Read Hermana luz, hermana sombra Online
Authors: Jane Yolen
Por lo tanto, no es extraño que la tradición de los Valles Superiores e Inferiores haya conjurado a la Diosa Blanca, la Anna (lo cual significa “blanca” en la antigua lengua, según Doyle), una heroína. Pero esta guerrera amazona difiere en varios puntos importantes del mito clásico.
Por ejemplo, la Anna de los Altitas no era adorada como una yegua ni asociada de ningún otro modo con los caballos, tal como ocurre con su contraparte continental y oriental. En realidad, en los pocos retazos de narrativa que han sido positivamente identificados como pertenecientes al período de Anna (véase el capítulo del doctor Temple en Nativas de Alta: “Bocas Cerradas en los Valles”), ésta se muestra temerosa de los caballos, o al menos confundida por ellos. En una batalla confunde a un caballo con un monstruo (“... el demonio de dos cabezas salido de la niebla...” es una estrofa de una moderna balada que, según los eruditos, proviene de aquel período). En otra cae de una yegua torda en un barco, a los pies de su amante humano. Las modernas canciones sobre la Anna que encontramos hoy en los Valles no son para nada heroicas, sino más bien burlonas o anti heroicas. En algunos casos son directamente humorísticas. (Véase “La batalla de Anna y el puma” y “Cómo la guerrera Anna cortó cabezas”.)
Por otro lado, Anna de Alta no odiaba en ningún modo a los hombres. Muchas de las baladas son canciones de amor que detallan sus relaciones bastante sensuales con una sorprendente variedad de ellos, siendo el más notable (y anacrónico) el rey Langbrow. Existe una canción erótica homosexual respecto a su mejor amiga, Margaret, quien muere de amor por ella mientras la Anna vuelve a lanzarse a la batalla.
Se puede decir, sin embargo, que la Anna de los Valles no era un personaje histórico sino sólo una figura mítica popular. Que haya existido una tal Anna o Jenna o Jo-hanna que se embarcaba en batallas campales por el bien de sus hermanas guerreras (tal como dice Magon en su sentimental ensayo “Anna de los mil años”, Naturaleza e Historia, vol. 41), es un gran disparate. Es cierto que la palabra historia también significa relato, pero ningún estudioso confundiría las dos. Por lo tanto, debemos ir más allá para encontrar el verdadero significado de la Anna de los Valles.
Debemos hurgar en la misma psiquis de las islas antes de empezar comprender qué necesidades hicieron aparecer a una criatura con el poder de la Diosa Blanca Amazona durante las brutales y devastadoras Guerras del Género.
Durante toda la cena hubo una tensión que no se disipaba. Ni siquiera la charla de las niñas lograba cambiar el clima sombrío. Todas sabían que Jenna, Pynt y Petra tenían mucho que contar. Pero desde la habitación de Madre Alta había llegado la orden de aguardar. Aguardar hasta que terminase la comida y las niñas estuviesen en la cama; aguardar a que se elevase la luna para que estuviesen presentes las hermanas sombra. Ya habían escuchado tentadores fragmentos de la historia, procedentes de las niñas mismas y de Amalda.
Donya y sus cocineras se habían esmerado. Por todas partes había lonchas de venado, ensaladas de varias clases y los deliciosos vinos que Donya guardaba del año anterior. Pero la carne, los vegetales y el vino no produjeron su magia habitual. La tensión del comedor era tan palpable como la niebla en el Mar de Campanas. Y las mujeres estaban tan silenciosas como si en verdad un demonio de la niebla les hubiese tapado la boca.
Jenna y Petra se hallaban en una pequeña mesa separadas de las demás. Jenna daba vueltas a la comida en su plato como un gato jugando con su presa. Petra ni siquiera se molestó en intentarlo, y permaneció con las manos sobre la falda observando en silencio el nerviosismo de Jenna.
Ante las tres largas mesas se hallaba reunido el resto de las mujeres, y el único sonido que marcaba el paso del tiempo era el de los cubiertos sobre los platos.
Pero al fin la comida terminó y Donya, disgustada por lo poco que habían comido, indicó a sus muchachas que limpiasen las mesas, mascullando respecto al desperdicio de comida.
—Es mejor comer cuando tienes la comida delante que pasar hambre porque la comida se encuentra a tus espaldas —dijo.
Y era una porción de sabiduría que había aprendido de uno de los hombres de los Valles. La utilizaba todo el tiempo y nadie le prestaba ninguna atención.
Madre Alta había decidido comer en su habitación, algo que solía hacer antes de las reuniones. Sabía cómo utilizar la tensión en su propio provecho; cuándo entrar en el comedor y cuándo abandonarlo. Esta vez calculó su entrada para el momento en que la luna comenzaba a elevarse y las hermanas sombra empezaban a hacer su aparición.
De pie junto a la puerta, con su propia hermana sombra y el cabello trenzado con flores primaverales, Madre Alta alzó las manos en una bendición. Su hermana hizo lo mismo. El movimiento fue brusco y autoritario, y todas las mujeres de la Congregación inclinaron la cabeza con excepción de Jenna.
