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Authors: Mike Lee Dan Abnett

La Espada de Disformidad (21 page)

BOOK: La Espada de Disformidad
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El maestre del templo estaba debilitándose. Debido a la sangre que manaba de sus profundas heridas, cualquiera de las cuales habría bastado para matar a alguien inferior a él, los golpes asesinos del viejo druchii eran cada vez un poco más lentos. Cualquiera que fuese la fuerza que el Gran Verdugo había extraído de sus enemigos, estaba casi agotada, y Malus se dio cuenta de que con cada paso que avanzaba hacia Urial quedaba más aislado de sus compañeros ancianos. Ya era una solitaria figura negra en un mar blanco.

Con un grito sanguinario, el viejo druchii hizo una finta hacia la cintura de Urial, y luego detuvo el golpe y lanzó un tajo de revés hacia las rodillas del Portador de la Espada. Urial bloqueó también este tremendo golpe con una velocidad atemorizadora, como si no blandiera más que una vara de sauce. El Gran Verdugo se tambaleó ligeramente, y Urial pasó la espada por la cara del maestre del templo e hizo manar una fina lluvia de sangre. El viejo druchii apenas si respingó con el tajo, y redobló el ataque con un mandoble dirigido al brazo con que Urial sujetaba la espada. Mientras reía, el antiguo acólito se inclinó hacia atrás y dejó que la hoja del hacha silbara al atravesar el aire vacío. Luego se enderezó y abrió un tajo en el brazo izquierdo del maestre del templo, desde la muñeca hasta el codo.

Malus se dio cuenta, con el corazón encogido, de que Urial estaba jugando con él. Buscó a tientas el cuchillo arrojadizo que le quedaba en el cinturón, pero la empuñadura estaba empapada en su propia sangre y le resbaló de los dedos. La amarga maldición se perdió en el estruendo de alaridos y espadas que chocaban en el aire cargado de vapor.

El Gran Verdugo osciló cuando Urial le pasó la hoja de la espada por la frente. Otro tajo cercenó la oreja izquierda del maestre del templo. El anciano herido se balanceó sobre los pies, mientras su pecho subía y bajaba a causa de la agitada respiración. La sangre le había empapado el ropón, que ahora brillaba en la luz rojiza. Malus vio que Urial le decía algo al Gran Verdugo, pero las palabras se perdieron en el tumulto. El maestre del templo respondió con un grito colérico y dirigió un tremendo golpe al centro mismo del pecho del Portador de la Espada.

Urial bloqueó fácilmente el golpe, con una sonrisa presuntuosa en los labios; sonrisa que se transformó en expresión de horror cuando el astuto viejo druchii atrapó la hoja de la espada con la de su hacha y tiró del antiguo acólito. El Portador de la Espada se estrelló contra el Gran Verdugo, boquiabierto como un pez ensartado en un arpón, y el viejo druchii cerró una fuerte mano en torno a la flaca garganta de Urial. El hacha ascendió hacia el cielo, temblando en la mano del maestre del templo, y luego descendió sobre el hombro izquierdo del antiguo acólito. Urial gritó de dolor y miedo cuando el arma bruja le atravesó la armadura y penetró en la carne y el hueso.

Por un momento, Malus pensó que Urial había soltado la espada. Vio que la hoja manchada de sangre descendía, pero luego ascendió velozmente para penetrar en el vientre 'del maestre del templo y subir por detrás de las costillas hasta que la punta salió por la clavícula derecha del anciano. Ambos hombres quedaron inmóviles durante varios largos segundos; luego, el viejo druchii se desplomó y cayó de rodillas.

Los ancianos del templo gritaron de horror al ver caer al maestre, gritos que se transformaron en lamentos de terror cuando Urial apretó los dientes y elevó la empuñadura de la espada para situarla en posición horizontal, con lo que abrió el pecho del viejo druchii como si fuera un ciervo muerto. El hacha manchada de sangre cayó de los dedos sin vida del maestre del templo, y su cuerpo destrozado se desplomó de costado.

—Bendita Madre de la Noche —susurró Malus cuando los fanáticos redoblaron el ataque y los ancianos del templo retrocedieron horrorizados. Vio que Urial recorría atentamente la refriega con la mirada, y supo a quién estaba buscando. El noble miró a Arleth Vann.

—Esto está a punto de convertirse en una fuga desordenada —gruñó—. ¡Tenemos que salir de aquí!

El antiguo asesino asintió con la cabeza y, sin previo aviso, subió a Malus otra vez sobre la plataforma. Gimiendo de dolor, el noble se arrastró por la tarima de mármol negro y pasó lo bastante cerca del caldero como para rozarle el borde. Oyó un grito exaltado por encima del estruendo: ¿lo había visto Urial? Mientras luchaba contra las oleadas de dolor lacerante, se obligó a gatear por la plataforma y adentrarse en la multitud del otro lado.

