Tas, Palin y Usha permanecieron completamente inmóviles hasta que los caballeros se hubieron alejado. Las luces de la taberna todavía brillaban. La cocinera se asomó a la puerta, atemorizada, y después, quitándose el delantal de un tirón, corrió hacia su casa.
—¿Ves? Todo el mundo está aterrorizado —dijo Usha—. Cuando los caballeros tomaron el poder, hicieron que todos los que vivíamos en Palanthas fuéramos al palacio del Señor, que ahora es el cuartel general de los caballeros, para que nos registráramos. Tenías que decir dónde vivías, quiénes eran tus padres, cuánto tiempo llevabas viviendo en la ciudad, y cosas por el estilo. Si alguna persona decía algo que no debía, se la llevaban nadie sabe dónde. Todas las familias de los Caballeros de Solamnia han desaparecido, y sus casas han sido confiscadas... ¡Chist!
Los tres se metieron más en el callejón, agazapados. Una patrulla de tres caballeros bajaba por la calle, sus pasos acompasados resonando en los adoquines.
—Los caballeros establecieron un toque de queda —continuó Usha después de que la patrulla hubiera pasado—. Todos los ciudadanos tienen que estar en sus casas a medianoche. Para ayudar a hacer respetar el toque de queda y para «proteger a los buenos ciudadanos de asaltantes merodeadores» los caballeros dijeron que ya no podíamos encender las farolas de las calles.
—¡Las farolas! —musitó Palin—. Me preguntaba qué notaba diferente. Por las noches, Palanthas solía estar tan iluminada como de día.
—Ahora ya no sale nadie. La taberna ha estado perdiendo dinero. Sólo los vecinos han venido a tomar un trago, y ahora, probablemente, ni siquiera ellos acudirán. Nadie quiere tener tropiezos con las patrullas. —Usha señaló en la dirección por la que se habían marchado los caballeros.
»
Incluso si vas a hacer la gestión más inocente, te llevan a uno de los cuarteles de los caballeros y allí te interrogan interminablemente. Te piden la documentación, y quieren saber adonde vas y para qué. Luego, si tus respuestas los satisfacen y si tus papeles están «en orden», entonces te escoltan hasta tu destino. Si te pillan en una mentira, que los dioses te ayuden. Y si te cogen sin documentos, Palin, y en compañía de un kender... —Usha se encogió de hombros y sacudió la cabeza.
—Los kenders tienen prohibido el acceso a la ciudad —añadió Tas—. Me echaron esta mañana, junto con otros cuantos de los míos, pero volví de inmediato, por supuesto, aunque eso no resultó tan fácil como antes. Se han reparado un montón de viejas grietas y agujeros que tenía la muralla. Aun así, se han pasado por alto unos pocos.
—No podemos quedarnos escondidos aquí, en el callejón —susurró Palin—. Tengo que estar en la biblioteca a medianoche. No nos queda más remedio que arriesgarnos a recorrer las calles. El tiempo se nos echa encima.
—¿Y qué me dices del anillo mágico? —preguntó, anhelante, Tas—. Podrías llevarnos allí en un visto y no visto. Me encanta que me transporten mágicamente.
—El anillo me llevaría a mí —explicó Palin—, pero no a ti ni a Usha. Vamos, debemos ponernos en marcha mientras todo sigue tranquilo, antes de que regresen los caballeros.
—Hay otra manera de ir —dijo Usha, que llevaba un rato en silencio—. Es un camino más seguro, pero no te gustara.
—¿Por qué? —preguntó el joven con un escalofrío—. ¿Qué tiene de malo?
Usha sacudió la plateada melena antes de responder:
—Se llama La Senda de los Ladrones. ¿Ves? Lo que yo decía, no te gusta.
Incluso bajo la tenue luz blanca de Solinari, Palin pudo ver que el rostro de Usha enrojecía. La muchacha eludió los ojos, y retiró su mano de la de él.
