Hermana luz, hermana sombra (23 page)

BOOK: Hermana luz, hermana sombra
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Pynt comenzó a llorar.

—Ahora escuchadme, mis niños. Está claro que habrá una batalla. Estos hombres no están de humor para ser engañados. Y no son ningunos tontos. Debemos tratar de ganar un poco de tiempo. A la luz del día contamos con la mitad de nuestras fuerzas...

Carum la interrumpió.

—¿No querrá decir que las hermanas sombra realmente no aparecen hasta la noche?

Armina rió.

—¿Por qué vosotros, los hombres, tenéis tantos problemas para creer en eso?

—Sólo es una superstición. Existen otras tribus, allá en los Valles, que creen que sus madres son inundadas por el dios del río y dan a luz con la creciente. Y los Besarmianos dicen que el hijo de su dios baja a la Tierra una vez por mes con la forma de una abeja para...

—Sarmina no es ninguna superstición. Es real. Tú la has visto. Has hablado con ella, has...

—Niños, no tenemos tiempo para esto. Carum creerá lo que desee. Así ha sido a lo largo de los años. Los hombres ven y no comprenden. Sus mentes desmienten a sus oídos y a sus ojos. Ahora ven, Armina; necesito que bajes y le digas a Zeena que mantenga el portón cerrado a toda costa. Y trae aquí a las más pequeñas. —Madre Alta se detuvo y deslizó sus extrañas manos por sus ojos. Cuando la puerta se hubo cerrado tras Armina, la anciana exclamó repentinamente—: Oh, mi ceguera nos ha traído hasta aquí. De haberlo sabido antes podría... podría haber... soy vieja, mis niños. Y ciega. E impotente. —Dos grandes lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Entonces alzó la vista hacia ellos con sus ojos de mármol—. No... no tan impotente. Ya que la Anna se encuentra aquí. Por lo tanto, el fin ha comenzado. Pero también es el comienzo.

Jenna y Pynt se miraron sacudiendo la cabeza. Carum se llevó las manos a las sienes.

—Ven aquí, Jo-an-enna —le ordenó Madre Alta.

Jenna volvió a mirar a sus compañeros y luego se acercó a la sacerdotisa, que le tomó las manos.

—Escucha con cuidado ya que si éste es en verdad el final, debes comprender lo que nos aguarda. La profecía dice que serás una reina sin serlo, y que darás a luz a tres criaturas.

—Madre, apenas si tengo trece años —dijo Jenna.

—Y aún no te has convertido en mujer, sospecho —dijo Madre Alta inclinando la cabeza hacia un costado, como si tratase de escuchar el asentimiento silencioso de Jenna.

—Aún no —susurró ella ruborizándose intensamente.

—Pero si has de ser una reina, debes conocer a un rey. Y sospecho que tu encuentro con este joven príncipe Longbow no es ninguna coincidencia sino una prueba más.

—Madre —murmuró Jenna con vehemencia—. Él sólo tiene unos quince años. —Retiró sus manos de las de la anciana.

Carum se aclaró la garganta.

—Tengo diecisiete, Jenna.

—¿Él te mira?

Jenna guardó silencio, avergonzada.

—Me dices que sí con tu silencio.

—Yo pertenezco a Alta.

La anciana rió.

—Yo también. Al igual que todas en este lugar. Sin embargo hay bebés en sus cunas, y no todos han sido adoptados. Las jóvenes bajan al pueblo algunas noches. El mundo sigue girando y el sol se mueve de este a oeste. Una reina sin ser una reina. ¿Qué puede significar esto, sino que parirás los hijos de un rey pero no te sentarás en el trono? Algunas veces las profecías son sencillas de descifrar. Algunas veces.

—Pero la batalla, Madre. ¿Qué debemos hacer?

—Debéis sacar al muchacho de aquí. Los caballeros del rey no pueden encontrarlo ante la puerta de Alta. Será mejor que no sospechen que eres aquélla de quien se ha hablado en su propia profecía, aquella que doblegó al Sabueso, al Buey, al Oso y al Puma. Lleváoslo de aquí, tú y tu hermana sombra.

