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Authors: Laurent Binet

Tags: #Bélico, Histórico

HHhH (14 page)

BOOK: HHhH
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Desgraciadamente, todavía no es Churchill quien lleva las riendas del destino inglés y mundial, sino el innoble Chamberlain, cuya pusilanimidad sólo es comparable a su ceguera. Ha enviado a un empleado de Asuntos Exteriores, con rango muy subalterno, a recibir al anciano presidente. Y, una vez que lo recibe, el chupatintas se muestra inmediatamente desagradable. Le notifica a Beneš, quien apenas si ha puesto el pie en el andén, las condiciones de su exilio: Gran Bretaña sólo está dispuesta a conceder asilo político al súbdito checo con la condición expresa de que él se comprometa a mantenerse alejado de toda actividad política. Beneš, ya reconocido de hecho como el jefe de un movimiento de liberación por sus amigos y sus enemigos, encaja el insulto dando prueba de su dignidad habitual. Él más que nadie ha tenido que soportar, con un estoicismo literalmente sobrehumano, la necedad despreciativa de Chamberlain. Sólo por ello, su figura histórica me parece casi más imponente que la de De Gaulle.

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Hace catorce días que el SS-Sturmbannführer Alfred Naujocks ha llegado de incógnito a la ciudad de Gleiwitz, en la frontera germanopolaca, en la Silesia alemana. Ha preparado minuciosamente su golpe y ahora espera. Heydrich lo ha llamado ayer a mediodía para pedirle que ajuste los últimos detalles con «Gestapo» Müller, quien se ha desplazado en persona y se aloja en la vecina ciudad de Oppeln. Müller debe suministrar lo que ellos llaman «la lata de conserva».

Son las cuatro de la mañana cuando suena el teléfono en su habitación del hotel. Descuelga, le piden que llame a la Wilhelmstrasse. Al otro extremo del hilo, la voz aguda de Heydrich le dice: «La abuela ha muerto.» Es la señal, la operación «Tannenberg» puede empezar. Naujocks reúne a sus hombres y se dirige a la estación de radio que tiene previsto atacar. Pero antes de pasar a la acción, debe repartir un uniforme polaco a cada miembro de la expedición y recibir «la conserva»: se trata de un detenido que ha sido sacado expresamente de un campo de concentración, vestido también de soldado polaco, inconsciente pero todavía vivo, al parecer, aunque Müller, siguiendo las instrucciones, le haya administrado una inyección letal.

El asalto comienza a las ocho de la mañana. Los empleados son neutralizados sin ningún contratiempo, y los pocos disparos al aire que ha habido son para que no se diga. La «conserva» es depositada en la puerta y Naujocks, con toda probabilidad, pese a que jamás lo reconoció durante su proceso, lo remata metiéndole una bala en el corazón, con el fin de dejar una prueba material del ataque polaco (una bala en la nuca indicaría demasiado una ejecución y una bala en la cabeza corría el riesgo de hacer más lenta la identificación). Lo que hacen a continuación es difundir en polaco el pequeño discurso preparado por Heydrich. Uno de los SS, escogido por sus cualidades lingüísticas, será el encargado de pronunciarlo. El problema es que nadie sabe cómo hacer funcionar la radio. Un aterrado Naujocks, mal que bien, consigue finalmente que se emita. El discurso es leído en un polaco febril. Es una corta alocución declarando que, como consecuencia de las provocaciones alemanas, Polonia ha decidido pasar al ataque. La emisión no dura más de cuatro minutos. De todas formas, el emisor no es lo bastante potente y, excepto algunas aldeas fronterizas, el mundo no lo oirá. ¿Y a quién le preocupa eso? Pues sobre todo a Naujocks, a quien Heydrich le ha advertido previamente: «Si fracasáis, moriréis. Y puede que yo también.»

Pero Hitler hace valer el incidente, y los avatares de la técnica le traen sin cuidado. Unas horas más tarde, se dirige a los diputados del Reichstag: «Esta noche Polonia, por primera vez, y en territorio alemán, ha ordenado abrir fuego a sus soldados regulares. Desde esta mañana, Alemania se ha visto inducida a replicar. A partir de ahora, Alemania devolverá bomba por bomba.»

