Ágata observó cómo la chica, que hablaba español con acento latinoamericano, parecía ocuparse de todo con una diligencia tan serena como eficaz: de que izaran a bordo el equipaje, de advertir a Cary que tuviera cuidado al subir por la escala, de agradecer al dueño de la zódiac y darle una buena propina. «Creo que de ella bien podría hacerme amiga —pensó entonces Ágata, como si estableciera con la recién llegada una repentina corriente de simpatía o solidaridad. Pero de inmediato decidió mostrarse más cauta—. No corramos tanto —añadió—. En realidad una mujer así parece
too
good to be true,
como dicen los ingleses, demasiado buena para que sea cierto.»
—¡Miranda, por favor! Creo que me he olvidado la BlackBerry en la zódiac, haz
algo
te lo ruego —estaba diciendo Cary Faithful en ese momento en inglés a la pelirroja en un tono entre suplicante y conminatorio.
«Miranda —pensó entonces Ágata con otra sonrisa— es un bonito nombre y suena igual en todos los idiomas. ¿De qué país será esta chica a pesar de su aspecto tan inglés? ¿Cubana?, ¿venezolana?, ¿colombiana? Con tantas nacionalidades distintas como las que se reúnen en este barco —pensó a continuación—, de estar aquí uno de esos tontos cronistas de sociedad hablaría sin duda de "una moderna torre de Babel". Dejémoslo mejor en arca de Noé, vaya zoo —se dijo antes de añadir—: Y es que ninguno de ellos es el tipo de persona que yo imaginaba invitaría mi muy sofisticada hermana mayor a su barco. A Olivia le pegaba más convidar a aristócratas decadentes mezclados, qué sé yo, con mafiosos italianos o rusos o falsificadores internacionales, por ejemplo. Me pregunto por qué diablos habrá elegido precisamente a
esta
gente que, además, parece no tener nada en común. Y ahora —se dijo al fin después de esperar un buen rato por si veía acercarse algún nuevo pasajero— me pregunto si faltará alguien más por subir a bordo de arca tan particular. ¿Algún otro espécimen de animal, mineral o planta? Para mí que sólo falta ella, nuestra querida anfitriona, que como siempre llegará tardísimo.» «¿Es que realmente Olivia
nunca
aprenderá a ser puntual?»
Cristobalina Sosa, alias Ana Christie, alias doña Cristina, se encontraba sentada ante una gran mesa de tocador. Gracias al espejo que tenía delante podía ver, a su espalda, el decorado del camarote que le había sido asignado y que consistía en una cama doble cubierta por una colcha color té verde, dos mesillas de madera rubia a juego con el panelado de las paredes y un gran cabecero del mismo tono que el cubrecama. «Lindo cuarto, sí señor —se dijo mientras se empolvaba la nariz—. Veamos que más hay por aquí digno de ser admirado —añadió al tiempo que pasaba revista a una mesita de madera de raíz, una alfombra afgana que resaltaba sobre la moqueta oscura y unas cortinas a rayas en tonos muy suaves. Todo muy chic» —concluyó casi a su pesar, porque su natural antipatía hacia Olivia la predisponía a encontrar algún fallo.
No pareció hallar ninguno, de modo que siguió escaneando por los alrededores hasta que… «¡Aja! —se dijo al detectar por fin algo que decididamente desentonaba con tanto buen gusto—: Este libro mugriento que alguien ha dejado aquí sí que rompe la armonía. ¡Pero si incluso parece manchado de kétchup o algo peor! —se escandalizó al cogerlo con dos dedos—. Qué asco. ¿A ver cuál es? Vaya, es
Némesis,
de Agatha Christie. Sólo por tratarse de este título no lo tiro ahoritita mismo a la basura —añadió mientras hojeaba distraídamente sus primeras páginas. Mira tú, pero si parece que está dedicado a alguien…
A mi hermana Ágata para que en caso de emergencia pueda consultar con Mycroft H
«¿Porqué me habrán dejado aquí un libro que es para otra persona y quién será ese Mycroft H? No había ningún Mycroft en la novela
Némesis,
de eso estoy segura, porque vi la película y me encantó. Qué lindo ambiente todo lleno de personas distinguidas, todo de lo más regio. Incluso me acuerdo del desenlace. Al final la asesina es una persona de lo más interesante que mata a alguien para evitarle un sufrimiento mayor.»
