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Authors: George H. White

Tags: #Ciencia ficción

La conquista de un imperio (15 page)

BOOK: La conquista de un imperio
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—Sálvalo, papá. Nadie te criticará por ello. Todos queremos al «Rayo».

—Está bien, hijo. Ya te diré lo que haya decidido.

Al día siguiente, el autoplaneta «Rayo» abandonaba el océano y se remontaba en el espacio para situarse en una órbita de satélite. Al atardecer podía vérsele como una rutilante estrella moviéndose en el cielo de Este a Oeste.

Fidel celebró esta decisión de su padre que ponía a salvo al autoplaneta. Entre los leñadores que trabajan como él era unánime el criterio de que el «Rayo» debía salvarse.

Todos los que estaban allí, a excepción de Woona, habían nacido a bordo del autoplaneta en el largo viaje desde la Tierra a Redención, El «Rayo» era algo más que su hogar. Realmente era su mundo, su patria.

Los troncos, talados en grandes cantidades y arrojados al río, bajaban en favor de la corriente hasta el campamento, donde eran pescados del agua y trasladados a tierra. Los hombres del campamento se sentían felices. Pasados los duros días de adaptación encontraban agradable un trabajo que sabían útil para el bien de la comunidad. Tenían agua fresca, caza en abundancia y confortables cabañas de troncos. La llegada de la electricidad podía esperar. No era urgente, y alguno incluso pensaban que ni siquiera necesaria.

Este no era el pensamiento del profesor Ferrer, que con su tenacidad sin límites lograba poner en marcha la planta eléctrica al cabo de un mes, agotando al máximo sus posibilidades técnicas y el esfuerzo de sus hombres.

—Ya podéis regresar, Fidel —comunicó la voz gozosa del Almirante una tarde—. Ferrer acaba de poner en funcionamiento la planta eléctrica.

La energía eléctrica llegaba aquella misma noche al campamento. Desde aquí, la antena recuperadora la dirigió a la otra antena que los hombres del profesor Durero habían levantando en la cima de una montaña, sobre el yacimiento de uranio.

Al día siguiente, las poderosas buldócer, inmóviles desde que fueran desembarcadas en aquel lugar, se ponían, en marcha removiendo miles de cantidades de tierra y de roca en busca del precioso uranio.

Cuando Fidel y Ricardo llegaron tres días más tarde a la vista del campamento, apenas pudieron reconocer la ciudad que se había levantado en la confluencia de los dos ríos. Era al atardecer y ya brillaban los focos eléctricos, que salían por encima de los tejados de las barracas señalizando el recto trazado de las calles.

Se había construido un muelle, donde las grúas sacaban los troncos del río. Cerca estaba el gigantesco aserradero. Los motores eléctricos zumbaban por todas partes; bombeaban el agua hasta los depósitos, impulsaban las máquinas y los camiones, los ventiladores y las batidoras domésticas…

Era el comienzo de una nueva época, la meta de salida para la definitiva conquista de un nuevo imperio.

Cuando los tres camaradas iban hacia el nuevo barracón de la Plana Mayor, una casa de dos pisos de madera todavía fresca, Woona se detuvo de repente al ver tres hombres vestidos de pieles, barbudos, las grasientas crenchas de pelo ceñidas por pesados cascos de bronce, que iban mirando todo entre admirados y recelosos.

—¡Padre! —exclamó Woona. Y echó a correr hacia los barbudos personajes.

Los nativos eran muy ceremoniosos, y Woona saludó a su padre con respetuosas reverencias. Fidel y Ricardo se acercaron, pudiendo escuchar las palabras del padre de Woona:

—Hija, la más grata a mis ojos. Grande es mi contento al verte, pues los dioses saben que te creíamos muerta. Pero vives. ¡Estás más hermosa que nunca! ¡Has engordado, tus senos son más redondos y tu rostro tiene un nuevo brillo!

—Es que ahora Woona se lava todos los días, Jodred —dijo Fidel, que conocía por referencias el nombre del personaje.

—¿Quién es este hombre? —preguntó Jodred.

—Su nombre as Fidel, y su padre es el Gran Jefe de los extranjeros, el que manda más. Le llaman el Almirante y todos le respetan mucho. Es el jefe más poderoso del mundo.

—Conocemos al Gran Jefe —dijo Amanto, el mayor de los hermanos de Woona—. Nos recibió en su palacio y nos habló de una forma extraña por una caja que hablaba con tu voz. Gran magia debe ser. ¿Cómo es posible que tú nos hablaras, si no estabas dentro de la caja?

—Eso no es nada —dijo Woona dándose importancia ante el regocijo de Fidel—. Cosas mucho más maravillosas he visto en el tiempo que llevo aquí. He volado en su pájaro brillante, he visto a sus bestias de hierro domesticadas atracando la tierra a dentelladas, he navegado en sus barcos que se mueven sin velas ni remos, y hasta me han permitido cazar con sus cañas de truenos, que matan un búfalo a una distancia que no alcanzaría el mejor arquero. Pero ¿cómo llegasteis hasta aquí? ¿Os capturaron?

—Los extranjeros dejaron regresar a los cuatro prisioneros que estaban contigo. Ellos contaron también grandes maravillas de esta gente. Nos dijeron que estabas con vida, y que el Gran Jefe de los extranjeros nos invitaba a venir a su ciudad. Vinimos muchos, pero los demás se quedaron fuera de la empalizada sin atreverse a entrar.

—¡Qué pusilánimes! —dijo Woona con desprecio—. Los extranjeros son gente buena y amable.

—Pero os torturaron después de cojeras prisioneros.

—No eran torturas, ese fue nuestro error. Nos tomaron sangre para ver cómo era. Nos miraron a través de una caja para ver cómo éramos por dentro.

