Hermana luz, hermana sombra (25 page)

BOOK: Hermana luz, hermana sombra
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—... rameras de Alta —finalizó Jenna.

Callilla se volvió hacia dos mujeres que se hallaban cerca.

—¿Quiénes montaban guardia hoy?

—Mona —dijo una.

—Y Verna.

—Oh, dulce Alta, sálvalas —murmuró Callilla—. Y Verna acaba de cumplir diecisiete primaveras. Sus madres deben saberlo. Temo lo peor.

Las dos mujeres asintieron solemnemente y partieron.

—¿Cuántos hombres?

Carum se alzó de hombros.

—No aguardamos para contarlos.

—Eran al menos tres —dijo Jenna—. Y ahora uno de ellos se encuentra malherido.

—Él era quien estaba al mando —agregó Carum—. Esto podría detenerlos un poco.

—O provocarles más. No hay forma de saberlo, así que debemos prepararnos para un ataque rápido. —Callilla miró más allá de ellos y gritó—: Clea, Sari, Brenna... venid.

Las jóvenes se acercaron corriendo.

—¿Es cierto, Callilla? Lo de Verna... —preguntó una. Ella asintió con la cabeza.

—Calla, Clea. No preguntes más —dijo la mayor de las tres muchachas. Callilla habló con suavidad.

—Recordad lo que nos dice Alta, en su gran sabiduría. No saber es malo, pero no querer saber es peor.

Las muchachas bajaron la vista y aguardaron.

—Ahora debéis hacer lo siguiente. Sari y Brenna, levantad una barricada contra la puerta y montad guardia aquí hasta que seáis relevadas. Clea, tú debes avisar a las centinelas que se acerca una gran batalla. Todas sabemos qué hacer. —Canilla las despidió con un movimiento de su mano y se volvió hacia Jenna—. En el Libro está escrito que: “Sin duda el momento de ponerse en marcha no es el momento de iniciar los preparativos.” Encontrarán bien preparada a esta Congregación.

—Ya lo veo —dijo Jenna.

—Entonces también debemos preparar otra ruta de escape para vosotros dos. Cuando Armina regrese de ver a Madre Alta, la enviaré con vosotros. Esta noche saldréis por un camino que nadie podrá adivinar ni seguir. La oscuridad será nuestra compañera.

—La luna está casi llena, Canilla —dijo Sari por encima del hombro mientras forcejeaba junto a Brenna para colocar un gran baúl frente a la puerta.

—Entonces tendréis a la vez luz y oscuridad como ayudantes. —Se volvió hacia Jenna—. Mientras tanto, vosotros dos podéis ayudarnos con nuestra fortificación.

Trabajaron durante toda la tarde sin cesar, ayudando a levantar barricadas contra las puertas y a clavar maderas contra las estrechas ventanas de la planta baja. Carum dedicó varias horas a preparar nuevas flechas mientras Jenna ayudaba a subir agua del pozo.

—Si hay fuego —le explicó a Carum—, la Congregación estará bien preparada.

Sólo una vez intentaron visitar a Pynt en su habitación del primer piso, pero la enfermera los detuvo en la puerta.

—Está dormida —les informó—. Pero he extraído la punta de flecha y, afortunadamente, no estaba envenenada. Le he preparado una tisana que la ayudará a sudar la fiebre producida por la herida. Ésta ha sido tratada con una cataplasma de escrofularia, a la cual hemos denominado Curatodo. Podéis creer que he hecho todo lo que está en mis manos para que se sienta cómoda.

—¡Cómoda! —dijo Carum—. Eso fue lo que dijo el médico de mi madre durante el mes que ella tardó en morir.

—¿Morirá Pynt? —preguntó Jenna.

—Todos moriremos al fin —respondió la enfermera—. Pero no midáis la mortaja antes de que exista un cadáver. Vuestra amiga se encuentra en las manos suaves y bondadosas de Alta, las mismas manos que sostienen al polluelo y ayudan en el alumbramiento del cervatillo. —Mientras hablaba, las arrugas de su frente se hicieron más profundas.

