largo. ¿Qué te ha perecido lo que has leído?

—No soy un experto, pero me ha parecido que estaba muy bien escrito.

—Gracias, pero…

—¿Pero?

—Es qué estoy segura de que te has dado cuenta de que se trata de una copia retocada de la abadía de
El nombre de la rosa
de Umberto Eco, ¿verdad?

No supe qué contestar, ya que no tenía ni idea de qué era eso de
El nombre de la rosa
ni de quién era el tal Eco. Arisa creyó que mi silencio no era fruto de mi ignorancia, sino una manera de afirmación ante algo muy evidente.

—Es que nunca he visitado una abadía y era importante dar la sensación de que sabía de lo que estaba hablando.

—Pues te juro, Arisa, que yo no me he dado cuenta de eso. Además, seguro que el señor Berto también sacó su abadía de alguna parte.

—Me sabe mal porqué es como jugar sucio no sé si entiendes lo que quiero decir. A lo mejor nadie se da cuenta, pero si no lo hacen de todas formas me sentiré mal. Además, tu relato sí es una obra original que vale la pena.

Como la vi algo alicaída, estuve a punto de decirle la verdad, que lo mío sí era una copia, además hecha con alevosía y nocturnidad, pero preferí no hacerlo porque aún no conocía muy bien a Arisa y no sabía cómo iba a reaccionar. Lo único que tenía claro es que era una persona que variaba su manera de ser dependiendo de la situación y de lo que llevara puesto. Daba la sensación de ser una bruja pedante e implacable cuando iba vestida de seminarista literaria y que se tomaba aquel tema como una competición en la que tenía que ganar por todos los medios, pero sin ese traje de estudiante de Harvard, parecía una persona sensible y vulnerable. No solamente en lo que decía, sino también físicamente. Por eso decidí no decirle entonces la verdad, ya que a lo mejor era comprensiva al borde del lago, pero luego podía transformarse en una zorra maliciosa en el despacho de Shine. Allí, en biquini y secándose al sol, daban ganas de abrazarla y decirle ternuras, pero con más ropa y dentro de la casa, daban ganas de amordazarla y enterrarla en el sótano.

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