«Me encantan las historias ambiguas en las que los malos acaban siendo los buenos y al revés —añade ahora doña Cristina, sentada una vez más ante su mesa de tocador y mirándose a los ojos en el espejo—. Son mucho más reales que todas esas cojudeces que uno ve y lee por ahí, dónde va a parar.»
El doctor Pedro Fuguet acababa de deshacer el equipaje y se disponía a guardar su ordenador portátil en el armario cuando le sobresaltó oír, al otro lado de la puerta, la inconfundible voz de Olivia Uriarte dirigiéndose a alguien.
—Sonia, tesoro, no sabes cuánto siento no haber estado aquí para daros la bienvenida. Me alegro muchísimo de tenerte a bordo. ¿Te gusta tu camarote?
Aquellas palabras no podían ser más mundanas e intrascendentes y, sin embargo, tuvieron el efecto de sonar dentro de la cabeza de Fuguet igual que un timbre de alarma.
«¡Dios mío! —se dijo—. Es ella, ya está aquí. —Y como tenía el ordenador tan a mano, y como aún faltaban unos treinta minutos para la hora de la cena, inmediatamente pensó en ponerlo en marcha y buscar amparo en ese inmenso y misericordioso mundo virtual que era siempre su refugio. Se sentó en la cama para encenderlo pero, a pesar de que esperó varios minutos, no logró pasar en Internet Explorer más allá de esa frustrante barrera que dice "Atención no se puede mostrar esta página". Probó conectar su módem, el que siempre usaba cuando estaba de viaje, pero fracasó también—. En este barco no hay wi—fi y, al menos de momento, tampoco cobertura —se dijo, y se sintió de pronto solo, sin recursos—. Como un náufrago en alta mar —añadió tratando de reírse de sí mismo y de su dependencia de aquel divino artilugio—. Venga, tonto —se recriminó entonces—. Esto de recurrir a cada rato a la red se está convirtiendo en un vicio de lo más estúpido. Además, ya sabías a lo que te exponías acudiendo a esta cita. Tarde o temprano llegará el momento de encontrarte con ella, de modo que vete haciéndote a la idea.»
Cerró su ordenador y ya se disponía a guardarlo cuando, de repente, un alegre repiqueteo de nudillos sonó en su puerta. Y su sonido parecía imitar una vieja contraseña muy conocida de él: un timbrazo largo y dos cortos.
—¿Estás ahí, Fug?
—¿Te has fijado —le estaba diciendo en ese mismo momento Sonia San Cristóbal a su novio Churri— en qué reloj tan maravilloso llevaba Olivia en la muñeca?
—No —contestó él.
—Es un Franck Muller de serie limitada, un tourbillon. Tiene más de veinte años, pero precisamente por eso me gusta, es raro. ¿No te rechifla? Me encantaría tener uno. Y por cierto: ¿a que es un cielo y superguapísima mi amiga?
—No —contestó él.
—Verdaderamente tienes que hacer un esfuerzo por ser un poquito más simpático con la gente, Churri. A Olivia, hace un momento, por ejemplo, no sólo no le has dado la mano, sino que le pusiste una cara… Mira, si actúas así por lo que me hizo hace unos años, de verdad que no vale la pena, eso está más que olvidado. Mami dice que cambié mucho después de todo aquello, pero para mí que fue para bien. Si no, no te habría conocido a ti, ¿a que no?
—No —contestó él.