—Espero —susurró Carum a Jenna mientras se alejaban—, que sea más original con sus medicinas que con sus palabras.

Se aferró con fuerza a la mano de Jenna, lo cual les trajo consuelo a ambos.

En la cocina había una cena temprana que se servía por turnos. Jenna y Carum comieron en la segunda vuelta, sentándose con Armina y dos de sus amigas. Armina terminó el muslo de ave que tenía en el plato y apartó los huesos. Dando la espalda a sus amigas, se dirigió a Jenna y le habló con vehemencia.

—Cuando se inicie el ataque o caiga la noche, sea lo que fuere lo que llegue primero, os llevaré escaleras arriba. Hay otra salida. Por supuesto que es más difícil que el sendero, pero sin duda allí nadie os descubrirá.

Carum la interrumpió.

—¿Por qué no hemos comenzado por allí?

—Ya lo veréis.

Jenna empujó su porción de ave alrededor del plato.

—La batalla no te produce hambre —comentó Armina—. A mí me vuelve famélica.

—Mi estómago argumenta en ambos sentidos —dijo Carum.

Se disponía a tomar otra ala cuando se oyeron gritos en el Gran Vestíbulo y el sonido de golpes sobre el portón.

—Ya han llegado —dijo Armina poniéndose de pie—. Estarán ocupados en el frente durante un buen rato. Aquellas puertas tienen al menos treinta centímetros de espesor y hay filosas púas sobre las murallas.

—¿Vienes, Armina? —preguntó una de sus amigas.

—Debo ocuparme de estos dos —respondió ella señalándolos con la cabeza.

—Que Alta te acompañe, entonces.

—A ti también.

—Sabes —murmuró Carum—, los caballeros del rey tienen arietes. Y una gran honda para arrojar piedras. Los portones no se sostendrán ante semejante equipo de guerra.

—Lo sabemos —dijo Armina—. Varias de nuestras mujeres han servido en los ejércitos del rey. Su manera de luchar no es desconocida para nosotras.

—¡Las Compañeras de Manta! —dijo Carum.

—Mi madre, Callilla, fue una de ellas. Yo soy el resultado. —Armina esbozó una sonrisa—. Pero las murallas nos proporcionarán un poco de tiempo. Y aunque logren derribarlas, los hombres descubrirán que no somos presa fácil. —Se puso de pie.

—Pero las niñas... —dijo Carum—. Y las que se encuentran heridas.

—Tenemos un lugar para ellas. No temáis. Venid.

Salieron con ella de la cocina, atravesaron el Gran Vestíbulo y subieron la ancha escalera que conducía al primer piso. Armina giró a la derecha, luego a la izquierda y luego otra vez a la derecha.

—Estoy perdido otra vez —le susurró Carum a Jenna. Ella no respondió.

Armina se detuvo, abrió una puerta y entró. Ellos la siguieron pisándole los talones y se sorprendieron al encontrarse en una especie de sala de juegos, con juguetes infantiles esparcidos por todo el suelo.

—No tenemos nada como esto en la Congregación Selden —murmuró Jenna observando las pequeñas varillas, las cuerdas para saltar, los aros y las pelotas.

—Las ventanas no están cubiertas con tablones —dijo Carum—. ¿Eso no es peligroso? Los hombres de Kalas podrían entrar por aquí.

—¿Eso crees? ¡Entonces mira! —le ordenó Armina.

Ambos se asomaron. Era un precipicio de unos treinta metros que caía directo sobre el Halla.

—Oh, no —dijo Jenna de inmediato—. Yo no sé nadar.

—Yo sí —dijo Carum.

—Os ataré con una cuerda —les explicó Armina mientras unía cuatro de las cuerdas para saltar, probando cada nudo con un fuerte tirón—. Éstas son muy fuertes. Y cada uno tendrá un flotador.

—¿Un flotador?

