Censurado en Estados Unidos durante la caza de brujas (Fast llegó a estar en prisión) y en España por el franquismo, se trata de la primera versión íntegra y sin recortes en español de esta novela histórica, todo un símbolo de la lucha por la libertad y contra la opresión y la injusticia.
A partir de la rebelión de esclavos encabezada por el gladiador Espartaco en el año 73 a.C., el autor propone una reflexión sobre las relaciones de poder y la legitimidad de la violencia, que tuvieron un especial significado durante el macarthismo y siguen estando de actualidad.
El joven pastor Espartaco se convierte en un militar del poderoso ejército romano, pero el contacto con la locura de las batallas y la injusticia le llevan a desertar. Sin embargo, es apresado como esclavo y convertido en un célebre gladiador para acabar convirtiéndose en el líder de la rebelión de los gladiadores.
"Diez años después de haber sido escrita, Kirk Douglas convenció a los estudios Universal para que rodara una adaptación cinematográfica. Pasados los años, esa película se ha hecho extraordinariamente famosa, y aún puede verse en el momento en que escribo estas líneas."
Howard Fast
Espartaco
ePUB v1.0
kennatj01.01.11
Este libro está dedicado a mi hija, Rachel, y a
mi hijo, Jonathan. Es una historia sobre hombres
y mujeres valientes que vivieron hace mucho
tiempo, pero cuyos nombres nunca han sido
olvidados. Los héroes de esta historia
albergaron el ideal humano de la libertad y la
dignidad del hombre y vivieron noble y honradamente
Lo he escrito para, que aquellos que
lo lean –mis hijos y los hijos de otros–
adquieran gracias a él fortaleza para afrontar
nuestro turbulento futuro y puedan luchar
contra la opresión y la injusticia, de modo que
lel sueño de Espartaco llegue a ser posible en
nuestro tiempo.
No es tarea fácil para un autor que publica sus propias obras escribir lo que los editores llaman presentación; es decir, un llamamiento o reclamo para los lectores. Las frases altisonantes usadas en tales ocasiones surgen con mucha menos facilidad de la pluma de quien ha escrito el libro y sabe con qué esperanzas, dificultades y esfuerzos lo ha hecho.
Ésta es la historia de Espartaco, que encabezó la gran rebelión de los esclavos contra la República romana en los años finales de ésta. He escrito esta novela porque creo que es una historia importante en el momento que nos ha tocado vivir. No se trata de establecer mecánicamente un paralelismo, sino de que de este episodio se puedan extraer esperanzas y fuerza, y resaltar el hecho de que Espartaco no vivió sólo para su tiempo, sino que su figura constituye un ejemplo para la humanidad de todas las épocas. He escrito este libro para infundir esperanzas y valor a quienes lo lean, y durante el proceso de su escritura yo mismo me sentí con más ilusiones y más coraje.
Se precisa mucho tiempo para escribir una novela. Mediante la escritura de una obra narrativa pueden resolverse muchos problemas y conocer y comprender los anhelos y las esperanzas que sustentan las luchas de estos pueblos. Algo de eso obtuve al escribir esta novela y convivir durante tanto tiempo con los hombres y mujeres que aparecen en sus páginas. Confío en que parte de esa satisfacción se transmita también a quien la lea.
Si algún valor tiene mi propia opinión sobre este libro, debo confesar que se trata de la novela que más me gusta de cuantas he escrito hasta la fecha. Fue la que más me costó escribir y la redacté en los momentos más difíciles de mi vida, pero cuando le puse el punto final sentí la satisfacción de haber cumplido cabalmente una tarea.
1951
Cuando me senté a iniciar la larga y dura tarea de escribir la primera versión de
Espartaco
—hace de eso ya cuarenta años— acababa de salir de prisión. Había estado trabajando mentalmente en algunos aspectos de la novela mientras me hallaba en la cárcel, que fue un escenario idóneo para tal labor. Mi delito había sido negarme a entregar al Comité de Actividades Antiamericanas una lista de los miembros de la organización denominada Joint Antifascist Refugee Comittee (Comité de Ayuda a los Refugiados Antifascistas).
