James Potter y La Maldición del Guardián (47 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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Sin pensar, James se agachó y saltó mientras Slytherin pronunciaba las palabras de la Maldición Asesina. El rayo verde pasó sobre su cabeza. Gateó hasta la terraza más baja y se ocultó detrás de uno de los dos asientos de piedra.

—Precaución —gritó Slytherin, imperturbable—. Puedo arreglármelas con el chico. Ninguno de vosotros debe tomarse molestias.

James deseó desesperadamente tener aún su varita. Se le ocurrió una idea y gritó.

—¡Eh! ¿Cómo puede llamarse a sí mismo caballero? No es muy noble maldecir a un crío, ¿no? ¡Al menos devuélvame mi varita!

Slytherin rió con deleite.

—Finalmente, el chico demuestra algo de espíritu —gritó—. Como desees, maese Potter. Un duelo. Adelántate y recoge tu varita.

James se asomó cautelosamente por un costado del trono. Slytherin le vio y sonrió ampliamente. Sacó la varita de James de su túnica y se la ofreció. James se fortaleció a sí mismo y se volvió a poner de pie. Empezó a cruzar el suelo de madera hacia Slytherin, cuidadosa y rápidamente, con el corazón palpitante.

De repente, sorprendentemente, hubo un sonoro golpe directamente bajo sus pies. Saltó, sobresaltado, y bajó la mirada. Estaba de pie sobre la trampilla.

—Ya vienen, Salazar —dijo uno de los magos con capa—. Han presentido nuestra cumbre. Debemos partir. Mata al chico como sea.

—No —dijo Slytherin, todavía sonriendo—. No pueden alcanzarnos. La torre no puede ser asaltada desde fuera hasta que termine la reunión. Es la ley mágica de la Torre Sylvven. Terminemos nuestro trabajo primero, y después trataremos con mis colegas fundadores. Ya es hora de que comprendan el error que han cometido conspirando contra mí.

Se elevaron voces desde abajo y se produjo otro golpe sobre la gruesa madera de la trampilla. El cierre de hierro traqueteó pero aguantó firme.

—Toma tu varita, James Potter —dijo Slytherin—. Terminemos esto como hombres.

James reafirmó su resolución y salió de la trampilla. Había oído las historias de como su padre se había enfrentado contra Voldemort de un modo muy similar. Pero como James había pensado tantas veces antes, él no era su padre. No tenía la más mínima oportunidad contra el puro poder malevolente de Salazar Slytherin. Peor aún, no había lugar adonde huir o donde esconderse. La torre era demasiado alta para escapar de ella. Ni siquiera sabía cómo Aparecerse. Temblorosamente, extendió la mano hacia su varita. Slytherin la soltó, todavía sonriendo.

James se aclaró la garganta mientras retrocedía, sujetando su varita ante él.

—¿Nos inclinamos primero? —preguntó.

—Yo me inclino ante mis iguales —dijo Slytherin desnudando los dientes—. Tú puedes inclinarte cuando estés muerto. —Lanzó el brazo hacia adelante—. ¡Avada Kedavra!

James saltó de nuevo y el hechizo golpeó el trono con una explosión de chispas verdes. Una pequeña parte separada de la mente de James comprendió que estaba haciendo muy buen uso de las técnicas físicas que había aprendido en las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras de Debellows. Casi gimió en voz alta.

—¡Utiliza magia, no acrobacias, muchacho! —se burló Slytherin, sacudiéndose la manga hacia atrás—. Dejemos que tu cadáver sea lo primero que vean mis compañeros fundadores cuando se unan a nosotros! ¡Enfréntate a mí y muere con algo de honor!

James estaba aterrado. Rodó por el suelo de madera y se puso en pie, ondeando la varita frenéticamente. Apuntó, intentando con desesperación recordar el encantamiento. Era el primero que había aprendido, pero su mente estaba completamente en blanco.

