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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Fuera de la ley (11 page)

BOOK: Fuera de la ley
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De repente, escandalizada, me paré en seco. La culpa hizo que se me helara la sangre y me vi obligada a sentarme en una silla con mi dolorido corazón, que apenas un instante antes rebosaba entusiasmo, latiendo a toda velocidad. Yo había amado locamente a Kisten. De hecho, todavía lo amaba. Y haberlo borrado de mi mente con tanta facilidad resultaba sorprendente y doloroso. Había escuchado lo suficiente a Ivy y a Jenks como para saber que este tipo de comportamiento formaba parte de mi forma de ser. Cuando salía herida de una relación, siempre buscaba a alguien con quien acallar el dolor, pero yo ya no era ese tipo de persona. No podía permitírmelo. Y si era capaz de darme cuenta, podría evitarlo.

No obstante, me alegraba mucho de ver a Marshal. Él era la prueba de que yo no acababa matando a todas las personas que entraban en contacto conmigo, y eso era un gran alivio.

—¡Oh! —balbuceé al darme cuenta de que nadie hablaba—. Creo que mi antiguo novio robó parte de tu equipo antes de tirarse por el puente.

La atención errática de Marshal se tropezó con las magulladuras de mi cuello y, tras detenerse unos instantes en ellas, levantó la vista y me miró a los ojos. Creo que se dio cuenta de que algo había cambiado, pero prefirió no preguntar.

—No te preocupes, la AFI encontró mis cosas en la orilla una semana después.

—No tenía ni idea de que fuera a hacer algo así —me disculpé—. Lo siento muchísimo.

—Lo sé —respondió con una leve sonrisa—. Lo vi en las noticias. Por cierto, te quedan muy bien las esposas.

Ivy se apoyó en la pared del pasillo, desde donde podía vernos a los dos. Parecía excluida, pero era solo culpa suya. Nada le impedía sentarse y unirse a nosotros. Le eché una miradita, pero ella la ignoró. Luego, volviéndose hacia Marshal, preguntó:

—Imagino que no habrás venido hasta aquí solo para devolverle el gorro a Jenks, ¿verdad?

—No… —respondió Marshal bajando la cabeza—. He venido porque tengo una entrevista en la universidad y quería comprobar si me habías tomado el pelo o si era verdad que tenías un trabajo que te permitía pensar que podías enfrentarte tú sola a toda una manada de hombres lobo.

—No estaba sola —dije, nerviosa—. Jenks estaba conmigo.

Ivy descruzó las piernas y se apartó de la pared un segundo antes de que Jenks entrara como una flecha batiendo las alas con fuerza.

—¡Marshal! —gritó el eufórico pixie desprendiendo una hilera de polvo que dibujó un rayo de luz en el suelo—. ¡Qué sorpresa!

Marshal se quedó boquiabierto. Por un instante creí que iba a ponerse en pie, pero al final se quedó inmóvil en el sofá.

—¿Jenks? —balbució. Me miró con los ojos como platos y yo asentí con la cabeza—. Cuando me dijiste que era un pixie, creí que te estabas burlando de mí.

—Pues ya ves que no —respondí disfrutando de la incredulidad de Marshal.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí, viejo zorro? —preguntó Jenks revo­loteando sin parar a su alrededor.

Marshal gesticulaba impotente.

—La verdad es que no sé cómo comportarme. La última vez que te vi, medías un metro ochenta. No puedo estrecharte la mano.

—Pon la palma hacia arriba —dijo Ivy secamente—, y deja que se pose en ella.

—Lo que sea con tal de que deje de dar vueltas —dije alegremente. Jenks aterrizó sobre la mesa agitando las alas con tal frenesí que sentí una ligera brisa.

—¡Me alegro muchísimo de verte! —exclamó haciendo que me preguntara por qué su presencia nos producía semejante euforia. Tal vez se debía a que nos había ayudado cuando realmente lo necesitábamos, y a que había arriesgado su propia vida a pesar de que no nos debía nada.

