Mona le dio un golpecito con el nudillo en el pecho.
—Todo «nuestro» trabajo. Somos los Sobrenaturalistas. Un equipo.
—Tienes razón. Un equipo. Lo tendré en cuenta de ahora en adelante.
Le dio un pellizco afectuoso en el brazo.
—Hazlo, Stefan.
Mona echó a correr a través del frío tejado, dando pequeños saltitos en el interior plateado de su saco de dormir. Stefan entró en la caseta y cerró la puerta de acordeón antes de sentarse junto a Cosmo.
—Bueno, Cosmo. ¿Cómo estás?
El chico se encogió de hombros.
—No lo sé. Me siento como una pantalla de televisión que no emite nada de nada. En blanco. No he tenido tiempo de convertirme en una persona.
—Es el efecto que tiene Ciudad Satélite. Este lugar no muestra ningún respeto por los individuos. Encaja, haz lo que te dicen y no hagas preguntas. — Ajustó un botón de la caja de la Parábola—. Ahora tienes tiempo, Cosmo. Tiempo para formar parte del grupo.
—¿De veras lo soy? ¿Soy parte del grupo?
Stefan lanzó un suspiro.
—De eso precisamente quería hablarte. Últimamente he estado de muy mal humor, Cosmo, pero eso no tiene nada que ver contigo, soy yo.
Cosmo no respondió de inmediato, sino que se limitó a mirar fijamente la pantalla del ordenador.
—Si voy a formar parte de este grupo algún día, necesito que me lo digas.
—Decirte... ¿el qué? —preguntó Stefan, aunque ya sabía a qué se refería.
—Por qué hacemos esto. ¿Qué te pasó?
Stefan permaneció con una expresión severa en el rostro durante varios segundos, pero luego la dulcificó. Había tomado una decisión.
—Está bien, Cosmo. Te mereces saber la verdad. Todos merecemos saber la verdad, pero créeme si te digo que a veces saberlo todo no hace que resulte más fácil dormir por las noches...
Stefan se inclinó hacia delante, apoyó la cara en las manos y empezó a hablar, con vacilación al principio, pero las palabras no tardaron en salir rodando de su boca como guijarros de un saco.
—Hace tres años, yo era un cadete de los mejores. Quince años y el primero de mi clase. La profesora Faustino, mi tutora y una amiga íntima de la familia, me había recomendado para mi ingreso en la academia de policía. Entonces, un día, las cosas salieron muy mal. Mi madre me llamó a la academia, necesitaba que alguien la recogiese en la clínica donde trabajaba y que la llevase a casa. Yo acababa de aprobar el examen de piloto de coche patrulla, así que la recogí con el coche. Tenía pensado dejarla en nuestro piso y luego dejar el coche patrulla en el cuartel general de policía.
Stefan se masajeó las cuencas de los ojos con las manos.
—Fui idiota. Un coche patrulla siempre es un objetivo. Siempre. Se supone que nunca hay que llevar a civiles inocentes en un coche patrulla. Yo lo sabía. ¿En qué demonios estaría pensando?
—¿Qué pasó? —preguntó Cosmo.
—íbamos de camino a casa cuando el coche hizo explosión. Los expertos dijeron que fue una mina camuflada en el chasis. Nunca descubrieron quién la había colocado.
Stefan recorrió con el dedo la cicatriz que tenía en la comisura de la boca.
—Yo quedé destrozado. Mi madre también fue herida gravemente. Su estado era muy grave, pero habría sobrevivido, estoy seguro de ello. He visto a multitud de malheridos y estoy seguro de que habría logrado sobrevivir.
—Si no hubiese sido por los Parásitos —adivinó Cosmo.
—Esos demonios azules se arremolinaron a nuestro alrededor como abejas en torno a un panal. Y yo no podía moverme, no pude salvarla. Me quedé allí quieto, atrapado en mi asiento. Mirando mientras le absorbían la vida a mi madre hasta dejarla seca. Tres de ellos aterrizaron sobre mí, en los brazos y el pecho. Mirándome con aquellos ojos enormes.