—¡Increíble! —exclamó Loganho, el menor de los hermanos de Woona—. ¿También pueden ver dentro de uno sin abrirte el vientre?

—Ellos son magos. Lo pueden todo —aseguró Woona—. Pues si son tan poderosos, ¿por qué nos ha hablado el Gran Jefe con palabras de amistad? El hombre poderoso no tiene que suplicar la amistad del débil. Lo hace su esclavo o le corta la cabeza.

—Sois unos bestias —dijo Woona—. Los extranjeros entienden la vida de forma distinta a nosotros. Su gran poder les permite ser generosos, pues a nada temen ni nadie puede contra ellos. No tienen esclavos ni criados, su religión se los prohíbe. Reparten su riqueza y su comida entre todos, y viven felices y contentos porque hay suficiente comida para todos, Pero cuando no tienen comida, se reparten lo que tienen. Son muy sabios.

—¿Y por qué han venido al País de Amintu? ¿Qué esperan de nosotros? —preguntó Jodred.

—No os pedimos nada, Jodred —contestó Fidel—. Sólo que nos permitáis vivir en paz y que seáis nuestros amigos… En adelante la riqueza se repartirá por igual entre nosotros y vosotros. Seremos como hermanos, un solo pueblo.

—¿Repartiréis con nosotros vuestra comida? ¿Qué hemos hecho para merecer tanta magnanimidad?

—Nosotros necesitamos una tierra donde morar, y vosotros tenéis esta tierra. Es vuestra, sin duda alguna, pues llegasteis los primeros. Sólo os pedimos que la compartáis con nosotros.

Jodred se rascó la nuca inclinando el casco de bronce sobre su morena frente.

—Bueno, si se trata sólo de eso… Hay mucha tierra para que quepamos todos. No creo que nadie se oponga a vuestra presencia. Aunque siendo tan poderosos, tampoco sé cómo podríamos oponernos.

Fidel sonrió mientras el rudo Jodred se volvía hacia sus hijos y les decía:

—Salid a la empalizada, hablad a esos cobardes y decidles que vengan. El Gran Jefe nos ha invitado a cenar.

Los dos mozarrones echaron a correr y Fidel tomó la mano de Woona diciendo:

—De acuerdo, vamos a cenar. Celebraremos con un gran banquete nuestra alianza. Por cierto, ¿sabes besar?

—Nunca lo he probado. Debe ser cosa buena, pues nosotros lo hacéis —respondió Woona.

Fidel la tomó por los hombros, se inclinó y la besó en los labios ante la extrañeza de Jodred.

—Es bueno —aseguró Woona sonriendo con los ojos a Fidel—. En realidad, ¿qué expresa un beso?

—Alegría… y amor. Hoy es un día feliz para todos nosotros. Vamos.

Y tirando de la mano de Woona la llevó consigo, adelantándose a Ricardo Balmer y a Jodred que iniciaban una profunda conversación.

En el cielo, sobre sus cabezas, un punto luminoso se movía velozmente en el espacio. Era el autoplaneta «Rayo». Desde él podían divisarse las resplandecientes luces de la ciudad, las primeras en este nuevo mundo.

FIN.

PASCUAL ENGUÍDANOS USACH (George H. White);(1923-2006). Nacido y vecino de Liria, Pascual Enguídanos Usach, funcionario jubilado de Obras Públicas y escritor, es considerado en la actualidad el decano de los autores españoles de ciencia ficción, representando a la primera generación de postguerra y quizá el de mayor éxito entre los autores de novela popular en su época. Si bien se encuadró inicialmente en lo que se ha dado en llamar Escuela Valenciana de Ciencia Ficción desde los años 60 se le comenzó a considerar en medios literarios del género como uno de los escritores españoles de mayor alcance. Comenzó su andadura como escritor en las colecciones de Editorial Valenciana
Comandos
,
Policía Montada
o
Western
, mientras que luego en la Editorial Bruguera colaboraría en
Oeste
,
Servicio Secreto
y
La Conquista del Espacio
. Bajo el pseudónimo de
«Van S. Smith»
o de
«George H. White»
, publicó nada menos que noventa y cinco novelas dedicadas al género. Su reputación en la ciencia-ficción española de los años cincuenta procede de un estilo ágil y del universo que propuso, pues cincuenta y cuatro de sus obras se inscriben en la llamada
Saga de los Aznar
, una auténtica novela-río adaptada al tebeo en dos ocasiones y que recibió en Bruselas el galardón a la mejor serie europea de ficción científica o, si usamos el anglicismo, ciencia-ficción. La
Saga
fue reescrita y ampliada en los años 70 y ha sido objeto de atención y reedición, y es actualmente reivindicada por aficionados y autores que continúan su obra.

Enguídanos propuso al editor de Valenciana una nueva colección dedicada a la ficción científica y para la cual había comenzado a escribir algunas obras. Este fue el inicio de la histórica
Luchadores del Espacio
, joya de la ciencia-ficción española, publicada en la década de los 50 por la Editorial Valenciana y donde la serie de Enguídanos, La
Saga de los Aznar
, con treinta y dos novelas que aparecieron entre 1953 y 1958, constituiría el cuerpo central de la colección. La obra, que recordaba a veces la estética de Flash Gordon y la literatura del Coronel Ignotus, fue reconocida como la mejor serie de ciencia-ficción publicada en Europa, (Convención Europea de Ciencia Ficción, Bruselas, 1978). El autor sería también homenajeado en el XXI Congreso Nacional de Fantasía y Ciencia-Ficción (Hispacón-2003), y durante la ceremonia de entrega de los premios Ignotus, le fue concedido a Pascual Enguídanos el premio Gabriel por la labor de toda una vida.

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