—¡Me cago en todas mis margaritas! —dijo Jenks alzándose y volviendo a aterrizar—. Ivy, tenías que haber visto su cara cuando Rachel le dijo que íbamos a rescatar a su exnovio en una isla llena de hombres lobo militantes. Todavía me cuesta creer que lo hiciera.

—A mí también —intervino Marshal con una sonrisa—. Supongo que, cuando la vi, me di cuenta de que podía servirle de ayuda.

Ivy me miró con expresión interrogante y yo me encogí de hombros. De acuerdo, es posible que mi mono de goma ajustado hubiera influido en su decisión, pero eso no significaba que me hubiera puesto un conjunto sexi para conseguir su apoyo.

Los ojos de Marshal se dirigieron bruscamente a Ivy cuando se puso en mo­vimiento. Zalamera y depredadora, se acomodó en el sofá junto a él apoyando la espalda en el brazo, una rodilla a la altura de la barbilla y la otra pierna colgando. A continuación agarró la revista, que había acabado en el suelo por culpa suya e, intencionadamente, la dejó sobre la mesa de forma que se vieran los titulares. Se estaba comportando como una novia celosa, y aquella actitud no me gustaba un pelo.

—Vaya, vaya —dijo Jenks con una sonrisa cuando vio que yo estaba sentada con las manos apoyadas en el regazo y a una distancia inusual de Marshal—. Imagino que podrías enseñar algunos trucos nuevos a un joven brujo.

—¡Jenks! —exclamé sabiendo que se refería a la distancia que yo había puesto entre Marshal y yo, pero el pobre brujo no lo pilló, afortunadamente. Furibunda, intenté apartarlo de un manotazo y el pequeño hombre, de solo diez centímetros de altura, se echó a reír y se posó en el hombro de Marshal. El nadador se puso rígido, pero se quedó inmóvil, limitándose a ladear un poco la cabeza para ver a Jenks.

—¿Has dicho que habías venido para una entrevista de trabajo? —preguntó Ivy amablemente. Sin embargo, no me fiaba un pelo de ella.

Moviéndose cuidadosamente como si Jenks pudiera salir volando en cualquier momento, Marshal respondió:

—Sí, en la universidad —dijo dando ciertas muestras de nerviosismo.

—¿Para hacer qué? —preguntó Ivy, y casi pude oír sus pensamientos diciendo «¿Conserje?». A pesar de que no había dicho nada inconveniente, no estaba siendo lo que se dice agradable, y se comportaba como si yo le hubiera pedido que viniera ex profeso para traicionar el recuerdo de Kisten.

Marshal debía de haberlo captado también, ya que giró los hombros y ladeó la cabeza hasta que hizo crujir el cuello. Estaba claro que se trataba de un tic nervioso.

—Voy a entrenar al equipo de natación. Pero, una vez que consiga entrar, me gustaría aspirar a una verdadera plaza de profesor.

—¿Y qué enseñarías? —preguntó Jenks con cierto recelo.

Marshal esbozó una sonrisa.

—Manipulaciones menores de líneas luminosas. En realidad se trataría de un curso de instituto. Un curso de apoyo para conseguir que los estudiantes más retrasados puedan adquirir los conocimientos necesarios para seguir las clases de nivel 100.

Ivy no parecía impresionada pero, lo que probablemente no sabía, es que había que tener un nivel 400 para poder enseñar algo a alguien. Yo no tenía ni idea de en qué nivel de competencia me encontraba, dado que lo había adquirido sobre la marcha, aprendiendo las cosas cuando las necesitaba, y no lo que era seguro o prudente a un ritmo constante y progresivo.

—Cincinnati no tiene equipo de natación —dijo Ivy—. Intuyo que será un duro trabajo crear uno desde cero.

Marshal inclinó la cabeza y la luz iluminó su incipiente barba.

—Tienes toda la razón. Ni siquiera hubiera presentado mi candidatura, de no ser porque estudié aquí y me apetecía volver.