Stefan inspiró hondo y se pasó la manga por delante de los ojos.
—La ambulancia llegó en apenas segundos. Dio la casualidad de que había una cerca. Lorito me salvó la vida con un desfibrilador, pero en el caso de mi madre... era demasiado tarde. Yo llegué demasiado tarde. Le fallé.
Cosmo pensó durante largo rato antes de contestar.
—No le fallaste —dijo—. Los Parásitos son naturales, y no se puede luchar contra la naturaleza.
Stefan rodeó el hombro de Cosmo con el brazo.
—Gracias, Cosmo —dijo—. Eso ha sido muy bonito por tu parte, pero las ballenas también eran seres naturales y bien que nos deshicimos de ellas.
En comparación con la semana anterior, los días que siguieron fueron extremadamente tranquilos. Mona controló de cerca los resultados de la Parábola, pero el ordenador no podía hacer una predicción concreta a partir de las veces que avistaba a los Parásitos.
Al final, Stefan los reunió a todos después de una visita a las cenizas de su madre. Había ido a visitarla casi todos los días desde su encuentro con Ellen Faustino. En esos momentos, más que nunca, echaba de menos su fortaleza y sus consejos.
—He estado pensando en todo esto —explicó, señalando al almacén y sus equipos e instrumentos tecnológicos—. Es una locura, todo esto es una locura. ¿Qué creíamos que podíamos hacer contra... la mismísima naturaleza? Cada vez que hacíamos saltar por los aires a un Parásito, creábamos otros doce más para que se nutrieran de nuestra especie. ¿Cuántas vidas ha costado eso?
—Pero ahora tenemos el Pulso de Energía —objetó Mona—. Lo único que tenemos que hacer es encontrar el nido y hacerlo estallar por los aires.
—No, tenías razón, Mona —repuso Stefan lanzando un suspiro—. La Parábola nunca ha funcionado. No tengo ningún derecho a poneros en peligro.
Hizo una pausa, mirando a cada uno de los miembros del grupo a los ojos, uno a uno. Estaba a punto de decir algo importante. Mona estiró el brazo por debajo de la mesa para coger la mano de Cosmo. Fuera lo que fuese lo que iba a decir Stefan, iba a afectarles a todos.
El líder de los Sobrenaturalistas tomó aire inspirando profundamente.
—He tomado una decisión. De hoy en adelante, somos oficialmente gente normal.
La frase retumbó por todo el almacén. ¿Gente normal? ¿Es que existía tal cosa?
—Tú nunca me has puesto en peligro —replicó Cosmo—. Nadie me ha obligado a hacer nada. Hice lo que creí que era correcto. Lo único que hiciste por mí fue salvarme la vida.
—Igual que conmigo —dijo Mona—. De no haber sido por los Sobrenaturalistas, ahora mismo sería una mancha de aceite en el arcén de un circuito de carreras en alguna parte.
Stefan negó con la cabeza.
—Ha llegado la hora de que despierte. Mi madre ha muerto, tengo que aceptarlo.
Mona se levantó de golpe.
—¡No podemos rendirnos, Stefan! Ya sabes cuál es nuestro destino. Lucharemos contra esos bichos hasta que no podamos luchar más. Díselo, Lorito.
El niño Bartoli tenía la mirada fija en el suelo.
—A lo mejor el jefe tiene razón —dijo—, A lo mejor deberíamos dejarlo.
Mona lanzó los brazos al aire.
—No me lo puedo creer. Una operación sale mal y todo el mundo se desmorona.
Lorito encendió un no-cigarrillo.
—¿Se desmorona? Eso no es así, Mona. No es así en absoluto. Lo hemos intentado con todas nuestras fuerzas, pero es como intentar secar el mar con un pañuelo de papel. ¿Quién dice que no podemos ser felices siendo seres normales durante un tiempo?
