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Authors: Mike Lee Dan Abnett

La Espada de Disformidad (16 page)

BOOK: La Espada de Disformidad
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El noble aceleró el paso, sin preocuparse de si pasaba por encima de Arleth Vann en el proceso. Los lamentos de los maelithii se alejaban con cada paso. Luego, sin previo aviso, se vio rodeado por una inundación de luz bruja. Cuando alzó la mirada, Malus vio que estaba junto a su guardia, justo al otro lado de la alta arcada de hueso pulimentado.

Arleth Vann miraba en la dirección por la que habían llegado y observaba a los ocho maelithii que volaban en círculo en el centro del octágono.

—Parecen interesados en ti, por alguna razón —le dijo a Malus—, y han gritado de miedo. Nunca he oído nada parecido.

Malus se volvió a mirar a los atormentados espíritus.

—Intentaban apoderarse de algo que pertenece a otro —replicó, ceñudo.

El asesino frunció el entrecejo.

—No te entiendo.

—Considérate afortunado por ello —replicó Malus, e hizo un gesto hacia el oscuro pasadizo—. Vamos.

El pasadizo parecía interminable. La luz bruja de Arleth Vann apenas llegaba a las curvas paredes de ambos lados. A Malus le pareció que estaban hechas de una oscura piedra granulada, como granito, pero formada por bucles y franjas, como si el túnel hubiese sido tejido con piedra en lugar de excavado en ella. No entendía cómo había podido hacerse algo semejante, ni mucho menos por qué. Las extrañas formas creaban muchos rincones, nichos y grietas entre las ásperas ondas de la obra de piedra, y a lo largo de los siglos los adoradores de Khaine habían llenado esos sitios con ofrendas dedicadas al dios. Miles de cráneos miraban con sonrisa burlona a los dos druchii que se adentraban en la colina. Unas manos esqueléticas parecían tenderse para cogerlos en la oscilante aura de la luz bruja. Malus vio huesos de piernas y vértebras, costillas y omóplatos, todos dispuestos para que se fundieran casi perfectamente con las líneas aparentemente fluidas de la obra de piedra. Los muertos presionaban a Malus por todas partes y le aceleraban el corazón. Intentó concentrarse en otra cosa y recordó la pregunta que había comenzado a formular en el exterior de la arcada.

—¿Por qué el templo no quiere que Urial posea la espada?

Arleth Vann se detuvo para volverse a mirar a su señor con una sonrisa triste.

—Si alguna vez te hubieras interesado en la religión, mi señor, no tendrías que hacer una pregunta semejante —replicó—. Por lo que al templo concierne, ya le han dado la espada a otro.

—¡Otro! —exclamó Malus—. ¿Quién?

El asesino negó con la cabeza.

—¿A quién? A Malekith, por supuesto.

—¿Piensan que Malekith es el Azote? ¿Cómo es posible?

Para sorpresa de Malus, Arleth Vann echó atrás la cabeza y rió.

—Con lo inteligente que eres, mi señor, me asombra que tengas que hacer esa pregunta. ¿Cómo crees que llegó a existir el templo de Khaine?

Malus frunció el ceño. No le gustaba mucho el tono paternalista del asesino.

—Malekith usó el culto para consolidar su gobierno después de la pérdida de Nagarythe —le espetó—. Tenían todas las razones del mundo para odiar a las antiguas casas, que adoraban a Slaanesh y los habían perseguido durante cientos de años. Malekith enalteció al templo, lo convirtió en religión estatal, y a cambio el templo lo ayudó a desbaratar el poder de los brujos y asesinar a cualquier rival del trono.

Arleth Vann asintió con la cabeza.

—Exactamente, mi señor, pero debes entender que el culto de aquellos tiempos no era como el templo de ahora. Cuando piensas en el templo, ves personas como tu medio hermano Urial, pero en aquellos tiempos eran verdaderos creyentes, como Tyran. Se trataba de devotos absolutos consagrados a las enseñanzas puras del Señor del Asesinato, y herederos de siglos de persecución.

—Eran fanáticos —dijo Malus—, y supongo que les importaban poco Malekith y sus juegos de poder.

El guardia le dedicó una de sus raras sonrisas.

—Ahora comienzas a entenderlo. Sin embargo, los ancianos del templo vieron lo mucho que podían ganar con la oferta de Malekith: poder, legitimidad, riqueza e influencia, pero tenían que hallar un modo de convencer a sus seguidores de que la alianza cumplía con la voluntad del Dios de la Sangre.

—Así que afirmaron que Malekith era el Azote de Khaine.

—En efecto. Desde que los druchii se aposentaron en Naggaroth, el templo les ha enseñado a sus seguidores que Malekith es su señor incuestionable porque es el elegido Azote de Khaine. Cuando llegue el momento, acudirá a Har Ganeth para casarse con la Novia de Destrucción. Entonces empuñará la
Espada de Disformidad
de Khaine y anunciará el Tiempo de Sangre. Cualquier otra cosa constituye una herejía.

10. Fe y asesinato

Malus, sin habla, se quedó mirando fijamente al guardia.