Detrás de Malus se oyeron alaridos de pánico y los frenéticos gritos de los fanáticos, y sintió que la multitud que lo rodeaba retrocedía como una marea negra que se alejaba hacia la entrada. Se dejó llevar por la muchedumbre hasta que se dio cuenta de que los gritos de los agonizantes se propagaban en torno a los lados de la plataforma como el fuego en la leña. Tyran y los suyos los rodeaban como una manada de lobos. Mientras gruñía coléricamente y escupía regueros de sangre oscura, el noble se lanzó hacia adelante y se valió de la hoja de la espada para apartar de su camino a los ancianos sumidos en el pánico. Tropezó y pateó para pasar entre pilas de cráneos resecos.

—¡Resistid! —logró gritar—. ¡Vengad a vuestro maestre y matad a los infieles!

No sabía si sus palabras habían tenido algún efecto en los ancianos y sus guardias, pero los que estaban delante de él se apartaban para no sentir el mordisco de su espada. Arleth Vann apareció a su lado con las espadas desnudas y se situó mirando en dirección contraria al avance, por si los fanáticos lograban acercarse demasiado.

Al cabo de poco se habían abierto paso a través de la entrada. Malus se detuvo en el umbral y se arriesgó a mirar atrás justo en el momento en que un tremendo lamento de desesperación se alzaba entre los servidores del templo. Vio que los fanáticos habían dejado atrás la plataforma y llevaban a cabo una terrible matanza entre los desmoralizados ancianos presas del pánico. En lo alto de la plataforma de mármol, envuelto en vapor carmesí, Urial el Rechazado se erguía ante el gran caldero adonde lo habían echado como víctima de sacrificio cuando era un bebé, pero del que había renacido como uno de los elegidos de Khaine. Sujetó la cabeza cortada del Gran Verdugo sobre la gran olla y dejó que los regueros de sangre oscura cayeran en el siseante líquido del interior. Los ojos del Portador de la Espada estaban febrilmente brillantes de locura divina, y su mirada cargada de odio se clavaba, voraz, en Malus.

El contenido del caldero hizo erupción y regó a Urial y sus fanáticos con una lluvia de fluidos hirvientes cuando Yasmir salió de las profundidades. El calor rielaba al alzarse de su cuerpo desnudo, y la sangre corría como mercurio sobre su piel de alabastro. El pelo negro como ala de cuervo se le había vuelto blanco como la nieve, y cuando abrió los ojos, Malus vio que eran luminosos y dorados. Lo hipnotizaron al clavársele como garfios en el corazón, que latía trabajosamente.

Yasmir sonrió y dejó a la vista unos curvos colmillos leoninos. Largas garras negras destellaron en la luz rojiza cuando aferró el borde del caldero y salió grácilmente de él a la plataforma. La bruja de Khaine recién nacida extendió los esbeltos brazos hacia Malus y lo llamó a su lado mediante un gesto.

Malus ya huía, tropezando como un niño, al santuario inferior, con los ojos cerrados de miedo. Aún sentía la mirada de ella, como metal caliente que le quemara la piel.

Sintió que alguien lo cogía por un brazo cuando tropezó en la amplia escalera. Después de una docena de pasos se atrevió a abrir los ojos, y vio que Arleth Vann estaba a su lado. Rhulan lo observaba con miedo desde el centro de la sala. El Arquihierofante se encontraba de pie junto a una esbelta anciana que llevaba la cabeza afeitada y tenía el cuero cabelludo tatuado con una miríada de intrincados dibujos que parecían moverse incesantemente a la luz del fuego. Recordaba haberla visto fugazmente en la Ciudadela de Hueso, sentada en un trono situado casi directamente frente al del Gran Verdugo. Debía de ser el quinto miembro del Haru'ann del templo. De repente se dio cuenta de que, tras la muerte del Gran Verdugo, ella y Rhulan eran los únicos máximos dignatarios del templo que quedaban con vida. Estaban rodeados por un fino cordón de guardias, bajo el ojo vigilante de la joven sacerdotisa que Malus había visto antes.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Rhulan, aunque por la expresión de su cara estaba claro que ya sospechaba lo peor.

—Hemos fracasado —respondió Malus con amargura—. El Gran Verdugo ha muerto, y nosotros seremos los siguientes si no salimos de aquí.

La anciana tatuada miró a Malus con desprecio.

—¿Esperas que le entreguemos el templo a una banda de herejes y ladrones? —le espetó, con una voz de fuerte acento rústico septentrional.

—Eso no es un tema de debate —le contestó el noble—. Ya hemos perdido el templo. Las únicas alternativas que tenéis son quedaros aquí y desperdiciar vuestras vidas, o retiraros y hallar otro modo de contraatacar. —Miró a Rhulan—. Necesitamos auténticos soldados, y rápido. ¿Queda algún guerrero dentro de la fortaleza?

Rhulan negó con la cabeza.

—Enviamos a todos los espadachines y brujas a las calles con la esperanza de vencer a los fanáticos. Si los llamamos de vuelta, los soldados del distrito noble podrán llegar aquí en una hora.

—Para entonces, será demasiado tarde —gruñó Malus, y se volvió para formularle una pregunta a Arleth Vann, pero ésta murió en sus labios. Miró otra vez a Rhulan—. ¿Y qué me dices de los asesinos del templo? —preguntó.