La Segunda Guerra Mundial acaba de comenzar.

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En Polonia es donde Heydrich inaugura su más diabólica creación: los
Einsatzgruppen
. Tropas de las SS especiales, integradas por miembros del SD y de la Gestapo, encargadas de limpiar las zonas ocupadas por la Wehrmacht. Cada unidad recibe un folleto en el que, en caracteres minúsculos y en papel extra fino, se han consignado todas las informaciones necesarias. A saber: la lista de todas las personas que hay que eliminar a medida que avanza la ocupación del país. Es decir, comunistas, evidentemente, pero también maestros, escritores, periodistas, sacerdotes, industriales, banqueros, funcionarios, comerciantes, campesinos enriquecidos, notables de cualquier tipo… Son mencionados miles de nombres, con su dirección y su teléfono, así como la lista de su entorno, en caso de que los elementos subversivos buscaran refugio en casa de sus familiares o de sus amigos. Cada nombre es acompañado de una descripción física, y en ocasiones incluso de una foto. Los servicios de información de Heydrich han alcanzado ya un nivel de eficacia impresionante.

Sin embargo, no cabe duda de que esta meticulosidad es un tanto superflua, habida cuenta del comportamiento de las unidades sobre el terreno, que se distinguen inmediatamente por su propensión a no entrar en detalles. Entre las primeras víctimas civiles de la campaña polaca hay un grupo de
boy scouts
de edades entre 12 y 16 años: se les fusila en la plaza del mercado puestos en fila contra un muro. El cura que se ofrece para administrarles los últimos sacramentos, ¡a la fila con ellos, fusilado también! Una vez hecho esto es cuando los
Einsatzgruppen
se centran en sus objetivos: los comerciantes y los notables locales, enfilados y fusilados. A partir de ahí, el trabajo de los
Einsatzgruppen
, cuyo balance detallado necesitaría de miles de páginas, puede resumirse en tres letras terribles:
etc
. Hasta llegar a la URSS, donde allí, el infinito hueco del
et caetera
no dará abasto.

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Es increíble hasta qué punto, en lo concerniente a la política del Tercer Reich, y especialmente en lo que tiene de más aterradora, siempre podemos encontrar a Heydrich en pleno centro.

El 21 de septiembre de 1939, transmite a los servicios correspondientes una circular firmada de su puño y letra, relativa al «problema judío en los territorios ocupados». Esta circular ordena el reagrupamiento de los judíos en guetos, y determina la creación de los consejos judíos, los
Judenrat
de siniestra memoria, sometidos directamente a la autoridad de la RSHA. El
Judenräte
, sin ninguna duda, se inspira en aquellas ideas de Eichmann que Heydrich vio aplicadas en Austria: la clave consiste en hacer colaborar a las víctimas en su propio destino. Expoliación ayer, destrucción mañana.

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El 22 de septiembre de 1939, Himmler oficializa la creación del RSHA.

La RSHA, Oficina Central de la Seguridad del Reich (
Reichssicherheitshauptamt
), fusiona el SD, la Gestapo y la Kripo (la policía criminal). Las atribuciones de esta monstruosa organización sobrepasan en poder todo lo imaginable. Para dirigirla, Himmler nombra a Heydrich. Servicio de espionaje, policía política y policía criminal, todo en manos de un solo hombre. De ahí que lo llamaran directamente «el hombre más peligroso del Tercer Reich». Enseguida pasa a ser su nuevo apodo. Una sola policía se le escapa, la
Ordnungpolizei
, la policía de uniforme encargada del mantenimiento del orden, confiada a esa nulidad de Dalüge, responsable directo ante Himmler. Una fruslería comparada con el resto, aunque no para Heydrich, que, en su sed de poder, se la toma muy en serio, pero fruslería a pesar de todo, al menos para mí, que no tengo, es verdad, ni las aptitudes ni la experiencia de Heydrich para juzgarla. En todo caso, la hidra que es la RSHA tiene suficientes cabezas para dirigirla. Está, por tanto, obligado a delegar. Distribuye cada una de las siete divisiones de la RSHA entre unos colaboradores que él selecciona, sobre todo, en función de sus cualidades y no según criterios políticos, lo que ya es bastante raro en ese manicomio que es el aparato nazi. Por ejemplo, Heinrich Müller, a quien confía la Gestapo, y que se identificará tan bien con ella que pronto sólo se le llamará «Gestapo Müller», es un antiguo socialdemócrata, lo que no le impedirá ser considerado como uno de los más feroces instrumentos del régimen. Los otros despachos de la RSHA son confiados a brillantes intelectuales, jóvenes como Schellenberg (SD exterior) y Ohlendorf (SD interior), o curtidos universitarios como Six (Documentación y concepción del mundo), lo que contrasta con la cohorte de iletrados, iluminados y degenerados mentales que copan las cimas del partido.