—¡Eso está mejor! —dijo Slytherin con voz ronca, avanzando a zancadas, yendo al encuentro de James. Sostenía la varita casualmente ante él, burlándose de James con ella—. ¡Haz tu mejor intento, chico! ¡Muéstranos qué te enseñan en esa fantástica época tuya! ¡Hazlo ya!

James farfulló el hechizo en el momento en que este llegó a su cabeza. Slytherin pronunció su maldición exactamente en el mismo momento. Ambos rayos explotaron sobre el suelo de madera, iluminándolo. El rayo verde de Slytherin atravesó la túnica demasiado grande de James, pasando a través de ella y bajo el brazo extendido, fallando por poco. El rayo amarillo de James golpeó el cerrojo de la trampilla. Este explotó con un estallido de luz y la puerta se abrió, liberando un haz de luz y el sonido de voces.

—¡Está abierta! —gritó alguien— ¡Cuidado con una posible trampa! ¡Protego!

Slytherin rugió de furia. Apuntó su propia varita hacia la puerta, pero era demasiado tarde. Unas figuras emergían de las escaleras de abajo, con las varitas listas. Explotaron hechizos en todas direcciones, iluminando la cima de la torre con fuegos artificiales. James aprovechó la oportunidad para lanzarse tras el trono de mármol de nuevo. El aire estaba súbitamente lleno de los siseos y remolinos del círculo de nueve de Slytherin Apareciéndose desde lo alto de la torre. Uno de ellos se quedó lo suficiente para aproximarse a James, agitando su varita. Tenía una perilla negra, que se encrespó cuando el hombre sonrió.

—Buen truco, chico —gruñó—, pero detestamos los asuntos inacabados.

Los reflejos de James habían quedado agudizados por su duelo con Slytherin. Incluso mientras el hombre terminaba de hablar, James sacó su varita y gritó:

—¡Expelliarmus!

Hubo un crujido y la varita del hombre salió disparada de su mano, girando en la oscuridad más allá del parapeto de la torre. La fuerza del hechizo empujó al hombre hacia atrás. Tropezó y cayó por una de las terrazas. Con un rugido de furia, se giró para ver donde había caído su varita. Comprendiendo que la había perdido, se volvió a girar, con las manos como garras y la cara contorsionada de rabia.

—¡Desmaius! —gritó James, arrastrándose hacia atrás, pero su puntería falló. El hechizo golpeó el suelo de piedra a la derecha del hombre.

—¡Morirás por esto, chico! —rugió el hombre, saltando al ataque como una bestia. Aterrizó con fuerza ante los pies de James, golpeándose la cara lo bastante fuerte como para romperse la nariz. James oyó el crujido e hizo una mueca. Se levantó trabajosamente, con los ojos desorbitados, ondeando su varita alocadamente.

—¡Alto, muchacho! —ordenó una voz. De repente una mano agarró la muñeca de James, tirando de ella hacia arriba. James luchó contra ella un momento, y después miró a ver de quién era la mano. Los rasgos severos y estrechos de Godric Gryffindor le miraban.

—La batalla ha acabado, amigo —dijo, soltando la muñeca de James—. Seas quien seas, eres un joven mago extremadamente afortunado.

—No es sólo un mago —dijo una voz de mujer, y había un dejo de diversión en ella. James miró y vio a Rowena Ravenclaw echándose hacia atrás la capucha de su capa azul—. Es el clérigo más joven del reino. Y ya se había enfrentado con Salazar antes.

—¿Adónde ha ido? —preguntó James de repente, buscando por la cima de la torre.

—Desvanecido —respondió Ravenclaw gravemente—. Escapado. Asumió su auténtica forma y se escurrió.

—¿Cuál es su auténtica forma? —preguntó James, estremeciéndose mientras la adrenalina se esfumaba.

—Rowena está bromeando —replicó Helga Hufflepuff, aproximándose al parapeto de la torre y asomándose a la oscuridad de abajo—. Slytherin es un animago. Se refería a que su forma animal es su verdadera forma ya que ella no cree que merezca la etiqueta de humano.

