James Potter y La Maldición del Guardián (45 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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—Tan pronto como pueda disfrutaré entrevistándote —se explicó Slytherin—. Soy un mago muy ocupado y me has pillado en un mal momento. Déjame asegurarte, sin embargo, que tan pronto como complete mi cita de la tarde, disfrutarás de mi total y completa atención.

Con esto, Slytherin había cerrado las puertas, pero no del todo. A través de la abertura, James podía ver una pequeña porción del despacho principal. Como esperaba, pudo oír al mago calvo moviendo y barajando pergaminos, y murmurando oscuramente. Finalmente, se produjo un único golpe suave en la puerta de la oficina.

—Qué encantador que finjas que no estabas ya en la habitación, amigo mío —dijo la voz de Slytherin—. Sentí tu llegada hace unos minutos, pero asumí que sería de mala educación mencionarlo. Por favor, acomódate.

A través de la rendija en las puertas dobles, James vio una sombra moverse. Una figura pasó frente a la rendija. Hubo un crujido producido por una fuerte zancada, y después un intenso suspiro.

—Desprecio las mismas piedras de este lugar —dijo un voz profunda y retumbante—, los adoquines de sus suelos son como cuchillos para mis pies. Llamaría a los fuegos del centro de la tierra para que lo consumieran si pudiera, y a vuestro maldito y miserable colegio.

En la oscuridad del laboratorio James luchaba por respirar. Reconoció la voz del visitante de Slytherin. Era increíble, y pronto todo pareció encajar perfectamente. ¿Cómo podía no haber visto antes la conexión? Su corazón latió y estiró las orejas para escuchar.

—Simpatizo contigo, Merlinus —dijo Slytherin—. Debe ser inquietante para ti la vuelta a casa. Aun así, no pensarías que íbamos a permitir que este castillo quedara desocupado. Como imaginarás, ni un solo lord muggle deseaba reclamarlo después del desafortunado… accidente de Hardyn. Irónicamente, creen que el castillo está maldito en vez de mágicamente fortificado. Me uno a ti, sin embargo, en despreciar aquello en lo que este lugar se ha convertido. Mis colegas fundadores están incrementando su doble mentalidad. Son indulgentes con los sin magia y los mestizos. Conspiran contra mí mientras hablamos. Me temo que mi tiempo aquí se esté acabando.

—Que penosa vergüenza —dijo Merlín, su voz rezumaba desdén—. Y tú que creíste una vez que este colegio sería el amanecer de tu utopía sangrepura. Debes estar sin lugar a dudas descorazonado.

—Mi “utopía sangrepura”, como la has llamado, será una realidad con mi ayuda o sin ella, amigo mío —dijo Slytherin—. Es la naturaleza de las cosas. Los gobernantes de este mundo solo vivirán entre el ganado hasta que estos se subleven. Mi papel en el proceso es insignificante, aunque he de admitir que deseo vivir para ver ese día. Y no pretendo disgustarte con mis palabras, Merlinus. Tú eres la mejor prueba de mis reclamaciones incluso si te empeñas en ignorarlas.

—Crees que detesto a los sin magia como lo haces tú, pero yo no soy tan simple de mente —dijo Merlín descartando la idea—. Un lobo rabioso no justifica matar a la manada. La dominación es tu único objetivo, no la justicia.

—¿Está mal dominar a aquellos que son indignos de igualdad? —replicó Slytherin como si Merlín y él hubieran tenido esa discusión muchas veces con anterioridad—. Se podría reclamar que es una forma amable de gobernar a aquellos que no son capaces de gobernarse a sí mismos. Por otro lado… —aquí la voz de Slytherin se volvió más sedosa—, hay más de un lobo rabioso, ¿no es cierto?

Hubo un largo silencio, y después Merlín dijo:

—No hablaré de este tipo de cosas contigo.