—Usha... —empezó el joven torpemente.
—Tenía hambre —añadió ella con gesto desafiante—. No tenía adonde ir ni un sitio para dormir. El enano, Dougan Martillo Rojo, me encontró y fue amable conmigo. Me llevó al Gremio de Ladrones. Ellos
no
hacen preguntas. —Usha dirigió una mirada de reproche a Palin—. Me aceptaron de inmediato, hicieron que me sintiera como si estuviera en casa, me proporcionaron un sitio donde dormir, me encontraron un trabajo, que es mucho más de lo que otros hicieron por mí.
Palin estaba desconcertado. De pronto, se había convertido en el villano de la historia, y no sabía muy bien cómo había ocurrido.
—Lo lamento —dijo, sin convicción—, pero yo...
—¡No he robado nada! —continuó Usha, cada vez más furiosa y parpadeando para contener las lágrimas—. ¡Ni una sola cosa! Los ladrones sólo me estaban enseñando porque Dougan dijo que tenía aptitudes, verdadera maña para eso.
—Usha, lo comprendo. Calla, no digas nada más. —La tomó de la mano y la atrajo hacia sí.
La muchacha alzó la cabeza y lo miró a los ojos. Por un instante, Palin perdió la noción del tiempo, de dónde estaba, de lo que hacía. Sus labios se posaron en los de ella, y la estrechó con fuerza contra su pecho. Permanecieron abrazados en la oscuridad, sintiéndose a salvo el uno en los brazos del otro, más que en ningún otro lugar de Krynn.
Lentamente, de mala gana, Palin apartó a Usha.
—No puedo dejar que esto pase entre nosotros —dijo con firmeza—. Eres la hija de mi tío, ¡mi propia prima!
—Palin... —Usha parecía sentirse incómoda—. ¿Y si te dijera que no soy...? Bueno, que en realidad no... —Calló y volvió a intentarlo—. Que no dije la verdad sobre... —Se calló de nuevo.
—¿La verdad sobre qué? —Sonrió, procurando mostrarse alegre—. ¿Sobre ser una ladrona? Pero si me lo has contado, y lo comprendo...
—No, no es eso. —Suspiró—. Bah, da igual. No tiene importancia.
Palin sintió que le tiraban de la manga.
—Disculpadme —dijo Tas con gran educación—, pero este callejón se está volviendo muy aburrido, y, además, ¿a qué hora dijiste que teníamos que estar en la biblioteca?
—Tas tiene razón. Debemos ponernos en marcha, e iremos por el camino que tú conoces.
—Entonces, seguidme. —Usha se alejó de la calle principal y los condujo hacia el fondo del oscuro callejón. Los edificios ocultaban la luz de la luna, y las luces de la taberna no alumbraban esta parte del callejón. En la oscuridad, Usha tropezó con algo, Tas le pisó la cola a un gato, que bufó y salió disparado, y Palin se golpeó la espinilla contra un cajón de embalaje.
—Necesitamos luz —musitó Usha.
—¿No hay peligro?
La muchacha echó una ojeada a la entrada del callejón, con nerviosismo.
—No estaremos mucho tiempo aquí —dijo.
—
Shirak -
-susurró Palin, y el Bastón de Mago empezó a emitir un resplandor frío, pálido. El joven sostuvo el cayado en alto, y sólo vio paredes por los tres lados.
—Usha, ¿cómo...?
—Chist. —La muchacha se puso de rodillas—. ¡Ayúdame a levantar esta reja!
—¡Las alcantarillas! —Tas se puso a gatas de inmediato y empezó a tirar de la reja muy excitado—. ¡Vamos a bajar a las alcantarillas! He oído hablar del alcantarillado de Palanthas. Se supone que es muy interesante, pero nunca me he metido en él. ¿No es fantástico, Palin?