El Arquihierofante frunció el entrecejo.

—Se han retirado a su torre para escoger un nuevo maestre —dijo—. Después de eso, jurarán vengarse del hombre que mató al anterior, y no descansarán hasta haberlo matado.

Malus sonrió.

—¿De verdad? —preguntó—. Bueno, entonces tenemos una propuesta para ellos. Si quieren venganza, primero deberán impedir que Urial se vengue antes que ellos. Vamos.

13. Entre los muertos

En ese momento estalló un coro de aterrorizados lamentos dentro del santuario interior, cuando el valor de los ancianos del templo cedió finalmente. La corriente de servidores del templo heridos y desmoralizados que salían al santuario exterior se transformó de pronto en una violenta marea, cuando decenas de druchii presas del pánico huyeron ante Urial y su temible novia.

—¡Marchaos! —le gritó Malus a Rhulan—. Reunid a vuestros guardias y dirigios a las puertas del templo. —Luego se volvió para mirar a la marea de servidores del templo en retirada, y alzó la espada manchada de sangre.

—¡Resistid! —rugió, con la cara transformada en una máscara de furia implacable. El grito casi se perdió en el rugido de la turbamulta en retirada, pero las primeras filas de druchii que huían vieron la furiosa expresión del noble y se detuvieron. Avanzó un paso hacia los atemorizados ancianos—. ¡Volveos y enfrentaos con los enemigos! ¡Defended a vuestros dignatarios y la santidad del templo, porque Khaine os observa!

Cada palabra fue como una daga que se clavara en el pecho de Malus. Sentía los pulmones pesados e hinchados, y tenía la sensación de que no podían inspirar suficiente aire. El demonio tenía razón, Urial le había herido gravemente. El pecho le subía y bajaba debido a la respiración trabajosa, y volvió la cabeza a un lado para escupir un coágulo de sangre sobre el suelo de mármol, pero en lugar de sentir miedo, se sintió invadido por una negra cólera hirviente.

Se adentró intrépidamente entre la muchedumbre y apartó a ambos lados a los ancianos temerosos.

—¡Cráneos para el Dios de la Sangre! —gritó, y una espuma sanguinolenta le manchó los labios. La primera fila de servidores del templo dieron la vuelta para seguirlo, y alzaron las armas mientras Malus se abría paso a través de la multitud hacia la estrecha puerta.

Sabía que si lograba llegar a la puerta podrían defenderla casi indefinidamente. Los vapuleados guardias del templo podrían formar un círculo cerrado ante la entrada y matar a los fanáticos uno a uno si intentaban abrirse paso. La puerta estaba a menos de seis metros de distancia, pero el camino se hallaba atestado de figuras de ropón negro que forcejeaban y le disputaban cada escalón que ascendía. Malus gruñía como un lobo atrapado mientras golpeaba a los ancianos que tenía ante sí con el plano de la espada, y observaba la entrada con temor creciente. Si los fanáticos llegaban a ella antes que él, todo estaría perdido.

—¡Resistid! —volvió a gritar, y logró reunir a los que tenía más cerca—. ¡Id hacia la puerta! —ordenó, y los ancianos que lo rodeaban intentaron abrirse paso escalera arriba, a contracorriente. Los druchii que huían los empujaban hacia atrás, chillaban y maldecían. Un guardia del templo que había ante Malus le lanzó una salvaje estocada, pero el noble le partió el cráneo sin vacilar lo más mínimo. Se metió por la brecha que había dejado el caído y continuó avanzando—. ¡Resistid en la puerta! —dijo—. ¡Los detendremos aquí!

Si hubieran sido soldados acostumbrados a obedecer órdenes en medio del caos de la batalla, el plan podría haber funcionado, pero se trataba de ancianos y acólitos del templo, muchos de los cuales no habían derramado sangre ajena como no fuera en los rituales. La muerte del Gran Verdugo y la matanza hecha entre ellos por los vengativos fanáticos habían reducido a polvo su valentía. Malus se encontraba a medio camino de la puerta cuando un coro de agudos gritos se alzó para desafiar sus órdenes vociferadas.

—¡El Portador de la Espada ha llegado! ¡Saludad todos a Urial, el Azote de Khaine!

Los druchii lanzaron alaridos cuando sus hermanos del templo se volvieron contra ellos, gritando el nombre de Urial, y les clavaron estocadas con la esperanza de salvarse. La multitud empujó con renovado vigor contra Malus y el puñado de soldados que había reunido, pero esta vez con puntas de cuchillo y hojas de hacha, además de codos y puños.

El noble oyó un crujido seco de huesos partidos cuando el druchii que tenía delante fue golpeado en la espalda por el hacha de un guardia. Cayó con un alarido gorgoteante, y el agresor arrancó el arma del cadáver con ambas manos y se lanzó contra Malus con un brillo febril en los ojos oscuros. Malus bloqueó el frenético tajo del hacha con la espada alzada, y luego estrelló el redondo pomo del arma contra la cara del atacante. El guardia se tambaleó y chocó con los que tenía detrás, y Malus hundió la espada profundamente en el cuello del renegado.

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