—Oh, pero no hay necesidad de hacerlo —replicó Slytherin—. Todo el mundo sabe ahora la verdad de lo que ocurrió, ¿verdad? Después de todo, ocurrió aquí mismo, cuatro lunas atrás. Sí, hay cotilleos incluso entre los campesinos muggle, sobre cómo el gran Merlinus fue humillado por Lord Hadyn y sus cómplices. Cómo te debe hervir la sangre al saber que tu nombre se ha convertido en una alegoría del amor insensato.

—No voy a hablar de tales cosas contigo —repitió Merlín lentamente, con voz baja y peligrosa.

—Seré tu amigo y te recordaré que se te avisó de que no te liaras con la mujer muggle —continuó Slytherin ignorando las palabras de Merlín—. Judith, creo que era su nombre, ¿no? ¿Conocida jocosamente entre los campesinos como la Dama del Lago? Incluso te imploré que no sucumbieras a sus afectos. El amor atonta a cualquier hombre que se permita ser indulgente con él, cuanto mejor sea el hombre, mayor es el ridículo que hace. Tu eres un hombre muy grande, Merlinus, e incluso así no eres inmune. El amor te cegó el ingenio cuando este debería haber estado más afilado. Quizás, si no hubieras estado tan enamorado, hubieras visto la verdad.

—Hadyn me entregó su cadáver —gritó Merlín amenazador—. Prometió devolvérmela. Ese fue el trato que acordamos si doblaba sus tierras y fortificaba este mismo castillo. ¿Pero cómo podía sospechar yo que el hombre se atrevería a engañarme gravemente mientras mantenía al pie de la letra su trato?

—Te dio un cadáver —dijo Slytherin con pena— pero tú deberías haber sabido que no era el de ella. El cuerpo estaba irreconocible, pero tú eres el gran Merlín. Podrías haber adivinado la verdad si lo hubieras intentado, pero elegiste no hacerlo.

—Ella iba a ser mi esposa —dijo Merlín, y su voz era como un trueno distante. Retumbaba en el suelo por debajo de los pies de James—. No pude soportarlo. Ni siquiera podía soportar mirar ese cuerpo diezmado.

—Y Hadyn sabía que así sería. De otra forma, ¿cómo podría haberse atrevido a intentar tal engaño? Sabía que estarías demasiado afectado para verificar que el cuerpo fuera verdaderamente el de Judith. Y finalmente, cuando planeaste tu venganza, cuando perseguiste su carruaje a través de los bosques, podrías haber adivinado la verdad entonces. Podrías haber utilizado a los pájaros y a los árboles para mirar dentro del carruaje, para asegurarte de quién estaba dentro, pero no lo hiciste. Tu rabia, alimentada por el amor a la pobre mujer muggle, te cegó, ¿no es así? Si hubieras mirado, habrías sabido la verdad. Podrías haberla salvado. Pero, como todo el mundo sabe ahora, Lord Hadyn amaba a Judith también. La reclamó para sí, y ella se lo permitió. Te entregó el cuerpo de una sirviente muerta y se quedó a Judith para sí mismo. Ella te traicionó.

—¡No tuvo elección! —gritó Merlín con voz rota.

—Siempre hay elección —insistió Slytherin—. Podría haber muerto por tu amor, pero no, eligió en vez de eso quedarse con él. Eligió estar con él precisamente ese día, en su carruaje.

—¡Era tan solo una humana! ¡Creyó que yo iría a por ella!

—Era tan solo una humana —estuvo de acuerdo Slytherin—. Una imperfecta y débil humana sin magia, a pesar de tus patéticos intentos de enseñarle las artes. Y entonces, en nombre de tu venganza ciega por amor, se convirtió en una humana muerta. Perdida, junto a su reciente esposo, Hadyn, en un trágico y misterioso accidente de carruaje. Ahogados, ¿no es así? Dicen que la tormenta llegó con la fuerza de Júpiter, arrancando el carruaje limpiamente del puente. Fue arrastrado de algún modo, dicen, y quedó convertido en astillas. Junto con cada una… de las personas… que estaban dentro.