Armina fue hasta un guardarropa, abrió las puertas y hurgó en el estante superior. Entonces regresó con dos piezas de madera, con la forma de una cabeza de pala pero el doble de grandes.

—Los utilizamos para que nuestras pequeñas aprendan a nadar. Se sujetan así. —Tomando el borde plano, alzó el flotador por encima de su cabeza—. Y luego patalead con todas vuestras fuerzas. La madera flotará, y si no la soltáis impedirá que os hundáis.

—Yo me hundiré —dijo Jenna.

—Aunque eso ocurra, recuerda que estarás atada a Longbow y él sabe nadar.

—Un poco —admitió Carum—. En albercas tranquilas y en los baños del palacio. Nunca lo he intentado en un río tormentoso. Un río implacable.

—Debéis saltar —dijo Armina—. No hay otro camino.

Carum se volvió hacia Jenna.

—Tiene que salir bien. La profecía no habla de que la Anna vaya a morir. Se convertirá en reina y...

—Por amor de la Diosa, yo no soy ninguna Anna —dijo Jenna con ira—. Pero soy una guerrera de Gran Alta. Y he jurado cuidar de tu seguridad. —Inspiró profundamente y miró a Armina con firmeza—. Saltaremos.

—Primero debemos preparar las cuerdas que llevaréis atadas a la cintura. Carum, tú sube a aquella ventana y yo iré a la otra —dijo Armina—. Entonces te arrojaré un extremo por fuera.

Carum subió al antepecho de la ventana y se asomó hacia afuera cogiéndose al barrote metálico. Mientras tanto, Armina había subido a la otra y le arrojó la cuerda. Se necesitaron tres intentos antes de que pudiera atraparla pero, finalmente, Carum logró introducirla y la aseguró de forma suelta al barrote. Armina hizo lo mismo con su extremo y bajó de un salto.

—Ahora debemos asegurarte bien la espada, Jenna. El río podría arrebatártela.

—Yo lo haré —dijo Jenna, y tomando otra cuerda, comenzó a enroscarla alrededor de su cuerpo y de la espada para, finalmente, anudarla con fuerza.

Armina cogió las tablas flotadoras y colocó una junto a cada ventana.

—En realidad no existe mucho peligro en esto. Es más el miedo que produce que otra cosa. Como una prueba de valor, nosotras, las muchachas mayores, solemos venir y saltar al Halla. Sin los flotadores.

—Eso nos has dicho. Y también nos has hablado sobre la joven que nunca fue encontrada —dijo Carum.

—Eso fue sólo un cuento. Para asustaros.

—Lo has logrado.

—El único verdadero peligro —dijo Armina— sería que no lograseis salir del río a tiempo. Después de un trecho comienzan los rápidos.

—¿Rápidos? —preguntó Jenna.

—Aguas turbulentas, grandes remolinos y contracorrientes. Y existe una cascada. Debéis aseguraros de salir a tiempo, y por la margen derecha.

—¿Y cómo sabremos cuándo se están acercando los rápidos? —preguntó Jenna.

—Lo sabréis.

—Entonces será mejor que nos vayamos —dijo Carum. Miró a Jenna, quien asintió con la cabeza.

—Estoy lista —dijo, y entonces agregó—: Creo.

—Él tiene razón. Debéis apresuraros. Carum, sube tú primero y ata la cuerda a tu cintura. Luego tú harás lo mismo, Jenna. Os entregaré las tablas y contaré hasta tres. Entonces, saltaréis juntos. Oh, y debéis hacerlo al mismo tiempo ya que si no, uno arrastrará al otro. —Armina pensó durante unos segundos—. Hay otra cosa.

—Dinos —le instó Carum.

—No saltéis en línea recta hacia abajo u os golpearéis contra las rocas. Impulsaos hacia delante.

—¿Algo más? —preguntó Carum mientras subía y pasaba por encima del barrote.

—No gritéis. Podríais alertar a los hombres. Está oscureciendo y no se encuentran lo suficientemente cerca para veros saltar, ¿pero para qué correr el riesgo? Y que Alta os proteja entre sus cabellos.

