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Authors: Laurent Binet

Tags: #Bélico, Histórico

BOOK: HHhH
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37

Todo Berlín bulle en una atmósfera de complot debido a un documento que circula por la ciudad. Se trata de una lista mecanografiada. Los observadores neutrales están estupefactos ante la falta de precaución con que esa hoja de papel pasa de mano en mano por los cafés, ante los ojos de los camareros, quienes, como todo el mundo sabe, son confidentes a sueldo de Heydrich.

Es ni más ni menos que el organigrama de un hipotético gabinete ministerial. En ese futuro gobierno, Hitler se mantiene como canciller, pero desaparecen los nombres de Papen y de Goering. Por el contrario, figuran en él los de Röhm y sus amigos Schleicher, Strasser y Brüning.

Heydrich enseña la lista a Hitler. Éste, a quien nada le gusta menos que poder confirmar sus tendencias paranoicas, revienta de rabia. Sin embargo, la heterogeneidad de la coalición le deja perplejo: Schleicher, por ejemplo, no ha contado nunca entre los amigos de Röhm, y éste lo menosprecia soberanamente. Heydrich replica que el general Von Schleicher ha sido visto hablando animosamente con el embajador de Francia, prueba de que está conspirando.

La mezcla heteróclita de esa extraña coalición demuestra sobre todo que Heydrich tiene todavía que afinar sus conocimientos en materia de política interior, porque ha sido él quien ha redactado y hecho difundir esa lista. El principio que ha prevalecido a la hora de redactarla es muy simple: poner con toda naturalidad los nombres de los enemigos de sus dos superiores, Himmler y Goering, y de los suyos.

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Por fuera, el imponente edificio de piedra gris no revela nada. A lo sumo, se adivina una anormal actividad en el vaivén de siluetas que entran y salen. Pero en el interior del enjambre de la SS reina una agitación frenética: hombres corriendo por todas partes, voces retumbando en el enorme vestíbulo blanco, portazos en todos los pisos, teléfonos sonando sin parar en los despachos. En el corazón del edificio y del drama, Heydrich ensaya el que será su mejor papel, el del burócrata asesino. A su alrededor, unas mesas con teléfonos y unos hombres de negro que los cuelgan y descuelgan. Él coge todas las llamadas:

—¡Oiga! ¿Ha muerto?… Dejad el cuerpo allí mismo. Oficialmente es un suicidio. Colocadle el arma en la mano… ¿Que le habéis disparado en la nuca?… Bueno, no tiene ninguna importancia. Suicidio.

—¡Oiga! ¿Ya está hecho?… Muy bien… ¿La mujer también?… Bueno, decid que se resistieron al arresto… Sí, la mujer también… Eso es, ella quiso interponerse, ¡eso funcionará!… ¿Las criadas?… ¿Cuántas?… Anotad sus nombres, ya nos ocuparemos de ellas después.

—¡Oiga! ¿Terminado?… Bien, arrojadme todo eso al Óder.

—¡Oiga!… ¿Qué?… ¿En su club de tenis? ¿Jugaba al tenis?… ¿Que ha saltado el seto y se ha adentrado en el bosque? ¿Me tomáis el pelo?… ¡Batid esa zona y encontradlo!

—¡Oiga!… ¿Cómo que es «otro»? ¿Que tiene el «mismo apellido»?… ¿Y el mismo nombre?… Bueno, lleváoslo y mandadlo a Dachau hasta que aparezca el verdadero.

—¡Oiga!… ¿Dónde ha sido visto por última vez?… ¿En el hotel Adlon? ¡Pero es estúpido, todo el mundo sabe que los camareros trabajan para nosotros! ¿Ha dicho que quería entregarse?… Perfecto, id a buscarlo a su casa y enviádnoslo para acá.

—¡Oiga! ¡Páseme al Reichsführer!… ¿Oiga? Sí, ya está hecho… Sí, también… Eso está en marcha… Está hecho… ¿Y dónde está usted con el número uno?… ¿El Führer se niega?… ¿Pero por qué?… ¡Es muy necesario que usted convenza al Führer!… ¡Insista en lo de sus costumbres! ¡Con todos los escándalos que hemos tenido que sofocar! ¡Recuérdele el baúl olvidado en el burdel!… Entendido, llamo a Goering enseguida.