—¿Pynt? ¿Quieres decir que Pynt también figura en la profecía? —Jenna se aferró a las manos de la anciana, agradecida.

Pero Madre Alta volvió la cabeza como si estuviese escuchando, y Jenna la imitó. Afuera, los sonidos eran más fuertes y furiosos.

—Rápido, mi niña, toma este anillo. —Se quitó el gran anillo de ágata de su diminuto sexto dedo. Apenas si cupo en el meñique de Jenna—. Debes ir de Congregación en Congregación y ponerlas sobre aviso. Diles esto: El momento del final es inminente. Díselo a las Madres. Ellas sabrán lo que hacer. Repítelo.

En voz débil, Jenna dijo:

—El momento del final... oh, Madre Alta, yo no soy quien piensas que soy.

—¡Dilo!

—El momento del final es inminente —susurró ella.

—Bien. Hay un mapa de todas las Congregaciones. ¿Sabes leer un mapa?

—Ambas sabemos —dijo Pynt.

Madre Alta la ignoró y se dirigió sólo a Jenna.

—Ve al espejo —le indicó señalándolo con la mano—. Toca el signo de la Diosa y gíralo hacia la izquierda. Se abrirá un pequeño cajón y allí encontrarás el mapa. Cada Congregación está marcada en rojo.

Fue Pynt quien saltó primero hacia el espejo. Un rayo de luz matinal acariciaba el lienzo que lo cubría. Al quitarlo dio un paso atrás, sorprendida ante su propio reflejo pálido. Entonces halló el signo tallado de la diosa y lo movió hacia la izquierda. Hubo un ruido ligero y el signo se abrió descubriendo un pequeño compartimento oscuro. Pynt introdujo la mano y halló un trozo de pergamino.

—Ya lo tengo, Madre —dijo.

—Entrégaselo a la Anna.

Pynt se lo dio a Jenna y ésta lo abrió. Era un mapa trazado con tinta negra. Los nombres de diecisiete Congregaciones estaban escritos en rojo. Jenna volvió a plegarlo por las profundas dobleces y lo guardó en su túnica.

—Que nadie lo tenga —dijo Madre Alta—. Nadie.

—¿Ni siquiera Pynt? Tú has dicho que era mi hermana sombra.

—Sólo si estás muriendo. Sólo entonces.

—Sólo entonces —susurró Jenna, aunque no lograba asimilarlo del todo. ¿Morir? ¿Cómo podía pensar en ello? Incluso cuando luchaba contra el Sabueso, no había pensado en la posibilidad de la muerte, sólo en lo que se sentiría si resultaba herida—. Sólo entonces —volvió a susurrar.

—Ahora marchaos.

—¿Qué hay de ti, Madre?

—Mis niñas cuidarán de mí. Y yo, de ellas. Así que ahora marchaos. El tiempo se acaba.

Jenna asintió con la cabeza y se volvió hacia la puerta.

—Las bendiciones de Alta, Madre —dijo mirando por encima del hombro y llamó a los demás con una seña.

—Aguarda —dijo Carum—. Según Armina, existe un pasadizo secreto. Podríamos salir por allí.

—No existe tal cosa —dijo Madre Alta—. A Armina siempre le gusta contar estas... pequeñas historias. Son sus propias fantasías.

—Ya lo hemos notado —dijo Carum.

—¿Volveremos a encontrarnos, Madre? —preguntó Jenna.

—Seguramente volveremos a encontrarnos en la Caverna —dijo la anciana.

Y fue su única bendición.

Jenna abandonó la habitación y los demás la siguieron. Mientras bajaban la escalera, pudieron escuchar la voz aguda de Madre Alta cantando la canción sepulcral.

En nombre de la caverna de Alta

El sombrío y solitario sepulcro...