—Fíjate si será un sol Olivia que, a pesar de cómo la miraste, te dio un abrazote bien fuerte e incluso preguntó amablemente por tu hermana Cósima. Y mientras tanto, tú venga ponerle cara de asco. No hay que juzgar a las personas que uno no conoce de nada, Churri. Porque tú nunca habías visto a Olivia antes, ¿verdad? Claro que entonces… ¿Cómo demonios sabía de tu hermana?
Él no contestó.
También Vlad Romescu se encontraba en su camarote en la zona destinada a la tripulación en ese momento. En la mano tenía una nota manuscrita que acababa de entregarle uno de los marineros.
Corazón,
Es fundamental que esta noche cenes con todos nosotros, luego te explicaré por qué. Te aseguro que es por algo que te interesará, Besos,
O.
«No pienso hacerlo —se dijo—. A ver si Olivia se ha creído que esto es un crucero turístico y yo el capitán aquel de
Vacaciones en el
mar
que cena con los invitados y sonríe todo el rato como un gilipollas.»
Con la nota aún en la mano, Vlad enciende un cigarrillo y da dos largas caladas. Fumar en esta parte del barco está prohibido por las ordenanzas, pero qué carajo importa ya. «Gracias a la quiebra de Flavio, dentro de muy poco este barco y todo lo demás desaparecerá sin dejar rastro, igual que este papel», añade al tiempo que acerca la brasa de su cigarrillo a la nota de Olivia y observa cómo comienza a quemarse empezando por la esquina superior. Arde despacio, y Vlad se entretiene en ver oscurecerse las palabras escritas, una tras otra. Primero la palabra
Corazón,
luego
es fundamental,
hasta llegar a
por qué.
Pero entonces ocurre algo imprevisto. El fuego continúa hacia abajo de modo que quema
Besos, O.,
pero en cambio, deja incólume, como en una isla, la última frase de la misiva.
«Qué bobada», se dice Vlad, dispuesto a deshacerse de los restos que quedan de aquella nota que desde luego no piensa obedecer de ninguna manera. Sin embargo, se detiene. Y es que la frase sin quemar es
por algo que te interesará,
y Vlad, que es supersticioso o prudente o las dos cosas, se dice que el destino rara vez se entretiene en dar avisos tan claros como éste.
«Está bien, iré —decide—. Pero no pienso hablar con ninguno de esos pijos de mierda; no entra en mis obligaciones. Es más, me sentaré, no donde diga Olivia sino donde me dé la gana, junto a Ágata, por ejemplo. Me cae bien. Supongo que por lo poco que se parece a la grandísima hija de puta de su hermana.»
—¿Qué haces, Miri? —acaba de preguntar Cary Faithful a su novia en ese mismo momento.
—Nada, escribir un rato. Redacto mis memorias, ¿sabes? Serán una bomba aunque mucho me temo que en este barco no hay wi—fi, de modo que mi público tendrá que esperar un poquito más para leerlas —bromea ella.
Él la mira. Con su BlackBerry en la mano y el ceño fruncido, Miranda parece realmente concentrada en su labor.
—¿Y las escribes ahí? Vaya trabajera, el teclado es demasiado pequeño. Espero que no se te ocurra contar la verdad sobre mí. Sospecho que mi depravada vida jamás pasaría la censura —bromea también, porque sabe perfectamente que no tiene nada que temer. Miranda nunca haría ni diría nada que pudiera perjudicarle, no existe en el mundo persona más leal. ¿Cuántas veces ha tenido ella en su mano la otra BlackBerry gemela de ésta, la que le pertenece a él? ¿Cuántas veces habría podido descubrir, por ejemplo, toda una colección de mensajes comprometedores de Paul, también de otros amantes eventuales, y sin embargo, nunca ha visto ni por supuesto sospechado nada?
—¿Y en qué consisten tus memorias, Miri?
—Verás, mi amor, cada vez que conozco gente nueva, me gusta hacer un pequeño perfil y anotar mis impresiones. Más adelante y sólo con estos datos, logro reconstruir punto por punto todo lo que he vivido en su compañía. Yo soy extremadamente observadora.