—¿Oiga? Heydrich al aparato. El Reichsführer me dice que el Führer quiere proteger al SA Führer… ¡Naturalmente que a ningún precio!… ¡Hay que decirle que el ejército eso no lo aceptará nunca! Hemos ejecutado a varios oficiales de la Reichswehr: si Röhm sigue con vida, Blomberg se negará a garantizar la operación… Sí, en efecto, es cuestión de justicia, de acuerdo… Entendido, espero su llamada.

Entra un SS. Va con mucho cuidado. Se acerca a Heydrich y se inclina para hablarle al oído. Los dos salen de la habitación. Al cabo de cinco minutos, Heydrich regresa solo. Su cara no revela nada. Vuelve a retomar el hilo de las comunicaciones.

—¡Oiga!… ¡Quemad el cadáver y enviadle las cenizas a su viuda!

—¡Oiga!… No, Goering no quiere que lo cojamos allí… Poned seis hombres delante de su casa…¡Que no entre ni salga nadie!

—¡Oiga!… etcétera.

Al mismo tiempo, rellena metódicamente pequeñas fichas blancas.

La escena dura todo un fin de semana.

Finalmente, cae la noticia que tanto esperaba: el Führer ha cedido. Va a dar la orden de ejecutar a Röhm, el jefe de la
Sturmabteilung
, su más antiguo cómplice. Röhm es también el padrino del primer hijo de Heydrich, pero sobre todo es el superior directo de Himmler. Al decapitar la dirección de las SA, Himmler y Heydrich despejan el camino de la SS, que se convierte en una organización autónoma que sólo ha de rendir cuentas ante Hitler. Heydrich es nombrado Gruppenführer, un grado equivalente al de general de división. Tiene treinta años.

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El sábado 30 de junio de 1934, Gregor Strasser almuerza con su familia cuando llaman al timbre de la puerta de su domicilio. Ocho hombres armados se presentan para detenerlo. Sin darle tiempo de despedirse de su mujer, lo conducen a la sede de la Gestapo. No padece ningún interrogatorio pero se encuentra encarcelado en una celda en compañía de varios SA que se arremolinan a su alrededor: aunque es cierto que ya no ejerce ninguna responsabilidad política desde hace varios meses, su prestigio de viejo compañero del Führer les da seguridad. Él no comprende la razón de su presencia entre esos hombres, pero conoce lo suficientemente bien los arcanos del Partido como para temer su parte arbitraria e irracional.

A las 17 horas, un SS viene a buscarlo para conducirlo a una celda individual, en la que hay abierto un gran tragaluz. Strasser, aislado, ignora que la Noche de los Cuchillos Largos ha comenzado, pero adivina no obstante lo que va a ocurrir. No sabe si debe temer por su vida. Es verdad que él es una figura histórica del Partido, ligado a Hitler por el recuerdo de los combates pasados. Al fin y al cabo, han conocido juntos la cárcel tras el
putsch
de Múnich. Pero también sabe que Hitler no es un sentimental. Por mucho que no alcance a entender por qué él mismo podría constituir una amenaza comparable a Röhm o a Schleicher, debe tomar en cuenta la incalculable paranoia del Führer. Strasser comprende enseguida que tiene que actuar con tiento si quiere salvar su piel.

Está en esas cavilaciones cuando nota una sombra que pasa por su espalda. Llevado por el instinto infalible de los viejos combatientes bregados en la clandestinidad, advierte que está en peligro y se agacha en el preciso momento en que suena un tiro. Alguien ha metido un brazo por el tragaluz y le ha disparado a quemarropa desde arriba. Él se ha agachado, pero no lo bastante rápido. Se desploma.

Boca abajo sobre el suelo de la celda, Strasser oye girar el cerrojo de la puerta, luego ruidos de botas a su alrededor, el aliento de un hombre que se inclina sobre su nuca y unas voces:

—Todavía vive.

—¿Qué hacemos? ¿Lo rematamos?