—¡NO hablaré de tales COSAS CONTIGO! —bramó Merlín de repente, sacudiendo los muros. Hubo un relámpago repentino como si cada vela y cada llama del hogar de repente explotaran en una antorcha azul. La llama de la vela roja del laboratorio entró en erupción alzándose hacia arriba, iluminando brillantemente la habitación durante un momento aterrador. Entonces, tan pronto como había empezado, el momento pasó. La habitación volvió a la oscuridad.

En el silencio que siguió, la voz de Slytherin fue tranquila y sedante.

—Perdóname, amigo mío. He decidido que es mi deber recordarte lo te pasó y quien te lo hizo. Te aconsejo que no creas a los muggles. Son bestias incapaces de ser nobles. Su único papel es la servidumbre. Nosotros somos sus amos. No sólo es nuestro derecho el gobernarlos, es nuestro deber. Por ellos tanto como por nosotros.

—Eres una serpiente mentirosa, Salazar Slytherin —dijo Merlín colérico.

—Serpiente, puede ser —rió por lo bajo Slytherin—, pero un mentiroso no soy. Estás aquí porque estás de acuerdo conmigo, aunque tu estúpida conciencia intenta no admitirlo.

Merlín dijo:

—De hecho, estoy aquí únicamente porque tienes algo que necesito.

Slytherin asintió.

—Sí, lo sé. He estado hablando con tu aprendiz, Austramaddux y por una vez estoy de acuerdo con él. Tu plan es lo mejor. Este mundo ya no te pertenece, Merlinus. Los reinos avanzan con sus civilizaciones. Investigan las tierras y las aran, talan los bosques y los convierten en chozas. Están amansando la tierra, dejándola yerma para ti. Únicamente yo sé lo que eso hace a tus poderes, pero tú eres diferente de los otros magos, amigo mío. No eres en realidad un mago, eres un hechicero, quizás el último de los de tu especie. Me alegro de que hayas aceptado mi sugerencia de salir de este plano de existencia. Volverás a un tiempo mejor, Austramaddux se ocupará de ello.

—Puede que nunca vuelva a existir semejante tiempo —dijo Merlín gravemente—, pero eso no importa. Tienes razón en una cosa: este mundo ya no es para mí, y yo no soy para él. Los días se han oscurecido ante mis propios ojos, y por medio de mis propias manos ensangrentadas. He elegido eliminarme a mí mismo del reino de los hombres, pero por mis propias razones, Slytherin. Tú no las entenderías. Tu corazón es oscuro como la brea.

—Y aún así es de algo oscuro de lo que has venido a hablar, amigo mío —replicó Slytherin sin perder un instante—, lo he adivinado. La piedra sabe cuando se la busca.

—No te burles de mi, Slytherin. Sé que deseas que rompa las fronteras de los mundos sin la piedra, para que tú tengas entonces el control de lo que retorne conmigo.

—¿Estás hablando de la leyenda de la Maldición del Guardián? No deberías tomar en serio este tipo de cosas. Cuántos sueños y elucubraciones vagas pueden imaginar los hombres, ¿no crees?

—No puedes engañarme con tus argucias. Tú tienes la piedra, y la Bolsa Oscura; eres un amante de tales baratijas oscuras. Si voy a hacer lo que ningún otro hombre de este mundo es capaz de hacer, lo haré con las herramientas que ningún otro hombre en este mundo pueda necesitar.

—Dime, Merlinus —dijo Slytherin coloquialmente— ¿qué sabes de esas "baratijas"?

—Como si los cuentos acerca de ello no fueran suficientemente claros para un niño —suspiró Merlín—. La Bolsa Oscura contiene el último vestigio de pura nada que queda del amanecer de los tiempos. Sus usos son miríada y también únicos. La piedra, sin embargo, es la única reliquia del pre-tiempo. Es un simple ónice negro, cuyo origen es el Vacío entre los mundos. Es inmune al tiempo, por consiguiente es el Faro del Guardián. Al poseedor de la piedra se le garantiza la visión de aquellos que han pasado al reino de los muertos. Pero principalmente, quien posee la piedra sería el Embajador del Guardián, si esa criatura alguna vez cruzara hasta el reino de los hombres.