—¿Es una serpiente? —preguntó James, uniéndose a Hufflepuff junto a la pared y asomándose hacia abajo.

—Curiosamente, no —respondió Gryffindor—. La auténtica forma de Salazar es quizás incluso más apropiada, ha probado ser similarmente ciego, nocturno y sanguinario. El animago de Salazar es, de hecho, un murciélago.

Un gemido recordó a la asamblea al hombre caído de la perilla. Éste rodó sobre su espalda y luchó por sentarse erguido, con una mano sobre la nariz.

—Este hombre no representa un peligro sin su varita —dijo Gryffindor—, gracias al pensamiento rápido de nuestro amigo de aquí. —Al hombre, le dijo—: Si yo fuera usted, no intentaría Aparecerme, lord Morcant. Fue más que un hechizo HuesoAtado lo que le lancé. También era un Encantamiento Contenedor. No llegará más lejos de un tiro de piedra antes de ser arrastrado hacia atrás y ya le digo que eso puede ser bastante doloroso.

—¡Me habéis roto la nariz! —gritó Morcant, mostrándoles la palma de la mano. Estaba cubierta de sangre—. ¡Os mataré a todos por esto! ¡Devolvedme mi varita al instante!

—Creo que no, milord —replicó Ravenclaw—. Sospecho que no sostendrá una varita en bastante tiempo. Tenemos muchas preguntas para usted, y será mejor que las responda.

—Me torturaréis, ¿no? —escupió Morcant, poniéndose en pie—. ¡No me da miedo lo que me hagáis! Nunca hablaré. ¡Haced lo que queráis!

—No necesitamos torturarle —dijo Hufflepuff razonablemente—. Si prefiere no responder a nuestras preguntas, simplemente le dejaremos marchar.

Morcant entrecerró los ojos.

—¿Te atreves a burlarte de mí? ¡Conozco a los de vuestra calaña! ¡Vuestras mentiras no me engañan!

—Nosotros conocemos a los de su calaña, Morcant —dijo Ravenclaw—, y asumen que todo el mundo es como ellos. Le soltaremos si se niega a responder, y no le tocaremos un solo pelo de esa atractiva barba suya. Deberá tener cuidado sin embargo, su liberación podría hacer que algunas personas obtuvieran la impresión equivocada. Algunos observadores podrían interpretar su liberación sin daño alguno como signo de que nos ha contado absolutamente todo lo que sabe.

Gryffindor arqueó una caja significativamente.

—Su socio, Salazar Slytherin, no apreciaría eso, ¿verdad? Tiene fama de tratar bastante duramente a aquellos que le traicionan.

—Él no creería tales mentiras —se mofó Morcant—. Sabe que soy de confianza. Además, no le tengo miedo.

Gryffindor se aproximó a Morcant y se inclinó hacia él. En un tono conspirador, dijo:

—He oído rumores de que Salazar ha estado desarrollando una maldición que vuelve del revés las entrañas de sus enemigos. Técnicamente, yo diría que es imposible, pero Salazar es bastante ingenioso cuando se trata de tales cosas. Conociéndole, simplemente continuará practicándola hasta que le salga bien. Probablemente tiene la esperanza de que le traicione usted, solo para tener una excusa para utilizarle como sujeto de pruebas.

—¡Él confía en mí! —insistió de nuevo Morcant—. ¡Sabe que nunca le traicionaría!

Ravenclaw se encogió de hombros.

—Salazar nunca me pareció del tipo confiado —dijo—, pero seguramente usted le conoce mejor que nosotros.

—Por otro lado —dijo pensativamente Hufflepuff—, si decidiera ayudarnos, nosotros le protegeríamos de cualquier represalia equivocada.

Morcant se mofó, y James oyó la desesperación en la voz del hombre.

—¿Vosotros? ¡Slytherin tiene dos veces el poder del resto de vosotros combinados!

Gryffindor sonrió.