Oye el chasquido que se produce al montar una pistola.

—Aguarda, voy a informar.

Un par de botas se aleja. Transcurre un momento. Las botas vuelven acompañadas. Taconazos cuando entra el recién llegado. Un chapoteo de charco. Silencio. Y de repente esa voz de falsete que reconocería entre mil y que acaba de helarle el espinazo:

—¿Todavía no está muerto? ¡Dejadlo que se desangre como un cerdo!

La voz de Heydrich es la última voz humana que oirá antes de morir. Lo de humana, en fin, es una manera de hablar…

40

Fabrice viene a visitarme y me pregunta por mi futuro libro. Es un viejo compañero de la uni a quien, como a mí, le apasiona la historia, y que cuenta, entre otras cualidades, con la de interesarse por lo que escribo. Una tarde de verano cenamos en mi terraza y me hace algunos comentarios sobre el comienzo con un entusiasmo alentador. Se detiene en la construcción del capítulo concerniente a la Noche de los Cuchillos Largos: ese encadenamiento de llamadas telefónicas, en su opinión, recrea perfectamente la dimensión burocrática y el proceso en cadena de lo que será la marca propia del nazismo: el asesinato. Me siento halagado, sin embargo tengo una sospecha y me parece oportuno precisarle: «Pero sabes que cada llamada corresponde a un caso real, ¿no? Podría aportarte casi todos los nombres, si quisiera.» Él se sorprende, y me responde con ingenuidad que creía que yo lo había inventado todo. Vagamente inquieto, le pregunto: «¿Y lo de Strasser?» También se pensaba que me había inventado el hecho de que Heydrich en persona diese la orden de dejar agonizar al moribundo en su celda. Me siento un poco incómodo y exclamo: «¡No, todo eso es de verdad!» Entonces pienso: «¡Joder! No está logrado…» Habría tenido que ser más claro al nivel del pacto de lectura.

Esa misma noche, veo en la tele un documental sobre una vieja película de Hollywood dedicada al general Patton. Le película se titula sobriamente
Patton
. Lo esencial del documental consiste en mostrar extractos del film y en entrevistar luego a unos testigos que explican: «en realidad eso no sucedió así…». No se plantó de cara a dos Messerschmitt que iban a ametrallar la base armado sólo con un Colt (aunque no hay duda alguna, según el testigo, de que lo habría hecho, si los Messerschmitt le hubieran dado tiempo). No pronunció aquel discurso delante de todo el ejército, fue en privado y, además, no dijo exactamente eso. No supo en el último momento que iba a ser enviado a Francia, ya se lo habían comunicado con varias semanas de antelación. No desobedeció las órdenes cuando tomó Palermo, sino que lo hizo con la aprobación del alto mando aliado y de su jefe directo. No hay certeza de que mandara a tomar por el culo a un general ruso, por mucho que aborreciera a los rusos. Etcétera. En resumidas cuentas, la película habla de un personaje ficticio cuya vida está muy inspirada en la carrera de Patton, pero claramente no es él. Y sin embargo, la película se titula
Patton
. Y eso no le choca a nadie, todo el mundo ve como algo normal hacer bricolaje con la realidad para así poder ensalzar un guion, o dar una coherencia a la trayectoria de un personaje cuyo recorrido real comportaba, sin duda alguna, demasiados tumbos azarosos y bastante poco significativos. Por culpa de gente así, que le hace trampas a la eternidad con la verdad histórica con tal de vender su propio caldo, un viejo amigo, curtido en todo género de ficciones y por tanto fatalmente habituado a esos procedimientos de normalizada falsificación, puede asombrarse inocentemente y preguntarme: «¿Entonces no es inventado?»

No, no es inventado. Por otra parte, ¿qué interés habría en «inventar» el nazismo?

41

Como habrán podido comprender, toda esta historia me fascina, y al mismo tiempo creo que me saca de quicio.