Mona tenía el rostro lívido de ira.
—A la gente normal esas criaturas les chupan la sangre, solo que ellos no lo saben. ¿Quieres quedarte de brazos cruzados mientras los Parásitos siguen saliéndose con la suya?
Stefan asió a Mona de los hombros con delicadeza.
—No es eso lo que quiero, pero nos han derrotado. Solo somos una panda de críos. ¿Qué podemos hacer?
—Ahora los de Myishi están con nosotros —murmuró Mona—. Tenemos el Pulso de Energía y la Parábola.
—No funciona. Nunca ha funcionado. He tardado mucho tiempo en verlo, pero ahora lo veo.
—Es una lástima lo de esa Parábola —musitó Cosmo con aire pensativo, casi para sí mismo.
Mona se apartó de Stefan y se volvió para mirarlo.
—¿Qué quieres decir, Cosmo?
—Algo que dijo la profesora Faustino. Los Parásitos suelen alimentarse de energía eléctrica. Me apostaría lo que fuese a que si encontrásemos escapes de energía, encontraríamos a los Parásitos. —Apoyó la barbilla en una mano— . Si tuviésemos un plato más grande para la antena...
Mona corrió a la ventana más próxima y descorrió las pesadas cortinas.
—Los de Myishi tienen un plato bastante grande —dijo señalando a las estrellas—. Un intento más, Stefan. Solo una vez más.
La resignación de Stefan se resquebrajó como una mascarilla de arcilla y destapó la vieja determinación que se ocultaba debajo.
—Lorito —dijo—, ¿dónde está mi teléfono?
—No y mil veces no —dijo Ellen Faustino.
Stefan no podía creer lo que estaba oyendo.
—Profesora Faustino, lo único que le pido es un puerto de datos en el Satélite. Una sola conexión, ¿qué tiene eso de malo?
La expresión de Faustino era dura en la pantalla del teléfono.
—El Satélite es algo inaccesible, Stefan, incluso para mí. Solo soy la directora de investigación. No me darían trabajo ni siquiera fregando el suelo en el Satélite.
El auricular del teléfono estuvo a punto de desintegrarse en las manos de Stefan.
—Está bien, realice usted el escaneo. Una concentración de escapes de energía en el centro de la ciudad, es lo único que busco.
Faustino consultó una agenda digital de su escritorio.
—Esa idea está mucho mejor. Puedo conseguir un espacio dentro de un par de meses.
—¡Un par de meses! ¿Tiene alguna idea de a cuánta gente pueden sorberle la vida en un par de meses?
—No puedo hacer nada —protestó Ellen, al tiempo que volvía su agenda digital para que Stefan pudiese ver la pantalla—. Mira los clientes que tenemos a la espera: Nike, Disney, Krom... El Satélite cuesta millones por cada vínculo. ¿Te das cuenta del poder publicitario de una sola emisión? Hay una lista de espera de cinco años para conseguir tiempo en el Satélite. Un par de meses es lo más pronto que puedo acceder, e incluso entonces tendré que reclamar que me devuelvan todos los favores que me deben.
Stefan hizo verdaderos esfuerzos por no perder la calma.
—¿Y cómo se supone que voy a usar su Pulso de Energía si no localizo a los Parásitos?
Faustino permaneció impasible.
—Stefan, toda esta operación es clandestina. Los Especnoides 4 no existen, igual que el Pulso de Energía modificado. Ni tampoco, ya puestos, existís tú ni tu banda de vigilantes. ¿Qué quieres que haga yo? ¿Ir a la oficina central con una historia sobre unas extrañas criaturas azules que chupan y reciclan la energía?
—No —admitió Stefan, al tiempo que fruncía el ceño ante la pantalla—. Supongo que no, pero ¿qué quiere que haga yo?
—Quiero que encuentres otro modo —dijo Ellen Faustino.