—¿Quieres decir que todo esto está construido sobre una mentira? ¿Que los seguidores del templo vendieron su fe a cambio del favor político?

Arleth Vann asintió con la cabeza.

—¿Eso te molesta?

El noble ladeó la cabeza con aire pensativo.

—De hecho, es más bien tranquilizador. Al menos esas motivaciones tienen sentido para mí, pero está claro que no todos los fieles creyeron en la autenticidad del pronunciamiento de los ancianos.

—No —respondió el guardia—. Los ancianos presentaron el caso de manera impresionante, por supuesto, resaltando las numerosas enigmáticas profecías que parecían apoyar la afirmación. Una mente tortuosa puede hacer que las palabras de un oráculo encajen con lo que le dé la gana, si se esfuerza lo suficiente, pero no bastó. Varios jefes del culto y sus discípulos vieron el engaño en los argumentos de los ancianos, y se negaron a participar en la alianza a pesar de los beneficios. El debate continuó durante años, pero el templo naciente siguió creciendo y ganando legitimidad. Finalmente, los verdaderos creyentes se dieron cuenta de que su poder mermaba con rapidez. Si no actuaban pronto, los ancianos y sus blasfemias echarían raíces demasiado profundas como para poder arrancarlas.

—Y se decidieron por la lucha.

El asesino asintió con la cabeza.

—Sí, lucharon. En la culminación de una festividad sagrada de una semana de duración, el
Draich na Anlar
, los jefes del cisma reunieron a sus seguidores y atacaron a los ancianos en plenas consagraciones. Sin embargo, el intento fracasó. Algunos eruditos sugieren que los jefes del cisma fueron traicionados, mientras que otros lo atribuyen a la intervención divina. En cualquier caso, nunca se volvió a ver ni oír nada de los cinco verdaderos creyentes que entraron en el templo para matar a los ancianos blasfemos. Otras confrontaciones que se produjeron por la ciudad degeneraron en disturbios caóticos que acabaron con miles de vidas. Las luchas continuaron durante toda la noche por las calles, y al romper el día la Ciudad Blanca estaba teñida por ríos de sangre. A continuación, los ancianos del templo no dejaron piedra sin mover en busca de los jefes del cisma y sus aliados, y a los que encontraron los arrastraron hasta la calle y los decapitaron allí mismo. A ese hecho se debe que Har Ganeth haya acabado por ser conocida como la Ciudad de Verdugos.

—¿Y los supervivientes?

Arleth Vann se encogió de hombros.

—Huyeron de la ciudad y se dispersaron por toda Naggaroth y aún más lejos para mantener viva la fe verdadera. Sabían que antes o después aparecería el auténtico Azote, y entonces habría otro día de ajuste de cuentas con los blasfemos.

—Así que los fanáticos volvieron a sus raíces y adoraron en secreto como habían estado haciéndolo desde tiempos inmemoriales.

El asesino asintió con la cabeza y reanudó la marcha por el largo túnel.

—Era la forma correcta de hacerlo, de todos modos. Khaine no es un dios para adorar en un templo, sino en el campo de batalla o junto al camino. Nos elevamos al poner a prueba nuestra fuerza ante otros y arrebatarles la vida con destreza y osadía.

Malus echó a andar tras su guardia mientras rememoraba el constante entrenamiento y la superlativa destreza de los fanáticos.

—¿Así que Khaine es, en realidad, un dios de combate?

—No, es un dios de muerte —replicó Arleth Vann—. ¿Cuál es el poder más grande que puedes tener en el mundo?

Malus se encogió de hombros.

—El poder de un rey.

El asesino bufó.

—Un rey puede morir en el campo de batalla como cualquier otro. Piénsalo mejor.

—La condenada brujería, entonces.

Arleth Vann negó con la cabeza.

—No, es más sencillo que eso. En este mundo, el poder más grande es la capacidad de poner fin a la vida. Lo único que todos compartimos, ya se trate de un esclavo o del mismísimo Rey Brujo, es un corazón palpitante. El poder para detener ese latido con un solo golpe es lo que más nos acerca a Khaine. Nos convertimos en dioses que tienen en las palmas de las manos las vidas de quienes los rodean. ¿Lo ves?

—Creo que sí —reconoció Malus—. Es el propósito de los verdugos, supongo.

El asesino asintió con la cabeza.

—En los tiempos anteriores al templo, cada uno de los adoradores de Khaine era un verdugo: una Espada de Khaine. El verdadero creyente mataba a sus oponentes con un solo golpe perfecto que convertía en gesto de adoración, y aumentaba su poder con cada enemigo que mataba en batalla. No fue hasta después de la fundación del templo que los verdugos se convirtieron en una secta aislada, debido a que los ancianos necesitaban acólitos que se dedicaran a prácticas pecaminosas como la recolección del diezmo.

—¿Y las brujas del templo?

Arleth Vann le lanzó a Malus una mirada de soslayo por encima del hombro.

