Read Hermana luz, hermana sombra Online
Authors: Jane Yolen
Justo cuando él había logrado hacer pie en las rocas, Jenna fue atrapada en el mismo remolino y la tabla se deslizó de sus manos. Ésta saltó por el aire y fue a caer a escasos centímetros de la cabeza de Carum. Él se agachó, estuvo a punto de volver a caer en el río y entonces recuperó el equilibrio para tirar de la cuerda que sostenía a Jenna. Ella estaba tan exhausta que Carum prácticamente tuvo que arrastrarla hasta la costa.
Ambos se dejaron caer sobre el césped, respirando con agitación. Jenna tosió agua dos veces sin alzar la cabeza del suelo. Entonces se sentó abruptamente, volvió un rostro verdoso hacia Carum y vomitó sobre la hierba. Luego se tendió nuevamente, incapaz de moverse.
—Allí... tienes... —dijo Carum entre jadeos—, ahora... estamos... a... mano... por... mi... vomitada... en... los... bosques.
A Jenna le llevó todo un minuto responder.
—No... me... parece... divertido —murmuró.
—Sólo trato de reír y vivir más tiempo —respondió él. Esta vez, Jenna no se tomó la molestia de responder.
Carum se sentó lentamente y miró a su alrededor. Entonces subió gateando por la pequeña cuesta. Más adelante había un extenso prado cubierto de pensamientos amarillos y azules. A la derecha había un bosquecillo con árboles de corteza blanca, casi fantasmales bajo la penumbra.
—¡El bosque de abedules! —gritó Carum a Jenna—. ¡El que mencionó Callilla!
Jenna se sentó y trató de escurrirse el agua de las trenzas, pero sus manos aún no habían recuperado la fuerza.
—Podríamos haber pasado cientos de bosques semejantes mientras nos ahogábamos —le dijo.
—¿Tienes una mejor idea de dónde nos encontramos?
—En absoluto.
—Entonces supongamos que nos hallamos a un día de viaje de la posada Bertram, porque de ese modo dormiremos más tranquilos.
Jenna sacudió la cabeza.
—¿Cómo dormir tranquilos sabiendo que Armina podría morir, que la Congregación se encuentra en peligro, que no tenemos ni idea de dónde nos encontramos y que podríamos ser hallados por los caballeros del rey en cualquier momento?
—No lo sé, Jenna —dijo Carum—. Pero voy a intentarlo.
Ella asintió con la cabeza, demasiado cansada como para discutir, y en pocos minutos ambos estaban dormidos a orillas del río, a plena vista de cualquier transeúnte.
Las prácticas religiosas de los Garunianos están mucho mejor documentadas que las de cualquier otro grupo residente en los Valles durante el mismo período. Existen dos razones para esto. Primero, el linaje continental de los Garunianos nos proporciona una amplia base desde la cual los exploradores de la historia religiosa pueden realizar sus incursiones teóricas. Después de todo, aunque en las excavaciones de los Valles sólo han sido encontrados dos documentos Garunianos calificados como auténticos, existen al menos veinte de ellos (incluyendo un libro de proverbios gnómicos) descubiertos por la doctora Allysen J. Carver durante sus veinte años de trabajo en los pueblos fronterizos del continente. Segundo, de los dos documentos de los Valles, uno es el famoso ensayo “Profecías Oblicuas” (o, según Magon insiste en denominarlo de un modo bastante coloquial: “Profecías Sesgadas”, rebajando de este modo su considerable poder) del rey-estudioso Langbrow II, en el cual se menciona el sistema de refugios o posadas.
Estos monasterios amurallados, que en parte eran refugios religiosos, en parte santuarios y en parte prisiones, eran considerados sacrosantos por los Garunianos, y al parecer muchos hombres buscados se ocultaron en ellos posiblemente (aunque no probablemente) durante años. Langbrow cita un número de proverbios, algunos demasiado vagos para admitir un análisis gramatical, pero hay dos que parecen lo suficientemente claros: “Para el fugitivo, la posada, y mejor en la posada que en la batalla.” Por una vez, Magon y Temple se han puesto de acuerdo en su significado, que tanto los criminales como los desertores aprovechaban la inmunidad ofrecida por las posadas. La hipótesis de Magon, un poco aventurada considerando que el documento sólo posee tres páginas, dice que una vez que un hombre entraba en una posada, solía permanecer allí de por vida.
En realidad se hallaban a menos de un día de viaje ya que, después de dormir siete horas, se pusieron en marcha iluminados todavía por la luna. Siguieron el curso del sendero, pero a unos metros de distancia, impulsados por el viejo hábito de la cautela.
Apenas pasado el mediodía, con el sol encima de sus cabezas, alcanzaron la cima de una pequeña loma y divisaron la posada Bertram en el valle. La posada estaba compuesta por una serie de edificios bajos hechos en piedra formando una cruz. A su alrededor se extendían prolijos jardines y plantaciones de frutales, todo ello rodeado por una doble muralla. A pesar de ser mucho más pequeña que la Congregación Nill, la posada seguía siendo más grande que Selden.