Ella fijó la vista en el rostro de la sacerdotisa, y abría ya la boca para hablar, cuando Skada apareció a su lado delineándose rápidamente bajo la luna y las flameantes antorchas.
La expresión en los ojos de Madre Alta fue de completa sorpresa. Jenna comprendió que Amalda, fuera lo que fuese que le había contado a Madre Alta, había dejado a Skada fuera de su relato. Entonces sonrió y su hermana sombra hizo lo mismo.
La sacerdotisa apartó los ojos de ella y recitó la bendición con una voz endurecida por la sorpresa.
—Gran Alta, tú que nos abrigas...
La respuesta resonó en el comedor.
—Con tu protección.
—Gran Alta, tú que nos envuelves...
—En tu abundante cabellera.
—Gran Alta, tú que nos reconoces...
—Como única familia.
—Gran Alta, tú que nos enseñas... —Y por primera vez, la voz de la sacerdotisa vaciló.
Pero sólo Jenna pareció notarlo, ya que las mujeres respondieron de inmediato:
—Cómo llamar a la hermana.
Recuperándose, Madre Alta finalizó la bendición:
—Gran Alta, danos la gracia.
—Gran Alta, danos la gracia.
Entonces las mujeres alzaron la vista con la expectativa brillando en el rostro.
Al principio, sólo unas pocas notaron a Skada, pero muy pronto todas murmuraban acerca de ello. Madre Alta avanzó con movimientos lentos y majestuosos hacia su gran sillón junto al fuego, como si la aparición de una nueva hermana no tuviese importancia. Su propia hermana se sentó en un sillón un poco más pequeño junto al de ella. Con un ligero movimiento de las manos, llamaron a las mujeres para que se acercasen a ellas.
Todas las mujeres de Selden se reunieron en un semicírculo junto al hogar. Algunas se sentaron en el suelo mientras que otras, como Marna y Zo, se apoyaron contra las piedras de la chimenea. Jenna condujo a Petra hasta un lugar directamente opuesto al sillón de la sacerdotisa. Skada las siguió. Todas aguardaron a que Madre Alta hablase.
Hubo otro murmullo de excitación cuando Pynt entró en la sala escoltada por Kadreen. Se apoyaba pesadamente en el brazo de la enfermera, pero caminaba erguida. Al ver a Jenna y a Skada, les guiñó un ojo. Entonces Kadreen la condujo hasta el hogar y Amalda y Sammor le acercaron un sillón con mullidos almohadones. Pynt se hundió en él con alivio.
Por unos momentos, sólo se oyó el crepitar del fuego. Jenna observó todos aquellos rostros queridos y familiares y de pronto las cabezas degolladas de las hermanas de Nill se deslizaron sobre ellas como máscaras. Al igual que el yelmo sobre el rostro ensangrentado del Sabueso. Jenna extendió la mano y entrelazó los dedos con los de su hermana. Sólo ese contacto logró contener sus lágrimas.
Madre Alta comenzó a hablar en voz baja.
—Han pasado cuatro semanas desde que partieron nuestras jóvenes hermanas, nuestras cuatro misioneras. Y en ese lapso de tiempo han ocurrido cosas que sacudirán los cimientos de nuestra acogedora Congregación. Pero no soy yo quien os narrará los sucesos. Deben ser contados por aquellas que los conocen mejor: Jo-an-enna, Marga y Petra, de la Congregación Nill. —Esbozó una sonrisa de serpiente y aunque pareció tratar de otorgarle cierta calidez, Jenna no vio nada de eso allí.
Entonces Jenna comenzó el relato, partiendo de la confluencia de los dos ríos donde ella, Selinda, Alna y Pynt se habían despedido. Habló de forma conmovedora de sus sentimientos al alejarse de ellas, y de cómo los bosques le habían parecido más hermosos a causa de la separación.
Cuando llegó al momento del relato en que había sido hallada por Pynt, ésta la interrumpió.
—Desobedecí los deseos de la Madre —dijo Pynt—. Me consideraba la hermana sombra de Jenna. Vosotras lo recordaréis... siempre me llamasteis su sombra. Y llegué a convertirme en ella. No podía dejarla ir sin mí. Pensé que lo que Madre Alta había pedido era un sacrificio demasiado grande, así que seguí a Jenna. Si existe alguna culpa en todo esto, es sólo mía.
Madre Alta esbozó una amplia sonrisa por primera vez, y Jenna pudo ver sus dientes de lobo.
A su izquierda, Petra murmuró:
—Nada de culpa, nada de vergüenza.
Como si el comentario de Petra la hubiese acicateado, Jenna retomó el relato. Les habló de la niebla y del extraño sonido que había resultado ser el Sabueso persiguiendo a Carum. De forma deliberada, no describió a Carum más allá de decir que se trataba de un príncipe. Si alguna notó su omisión, nadie dijo nada. Pero durante esa parte de la narración, Pynt bajó la vista y esbozó una sonrisa tonta.