Al joven mago se le ocurrieron varias palabras para describir el hecho de meterse en las alcantarillas de una ciudad tan populosa, pero «fantástico» no era una de ellas. Se agachó junto a Usha justo en el momento en que ella y Tas se las arreglaban para retirar la pesada reja a un lado.
—Éste puede ser un buen escondrijo, pero ¿cómo vamos a llegar hasta la biblioteca? ¡Puag!
Un hedor espantoso emergió de la oscuridad; un olor tan horrible que daba la impresión de tener forma y vida propias. Palin sufrió una arcada y se tapó la nariz con la mano. Tasslehoff, que había estado mirando fijamente el agujero, boquiabierto, cayó de espaldas como si hubiera recibido un golpe en la cara.
—¡Aaag! ¡Yieek! ¡Fiiiu! —El kender encogió la nariz en un gesto de asco—. Verdaderamente, es... es...
—Indescriptible —dijo Palin, sombrío.
—Toma, tápate con esto la nariz y la boca. —Usha le tendió a Palin un paño de la taberna que llevaba sujeto al cinturón—. Enseguida te acostumbrarás al olor.
—Usha... —El trapo sólo olía un poco mejor que la alcantarilla, y Palin lo cogió, indeciso.
—La red de alcantarillado te lleva a cualquier lugar de Palanthas, puede que incluso a la Torre de la Alta Hechicería. —La muchacha empezó a recogerse la falda y enganchó el dobladillo en el cinturón—. No lo sé. La ruta no va a resultar muy agradable, pero...
—Es mejor que caer en manos de los caballeros —comentó Tas mientras se ataba un pañuelo (uno de Palin) sobre la nariz y la boca—. Y me parece que tres de ellos vienen hacia aquí.
Palin se volvió, alarmado. Varias figuras —la luz de la luna se reflejaba en armaduras negras— eran visibles a la entrada del callejón. El joven mago apagó la luz del bastón con premura. Usha, que se había tapado la boca y la nariz con otro paño de cocina, ya se había metido por el sumidero y descendía por una escalerilla hecha con barras de hierro. Tas fue tras ella. Palin se puso el trapo sobre la nariz y la boca, inhaló hondo, intentando contener la respiración, y se agachó al borde del agujero.
Con los dedos cerrados en torno al Bastón de Mago, susurró unas palabras mágicas y un instante después descendía flotando en medio de la oscuridad. Su pies tocaron el fondo de la alcantarilla casi al mismo tiempo que Usha saltaba desde el último peldaño.
Palin la cogió para evitar que cayera en la porquería que había en el suelo. La muchacha lo miró, atónita.
—¿Cómo has...?
—Magia —respondió él.
Tas bajaba la escalerilla metiendo ruido.
—No creo que los caballeros entren en el callejón; pero, si lo hacen, verán la tapa de la alcantarilla corrida y sabrán que hay alguien aquí abajo —informó el kender.
—Tenemos que alejarnos —dijo Usha—. Por aquí.
Cogida de la mano de Palin, la muchacha tiró de él hacia la oscuridad. Tas llegó abajo, se colocó bien los saquillos y se apresuró a ir en pos de la pareja.
—
Shirak -
-dijo Palin, y miró a su alrededor, estupefacto.
Nadie sabía con exactitud cuándo se había hecho el laberíntico sistema de alcantarillado de Palanthas. Algunos decían que las alcantarillas habían sido diseñadas por los creadores de la Ciudad Vieja, y que se hicieron al mismo tiempo que la urbe. Pero persistía una historia que afirmaba que el sistema de alcantarillado era más antiguo que la propia Palanthas, y que se había construido como una ciudad por una nación de enanos olvidada desde hacía mucho tiempo. Algunas versiones de esta historia contaban que los enanos habían sido expulsados de sus túneles subterráneos por los humanos, quienes, al darse cuenta del potencial de aquella privilegiada zona, planearon establecer su ciudad sobre dichos pasadizos.