—¡Allí está! —dijo Carum—. Todas las posadas están construidas de esa forma, como una cruz. —Se dispuso a levantarse, y Jenna lo detuvo cogiéndole por el faldón de la camisa.
—¡Aguarda! —le dijo—. Siempre decimos: “El que corre por delante de su inteligencia, suele tropezar”. Observemos unos momentos.
Él volvió a arrodillarse y, mientras vigilaban, una tropa de jinetes salió de los bosques del oeste y se detuvo frente a la entrada. Varios minutos después, y ante una señal, los jinetes dieron la vuelta y se alejaron hacia la cuesta donde estaban agrupados.
Jenna tomó a Carum por el brazo y lo llevó hasta una zona de vegetación más tupida, cuidando de no dejar ningún rastro. Un poco más allá llegaron a un pequeño peñasco con una cueva diminuta y oscura. Entraron en ella a presión, ya que apenas era lo suficientemente grande para los dos. Estaba llena de deshechos animales y tenía un olor rancio, pero permanecieron allí hasta que la oscuridad cayó sobre los bosques, y los jinetes, quien quiera que fuesen, partieron con otro rumbo.
Había luna llena y el valle se veía completamente iluminado.
—Bien podríamos haber cruzado de día —dijo Carum—, ya que esa luna es tan brillante como un sol.
Pero a pesar de ello, atravesaron corriendo el prado abierto. La suerte los acompañó. Si había centinelas, se habían quedado dormidos en sus puestos.
Las murallas de la posada eran más altas de lo que habían parecido desde la colina, tan altas que se hubiese necesitado una escalera para treparlas. Estaban coronadas por púas de aspecto despiadado.
—Un lugar acogedor —comentó Jenna.
—Recuerda que debe proteger a los que están dentro —dijo Carum.
—Pensé que tu gente respetaba el santuario.
—Mi gente no es toda la gente —respondió Carum.
Los portalones eran de madera y estaban empotrados en las murallas con marcos de hierro. Eran buenos, sólidos y sin ningún adorno. La única decoración era una mirilla que había en la mitad.
Carum golpeó con ambas manos mientras Jenna, con la espada desenvainada, montaba guardia. Durante un buen rato nada ocurrió.
—No están muy dispuestos a ayudar a aquellos que los necesitan si no abren sus puertas —dijo Jenna.
—Es medianoche —respondió Carum—. Deben de estar dormidos.
—¿Todos? ¿No hay centinelas?
—¿Por qué iba a haberlos? Nadie en los Valles se atrevería a violar una posada.
—Yo hubiera pensado que nadie se atrevería a violar una Congregación llena de mujeres y niñas. Pero Pynt tiene una flecha en la espalda, Verna y la otra hermana han desaparecido y nosotros hemos tenido que nadar en un río implacable.
—Eso era una Congregación y esto es una posada —dijo Carum.
—Y tú eres el hijo de un rey que debe clamarme merci porque le persiguen los de su propia clase.
Carum bajó la vista.
—Lo siento, Jenna. Tienes razón. Lo que he dicho es una tontería. Una cosa vil e irre...
—¿Irreflexiva?
—Irreflexiva. Y debería haber alguien levantado. O deberíamos poder hacer que alguien se levante. —Se volvió y golpeó nuevamente la puerta.
Al fin hubo un sonido metálico y la mirilla se abrió. Pudieron ver un solo ojo que los miraba. Carum se colocó frente a Jenna y gritó a ese ojo:
—Buscamos asilo: yo por el tiempo que sea necesario y mi acompañante por el resto de la noche.
La puerta se abrió lentamente y un anciano, con profundas arrugas que rodeaban su boca como un paréntesis, se interpuso en su camino.
—¿Quién llama?
—Soy Carum Longbow, el hijo...
—Ah, Longbow. Nos preguntábamos si lograríais llegar hasta aquí.
Carum lo miró.
—¿Cómo lo supisteis?
El anciano movió lentamente la cabeza a un lado y al otro.
—Vuestro hermano Pike, quien yace aquí dentro, tenía esperanzas. Y hace sólo unas horas vinieron unos caballeros del rey preguntando por vos. Por supuesto que los despachamos de inmediato.
—¿Pike aquí? Y dices que yace. ¿Está dormido... o herido?
—Herido, pero no corre peligro.
Jenna dio un paso adelante.
—Por favor, déjelo entrar. Pueden continuar hablando con los portones cerrados.
El anciano la miró con atención.
—¿Ésta es la acompañante de la cual hablabais?
—Sí.
—Pero es una mujer.
—Es una guerrera de Alta que se comprometió por mi salvación.
El anciano chasqueó la lengua.
—Alteza, vos sabéis que no se admiten mujeres aquí.
Carum enderezó la espalda.
—Ella se queda. Soy el hijo del rey.
—Pero aún no sois el rey, ni tampoco lo seréis a menos que muera vuestro hermano. Y sólo el rey puede hacer esa petición. No es posible que ella entre aquí. Es la ley. —Su cabeza volvió a moverse en señal de impotencia.
