La Guerra de los Dioses (21 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickmnan

Tags: #Fantástico

BOOK: La Guerra de los Dioses
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—¿Que nos marchemos? ¿Nosotros? Vaya, maestro, eso no es muy justo. ¿Por qué no te vas tú? Es
nuestra
casa gremial...

Raistlin frunció el entrecejo, sus dorados ojos se estrecharon, relucientes, y su mano fue hacia un saquillo que llevaba colgado del cinturón.

Sally Valle sacudió al jefe de los ladrones con tanta fuerza que los dientes del hombre castañetearon.

—¡Necio! ¡Éste es Raistlin Majere! ¡El hechicero que hizo frente a la mismísima Reina de la Oscuridad! ¡Podría hacer estallar esta casa y esparcir sus pedazos por Lunitari si quisiera, y a nosotros con ella!

El Viudo
todavía vacilaba. Miró a Raistlin.

El archimago, por su parte, mantenía la calma. Cogió un saquillo de su cinturón y lo abrió lentamente...

La sala se quedó vacía, pues los ladrones desaparecieron por puertas, ventanas, por cualquier agujero y hueco concebible.

En cuestión de minutos, Raistlin y Usha estaban solos.

La muchacha estaba paralizada por el terror, con la mirada prendida en el hombre que ella había afirmado era su padre.

Raistlin sacó de la bolsita de cuero un puñado de hierbas. Fue hacia la mesa que había cerca de Usha, eligió la taza más limpia que pudo encontrar, y echó dentro las hierbas.

—Trae agua caliente —le dijo a Usha.

La muchacha parpadeó, sobresaltada por la orden, pero se apresuró a hacer lo que le había mandado. Corrió hacia la chimenea, levantó la olla negra que había en la lumbre, y regresó a la mesa. Con cuidado, intentando contener el temblor de sus manos, vertió agua en la taza.

El vaho, cargado con el aroma a calamento, menta y otras hierbas medicinales de olor menos agradable, subió en espiral de la taza.

Raistlin bebió la infusión en silencio. Usha llevó la olla a la lumbre y se tomó un instante para recobrar el valor antes de volver y sentarse enfrente del mago.

Éste levantó la cabeza. Los ropajes negros susurraron; la joven percibió un aroma a especias, rosas, muerte.

Se echó hacia atrás y bajó la vista. No soportaba mirar aquel rostro frío, metálico.

Una mano helada le rozó la cabeza, y la muchacha se estremeció; los dedos la tocaron con gentileza, pero estaban fríos. No como los de un cadáver, porque estaban vivos, pero daba la impresión de que rechazaran la vida. Mucho tiempo atrás, o así se lo habían contado, el fuego que ardía en el interior de este hombre había sido tan intenso que lo consumía a él y a cuantos se acercaban a él. Ahora ese fuego estaba apagado, y las cenizas, dispersas. Ya no podría ser reavivado.

La mano del mago permaneció sobre su cabeza, acariciando el cabello plateado. Luego, los dedos se deslizaron por su mejilla, rozaron la barbilla, y la hicieron levantar la cabeza, obligándola a mirar aquellas extrañas pupilas de sus ojos dorados.

—No eres hija mía —dijo Raistlin.

Las palabras fueron pronunciadas en un tono gélido, pero del mismo modo que los peces viven bajo la superficie helada de un lago, igual que la vida se mantiene en las profundidades de una gélida oscuridad, Usha percibió una desilusionada tristeza bajo la terrible declaración.

—Podría serlo —replicó, anhelante.

—Podrías ser hija de cualquier hombre —comentó Raistlin secamente. Hizo una pausa y la contempló intensamente. Sus dedos, que le sujetaban la barbilla, le produjeron un escalofrío—. No tienes idea de quién es tu padre, ¿verdad? —Su expresión se tornó desconcertada—. ¿Por qué me elegiste a mí?