—Desde luego no creerás en tales cosas —se burló Slytherin, y sin embargo James podía ver que el propio Slytherin creía en ellas a pies juntillas.

—Creo que nadie se ha atrevido nunca a comprobar las leyendas —declaró Merlín rotundamente— pero eso es únicamente porque nadie nunca ha sido capaz de ello. Es pura especulación que quien rompa la frontera entre los mundos durante cualquier período de tiempo, atraerá al Guardián del Vacío, quizás trayéndole consigo de vuelta. Si lo hago, y si vuelvo, deseo ser yo quien esté al cargo de cualquier cosa que vuelva conmigo.

—¿Pero, por qué? —gritó de repente Slytherin, con voz ansiosa y cargada de odio— ¡Permite que el Destructor ronde suelto por la tierra! ¡Si el hombre es el azote de este mundo, reduciendo tu poder poco a poco, consumiéndolo como langostas, entonces deja que el Guardián descienda sobre ellos! ¡Es lo que merecen! Si mis predicciones son fiables, para entonces el reino de los magos habrá superado al de los muggles. El reino mágico será capaz de defenderse por sí mismo del Guardián, ¡y quizás incluso se alíe con él! ¡Sólo los insectos muggles y los impuros serán destruidos por su mano, y espero no volverlos a ver nunca! ¡La leyenda dice que la Maldición del Guardián será el amanecer de una nueva era! ¡Una era de pureza, de perfección cristalina! ¡Deja que suceda, Merlinus! ¡Sé el heraldo de la Maldición! ¿Qué forma más apropiada de reclamar el título de Rey de los todos los magos?

—Si voy a ser el heraldo de la Maldición, deseo controlarla —replicó Merlín mansamente.

—No habrá otra manera —respondió Slytherin— sin la Piedra Faro no podrás siquiera llamar la atención del Guardián. Aunque…

Merlín esperó en silencio, pero James, todavía sentado en la oscuridad del laboratorio podía sentir la ira del gran mago bullir a través de su piel como vapor.

Slytherin continuó.

—La piedra es demasiado poderosa para ser eliminada completamente de la faz de la tierra. Sabiendo que este día llegaría, sin embargo he dispuesto que sea partida en dos trozos iguales. Las mitades se han engastado en dos anillos, un anillo irá contigo y el otro se quedará conmigo.

—No puedes engañarme, Slytherin —gruñó Merlín—. Deseas mantener el control del Guardián con la esperanza de que se produzca su descenso. Deseas utilizarlo para vengarte de tus enemigos. Para entonces ellos, al igual que tú, llevaréis muertos mucho tiempo.

Slytherin sonrió ligeramente.

—Eso no tendrá ninguna consecuencia para ti, amigo mío. Mi mitad de la piedra permanecerá, sin tener en cuenta mi propio y breve tiempo en esta tierra. Será traspasada. Cuando y si vuelves, señalando el descenso de la Maldición, la piedra encontrará su propio camino a las manos de mis descendientes. Simplemente deseo que estén preparados. Es justo, ¿no estás de acuerdo? Por otro lado —continuó Slytherin, su voz decayendo—, si decides abandonar la partida y frustrar al Guardián, bien, ¿no eres tú Merlinus el Terrible, el último de la línea de Myrddred? ¿No eres el mayor hechicero de todos los tiempos? Sin duda una criatura como tú no necesita utilizar una mera baratija oscura.

Merlín se quedó en silencio otra vez, y James le sintió a punto de explotar. Finalmente dijo:

—Como desees, Slytherin. Proporcióname mi mitad de la piedra y te dejaré en paz.

Llegó el sonido de un cajón que se abría y después el sonido metálico de una cajita. Le siguió un gran silencio.

—Podría simplemente coger las dos mitades de la piedra, amigo mío —dijo Merlín tranquilamente— después de todo, ¿no soy Merlinus el Terrible?

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