—Ellas sufrieron la peor degradación de todas. En otros tiempos, eran sanguinarios oráculos de Khaine y las que imponían la divina voluntad del Dios de la Sangre. Tenían el poder de invocar a las almas de los caídos y compartir su poder. ¿Y ahora? Ahora son degeneradas que remedan con drogas y lastimosa nigromancia las glorias de sus antecesoras. Tú has visto auténticas brujas de Khaine, mi señor. ¿Acaso las brujas del templo pueden compararse con la terrible majestad de aquéllas?

—No —admitió Malus—, desde luego que no. ¿Qué sucedió?

El asesino se encogió de hombros.

—Las brujas de Khaine intentaron mantenerse apartadas de las riñas durante los primeros años del cisma. Las novias de Khaine no se ocupaban de conflictos tan insignificantes. Cuando los verdaderos creyentes tuvieron que abandonar la ciudad y los ancianos confinaron en templos al resto del culto, su prestigio disminuyó gradualmente. Hace al menos dos mil años que una auténtica bruja de Khaine no sirve en el templo.

Mientras caminaban, Malus comenzó a reparar en estrechas entradas abiertas en la extraña obra de piedra de las paredes del túnel. Los marcos estaban hechos de mármol blanco pulimentado y tenían grabadas intrincadas runas en druchast arcaico. Junto a los relieves extrañamente ondulantes de las paredes, estas construcciones más recientes parecían toscas y poco elegantes por comparación.

—¿Qué son? —preguntó.

—¿Eso? Son tumbas —dijo el guardia—. El templo siempre ha enterrado a los fieles, a pesar del edicto de cremación del Rey Brujo. Tal vez los ancianos veneren a los espíritus de los muertos con la esperanza de que intercederán en su favor cuando Khaine descargue su cólera contra ellos. —Con la mano libre hizo un gesto para abarcar las entradas—. Toda la colina está acribillada de complejos de tumbas, y se adentran profundamente en la tierra.

Los dos druchii avanzaron en silencio durante un rato por el oscuro túnel, pasando ante las entradas de las tumbas. Algo en la composición de la piedra silenciaba los pasos, y durante un tiempo fue como si hubiesen dejado atrás el mundo físico y caminaran como fantasmas por un inframundo olvidado. Malus consideró la trascendencia de todo lo que le había contado Arleth Vann. Explicaba en gran medida el extraño comportamiento del templo..., pero su mente no dejaba de volver sobre el encuentro con Rhulan y la expresión desconfiada de la cara del anciano. «La afirmación de Urial pone en duda toda la historia del templo», pensó el noble, lo cual daba amplias razones para mantenerlo recluido y buscar un modo de silenciarlo. Sin embargo, eso era una evidencia en sí misma para cualquiera que estuviera familiarizado con el dictamen del templo. «Aquí sucede algo más —decidió—. Los ancianos tienen un secreto que nadie, ni siquiera los fanáticos, sospecha.»

Arleth Vann se detuvo. Malus miró en torno y vio que acababan de llegar a un lugar en el que dos escaleras —una ascendente y la otra descendente— habían sido talladas en la roca viva a ambos lados del oscuro túnel.

—No nos adentraremos más en la colina. La Puerta Bermellón está cerca, y siempre se halla bien guardada por un destacamento de brujas y verdugos. —Señaló la escalera ascendente—. Aquí es donde el viaje se vuelve arduo.

Malus miró la escalera.

—¿Más guardias espirituales?

Arleth Vann negó con la cabeza.

—No. Sólo cientos y cientos de escalones.

Malus perdió toda noción del tiempo mientras ascendían por la escalera de caracol. El recorrido se transformó en una sucesión de resonantes pasos y sombríos rellanos que daban a antiguas galerías y laberínticos pasadizos que conducían hasta tumbas mohosas. La colina del templo era un laberinto más vasto y complejo que cualquier cosa que hubiese visto jamás; incluso la torre del brujo demente, Eradorius, parecía más pequeña y menos complicada por comparación. Entre jadeos, el noble reflexionó sobre el hecho de que había resultado ser una gran merced que su camino se hubiera cruzado con el de Arleth Vann. A solas, podría haber estado deambulando a tientas por la colina y sus pasadizos hasta que los mares se secaran.

Continuamente inspiraba la seca niebla de polvo de hueso que flotaba en el aire, ya que siglos de servidores del templo se pudrían en los nichos y huecos de debajo del grandioso templo. El polvo le causaba picor en la nariz y le dejaba sabor a sepultura en la garganta.

Al fin, salieron a una sala bien iluminada donde brillaba el fuego verde de las lámparas brujas. Se encontraban en un amplio espacio de abovedado techo bajo, prácticamente una plaza subterránea si se la comparaba con los estrechos pasadizos y la escalera que acababan de recorrer. Malus reprimió el impulso de masajearse las temblorosas piernas doloridas.

—¿Dónde estamos? —preguntó de inmediato.

—Nos encontramos en las cámaras que están situadas debajo del templo —respondió Arleth Vann, que observaba los numerosos pasadizos que partían desde la estancia—. Desde aquí podemos llegar a casi todos los edificios principales del interior de la fortaleza. Incluidos los aposentos privados de los ancianos.

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