Jenna posó una mano sobre el brazo de Carum.
—Entra, y rápido. Mi promesa está cumplida, Carum Longbow. Ahora te encuentras a salvo y yo estoy libre de mi compromiso.
—Libre del compromiso, pero no libre de mí, Jenna.
—Calla, Carum —dijo ella—. Tenemos otras misiones que cumplir ahora, yo con mis hermanas y tú con tu hermano. Fuimos compañeros porque el peligro nos unió con lazos tan fuertes como las cuerdas que nos unieron en el Halla.
—No te dejaré partir tan pronto. No de este modo.
—Carum...
—Al menos dame un beso de despedida.
—¿Por qué?
—¿Por qué no?
—Porque... porque nunca antes he besado a un hombre.
—Dijiste que era sólo un muchacho.
—Nunca antes he besado a un muchacho.
—Ésa no es una razón lo suficientemente buena. Yo nunca había comido raíces amargas antes de conocerte. Tú nunca habías nadado en un río antes de conocerme. —Carum sonrió y extendió las manos.
Ella asintió de forma imperceptible y se dejó llevar por sus brazos. Los labios de Carum se posaron sobre los de ella con suavidad, y cuando Jenna se dispuso a apartarse, él la retuvo de tal modo que, sin proponérselo, ella se acercó aún más hasta que estuvo apretada contra su cuerpo y comenzó a temblar. Se echó un poco hacia atrás y apartó sus labios de los de él.
—¿Qué es esto? —susurró.
Carum esbozó una sonrisa triste.
—Yo lo llamaría amor.
—¿Ésa... ésa es la definición de un estudioso, Carum?
—Es una suposición —dijo él—. Nunca antes había besado a una joven. Pero por lo que he leído...
—¿Qué es lo que has leído? —La voz de Jenna todavía era un susurro.
—Que los Carolianos, quienes sólo profesan su religión a cielo abierto, dicen que amor fue la primera palabra memorizada por Dios.
—Qué dios tan extraño.
—No más extraño que esto —dijo Carum volviendo a besarla sin tocarle en ninguna otra parte que no fuesen los labios. Entonces dio un paso atrás—. Volveremos a vernos, mi Blanca Jenna.
—Oh —susurró Jenna incapaz de decir nada más hasta que el portal se hubo cerrado entre ellos. Y entonces todo lo que pudo hacer fue susurrar su nombre.
Sólo cuando llegó a la linde del bosque y extrajo el mapa de su túnica, descubrió que había quedado arruinado por el agua. Como el único camino que conocía para llegar a una Congregación era el que ya había recorrido, supo que debería regresar al río y desandar sus pasos. En la Congregación Nill le entregarían otro mapa o al menos le darían instrucciones para ponerse en marcha.
Sin Carum, no sintió la necesidad de apartarse del sendero. Una persona sola, razonó, podría desaparecer rápidamente en el bosque. Una persona alerta, se convenció, podría oír una legión que se acerca por el camino.
Jenna avanzó rápidamente, casi sin detenerse, recogiendo todos los comestibles que crecían junto al sendero. Sólo durmió unas pocas horas con un sueño que le brindó poco descanso, ya que soñó con Carum que caía de rodillas gritando: “Bendita, bendita, bendita”, y se negaba a su abrazo.
Para media mañana volvió a encontrarse junto al abeto que cruzaba el sendero como una mano desfigurada. Una pequeña mancha oscura bajo el árbol era el único recuerdo de la violencia ocurrida allí. Jenna se arrastró por debajo conteniendo el aliento, ya que temía por lo que pudiese aguardarle al otro lado. Pero cuando logró pasar, descubrió que se encontraba a solas.
Había un extraño silencio, sólo interrumpido por el rumor del río, aunque en su mente volvió a escuchar los gritos y lamentos que la habían acompañado por última vez en ese lugar. Aquellas voces la atemorizaron, y corrió rápidamente hasta la puerta trasera de la Congregación. Al empujarla comprobó que no se movía y aunque eso le produjo un gran alivio —significaba que los caballeros del rey no habían logrado entrar por allí— no golpeó por si acaso el enemigo se encontraba dentro.
En lugar de ello regresó por el sendero, volvió a pasar bajo el árbol y siguió adelante hasta donde el peñasco era más bajo. Lentamente trepó por la roca mientras la espada se balanceaba contra sus piernas y amenazaba trabarla con cada movimiento. Le llevó un buen rato llegar a la cima, donde se tendió jadeante sobre la hierba hasta que logró calmar su respiración. Entonces avanzó muy despacio, boca abajo entre las hierbas altas hacia el frente de la Congregación, consciente de que podía ser vista desde la parte superior de las murallas.
Mientras avanzaba, notó que, con excepción de la hierba que la rodeaba, todo estaba quieto. Demasiado quieto. En medio de tanto silencio debería haberse oído el sonido de voces, el canto de los gallos o el balido de las cabras. El miedo le hizo temblar y por un momento no se atrevió a moverse.