Una rama de la Gestapo, sin relación con su importancia real, pero más vale siempre llevar con discreción los temas sensibles, está destinada a los Asuntos Judíos. Para dirigirla, Heydrich sabe ya a quién quiere: el más indicado es Adolf Eichmann, ese pequeño Hauptsturmführer austriaco que hace tan bien su trabajo. En ese momento está trabajando en un dosier completamente original: el proyecto Madagascar. La idea consiste en deportar allí a todos los judíos. Hay que desarrollarla. Primero es preciso vencer a Inglaterra, sin lo cual el traslado de los judíos sería imposible por mar, como veremos a continuación.

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Hitler ha decidido la invasión de Inglaterra. Pero para que triunfe un desembarco en las costas británicas, Alemania necesita primero asegurarse el dominio aéreo. Ahora bien, pese a lo prometido por el seboso Goering, los Spitfire y los Hurricane de la RAF continúan su baile por encima del canal de la Mancha. Día tras día, noche tras noche, los heroicos pilotos ingleses repelen los ataques de los bombarderos y de los cazas alemanes. Prevista para el 11 de septiembre de 1940, la operación «Otaria» (nombre en código dado al proyecto de la invasión, cuyo tono burlesco proviene de la traducción francesa, ya que en alemán es «León Marino») es aplazada una primera vez al 14, luego al 17. Pero el 17 de septiembre, un informe de la Kriegsmarine indica: «La aviación enemiga no está en absoluto eliminada. Por el contrario, demuestra una actividad creciente. En términos generales, las condiciones atmosféricas no permiten albergar la esperanza de un periodo de calma.» En consecuencia, el Führer decide retrasar «Otaria» sine die.

Ese mismo día, sin embargo, Heydrich, a quien Goering le había encargado que organizase la represión y la depuración en cuanto comenzara la invasión, da sus consignas a uno de sus colaboradores, el Standartenführer Franck Six, antiguo decano de la Facultad de Economía de la universidad de Berlín, reconvertido al SD. Él personalmente es quien ha solicitado instalarse en Londres y comandar a los
Einsatzgruppen
que ha formado especialmente a tal efecto: seis pequeñas unidades cuyas bases serán Londres, Bristol, Birmingham, Liverpool, Manchester y Edimburgo, o Glasgow si mientras tanto el puente del Firth of Forth es destruido. «Su tarea —le dice Heydrich— es combatir, con los medios que precise, a todas las organizaciones, instituciones y grupos de oposición.» Concretamente, el trabajo de esos
Einsatzgruppen
será el mismo que en Polonia, el mismo que más tarde será en Rusia: se trata siempre de «unidades móviles de matanza» encargadas de exterminar sin descanso.

Pero aquí, la misión se complica con la
Sonderfahndungliste GB
, la lista especial de personas que hay que buscar en Gran Bretaña, enviada a Six por Heydrich. Es una lista de alrededor de 2.300 personalidades que habrá que encontrar, detener y entregar a la Gestapo lo más rápidamente posible. A la cabeza de esa lista se halla, obviamente, Churchill. Junto con él, otros políticos, ingleses o extranjeros, y muy especialmente Beneš y Masaryk, los representantes del gobierno checoslovaco en el exilio. Hasta ahí, es lógico. Pero también aparecen escritores como H. G. Wells, Virginia Woolf, Aldous Huxley, Rebecca West… Freud figura en ella, aunque había muerto en 1939… Y también Baden-Powell, el fundador de los
boys scouts
. Retrospectivamente, la ejecución de los pequeños
scouts
en Polonia es, más que un exceso de celo, una falta grave, ya que los
boys scouts
son considerados como potenciales fuentes de información de primer orden por los servicios secretos alemanes. En total, aquellos nombres formaban un conjunto bastante variopinto. Parece que no fue Heydrich, sino Schellenberg quien coordinó esa lista. No cabe duda de que el trabajo le quedó un poco chapucero, debido a que estaba muy ocupado preparando en Lisboa el secuestro del duque de Windsor.