Una noche tuve un sueño. Yo era un soldado alemán, vestido con el uniforme verde grisáceo de la Wehrmacht, y hacía mi turno de guardia en un paisaje nevado, ninguno en concreto pero delimitado por unas alambradas que yo debía bordear. Ese decorado se inspiraba claramente en los de numerosos videojuegos cuyo tema es la Segunda Guerra Mundial y a los que a veces tengo la debilidad de entregarme:
Call of Duty
,
Medal of Honor
,
Rev Orchestra

De pronto, durante mi ronda, yo era sorprendido por Heydrich en persona, que venía a hacer una inspección. Me cuadraba y contenía el aliento mientras él daba una vuelta a mi alrededor con aire inquisitorial. Me aterraba la idea de que pudiera encontrar algo que reprocharme. Pero me desperté antes de saberlo.

A menudo Natacha, para burlarse de mí, pone cara de alarmarse por el elevadísimo número de obras sobre el nazismo que proliferan en mi casa y por el serio peligro de conversión ideológica que, según ella, estoy corriendo. Para seguirle la broma, nunca pierdo ocasión de mencionarle la enorme cantidad de páginas web tendenciosas —incluso totalmente neonazis— que me he visto obligado a visitar en Internet en el curso de mis investigaciones. Que quede claro que en ningún momento yo, hijo de madre judía y padre comunista, educado en los valores republicanos de la pequeña burguesía francesa más progresista, e impregnado por mis estudios literarios tanto del humanismo de Montaigne y de la filosofía de las Luces como de las grandes revueltas surrealistas y de los pensamientos existencialistas, ni he podido ni podré estar tentado de «simpatizar» con absolutamente nada que, de cerca o de lejos, pueda evocar al nazismo.

Pero no tengo más remedio que inclinarme, una vez más, ante el inconmensurable y nefasto poder de la literatura. Ese sueño prueba formalmente que, en efecto, debido a su indiscutible dimensión novelesca, Heydrich
me impresiona
.

42

Anthony Eden, entonces ministro de Asuntos Exteriores británicos, escucha con estupefacción. El nuevo presidente checo, Edvard Beneš, demuestra una confianza apabullante en su capacidad para resolver la cuestión de los Sudetes. No sólo pretende poder contener las veleidades expansionistas de Alemania, sino, además, hacerlo solo, es decir, sin la ayuda de Francia ni de Gran Bretaña. Eden no sabe a qué atenerse ante una frase como ésta: «Sin duda, para ser checo en nuestros días hay que ser optimista…» Claro que estamos aún en 1935.

43

En 1936, el comandante Moravec, jefe de los servicios secretos checoslovacos, pasa un examen para acceder al rango de coronel. Entre otros temas del ejercicio, se le plantea esta hipótesis: «Las circunstancias hacen que Checoslovaquia sea atacada por Alemania. Hungría y Austria son igualmente hostiles. Francia no ha hecho movilizaciones y la Petite Entente sufre para encontrar su sitio. ¿Qué alternativas militares tendría Checoslovaquia en ese caso?»

Análisis del tema: al desmembrarse el Imperio austrohúngaro en 1918, Viena y Budapest ponen sus miras, como es natural, en sus antiguas provincias, a saber, Bohemia-Moravia, que dependía de Austria, y Eslovaquia, que estaba bajo control húngaro. Por otra parte, Hungría está dirigida por un fascista amigo de Alemania, el almirante Horthy. En cuanto a Austria, muy debilitada, resiste como puede a las presiones de quienes, a un lado y a otro de la frontera alemana, reclaman la unión del país con el gran hermano germánico. El acuerdo firmado con Hitler, que promete no intervenir en los asuntos internos austriacos, no vale más que un pedazo de papel. En caso de conflicto con Alemania, Checoslovaquia deberá hacer frente por igual a las dos cabezas del finiquitado Imperio. La Petite Entente, firmada en 1920-1921 por Checoslovaquia con Rumanía y Yugoslavia para protegerse de sus antiguos dueños austrohúngaros, no supone propiamente hablando una alianza estratégica muy disuasoria. Y las reticencias de Francia a mantener sus compromisos con su aliado checo en caso de conflicto son ya manifiestas. La situación planteada como una hipótesis en el ejercicio es, por tanto, totalmente realista. Moravec responde con tres palabras: «Problema militarmente irresoluble.» Aprueba su examen con éxito y se hace coronel.

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