La Guerra de los Dioses (24 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickmnan

Tags: #Fantástico

BOOK: La Guerra de los Dioses
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La taberna El Ganso y la Oca se encontraba en una esquina donde se unían dos calles para formar la punta de un triángulo, por lo que, consecuentemente, tenía la forma de una porción de tarta. Localizada cerca de una herrería, la taberna estaba cubierta por una capa de hollín procedente de la fragua. Las paredes de ladrillo, tapizadas con hiedra marchita, estaban negras de mugre. Se había hecho un intento de limpiar las ventanas separadas con puntales de madera, con el único resultado de embarrarlas al correrse el polvillo negro. El ganso y la oca pintados en el letrero de la taberna (con los cuellos entrelazados) habían tenido las plumas blancas en algún momento, pero ahora parecía como si acabaran de salir de una carbonera.

—De verdad, Tas, no tengo ni pizca de sed —dijo Palin.

Dos clientes de aspecto rudo salían de la taberna en ese momento limpiándose las caras barbudas con el dorso de la mano, y miraron al mago y al kender con gesto ceñudo.

—Oh, ya lo creo que tienes sed —contestó Tas y, antes de que Palin pudiera impedírselo, entró disparado por la puerta del local.

Con un suspiro exasperado, el joven fue tras él.

—¡No se admiten kenders! —El tabernero, un hombre muy delgado y de tez cetrina, miraba a Tas, furibundo.

—Ya nos marchábamos —dijo Palin mientras alargaba la mano para coger a Tas.

Pero fue el kender el que lo agarró a él por la manga.

—¡La cerveza de jengibre es fabulosa aquí! ¡Lo sé!

La poca gente que había en el establecimiento se había vuelto para mirar.

Viendo que no podría convencer a Tas y pensando que sería mejor complacerlo, Palin sacó su bolsa de dinero.

—Dénos una mesa. Yo me hago responsable del kender.

La mirada del tabernero fue de la abultada bolsa a la blanca túnica del joven, que estaba confeccionada con fina lana de oveja. Ceñudo, se encogió de hombros.

—El pago por adelantado, y sentaos en la parte trasera —gruñó—. Una moneda de acero extra por las molestias.

—Aquí, en esta mesa —dijo Tas, que cruzó la taberna al trote y eligió la que estaba cerca de la cocina.

Era la peor del local, pero a Palin le pareció bien ya que allí podrían hablar sin que nadie los escuchara. El ruido de platos, los gritos de la cocinera, el golpeteo de sartenes, y el resoplido del fuelle avivando el fuego de la lumbre ahogaban cualquier conversación, hasta el punto de que Palin tenía dificultad para oírse a sí mismo.

—La comida es mala, y el vino, peor —comentó alegremente Tas—. Por eso los Caballeros de Takhisis no vienen por aquí. —Guiñó el ojo.

El tabernero trajo una jarra de cerveza de jengibre y un vaso de vino. Tas dio un sorbo de cerveza.

—Querríamos comer algo —le dijo al tabernero.

—No tengo ham... —empezó Palin, pero Tas le dio una patada por debajo de la mesa.

—Traiga dos platos de judías y pan de maíz. Y ponga mucha pimienta —pidió Tas.

—Mandaré a la chica —rezongó el hombre, y se marchó.

—¡Háblame de Usha! —instó Palin mientras se inclinaba sobre la mesa para hacerse oír.

Tas recorrió con la mirada la taberna, y después, asintiendo para sí, se lanzó a contar su historia:

—¿Dónde me había quedado? Ah, sí. En la prisión. Bien, conocí a un enano en las celdas, un tipo la mar de divertido, ya que era un ladrón y todo. Dijo que mi juego de ganzúas, que los caballeros me habían quitado, era el mejor que había visto en su vida, y que si quería venderlo él estaría interesado cuando saliera de la cárcel, cosa que no esperaba que ocurriera pronto debido a que los caballeros ven con malos ojos lo de robar y están haciendo todo lo posible para limpiar la ciudad de ladrones. Ese es el motivo por el que no había ningún kender en la cárcel.

Aquí, Tas hizo una pausa para echar otro trago de cerveza de jengibre y volvió a mirar en derredor. Palin tamborileaba los dedos sobre la mesa con nerviosismo, ansioso por saber cómo terminaba el relato del kender... si es que acababa alguna vez.

Tas se limpió la espuma de la boca antes de proseguir:

—Bien, pues, recordé que Dalamar me había dicho que buscara a Usha, y nadie se mueve más por la ciudad que un ladrón, así que le pregunté al enano si había visto a una chica con el aspecto de Usha, y le di su descripción. Dijo que sí, que por los datos debía de ser una muchacha que se había unido al Gremio de Ladrones. Por lo visto, era una aventajada alumna y habría tenido un gran futuro si los caballeros no hubieran intervenido y lo hubieran echado todo a perder.