Aquella lista resultó bastante caprichosa, el rapto del duque será un fracaso, la Luftwaffe va a perder la batalla de Inglaterra y la operación «Otaria» nunca se pondrá en marcha. Algunas piedras descabaladas en el jardín de la eficacia alemana.

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Ya no estoy tan seguro de la veracidad de las anécdotas que reúno acerca de Heydrich, pero de la que viene mucho menos: el testigo y protagonista de la escena que me dispongo a relatar no está ni él mismo seguro de lo que le ocurrió. Schellenberg es el brazo derecho de Heydrich en el SD. Es un burócrata feroz y sin escrúpulos, pero también un joven brillante, cultivado, elegante, a quien Heydrich invita algunas veces, aparte de a sus garbeos por el burdel, a salir con Lina, al teatro, a la ópera. El joven es, por tanto, casi un íntimo del matrimonio. Un día que Heydrich tuvo que acudir a una reunión bastante lejos, Lina llamó a Schellenberg para proponerle un paseo bucólico alrededor de un lago. Los dos jóvenes toman un café y hablan de literatura y de música. Hasta ahí lo que puedo saber. Cuatro días más tarde, Heydrich, al acabar el trabajo, embarca a Schellenberg y a «Gestapo» Müller en una gira por garitos. La velada empieza en un bonito restaurante de la Alexanderplatz. Müller se encarga de servir los aperitivos. El ambiente es distendido, todo parece normal, hasta que Müller le dice a Schellenberg: «Entonces, ¿tuviste buen tiempo, el otro día?» Schellenberg comprende inmediatamente. Heydrich, con el rostro demudado, no dice nada. «¿Quieres que te informe del desarrollo de la excursión?», le pregunta Schellenberg adoptando un tono administrativo casi a su pesar. De repente la velada da un vuelco. Heydrich responde con voz silbante: «Acabas de beber veneno. Puede matarte en unas seis horas. Si me dices la total y absoluta verdad, te daré el antídoto. Pero quiero la verdad.» El ritmo cardiaco de Schellenberg se acelera. Empieza a resumir cómo fue la otra tarde, tratando de dominar su voz temblorosa. Müller lo interrumpe: «Después del café, fuiste a dar un paseo a pie con la mujer del jefe. ¿Por qué lo ocultaste? ¿No eras consciente de que te vigilaban?» Claro que sí, por eso, si Heydrich lo sabía ya todo, ¿a cuento de qué venía montar esta película? Schellenberg confiesa haber dado un paseo de un cuarto de hora y hace un recuento de los temas de conversación que abordaron. Heydrich se queda pensativo durante largos minutos. Luego, da su veredicto: «Venga, supongo que debo creerte. Pero dame tu palabra de honor de que nunca más repetirás este tipo de escapadas.» Schellenberg, sintiendo que el mayor peligro ha pasado, llega a dominar su miedo y responde con tono agresivo que dará su palabra después de haber bebido el antídoto, porque un juramento arrancado bajo esas condiciones carecería de valor. Se arriesga incluso a preguntar: «Como antiguo oficial de marina, ¿te parecería honorable proceder de otro modo?» Cuando se sabe cómo acabó la carrera de Heydrich en la marina, hay que reconocerle cierto descaro a su interlocutor. Heydrich mira fijamente a Schellenberg. Luego le sirve un Dry Martini. «Sería un efecto de mi imaginación —escribe Schellenberg en sus memorias—, pero me supo más amargo que de costumbre.» Bebe, presenta sus excusas, da su palabra de honor y la velada vuelve a su cauce.

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