Desde luego, como Palin había advertido con asombro, el sistema de alcantarillado recordaba una pequeña ciudad subterránea. Las paredes eran de piedra, así como los techos abovedados. El suelo estaba pavimentado, y se extendía recto y llano. Había incluso viejos hacheros de hierro en las paredes que, a juzgar por el tono chamuscado de la piedra de alrededor, habían sostenido antorchas en algún tiempo.
Los techos eran bajos, de tal manera que sólo Tas podía caminar erguido. Palin y Usha tenían que ir agachados, doblados casi por la cintura. La marcha era vacilante, ya que el pavimento estaba húmedo y resbaladizo, y, de vez en cuando, cubierto con montones de basura en estado putrefacto. Las ratas se escabullían al acercarse ellos. Los tres caminaban con mucho cuidado, pues no querían resbalar y caer. La luz del bastón los guiaba, y el cristal parecía brillar con más fuerza a medida que aumentaba la oscuridad del entorno.
El túnel al que habían descendido corría directamente por debajo del callejón, así que podía ser que estuvieran justo bajo los pies de los caballeros. Mientras Palin se movió en línea recta, tuvo una idea aproximada de dónde se encontraban en relación con la ciudad que había encima. Pero luego el túnel hizo una serie de giros serpenteantes y desembocó en una intersección de otros tres pasajes, todos ellos alejándose en distintas direcciones. No sabía cuál tomar.
—¡Esto es inútil! —dijo el joven mago. La espalda le dolía de andar encorvado, y el hedor y el saber qué lo causaba le estaba revolviendo el estómago. El aire de Palanthas nunca le había parecido puro, ni mucho menos, pero ahora habría dado cualquier cosa por inhalar una bocanada—. ¿Cómo sabemos dónde estamos?
—¿Habéis oído algo? —preguntó Tas al tiempo que echaba una ojeada a su espalda—. Me pareció escuchar un ruido.
—Serán enanos gullys —dijo Usha, cuya voz sonaba amortiguada al tener tapada la boca con el paño—. Dirige la luz hacia allí —instruyó a Palin mientras señalaba la parte alta de la pared de uno de los túneles ramificados.
Unas marcas, de dos tipos diferentes, decoraban la pared. Un grupo de marcas era evidente e increíblemente antiguo. Los trazos estaban hechos con pequeños azulejos que formaban un mosaico multicolor. Faltaban muchos de los azulejos que dejaban huecos en el dibujo; otros estaban cubiertos de moho y verdín. La grafía parecía escritura enana.
Debajo de los antiguos mosaicos había otras marcas más recientes. Estas no eran más que dibujos trazados burdamente en las paredes con algún instrumento afilado, quizá la hoja de un cuchillo. Parecían dibujos infantiles de cuadrados y círculos, con flechas debajo.
Usha examinó estos últimos con gran atención.
—Sigo diciendo que oigo algo —insistió Tas—. Pisadas... y puede que voces.
—Serán ratas. Venid por aquí —indicó la muchacha, que se volvió hacia el túnel central que se bifurcaba ligeramente hacia la izquierda.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Palin, vacilando. También a él le pareció escuchar algo y miró por encima del hombro hacia atrás, a la repugnante oscuridad.
—Por esa marca. —Usha puso el dedo en uno de los dibujos de la pared—. Esa es la Gran Biblioteca.
Palin se volvió y examinó atentamente la marca. Sólo vio un triángulo con una serie de líneas perpendiculares debajo. Sacudió la cabeza.
—Eso es el tejado —explicó Usha, señalando el triángulo—, y estas líneas son las columnas. ¿Qué pasa, no te fías de mí?
Retiró su mano de la de Palin con brusquedad. El joven intentó cogérsela otra vez, pero Usha la puso a la espalda.
—Por supuesto que me fío de ti. Lo que pasa es que todo es... tan extraño —admitió—. ¿Quién o qué hizo esos dibujos?
Usha rehusó contestar.