James Potter y La Maldición del Guardián (77 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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—Esta no es una escoba común, Rose. No sé de dónde la sacó Tabitha, o cómo funciona, pero sabe donde tiene que estar. En cierto modo, es todo lo contrario a la Thunderstreak de James. Sabe donde estar, y lo pone en la mente del jinete. La escoba no permitirá que nos hagan pedazos. Y además, no tenemos otra alternativa. Sube detrás de mí, James, y agárrate tan fuerte como puedas.

James tragó saliva y subió a la escoba, envolviendo los brazos con firmeza alrededor de la cintura de su hermano.

—¡Esperad! —exclamó Rose—. ¡Es una locura!

—Por eso no podemos esperar, Rose —dijo James, apretando los dientes-. Si esperamos, comprenderemos la absoluta locura que es esto. ¡Adelante, Al!

James sintió a Albus tensarse. Juntos, se contorsionaron, y mientras Rose se lanzaba hacia delante para agarrar a James, con la cara aterrorizada, Albus se inclinó hacia delante, llevando a James y a la escoba con él.

La escoba cayó en picado bajo el peso tanto de James como de Albus, y James cerró los ojos con fuerza, abrazando a su hermano mientras éste se inclinaba a lo largo del palo, luchando por mantenerlo derecho. La escoba se corregía rápidamente, inclinándose hacia arriba y acelerando. James todavía tenía encendida su varita en el puño. Aferraba a Albus con su brazo izquierdo y sostenía su varita en alto, luchando contra la fuerza de la velocidad. La luz de la varita se reflejó en una gran cuchilla acerada cuando esta pasó junto a ellos, cercenando el aire. Albus se tambaleó de lado cuando la escoba la esquivó, y James casi dejó caer la varita, luchando por permanecer agarrado. El aire silbaba por todos lados mientras las cuchillas enormes y curvas cortaban la oscuridad, cayendo como espadas y fallándoles por poco. Sorprendentemente, la escoba parecía determinar el curso por sí misma, esquivando con velocidad relampagueante a través de la centelleante y mortífera barrera. James luchó por agarrase, intentando mantener su cuerpo lo más cerca posible de la escoba y de Albus. Se oyó un sonido alto y áspero cuando una de las cuchillas cortó una impecable abertura en su túnica, y James sintió pasar el frío del metal por su piel. Aulló y se apartó, empujando a la escoba ligeramente fuera de su curso.

Albus dijo una palabrota, intentando corregirla, pero fue inútil. La escoba parecía haber perdido su orientación. Empujaba hacia arriba bajo ellos, y James tuvo la sensación de que se estaban acercando al otro lado del abismo. De repente, una áspera pared de piedra apareció a la vista, como si estuviera cayendo sobre ellos. Albus tiró hacia arriba, intentando ayudar a la escoba a alcanzar el saliente, pero estaba demasiado alto. La escoba forcejeó, volando casi verticalmente, todavía zigzagueando entre las cuchillas que pasaban. Y entonces, súbitamente, había luz y espacio, y James estaba resbalando de la escoba, balanceando los brazos en busca de algo a lo que agarrarse. Aterrizó duramente sobre piedra, rodó y se levantó tambaleándose, con la barbilla arañada y sangrando, pero por lo demás estaba ileso. Albus estaba tendido a cuatro metros de distancia, peligrosamente cerca del borde del abismo que acababan de atravesar. Gemía y se aferraba la cabeza.

—¡Al! —llamó James, tambaleándose hasta él—. ¿Estás bien?

—Creo que nos estrellamos —respondió Albus, sacudiendo la cabeza como para aclarársela—. Ha sido una locura ¿no? ¡Ay!

James bajó la mirada

—¡Oh, no! ¡Creo que se ha roto!

—¿Mi pierna? —preguntó Albus, examinándose la espinilla críticamente—. ¡Ay! Estoy bastante seguro de que no se supone que deba inclinarse en esa dirección, pero no es nada que Madame Curio no sea capaz de solucionar, ¿verdad?