Stefan apagó el auricular.
—No se preocupe —dijo—. Lo haré.
Distrito de Booshka, más allá de la Barricada, Ciudad Satélite
Mona maniobró la Furgomóvil a través del hervidero de actividad de Booshka. Técnicamente, no debería estar conduciendo con un cambio manual, pero allí abajo no había ningún policía para comprobar su permiso de conducir, o su carencia del mismo. Las pandillas nocturnas habían sido reemplazadas por multitudes de personas pacíficas. Bajo el pálido azul del día, la vida seguía, como en el resto del mundo, y fueran cuales fuesen sus circunstancias la gente también tenía que comer, vivir y amar.
Los puestecillos comerciales se extendían por el lado de la carretera como mesas de magos. Los sastres africanos trabajaban junto a los hackers orientales y los zapateros europeos. El mercadeo se realizaba de forma rápida y enérgica, y el regateo era muy animado.
Cosmo vio pasar el mundo desde su asiento en la Furgomóvil.
—No es un mal sitio para vivir.
—De día —puntualizó Stefan—. Y estará mucho mejor si la profesora Faustino consigue que vuelvan a conceder las subvenciones con fines sociales.
Lorito se estaba mirando la barbilla en un espejito con la esperanza de ver algún pelo.
—Sí, claro. Por eso estamos haciendo esto a sus espaldas.
—La profesora Faustino trabaja desde dentro —explicó Stefan—. Tiene que seguir las reglas, nosotros no. Si los Sobrenaturalistas pueden encargarse del problema de los Parásitos, el Satélite se estabiliza y las subvenciones sociales vuelven a fluir. Y todos contentos.
—Sobre todo Myishi —dijo Lorito, guardándose el espejo en el bolsillo—.
Creo que es muy amable por nuestra parte hacerles todo el trabajo, sobre todo teniendo en cuenta que llevan años intentando matarnos.
Mona gritó desde el asiento del conductor.
—¿Acaso tienes una idea mejor, Lorito? ¿La tienes? —Le dio cinco segundos para responder—. ¿No? Eso me imaginaba.
—Nunca las tengo. Solo es sano escepticismo —contestó—. No todos podemos ser borregos. Esta situación apesta. De repente, trabajamos para las grandes empresas. No me gusta.
—A mí tampoco me gusta —repuso Stefan—, pero la profesora Faustino es mi amiga, primero, y la representante de una gran empresa después. Podemos confiar en ella.
—¿Estás seguro? ¿Te apostarías todas nuestras vidas?
—La única vida que me apuesto en el futuro es la mía. En cuanto localicemos la guarida de los Parásitos, seré yo quien conecte el Pulso de Energía. De ahora en adelante, vosotros, niños, seréis solo ayudantes.
Mona estuvo a punto de estrellar la Furgomóvil.
—¿Niños? ¿A quién estás llamando niño? Solo tienes un par de años más que nosotros, y si soy lo bastante mayor para correr por las azoteas también soy lo bastante mayor para conectar Pulsos de Energía. No estoy aquí para ver las cosas a través de un monitor.
—Participarás en la operación, pero desde una distancia segura. Y si no te gusta la nueva organización, para la furgoneta y bájate ahora mismo. Estoy seguro de que los Encantos se alegrarán mucho de tenerte de vuelta.
Mona pisó a fondo el acelerador.
—¿Sabes una cosa, Stefan? A veces puedes llegar a ser un verdadero cerdo.
Condujeron durante más de tres horas hasta que la Furgomóvil bordeó la circunvalación de Ciudad Satélite. La siguiente parada sería el desierto. Cosmo vio el final de la ciudad y se sintió fascinado. ¿Aquella ciudad tenía final? Por alguna razón, siempre había imaginado que la totalidad de la ciudad era una prisión gigantesca, y aunque al final se pudiese abandonarla, ¿cómo sobrevivía la gente ahí fuera, en el campo?