Usha tragó saliva. Quería apartarse de su mano, que empezaba a quemarle como el hielo quema la piel.

—El kender... me contó la leyenda. Pensé que... Todo el mundo parecía respetarte... Estaba sola, y... —Sacudió la cabeza—. Lo lamento. No era mi intención causar daño a nadie.

Raistlin suspiró.

—El daño no me lo habrías causado a mí, pero faltó poco para hacértelo a ti misma. Me pregunto... —No terminó la frase, dejando el asunto de lado. Bebió un sorbo de infusión.

—No querían contármelo —dijo Usha, sintiendo la necesidad de explicar sus motivaciones—. Repetían que no tenía importancia.

—Supongo que te refieres a los irdas.

La muchacha asintió. Iba a añadir algo más, pero de repente el archimago sufrió un fuerte espasmo de tos que sacudió su frágil cuerpo y manchó de sangre sus labios.

—¿Te encuentras bien? Te traeré algo. —Usha se puso de pie.

La mano de Raistlin la aferró por la muñeca, y le impidió alejarse. Siguió sujetándola mientras tosía e intentaba llevar un poco de aire a los pulmones. Cada espasmo hacía que su mano se contrajera dolorosamente alrededor de la muñeca de la joven, pero Usha no se quejó ni intentó soltarse. Por fin, el espasmo de tos pasó. El archimago inhaló aire temblorosamente y se limpió la sangre de los labios en la manga de la negra túnica.

—Siéntate —ordenó con una voz apenas audible.

La muchacha se sentó en la silla, y los dedos que aferraban su muñeca se aflojaron. Raistlin la soltó, pero su mano permaneció sobre el brazo de la muchacha y ella no se apartó; por el contrario, se acercó más al archimago. Sentía un calor en esa mano que antes no había habido, y comprendió que lo había absorbido de ella, de su juventud, su vitalidad.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Raistlin.

—Usha.

—Usha... —repitió suavemente—. ¿Sabes lo que significa?

—Pues, no. —Parpadeó—. Nunca se me ocurrió pensar que significaba algo, sólo es un nombre...

—Un nombre que procede de otro mundo, de otro tiempo. Usha significa «el alba». Me pregunto... —musitó Raistlin al tiempo que la miraba fijamente—. Me pregunto si la persona que te puso el nombre sabía su significado, si él o ella tenía poderes adivinatorios y sabía lo que iba a acontecer. Sería interesante descubrirlo.


Podría
ser tu hija. —Usha no estaba interesada en su nombre. Quería ser la hija de este hombre, lo deseaba tanto por ella misma como por él. El hechicero llevaba su soledad y su aislamiento del mismo modo que llevaba la Túnica Negra: orgullosa, desafiantemente. Sin embargo, su mano consumida permanecía cerca de la suya—. Tengo los ojos dorados, del mismo color que los tuyos.

—Y como los de tu madre —contestó él.

Usha lo miró fijamente. En su interior se despertó el hambre de saber, una desesperada necesidad del sustento del que siempre había carecido. Los irdas habían intentado calmar ese hambre con dulces y chucherías de todo tipo. No lo habían comprendido. No se habían dado cuenta de que necesitaba alimento corriente con el que crecer y desarrollarse.

—Sabes quiénes son mis padres —gritó, y su mano se cerró sobre la del archimago—. ¡Sabes quién soy! Dímelo, por favor. ¿Cómo lo descubriste? ¿Has ido a ver al Protector? ¿Se encuentra bien? ¿Me echa de menos?

—No visité a los irdas —repuso Raistlin—. No tenía necesidad de hacerlo. Hubo un tiempo en que se me conoció por el Amo del Pasado y del Presente. El tiempo no tiene restricciones para mí. Las aguas de su río me llevan allí donde quiero ir. —Bebió un poco de infusión para suavizarse la garganta, y cuando volvió a hablar su voz sonaba más fuerte.