Al llegar a la muerte de Barnoo, Jenna vaciló y fue Pynt quien volvió a tomar la palabra. Rápidamente, tan rápido como un cuchillo a través de una garganta, lo contó todo. Durante esa parte, Jenna miró el cielo raso y recordó la sensación de la espada en sus manos y el espantoso sonido que había producido al penetrar en el cuello del hombre. Entonces la voz de Pynt se quebró y Jenna volvió a tomar el hilo de la historia en el entierro del Sabueso.
Les habló de Armina y de Sarmina; las condujo con el relato hasta los portales de la Congregación Nill y, cuando comenzó a hablar de las inscripciones en los portales, Petra la interrumpió.
—Estábamos tan orgullosas de esos portales —dijo—. Eran de puro roble. Y tallados hace más de cien años por... por... —No pudo continuar. Mordiéndose el labio, se apretó las manos con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.
Marna y Zo se acercaron a ella de inmediato y la rodearon con sus brazos. Ese acto de ternura terminó de desarmar a Petra y la niña comenzó a llorar desconsoladamente. Con sus sollozos, las guerreras se sintieron tan incómodas que no supieron adonde mirar. Aunque no hablaron entre ellas al respecto, de pronto todas se encontraron mirando el cielo raso o los juncos del suelo. De manera inexplicable, Madre Alta continuaba sonriendo.
Jenna pensó que si seguía con el relato todos la mirarían a ella y Petra lograría controlar sus lágrimas. Por lo tanto, describió rápidamente los edificios de la Congregación Nill. Aquellas que la habían visitado durante su misión asintieron con la cabeza. Entonces Jenna les habló sobre la escalera trasera y describió a la sacerdotisa de seis dedos que regía la Congregación.
El resto de la historia salió rápidamente: la herida de Pynt, la mutilación de la mano del buey y el gran salto al Halla, donde ella y Carum habían estado a punto de morir. Mencionó todo con excepción del beso de Carum, aunque sin pensarlo se posó los dedos sobre la boca cuando les narró la despedida ante las murallas de la posada Bertram. Por el rabillo del ojo notó que la mano de Skada permanecía sobre sus propios labios un poco más de lo necesario.
Y luego les contó sobre su regreso a la Congregación Nill y lo que había hallado allí. Para cuando terminó, algunas de las guerreras estaban llorando, y las que no lo hacían, tenían el rostro como de piedra o sacudían la cabeza lentamente, como si de ese modo hubiesen podido creer que no era cierto.
Jenna dejó de hablar después de contar cómo había bajado a la pequeña Madre Alta en sus brazos. Se oyó un profundo suspiro en la habitación, pero la sacerdotisa no formó parte de él. Se inclinó hacia delante en su sillón y su hermana sombra se movió con ella.
—Dime cómo has convocado a tu hermana sombra, cómo alguien tan joven lo ha logrado. Acierto a comprender esto: pensaste que habías perdido una sombra y necesitabas otra. Pero necesito saber cómo lo hiciste. Ya que si tú puedes hacerlo, es posible que otras también. Es una brecha que debe ser reparada.
Jenna contuvo el aliento. No lo había pensado de ese modo... que habiendo perdido a Pynt y Carum necesitaba un reemplazo. ¿Skada era sólo eso? ¿Una pobre sustituta? Pero de pronto Skada rozó su hombro y ella se volvió un poco para mirarla de soslayo.
—Ten cuidado —susurró Skada—, o te harás daño contra ese corazón inflexible.
Jenna asintió con la cabeza y su hermana hizo lo mismo, con un movimiento tan ligero que nadie pudo haberlo notado.
—Yo llamé y ella respondió —dijo Jenna a la sacerdotisa.
—Hubiese aparecido antes si ella me hubiera llamado antes —agregó Skada.
Entonces Jenna habló sobre el hallazgo de Pynt y las niñas, en las habitaciones ocultas. Contó cómo las había sacado de la Congregación, atravesando los prados hasta llegar a casa.
Petra, que ya tenía los ojos secos, comenzó a hablar.
—Jo-an-enna os ha dicho lo que ha ocurrido, pero no quién es ella. Mi Madre Alta la ha identificado. Ahora su Madre debe decirle lo mismo.
Madre Alta volvió la cabeza girando todo el cuerpo lentamente, como si una montaña hubiese girado. Observó a la niña con ira, pero Petra mantuvo su mirada desafiante.
—¿A qué te refieres? —preguntó Donya. Pero Catrona se volvió hacia la sacerdotisa.
—Dínoslo, Madre. —Había un extraño desafío en su voz.
—Dínoslo —repitieron las otras mujeres.
Al notar que perdía el control sobre ellas, Madre Alta se apoyó contra el respaldo del sillón y alzó las manos para que se viera el signo azul de la Diosa. Su hermana la imitó, y las cuatro palmas mostraron la poderosa señal ante la habitación silenciosa.
Cuando tuvo toda su atención, aguardó un momento más y luego comenzó:
—Lo que la joven Petra quiere decir —respondió acentuando la palabra joven—, es que existe una leyenda respecto a la Anna, la encarnación blanca de la Diosa, que aún se cuenta en algunas de las Congregaciones más atrasadas.