Con la victoria de Francisco Franco sobre la República Española legalmente constituida, miles de soldados republicanos, defensores de la República y sus familias habían cruzado los Pirineos para dirigirse a Francia, y buena parte de ellos se habían establecido en Toulouse, muchos de ellos enfermos o heridos. Su situación era desesperada. Un grupo de antifascistas recaudó dinero para comprar un antiguo convento y convertirlo en un hospital, y los cuáqueros aceptaron trabajar en ese hospital si nosotros conseguíamos el dinero para mantenerlo en funcionamiento. En esa época había un impresionante apoyo a la causa de la España republicana entre la gente de buena voluntad, y entre la que se contaban muchos ciudadanos conocidos. Fue la lista de estas personas la que nosotros nos negamos a entregar al Comité, y en consecuencia todos los miembros de nuestro grupo fueron considerados culpables de desacato y enviados a prisión.
Fueron malos tiempos, los peores tiempos que yo y mi querida esposa hemos vivido jamás. Nuestro país se parecía más que nunca en su historia a un estado policial. J. Edgar Hoover, el director del FBI, desempeñó el papel de un mezquino dictador. El miedo a Hoover y su archivo de miles de liberales impregnó el país. Nadie se atrevió a pronunciarse o a levantar su voz contra nuestro encarcelamiento. Como he dicho en alguna ocasión, no era el peor momento para escribir un libro como
Espartaco.
Cuando concluí el manuscrito se lo envié a Angus Cameron, por entonces mi
editor en
Little, Brown and Company.* Le entusiasmó la novela y escribió que para él sería un placer y un orgullo editarla, pero J. Edgar Hoover envió una carta a Little, Brown and Company advirtiéndoles de que no deberían publicar el libro, y después de eso el original pasó por las manos de otros siete conocidos editores. Todos ellos se negaron a publicarla. El último de estos siete fue Doubleday, y tras una reunión del comité editorial, George Hecht, jefe de la cadena de librerías de Doubleday, salió de la sala enfadado y disgustado, me llamó por teléfono y me dijo que nunca hasta entonces había asistido a un acto de cobardía tal en Doubleday, y me aseguró que si publicaba el libro por mi cuenta me haría un pedido de seiscientos ejemplares. Yo nunca había publicado una obra por mi cuenta, pero encontré apoyo en los medios liberales y llevé adelante el proyecto con el escaso dinero que nos proporcionaban nuestros empleos regulares; y de algún modo el libro al fin vio la luz.
Para mi sorpresa, se vendieron más de cuarenta mil ejemplares de la obra en tapa dura, y varios millones más unos años más tarde cuando el clima de terror se hubo disipado. Fue traducida a 56 lenguas y, finalmente, diez años después de haber sido escrita, Kirk Douglas convenció a los estudios Universal para que rodara una adaptación cinematográfica. Pasados los años, esa película se ha hecho extraordinariamente famosa, y aún puede verse en el momento en que escribo estas líneas.
Supongo que algo le debo a ese período que pasé entre rejas. La guerra y la prisión son temas difíciles de tratar para un escritor que no ha tenido experiencia directa de ellas.
* El inglés distingue entre el
editor
, quien trabaja sobre el manuscrito original del autor (aquí en cursiva), y el
publisher
, quien toma la decisión de publicarlo.
Yo no sabía latín, así es que adquirir unos buenos conocimientos de esa lengua, que prácticamente ya he olvidado por completo, fue también parte del proceso de escritura. Nunca he renegado de mi pasado, y si mi propia experiencia carcelaria en algo me ayudó a escribir
Espartaco
, creo que fue lo mejor que obtuve de ella.
1996
Esta historia comienza el año 71 a. C.