Jenna asintió con la cabeza y trepó al antepecho.

—A ti también, Armina. Y a todas las de esta Congregación. Que luchéis con valentía y pueda volver a veros. —Se volvió, pasó por encima del barrote, desató la cuerda y se la aseguró a la cintura con un doble nudo.

Armina les entregó las tablas y comenzó a contar.

—Uno... dos...

Jenna sintió algo ardiente y duro en el estómago, y un sabor salado en la boca. Sabía que la mujer de una profecía jamás sentiría tanto miedo.

—...¡tres!

Jenna saltó un poco antes que Carum, pero no tanto como para que la cuerda se tensara entre ambos. Sintió el viento contra los oídos y un grito extraño escapó de su boca. Hubo un ligero eco de ese grito y, sólo al caer en el agua helada, Jenna comprendió que Carum también había gritado.

Esperaba que no los hubiesen escuchado.

Repentinamente, su boca se inundó de agua y la tabla saltó de sus manos como un objeto enloquecido. Sacudiendo brazos y piernas, trató de volver a la superficie, pero con los ojos cerrados estaba completamente confundida. Entonces, pensado que estaba acabada, inspiró y tragó una bocanada de agua y a partir de ese momento todo se transformó en una oscuridad llena de burbujas frías. De pronto su cabeza estuvo en el aire y Carum le colocaba una tabla entre las manos. Como a una gran distancia, oyó sus gritos:

—Respira, Jenna, por favor, respira.

Jenna aspiró y tosió agua casi al mismo tiempo. Entonces se apoyó sobre la tabla, consciente de su firmeza debajo de ella, pero se sentía demasiado débil y confundida para patalear. Carum colocó el brazo alrededor de ella y lo hizo por ambos.

Después de un rato, Jenna pudo abrir los ojos y ver. Aunque el corazón aún le golpeaba con fuerza, ya no latía tan rápido y el miedo había aflojado un poco en su garganta y sus entrañas. Inspirando profundamente gritó con voz ronca:

—¡Estamos... estamos vivos!

—Por supuesto que estamos vivos —respondió Carum—. Te dije que sabía nadar. Ahora patalea, Jenna. —Él se apartó y, de pronto, ella tomó conciencia de que su cuerpo no se hallaba junto al suyo—. ¡Patalea, te digo! Jenna obedeció y la tabla se movió silenciosamente a través del agua.

—¡Funciona! —exclamó girando la cabeza hacia él.

Carum nadó a su lado con la gracia de un cerdo al contonearse, pero no se apartó de ella en ningún momento. Su avance era ayudado por la fuerza del río, y las márgenes parecían moverse con vertiginosa velocidad. Apenas si habían alcanzado a divisar una posible señal cuando ya se habían alejado de ella.

—¿Cómo sabremos cuándo nos estemos acercando a los rápidos? —gritó Jenna.

—Armina dijo que lo sabríamos —replicó él.

El estruendo del río era tal que apenas si alcanzaban a comprender una palabra de cada tres, pero después de varios intentos más, lograron hacerse entender. Entonces giraron por un recodo y de pronto el ruido pareció hacerse mucho más fuerte mientras el agua hervía a su alrededor formando espuma.

—Creo que lo hemos encontrado —gritó Carum.

—¿Qué?

—Creo que lo hemos encontrado.

—¿Qué?

Con un esfuerzo, nadó hacia ella, la tomó por el hombro y la hizo girar hacia la derecha.

—Sólo ve hacia allí.

Se hallaban más cerca de la margen izquierda que de la derecha, la del este, pero de todos modos lucharon para alcanzarla con las últimas fuerzas que les quedaban. El río los arrastraba hacia delante. De pronto Carum fue arrancado del lado de Jenna y la cuerda se tensó entre ambos. Él dio varias vueltas en un profundo remolino hundiéndose y emergiendo como un corcho hasta que finalmente la cuerda volvió a conducirle al lado de Jenna.

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