Se encontraron con Armina en el rellano. Llevaba un bebé en cada brazo y había dos pequeñas aferradas a su jubón. Detrás de ella venían unas doce niñas que habían pasado la edad de la Primera Elección, cada una con un bebé dormido entre los brazos. Más allá les seguían cinco niñas mayores, y ellas también llevaban bebés un poco más grandes.

Jenna, Pynt y Carum se colocaron de espaldas a la pared para dejar paso a la procesión.

Armina sonrió.

—Madre Alta desea bendecirlas —dijo al pasar—. Y ponerlas a salvo de cualquier batalla.

Las niñas pasaron el rellano en silencio y continuaron subiendo. Una pequeña de cabellos dorados, en brazos de la penúltima, los saludó con la mano. Jenna le respondió del mismo modo.

—Nunca he visto niñas tan silenciosas —observó Carum.

—Las criaturas de Alta son siempre así —dijo Pynt.

Después del último recodo llegaron al Gran Vestíbulo, un salón alto y luminoso con grandes aristas abovedadas que sostenían el cielo raso. De las vigas pendían largas cadenas con candelabros que se mecían ligeramente.

El salón estaba lleno de mujeres que trabajaban con sus armas. Un grupo de ellas se hallaba sentadas en semicírculo en el suelo, afilando sus cuchillos rítmicamente y cantando. A un lado, en un pequeño gabinete cubierto de arcos, diez mujeres probaban las cuerdas y ajustaban las flechas. Hablaban suavemente entre ellas y una reía con la cabeza echada hacia atrás. Junto al gran hogar, pequeños grupos de tres o cuatro mujeres conversaban con vehemencia mientras trenzaban sogas.

—Tendremos una verdadera batalla esta vez —observó Pynt.

—¿La muerte del Sabueso no ha sido suficiente para ti? —le preguntó Jenna.

—Tú sabes a qué me refiero.

—Bueno, yo no —dijo Carum—. La sangre es la sangre.

Pynt se volvió hacia él.

—¿No lo sabes? Pensé que los estudiosos lo sabían todo. Hablo de las hermanas codo a codo, tal como dice en la balada. —Comenzó a recitar los primeros versos de la misma:

Yo canto la canción de la flecha,

El sonido ansioso y sibilante,

Canto la afilada melodía de la espada,

Y de las hermanas codo a codo...

—Tú eres como esa flecha —dijo Carum—. Demasiado ansiosa.

—¿Qué sabes tú de ello, tú que pierdes tu magra cena por una muerte?

Jenna colocó una mano sobre el hombro de Pynt.

—Él tiene razón —le dijo—. No deberíamos estar tan ansiosas por matar. Quién sabe... tal vez seamos nosotras las que resultemos muertas.

—¿Y qué si es así? —preguntó Pynt—. Entonces iremos directamente a la gruta de Alta. —Miró a Carum con furia.

—Donde arrojaréis los huesos por encima del hombro para los Perros de la Guerra, supongo —replicó él.

—Cállate, estudioso —dijo Pynt—. Sólo digo lo que todas decimos antes de una batalla.

—Entonces lo decís porque tenéis miedo. No porque creáis en la belleza de las batallas.

—Por supuesto que todas tenemos miedo —dijo Jenna—. Seríamos estúpidas si no. Y es de eso de lo que se trata todo este asunto. Pero la batalla no es nuestra. Ambos habéis escuchado a la Madre. Debemos sacarte de aquí, Carum, y cuando estés a salvo, nuestra tarea será iniciar un largo camino para advertir a todas las Congregaciones.

Pynt apartó la cabeza y miró el suelo.

—Si se tratase de nuestra propia Madre Alta, volvería a desobedecerla. Pero ésta no es ninguna Boca de Serpiente, ¿verdad?

—No, Pynt, no lo es. Y Carum nos clamó...

—... merci, lo sé. ¿Pero no podríamos llevarlo a su refugio y regresar aquí para la batalla?

Jenna sacudió la cabeza.