—¡Eh! —exclamó Jenks agitando las alas con tal ímpetu que la corriente me hizo sentir un escalofrío—. ¡No me digas que eres un chico de Cincy! ¿En qué año te licenciaste?

—En el año 2001 —respondió con orgullo.

—¡No me jodas! ¡Entonces estarás a punto de cumplir los treinta! —comentó el pixie—. ¡Maldita sea! Los llevas muy bien.

—¿A punto? No, en realidad ya los cumplí —respondió dando a enten­der que no quería reconocer su verdadera edad—. Es por la natación —se justificó. Seguidamente miró a Ivy como si supiera que iba a consultar los registros—. Me especialicé en Administración y Dirección de Empresas, y utilicé el título para empezar Marshal's Mackinaw Wrecks. —En ese instante su rostro mostró un asomo de decepción—. Pero lo he dejado, de manera que, aquí estoy

—Es por el frío, ¿verdad? —preguntó Jenks. Quizás ignoraba que, probable­mente, la razón de que lo dejara éramos nosotros, o tal vez estaba intentando arrojar algo de luz sobre el asunto—. ¡Dios! El agua estaba tan helada que casi se me congela el ciruelo.

Su comentario me hizo sentir vergüenza ajena. Jenks hablaba cada vez peor. Parecía como si intentara quedar como un hombre delante de Marshal y hu­biera decidido hacerlo siendo todo lo vulgar que podía. No obstante, yo había percibido un sentimiento de culpa en las palabras de Marshal.

—Los hombres lobo de Mackinaw descubrieron que tenías algo que ver con que yo saliera de la isla, ¿verdad? —le pregunté. Él se quedó mirando los res­tos de agua de sus botas de cuero amarillas y supe que había dado en el clavo.
Mierda
—. Lo siento mucho, Marshal —dije deseando haberme limitado a darle un golpe en la cabeza para robarle sus cosas. De ese modo, al menos, seguiría al frente de su negocio. Él había hecho lo que debía pero, a la larga, le había perjudicado. ¿Por qué era todo tan injusto?

Cuando levantó la cabeza, su sonrisa se había vuelto más tensa, e incluso Ivy parecía arrepentida.

—No os preocupéis —dijo Marshal—. El fuego tampoco destruyó nada realmente importante.

—¿El fuego? —mascullé, consternada.

Marshal asintió.

—Había llegado el momento de regresar —dijo encogiéndose de hombros—. Solo empecé el negocio de buceo para conseguir el dinero necesario para cos­tearme un máster. —A continuación hizo una pausa y miró a Ivy de arriba abajo, como si intentara evaluar hasta qué punto podía resultar una amenaza—. Bueno —añadió finalmente—, ahora tengo que irme. Tengo cita para ver un par de apartamentos y, como llegue tarde, el agente inmobiliario pensará que se trata de una broma de Halloween y se marchará.

Entonces se puso en pie y yo, casi sin pensarlo, hice lo propio. Jenks echó a volar de golpe y, tras refunfuñar algo sobre no disponer de un sitio cómodo donde poner el culo en toda la iglesia, se posó en mi hombro. Me hubiera gustado acompañar a Marshal para evitar que el agente inmobiliario lo con­venciera para aceptar un piso de mala muerte lleno de humanos armando jaleo después del amanecer, pero probablemente conocía Cincinnati tan bien como yo. Al fin y al cabo, a pesar del tamaño de la ciudad, tampoco había cambiado tanto en los últimos años. Además, no quería que se hiciera una idea equivocada.

Una vez que Marshal empezó a ponerse el abrigo, Ivy también se levantó.

—Ha sido un placer conocerte, Marshal —dijo. A continuación se giró sobre sí misma y se alejó. Cinco segundos después oí cómo levantaba la tapa de la olla y una nueva oleada de olor a tomate, alubias y especias inundó el lugar.