James parpadeó hacia la pierna torcida de Albus.

—Oh. Hmm. No, no fue eso lo que quise decir. Lo siento, Al. Me refería a aquello —Señaló al palo de escoba, que estaba fragmentado en dos partes.

—¡Oh, no! ¡Eso duele incluso más que la pierna! ¿Ahora cómo vamos regresar? —exclamó Albus, recogiendo uno de los trozos.

James sacudió la cabeza.

—Como dijiste, simplemente rescatemos a Lily, y ya nos encargaremos del resto más tarde.

Albus comenzó a arrastrar los pies y entonces siseó de dolor, cayendo hacia atrás.

—No estoy nada bien, James. A menos que planees cargar conmigo, estoy atascado aquí.

—¡Vamos, no podré hacerlo sólo! —dijo James, sintiendo uno súbito e impotente enojo.

—Bueno, si no nos hubieras hecho perder el control allá arriba, yo no estaría en estas condiciones, ¡estúpido imbécil!

—¿Yo? ¿De quién fue la idea de montar en la Escoba del Infierno para atravesar el abismo en primer lugar?

—Bueno, está claro que a ti no se te ocurrió ninguna otra brillante idea, ¿no?

—¡Ssh! —siseó James de repente, medio girándose.

—¡No me mandes a callar, grandísimo zoquete! —gritó Albus—. Si mi pierna no estuviera ya rota, ¡te daría una patada con ella!

—¡Sssssh! —insistió James, agitando una mano frenéticamente. Ladeó la cabeza, escuchando. Albus se detuvo y escuchó también, arrugando el entrecejo.

—Es una voz —susurró—. Algo así. Suena escalofriante.

—Viene de esa cueva de allá —señaló James. Cuando sus ojos se adaptaron a la penumbra, pudo ver una luz verdosa parpadeante que emergía de la boca de la cueva.

—Ve, James —susurró Albus con urgencia—. Trae a Lily de vuelta si todavía puedes. Y si no puedes, juro que te mataré.

James asintió.

—Está bien. Sólo espero que nadie se te adelante.

Tomó un profundo aliento, todavía mirando fijamente al verde resplandor de la boca de la cueva, y luego comenzó a caminar hacia él.

La cicatriz fantasmal de James empezó a cantar una larga y alta nota de dolor. Zumbaba en sus oídos, vibrando con fuerza y con el constante retumbar del latido de su corazón. En realidad Petra no haría daño a Lily, ¿verdad? De verdad quería creer que no, pero recordaba los sueños, recordaba las palabras persuasivas, consoladoras y provocadoras de la voz fantasmal. Esta había prometido que Petra podía recuperar a sus padres sólo si estaba dispuesta a hacer la elección más difícil de todas para compensar sangre por sangre. Petra obviamente no estaba en su sano juicio. Estaba en alguna especie de trance, ¿no? Estaba bajo el control de aquella horrible voz, y de la última brizna del alma de Lord Voldemort que latía en sus venas. Pero incluso mientras se acercaba a la entrada de la cueva, supo que eso no era completamente cierto. Petra estaba siendo influenciada, sí, pero no estaba siendo forzada a hacer nada. Ese trozo de Voldemort no era suficiente para controlarla totalmente, solo podía influenciarla, persuadirla e incitarla. La mayor influencia dentro de Petra era su propio corazón roto, su profunda y tácita rabia y la desesperada e inagotable ansia de justicia para aquellos que le arrebataron a sus padres. Siendo esclava de esas emociones, James sabía que Petra podría hacer casi cualquier cosa si estuviera convencida que eso satisfaría esas necesidades.

Pensando en ello, James se estremeció. Se adentró en la boca de la cueva y lo vio todo.