De cómo viajó Cayo Craso por el camino
de Roma a Capua en el mes de mayo
Hay constancia de que ya a mediados del mes de marzo había sido abierta nuevamente al tránsito la ruta que iba de la Ciudad Eterna, Roma, a la de Capua, que aunque algo más pequeña no era por ello menos hermosa, pero esto no quiere decir que el tráfico por aquel camino hubiera vuelto inmediatamente a la normalidad. Porque, en realidad, durante los últimos cuatro años, ningún camino de la República había gozado de la pacífica y próspera corriente comercial y de personas que era de esperarse de un camino romano. En mayor o menor medida, en todas partes había habido disturbios y no sería inexacto afirmar que el camino entre Roma y Capua era símbolo de tales disturbios. Se decía —y con razón— que tal como andaban los caminos así andaba Roma; si en los caminos había paz y prosperidad también las había en la ciudad.
Por doquier en Roma habían sido fijados anuncios con el aviso de que cualquier ciudadano que tuviera negocios en Capua podía viajar allí para tramitarlos, pero por el momento no se aconsejaban los viajes de placer a aquel lugar. No obstante, con el transcurso del tiempo y habiéndose adueñado de las tierras de Italia la apacible y dulce primavera, las restricciones fueron dejadas sin efecto y una vez más la hermosa arquitectura y los espléndidos paisajes de Capua atrajeron a los romanos.
Además del natural atractivo de la campiña de Campania, aquellos que gustaban de los buenos perfumes, a pesar de sus precios, exageradamente elevados, encontraban en Capua el placer junto al beneficio. Allí estaban situadas las fábricas de perfumes de mayor envergadura, sin igual en el mundo entero; y a Capua se fletaban esencias raras y aceites de toda la tierra, perfumes exóticos y exquisitos, aceites de rosas de Egipto, el perfume de lilas de Saba, las amapolas de Galilea, el aceite de ámbar gris y de corteza de limón y de naranja, las hojas de salvia y de menta, palo de rosa y sándalo, y así casi hasta el infinito. Los perfumes podían ser adquiridos en Capua poco menos que a la mitad de lo que se pedía por ellos en Roma, y cuando se considera la creciente popularidad de los perfumes en aquel tiempo, tanto para los hombres como para las mujeres —así como la falta que hacían—, es posible comprender que bien podía emprenderse un viaje a Capua por esa sola y única razón.
El camino había sido abierto en marzo y dos meses más tarde, a mediados de mayo, Cayo Craso, su hermana Helena y su amiga Claudia Mario se dispusieron a pasar una semana con unos parientes de Capua.
Salieron de Roma la mañana de un día luminoso, claro y fresco, un día perfecto para viajar, y siendo los tres jóvenes les brillaban los ojos y les deleitaba el viaje y las aventuras que con certeza habrían de ocurrirles. Cayo Craso, joven de veinticinco años, cuyos obscuros cabellos caían en abundantes y suaves rizos y cuyas facciones regulares le habían dado reputación de bien parecido al igual que de bien nacido, montaba un caballo árabe blanco, que le habría regalado su padre el año anterior con motivo de su cumpleaños, y las dos muchachas viajaban en literas descubiertas. Cada litera era llevada por cuatro esclavos, adiestrados para los caminos y que podían hacer dieciséis kilómetros a marcha uniforme sin descanso. Planeaban pasar cinco días de viaje, deteniéndose cada noche en la casa de campo de algún amigo o pariente, y de ese modo, mediante etapas pausadas y agradables, llegar a Capua. Sabían antes de partir que el camino estaba señalado con símbolos de castigo, pero pensaron que aquello no alcanzaría a incomodarles. A decir verdad, las muchachas estaban bastante excitadas por las descripciones que habían oído, y por lo que a Cayo se refería, siempre tenía reacciones placenteras y algo sensuales frente a tales vistas, y también estaba orgulloso de su estómago y del hecho de que cosas como aquéllas no lo afectaran excesivamente.