»
Cuando oí hablar de ti por primera vez y supe tu pretensión, hice caso omiso. Mi hermano, Caramon, me contó la leyenda de cómo una mujer misteriosa me sedujo, se llevó mi semilla en su vientre, y me sometió a un hechizo de olvido. No lo creí. ¿Qué magia podría existir lo bastante poderosa como para borrar de mi corazón el conocimiento de haber sido amado una vez? Ni siquiera la muerte puede despojarte de algo tan importante —añadió con voz queda, casi para sí mismo. Usha guardó silencio, esperando, temiendo.

»
Y así, no presté atención a tus pretensiones —prosiguió Raistlin—. Caramon me aseguró que ya había habido otras antes que tú pretendiendo lo mismo y, supongo, habrá otras que vendrán después. No volví a pensar en ello hasta que asistí al Cónclave de Hechiceros en la Torre de Wayreth. De nuevo, allí se mencionó tu nombre relacionado conmigo, sólo que esta vez se hizo en serio. Dalamar el Oscuro fue quien planteó mi supuesta paternidad.

»
Sí, Usha, haces bien al temblar de miedo con ese nombre. —La voz de Raistlin se endureció—. Dalamar intentaba utilizarte, si lo que afirmabas resultaba ser verdad, para tener dominio sobre mí. No tuve más remedio que asegurarme, así que vadeé el oscuro río del tiempo, me aventuré en las quietas aguas embalsadas del estanque de los irdas, y descubrí la verdad. —Volvió a toser, pero el espasmo pasó enseguida.

»
Ignoro de dónde procedían tus padres originalmente. No quise aventurarme tan lejos. Cuando los vi por primera vez, habían sido capturados y hechos esclavos por los minotauros, y fueron enviados a servir en uno de sus barcos. Los minotauros no tratan amablemente a sus esclavos, y una noche, convencidos de que la muerte no les reservaba más horrores de los que ya padecían, tu madre y tu padre pusieron sus vidas en manos de Zeboim, suplicaron su compasión y saltaron por la borda al embravecido mar.

»
La diosa Zeboim es caprichosa, capaz de castigar con salvaje furia a quienes la sirven lealmente o de recompensar a quienes podrían parecer menos merecedores de su favor. Se sintió halagada de que estas dos personas hubieran buscado su protección, y les proporcionó los restos de una balsa naufragada. Su aliento los guió a una recalada segura y, al hacer esto, creo que la diosa actuaba con malicia, con ganas de hacer una travesura, pues los condujo a la isla secreta de los irdas.

»
Los irdas se apiadaron de las dos personas que encontraron tiradas en la playa, más muertas que vivas. Dieron a tus padres cobijo y alimento, cuidaron de tu madre cuando fue evidente que estabas en camino, pero, aunque sin ser brutales o crueles como los minotauros, los irdas les infligieron su propio estilo de tortura. No era su intención —añadió Raistlin, encogiéndose de hombros—. Simplemente no podían entender las necesidades de dos humanos. Cuando tus padres se encontraron bien, quisieron marcharse, regresar a su tierra, pero los irdas se opusieron. Temían que los traicionaran, revelando su existencia al resto del mundo, y los hicieron, virtualmente, sus prisioneros. Tu padre se rebeló, los desafió abiertamente. —Raistlin miró a la joven a los ojos.

»
Los irdas lo mataron.

—¡No! —Usha se tambaleó, conmocionada—. No puede ser cierto. ¡No lo creo! Jamás habrían podido hacer algo así! ¡Pero si Prot es incapaz de hacer daño a una mosca!

—Los irdas no tenían intención de matarlos. Los conoces, Usha. ¿No te imaginas cómo ocurrió? Se sintieron repelidos e indignados por la ira del hombre, por su violencia. Sólo intentaban darle una lección, pero su magia era demasiado poderosa y fueron demasiado lejos. Ni sus artes curativas ni sus plegarias pudieron revivirlo.