—Estoy seguro de que él mismo se ha convencido de ello. Pero ¿por qué entonces se transformó en roedor volador en el momento en que vio que nos aproximábamos? ¿Por qué huyó en vez de enfrentarse a nosotros varita a varita? Slytherin no se hace a sí mismo tales preguntas, pero le conviene, lord Morcant, pensar muy cuidadosamente en ellas.

Morcant frunció furiosamente el ceño. Finalmente, a través de los dientes apretados, dijo:

—Tiene intención de librarse de todos vosotros. Quiere controlar la escuela entera, y utilizarla como semilla de un imperio mágico. Sabe que habéis estado maquinando contra él. Su intención es golpear primero.

—Muy instructivo —dijo Gryffindor desagradablemente—. Cree que nosotros hemos estado maquinando contra él. Pero continuemos con esto en alguna otra parte. Rowena, Helga, ¿tal vez podríais escoltar a nuestro misterioso amigo de vuelta a la planta principal del castillo? Yo acompañaré a lord Morcant a un lugar seguro. Podremos charlar allí a nuestro antojo.

Hufflepuff y Ravenclaw estuvieron de acuerdo. Un momento después, se produjo un sonoro crujido cuando Gryffindor se Apareció desde la torre con lord Morcant a remolque.

—Retirémonos al Gran Comedor —dijo Ravenclaw, girándose hacia James y Hufflepuff—. Debería estar desierto a esta hora de la noche. ¿Tal vez a nuestro joven amigo le gustaría comer algo mientras hablamos?

Hufflepuff asintió con la cabeza.

—Desde luego. Debemos determinar quién eres, jovencito. Y cómo devolverte al lugar del que provienes.

—No puedo imaginarme como haremos eso —replicó James, recordando el espejo roto—. Mi único camino a casa fue hecho pedazos por Slytherin. Estoy atrapado aquí.

—Seguramente no será ese el caso —dijo Ravenclaw alegremente—. Puede no ser inmediatamente aparente, pero la solución se presentará por sí misma.

Hufflepuff sonrió a James.

—La respuesta es casi siempre simple, jovencito, pero raramente es fácil.

James había empezado a caminar hacia la trampilla abierta, pero cuando Hufflepuff dijo eso, se detuvo. ¿Dónde había oído eso antes? Un momento después, lo recordó. Merlín había dicho algo así en la cueva cuando habían ido a por sus cosas. Hacer lo correcto casi siempre es simple, había dicho Merlín, pero nunca fácil. Y entonces, relacionándolo, James recordó algo que el gran mago había dicho después, cuando habían estado en la oficina del director, observando como desempaquetaba sus aparatos y cachivaches.

James se dio media vuelta, con los ojos bien abiertos, preguntándose. No podía ser tan simple, ¿no? Tenía que averiguarlo, y rápidamente.

—No —dijo James excitadamente—, al Gran Comedor no. ¡Tenemos que volver a los aposentos de Slytherin! ¡Ahora mismo, antes de que vuelva!

Ravenclaw arrugó la frente.

—¿Por qué demonios deberíamos ir allí? ¿Y qué te hace pensar que volverá? —añadió Hufflepuff, estudiando la cara de James.

—Porque nunca dejaría todas sus cosas —respondió James rápidamente—. Sus "baratijas oscuras". Son demasiado importantes para él. Volverá a por ellas, probablemente ahora mismo, antes de que alguien las traslade. Tenemos que llegar allí primero. Si tengo razón, tiene algo realmente importante. ¡Podría ser mi única oportunidad de volver a mi propia época!

Ravenclaw simplemente estudió a James, con ojos serios y pensativos. Helga Hufflepuff, sin embargo, asintió cortésmente con la cabeza. Se adelantó, y extendió la mano.

—En ese caso, querido, pasaremos de las escaleras. Rowena, varita lista. Si tenemos intención de apresurarnos, apresurémonos como brujas, y esperemos que Salazar no haya sido más listo que nosotros esta noche. A la de tres. Uno… Dos…

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