—Entonces haremos lo que dice Madre Alta. Pero de todos modos siento que estaremos en lo más reñido de ella y que cantarán acerca de nosotras mucho después de que nos hayamos ido —dijo Pynt.

Carum hizo una mueca.

—¡Esto te encantaría! “La batalla de Pynt y la Blanca Jenna”, acompañado por flauta nasal y tembala.

—No, estudioso, creo que se llamará “Cómo la guerrera sombra Marga salvó el pellejo insignificante de un príncipe”.

—Yo misma escribiré una —dijo Jenna—, aunque no tengo dotes para la música, la llamaré “El día en que Jenna cortó cabezas”.

Carum echó a reír y, para su sorpresa, Pynt hizo lo mismo. Cuando él extendió la mano, ella la tomó.

—¿Pero por dónde nos iremos? —preguntó Pynt.

Mientras consideraban la cuestión, una mujer alta y de nariz larga se acercó a ellos.

—Yo soy Callilla —les dijo—, la madre de Armina. Hay una puerta trasera que Madre Alta desea que conozcáis.

En el rellano, Armina se volvió hacia las pequeñas. Frunció los labios y silbó una vez, deteniéndolas a todas.

—Pronto Madre Alta hablará con vosotras y deberéis escucharla sin hacer comentarios. Tendréis que hacer lo que ella diga... como siempre. Las mayores, ayudad a las más pequeñas. Es posible que nos aguarden momentos sombríos y temibles. Pero pertenecemos a Alta. No debemos tener miedo. —Las miró asintiendo con la cabeza.

Las niñas le respondieron del mismo modo, con solemnidad. Armina las condujo hasta la puerta tallada y la abrió con el pie.

Las niñas entraron en la habitación. Entonces Armina también entró y cerró de un puntapié.

—Estamos listas, Madre —dijo.

Madre Alta sonrió a las niñas, que aguardaban sus instrucciones. La anciana alzó los brazos.

—Sentaos, mis bebés, y os contaré una historia.

Ellas se sentaron a sus pies.

—Una vez, hace mucho tiempo, antes de que vosotras nacierais, la primera Madre Alta de la Congregación Nill tuvo un sueño en el que se le decía que vendría una gran batalla. Soñó que todas las niñas se salvaban porque vivían como pequeñas criaturas en una madriguera. Y así fue cómo hizo construir un túnel secreto para ese momento. —Volvió a sonreír y se llevó un dedo a los labios.

Algunas de las niñas más pequeñas imitaron su gesto.

—Hoy es un día especial —dijo Madre Alta—, ya que iremos en busca de ese túnel secreto. Armina os conducirá hasta allí, y allí deberéis aguardar. En los estantes se ha almacenado comida y permaneceréis en vuestra madriguera comiendo cuando tengáis hambre y durmiendo cuando no sea así. Algunas de vosotras seréis pequeñas conejitas, ¿quiénes?

Sólo siete de las niñas alzaron sus manos.

—Bien —dijo Madre Alta como si las hubiese contado con sus ojos ciegos—. Y también necesitamos unos pequeños topos.

Dos niñas alzaron sus manos con cautela.

—¿Y algunos ratoncitos saltarines?

Otras manos se elevaron.

—Y vosotras, las niñas mayores, seréis zorras y erizos para mantener a raya a las pequeñas. ¿Habéis comprendido?

Ellas asintieron con la cabeza y la anciana pudo oír el movimiento del aire.

—Cuando se haya acabado la comida, una a una las zorras irán emergiendo para ver si todo está seguro. De no ser así, regresad a la madriguera hasta recibir la llamada. Una os salvará. La reconoceréis por sus cabellos blancos. Ella es la Anna, enviada por la Gran Alta.

—Pero, Madre —replicó una de las niñas de cuatro años, la pequeña de cabellos dorados con el rostro risueño—. Ya hemos visto a la Anna. Estaba en la escalera.

—Volveréis a verla —le prometió Madre Alta—. Vendrá por vosotras con una espada de fuego y un corazón encendido.

—¿Y tú también vendrás? —insistió la niña.

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