Como esta conversación está teniendo lugar en inglés, Cary Faithful responde lo siguiente, acompañado de una imperceptible elevación de su ceja derecha:
—
Of course you are, my dear.
De haber tenido lugar en español dicho diálogo, Cary hubiera respondido algo como «claro que lo eres, querida», mientras que su pensamiento era este otro:
—Sí, y que santa Lucía te conserve la vista, Miri.
Es importante que se preste mucha atención a las siguientes instrucciones,
lee Ágata Uriarte con intención de seguir al pie de la letra lo que indica el prospecto del producto farmacéutico que tiene entre manos en ese momento.
Nongrass 321 es un medicamento de última generación cuya eficaz función consiste en impedir que las enzimas que digieren la grasa se unan a ella y ejerzan su acción. Esto impide que se absorban las grasas de la dieta. Su acción queda limitada al intestino, por lo que no tiene efecto sobre ninguno de los demás órganos, como pueden ser el corazón, hígado o cerebro. Las encimas lipasa y amilasa bla, bla, bla.
Ágata no puede evitarlo. Cada vez que lee el prospecto de uno de los muchos preparados que constituyen su colección de adelgazantes, se le va el santo al cielo, su atención comienza a divagar y ella a pensar en otras cosas. O, si no, en el mejor de los casos, lo que lee se le entremezcla con pensamientos, más o menos así:
…
Encimas lipasa y amilasa controlan la digestión de las grasas e hidratos de carbono…
«Mira tú, parece que ese libro que mi querida hermana tuvo a bien dejar en mi mesilla de noche alguien lo ha puesto ahora sobre la cama. A ver cuál es.»
…
Cuando las enzimas ven frenada su actividad por acción de Nongrass 321, la absorción de grasas resulta…
«Bah,
La muerte de Roger Ackroyd,
de Agatha Christie, vaya chasco. Por la carátula minimalista que tiene parecía otro tipo de literatura…»
Se recomienda tomar Nongrass tres veces al día, antes o durante las principales comidas ricas en grasa. Debe ingerirse con un vaso de agua…
«Por lo que se ve, Olivia sigue empeñada, como cuando éramos niñas, en lograr que me guste la literatura de mi tocaya; difícil lo tiene, la verdad…»
Está absolutamente contraindicado tomar Nongrass en caso de estar en tratamiento con laxantes osmóticos..
. «Aún así, recuerdo que esta novela en concreto me la prestó hace añares y me gustó bastante. Al final resulta que el mismo personaje (un médico), que cuenta la historia en primera persona, es el asesino…»
aunque es preferible consultar a su dietista si está usted consumiendo fibra…
«Una trama realmente ingeniosa, sí señor…»
tampoco se debe tomar Nongrass 321 en caso de embarazo o lactancia, presentar cuadros diarreicos, déficits vitamínicos, enfermedad inflamatoria intestinal, bla, bla, bla…
La lista de contraindicaciones es tan larga que Ágata deja por fin el prospecto que tiene entre manos para volver a interesarse en el libro. Piensa en abrirlo y hojearlo un poco pero al final desiste, se hace tarde. «A lo mejor le echo otro vistazo mañana o pasado», concluye antes de volver a dedicar su atención al maldito Nongrass 321.
«Bueno, allá va mi experimento adelgazante de hoy», se dice ahora, al tiempo que descarta definitivamente el libro y se dispone a guardar en un pastillero de nácar la mágica pildorita que ha elegido, entre varias otras, ingerir esa noche media hora antes de que comience la cena. Los médicos desaconsejan vivamente lo que está a punto de hacer, probar un día un adelgazante y al siguiente otro. Incluso le parece oír la voz de su dietista: «… Ni falta que te hace Ágata, tu problema de obesidad es mínimo, seis o siete kilos no son nada.»