»
Poco después naciste tú, y una noche, tu madre, trastornada por el dolor, te abrigó bien y te acostó en la cuna. Luego se metió en el mar y se ahogó. Los irdas encontraron las huellas de sus pisadas en la arena de la playa, pero jamás hallaron su cadáver. Tal vez, después de todo, Zeboim exigió un precio por su anterior benevolencia. —Usha permanecía con la cabeza agachada, las lágrimas brillando en las pestañas.

»
Arrepentidos, los irdas te criaron —prosiguió Raistlin la historia—. Te prodigaron toda clase de atenciones, no te negaron nada salvo el conocimiento de tu origen. No podían decirte la verdad sin contártelo todo, y eso jamás lo habrían hecho.

—Comprendo —dijo Usha, ahogada en lágrimas—. Los irdas no querían que me sintiera desdichada.

—No querían admitir que habían actuado mal —puntualizó el archimago con aspereza—. El orgullo y la arrogancia de los irdas, que en tiempos remotos ocasionaron la ruina de su propia raza, es muy probable que ahora ocasionen la de todos nosotros. Sin embargo, no debo ser poco caritativo —añadió sombríamente—. Han pagado por su necedad...

Usha no lo escuchaba, estaba perdida en sus propios pensamientos, evocando su niñez con la esperanza de encontrar algún recuerdo vago, el retazo de una nana, la última mirada amorosa de los ojos de su madre. Alzó la cabeza al reparar en que el archimago le había hablado.

—¿Qué decías? Me temo que no te estaba prestando atención.

—Da igual, no era nada importante. —Raistlin se levantó de la mesa—. Debo irme, pero antes te daré un consejo, Usha, cuyo nombre significa «el alba». Estás pensando abandonar Palanthas en un intento de escapar de tus «maestros».

—¿Cómo lo..? —Usha estaba asombrada.

—No es necesario que lo hagas —siguió el archimago, interrumpiéndola—. Tu adiestramiento ha terminado; eres libre de marcharte del gremio esta noche y no regresar jamás.

—No me lo permitirán —empezó Usha.

—Creo que, ahora que saben quién eres, te dejarán marchar.

—¿Qué quieres decir? ¿No vas a contarles que no eres..?

—No veo necesidad de hacerlo. Esto queda entre tú y yo, y, quizá, Dalamar, si se extralimita. Ademas, tengo razones para querer que te quedes. Alguien viene de Camino a Palanthas, a buscarte, y tú, creo, querrás estar donde pueda encontrarte. Es alguien —añadió Raistlin, con una leve sonrisa bailándole en los finos labios— que estará encantado de saber que no existen vínculos familiares entre vosotros.

—¿Palin? —susurró Usha—. ¿Está a salvo? ¿Viene aquí, a buscarme?

—Le encomendé esa tarea, y la aceptó con presteza.

El rostro de Usha enrojeció como si hubiera estado bebiendo vino espumoso. Permaneció sentada, arropada en una agradable calidez, gozando del dulce y burbujeante sabor de un amor juvenil, dichoso, emocionada con la certeza de que su amor era correspondido. Pero las burbujas no tardaron en estallar en su lengua, y el sabor del vino se tornó amargo al ocurrírsele que tendría que admitir ante Palin que le había dicho una mentira, una mentira colosal.

Caer en la cuenta de ello fue como verter cerveza amarga en su dulce vino. Quiso pedir ayuda a Raistlin y entonces se dio cuenta de que el archimago no estaba.

Sobresaltada, inquieta, Usha miró a su alrededor. No lo había visto marcharse, pero la puerta estaba abierta a la noche. Fue hacia allí y se asomó al callejón; pero, si el archimago estaba en la calle, se había fundido con la noche, convirtiéndose en una sombra más.

—¿Raistlin? —se arriesgó a llamar, una vez.

En lo alto, un cuervo volaba en círculo y le respondió con un único y burlón graznido.

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