Había una charca verde resplandeciente, iluminada desde dentro, y allí estaba Petra, todavía vestida con su traje rosa. Los rizos había comenzado a desprenderse de su peinado y su maquillaje se había corrido, formando franjas en sus mejillas. Sin embargo, sus ojos estaban secos ahora. Tenía levantada la varita, apuntando a Lily, que estaba de pie ante ella, inexpresiva y flácida como un títere. Una voz alta y horrible estaba balbuceando y James sólo ahora pudo distinguir las palabras.

—¡El joven James ha llegado! —dijo la voz, con deleite—. ¡Contémplalo, querida! ¡Llegó, tal y como se predijo!

James soltó un grito ahogado, oyendo su nombre pronunciado por esa horrible voz, pero entonces Petra se giró hacia él, y su grito se convirtió en un violento escalofrío mientras el dolor de su frente le atravesaba. Los ojos de Petra estaban extrañamente muertos. Con el resplandor de la charca verdosa, su cara parecía una máscara. Sostenía el muñeco vudú en su mano libre, y James pudo ver que alguien había dibujado un tosco relámpago verde en su frente.

—James —dijo inexpresivamente, todavía apuntando con su varita a Lily—, no deberías haber venido. Ya es demasiado tarde.

James se tambaleó hacia delante, adentrándose en la luz de la cueva.

—Petra, ¿qué… qué estás haciendo?

Petra se encogió de hombros ligeramente, y luego volvió su mirada fija hacia Lily.

—Aquello para lo que se me creó —respondió, sonando alarmantemente como Tabitha Corsica. Asintió con la cabeza hacia Lily y le dijo:

—Ya sabes qué hacer, querida.

Sin parpadear, Lily rodeó lentamente la charca incandescente, sus pies descalzos no hacían ruido sobre la piedra. Al otro lado de la charca, James vio que una serie de escalones bajaban hasta el agua. Muy despacio, Lily empezó a descender la escalinata. James comprendió con horror que su hermana estaba bajo la Maldición Imperius.

—Lo lamento, James —dijo Petra—. Sé que no puedes comprender por qué tiene que pasar esto. Al principio también a mí me parecía horrible, pero ahora sé que es la única forma. De verdad es lo mejor para todos, incluso para Lily. Tienes que confiar en mí.

—…confiar en mí —hizo eco la horrible y penetrante voz. Parecía estar hablando constantemente, mascullando por debajo de las palabras de Petra, casi como si estuviera apuntándoselas.

—¡Lily! —llamó James, avanzando—. ¡Detente!

Los ojos de Lily no hacían mucho más que parpadear. Dio otro paso en el interior de la espeluznante charca verde. James buscó desesperadamente su varita, pero ésta no estaba en su bolsillo. Demasiado tarde comprendió que la debía haber dejado caer cuando él y Albus habían estrellado la escoba. Corrió hacia adelante, con intención de arrastrar a su hermana fuera de la charca, pero justo cuando ya la tenía a su alcance, algo le repelió. Fue lanzado hacia atrás por el aire, como si alguien hubiese tirado de una cuerda anudada a su cintura. Golpeó la mohosa pared de piedra y cayó, el golpe lo dejó sin respiración.

—Uno a la vez, James —dijo Petra tristemente, todavía apuntando la varita hacia Lily—. Lo lamento. Por favor, no lo intentes de nuevo. Sinceramente no quiero heriros a ninguno de los dos antes de que todo haya acabado.

James jadeaba entrecortadamente, y la cicatriz fantasmal de su frente ardía como un hierro al rojo. La escalofriante voz hacía eco con cada palabra de Petra, y por primera vez, James se preguntó si Petra era siquiera consciente de esa voz. ¿Era posible que no se diera cuenta de cómo estaba siendo persuadida? Echó un vistazo alrededor, buscando el origen de la voz. Como en sus sueños, esta parecía emanar de una figura misteriosa en un oscuro rincón. Estaba perfectamente inmóvil, aparentemente vestida con un viejo bombín y una capa polvorienta. Los brazos colgaban torpemente a los lados, mientras observaba.