—¿Te apetece quedarte a cenar? —solté sin saber muy bien por qué lo había hecho, exceptuando que me sentía agradecida porque nos hubiera ayudado a Jenks y a mí—. La cena está casi lista. Hemos preparado chili.

Marshal dirigió la mirada al fondo del oscuro pasillo.

—Te agradezco la invitación, pero he quedado con un par de compañeros del colegio. Solo quería pasar a saludar y devolverle el sombrero a Jenks.

—¡Oh, sí! ¡Claro!

¡Qué estúpida
! ¿
Cómo no se me había ocurrido que tendría amigos en la ciudad
?

Mientras lo acompañaba a la puerta para despedirlo, mis ojos se posaron en la gorra de Jenks, de vuelta tras pasar varios meses en poder de Marshal. Me alegraba mucho de verlo, y me hubiera gustado que se quedara a cenar pero, al mismo tiempo, me sentía culpable por ello.

Mientras yo abría la puerta, Jenks se colocó delante de Marshal, a la altura de sus ojos, despidiendo un intenso color dorado.

—Me ha encantado volver a verte, Marsh-man —dijo—. Si no hiciera tanto, frío, te enseñaría mi casa en el tocón.

La forma en que lo dijo sonó casi como una amenaza, y me di cuenta de que Marshal pensaba en ello mientras se abotonaba lentamente el abrigo, proba­blemente intentando decidir si hablaba en serio o no. Quería quedarme un rato a solas con Marshal, pero no había forma de que Jenks se largara.

De repente, el pixie se dio cuenta de que los dos nos habíamos quedado callados y, después de que yo le hiciera un gesto con los ojos, se alzó por los aires.

—Si querías que me fuera, solo tenías que decirlo —dijo con resentimiento. A continuación salió disparado dejando un rastro de polvo de pixie que poco a poco se desvaneció. Mi presión sanguínea descendió y sonreí a Marshal.

—Jamás había visto un hechizo tan impresionante —comentó. Sus ojos se habían vuelto más oscuros debido a la limitada iluminación de la entrada—. Me refiero al hecho de que le dieras el tamaño de un humano y que volvieras a restituirle su altura normal.

—No es ni la mitad de impresionante que la persona que lo fabricó para mí —dije pensando que era justo reconocer el mérito de Ceri—. Yo solo lo invoqué.

Marshal sacó el sombrero de su amplio bolsillo y se lo puso. Cuando se acer­có a la puerta, me sentí aliviada, y luego culpable por el placer que me había producido volver a verlo. ¡
Dios
! ¿Cuánto tiempo tendría que vivir con aquello? Marshal vaciló. Luego se dio la vuelta y buscó mi mirada. Yo esperé en silencio, preguntándome qué era lo que estaba a punto de decir.

—Ummm, espero que mi visita no haya interferido en algo —dijo—. Me refiero a la relación con la chica que vive contigo.

Yo hice una mueca de desesperación, maldiciendo tanto a Ivy por sus celos, como a Jenks por su actitud protectora. ¿De verdad su comportamiento había sido tan descarado?

—¡No! —respondí rápidamente. A continuación, bajando la vista, añadí—: No es eso. Se trata de mi novio… —En aquel momento inspiré hondo y bajé la voz intentando que no se me quebrara—. Acabo de perder a mi novio, y tanto Ivy como Jenks tienen miedo de que me líe con el primero que entre en la iglesia solo para liberarme del dolor de su pérdida. Un miedo comprensible, pero al mismo tiempo innecesario.

Marshal se irguió.

—¿Te refieres al chico que se tiró del puente? —preguntó socarronamente—. Creí que no te gustaba.

—No, no estaba hablando de él —dije mirándole brevemente a los ojos. A continuación, observando de nuevo el vacío, continué—: Se trata de una relación posterior. Kisten era… era una persona muy importante en mi vida, y también en la de Ivy. Murió intentando evitar que un vampiro no muerto me ligara a él… Y todavía… —Cerré los ojos y sentí un nudo en la garganta—. Todavía lo echo de menos —concluí, profundamente abatida.

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