James luchó por levantarse, pero se sentía débil y pesado, como si algo le estuviera presionando contra el suelo. Era el terrible peso de una nueva presencia, llenando la habitación de humo negro y oscureciéndola. Era el Guardián. Silencioso e inquietantemente invisible, descendía a la Cámara, observando y preparándose para meterse dentro de Petra, una vez ella hubiera completado el necesario rito voluntario: asesinar a Lily.

Lily dio otro paso en el interior de la charca. Su vestido amarillo comenzó a flotar a su alrededor, hundiéndose en el agua turbia, y mientras descendía, algo más parecía estar ascendiendo desde el otro extremo de la charca. James reconoció la figura. Era la joven a la que había visto tantas veces en sus sueños: la madre de Petra. Mientras Lily se sumergía en el agua, Lianna surgía de su propio reflejo, sonriendo a su hija y alzando las manos. Los ojos de Petra brillaban mientras observaba a la figura ascendente.

—¡Petra! —llamó James, cogiendo aliento—. ¡Esa no puede ser realmente tu madre! ¡Es una trampa! ¡No es real!

—No le escuches —susurró la voz aguda, engatusándola—. Es el hijo de aquellos que la dejaron morir. Está lleno de mentiras y engaño. Pero su voz pronto se apagará para siempre, y con su muerte, ¡traerás de regreso a tu padre también! Entonces todo estará preparado; el equilibrio se restablecerá. La nueva era del juicio se acerca, y todo por tu sacrificio…

—Todo por mi sacrificio —dijo Petra tranquilamente, caían lágrimas por su rostro una vez más, corriendo su maquillaje.

El mentón de Lily tocaba la superficie de la charca. Una gota de agua le colgaba allí, y entonces se movió hacia delante nuevamente, y su boca se sumergió bajo la superficie. Su cabello se extendió a su alrededor, flotando en el agua como una aureola. La figura fantasmal de Lianna Agnellis se puso un pie en la piedra seca. Ni siquiera estaba mojada.

—¡Esto no es real! —gritó James desesperadamente, luchando con sus pies—. ¡Todo viene de esa voz! ¿Qué es?

—No hay ninguna voz —cantó Petra ligeramente, balanceando la cabeza de un lado a otro—. No hay ninguna voz aparte de la de mi padre muerto. Como ves, he traído sus cosas aquí, donde esperan por él. Su sombrero, sus zapatos y su abrigo. Incluso su Capa de Invisibilidad, que he usado yo misma en tantas de estas visitas. Se alegrará de verlas de nuevo, ¿no te parece?

James sacudió la cabeza fervorosamente.

—¡Esa es la capa mi padre, Petra! ¡Estás siendo engañada!

Petra no parecía oírlo. Sus ojos miraban fijamente como en trance a la figura de su madre, pero apuntaba todavía a Lily con su varita mientras ésta descendía el último escalón, deslizándose bajo la superficie del agua. La pesada y oscura sensación de la presencia del Guardián aumentaba. Todo estaba a punto de cumplirse; se uniría pronto a Petra, su anfitrión, y no habría forma de enviarle de vuelta, no habría forma de evitar que devastara la tierra. James deseaba volver a abalanzarse hacia la charca, arriesgándolo todo por sacar a su hermana del agua, pero incluso en su desesperación sabía que Petra lo repelería fácilmente otra vez. No había ninguna esperanza, y aún así, James se daba cuenta que esta era su última posibilidad de actuar. Frenéticamente, miró de su hermana que se ahogaba, a la figura misteriosa del rincón. Podía ver ahora que no era una figura, sino simplemente un conjunto de ropa... las pertenencias del padre de Petra, colocadas como un espantapájaros. La voz provenía de dentro de ellas, oculta de alguna manera. Repentina y horriblemente, James supo lo que tenía que hacer.

—Esto no es tu padre —exclamó, gateando para cruzar la habitación, bordeando la charca y a su agonizante hermana—. ¡Petra, mira!

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