—Supongo que podría haberse equivocado, ¿verdad? —preguntó Palin, esperanzado—. Quizás era otra joven que se parece a Usha...

Tas lo miró de reojo por encima del borde de la jarra de cerveza de jengibre. Palin suspiró.

—No, supongo que no —dijo—. Tiene que ser ella. Sé dónde está el Gremio de Ladrones, porque Steel y yo fuimos allí. Pero ¿cómo vamos a acercarnos a la casa? Debe de estar bien vigilada, y tenemos que ir esta noche. Como he dicho antes, prometí a... ese hombre que nos reuniríamos con él en la Gran Biblioteca.

—Bueno, visitar el Gremio de Ladrones va a ser peligroso —comentó Tas en voz baja—. Corre el rumor de que los caballeros van a prender fuego a la casa.

—Pero dijiste que... ¡Usha! ¿Está...?

—Está bien —le aseguró Tas—. Puedes preguntárselo al enano, porque está sentado en la mesa que hay cerca de la ventana.

Palin se giró en la silla. Un enano que los había estado observando levantó la jarra en su dirección.

—Me alegro de volver a verte, chico —saludó.

—Ése es... Ése es... —balbució Palin mientras se agarraba a la mesa.

—Dougan Martillo Rojo —dijo Tasslehoff, que devolvió el saludo agitando la mano.

El enano, llamativamente vestido, se puso de pie y fue hacia su mesa.

—¿Te importa si me siento con vosotros, chico? —Guiñó un ojo—. Palin Majere, si no recuerdo mal.

—Te... —El joven tragó saliva—. Te... conozco. Eres...

—Tranquilo, chico —dijo Dougan suavemente—. Hay ojos observando y oídos escuchando. Yo que tú, pediría algo de comer. Estás algo demacrado.

—Ah, aquí está la camarera —anunció Tas al tiempo que sonreía con malicia a Dougan, que le respondió con un gesto igual mientras se atusaba la lustrosa barba.

La muchacha, que cargaba con una bandeja llena de pesadas jarras, se detuvo en su camino hacia la cocina. El cabello, húmedo por el sudor y el vaho, le caía sobre la cara. Iba vestida en lo que parecía ser ropa desechada: una camisa de hombre de manga larga, que llevaba atada a la cintura, y una falda de algodón demasiado larga, con el repulgo anudado para evitar tropezar con él. Les echó una rápida y aburrida mirada y luego volvió los ojos hacia la puerta de la cocina.

—¿Sí? ¿Qué quieren? Dense prisa, que tengo que lavar muchos platos.

—¡Usha! —Palin casi no tuvo fuerzas para incorporarse. Se separó de la mesa—. ¡Usha, soy yo!

Al sonido de la voz, pronunciando su nombre, la muchacha estuvo a punto de dejar caer la bandeja con las jarras.

El joven la sujetó para evitar que se le cayera, y sus manos se tocaron por debajo de la pesada bandeja.

—¡Palin! —musitó, falta de aliento—. ¡Creí que habías muerto! ¡No esperaba volver a verte! ¿Dónde has estado? ¿Qué haces aquí?

—Me ha traído Tas. Es una larga historia. No estoy muerto, y he venido a buscarte.

Los dos se quedaron mirándose el uno al otro fijamente, sosteniendo la bandeja entre los dos, ajenos a todos y a todo cuanto los rodeaba.

—Me has encontrado —dijo Usha quedamente.

—Y no volveré a dejarte —prometió Palin.

Dougan Martillo Rojo se daba tirones del bigote y lanzó una mirada especulativa al joven.

—¿Qué te apuestas? —preguntó el enano, enarcando la ceja en un arco pronunciado.

18

El altercado.

Huida.

La senda de los Ladrones

—Nada de tontear con clientes en las horas que yo pago, chica —dijo el tabernero, cayendo sobre ellos—. ¡Vuelve al trabajo!

—Lo siento. —Palin le quitó a Usha la bandeja de las manos y se la entregó al pasmado tabernero—. Se despide.

—¿Qué? ¡Palin, no puedo despedirme! Yo... Bueno, yo... —Usha se mordió el labio, enrojeció, y terminó sin convicción:— Necesito este trabajo.

—«Necesito este trabajo» —imitó el tabernero burlonamente, que soltó la bandeja llena de jarras sobre la mesa con brusquedad—. Sí, lo necesita. ¡Así puede fijarse en quién lleva una bolsa de dinero abultada para después indicárselo a sus amigos ladrones! Como al enano este...

—¡Eh, un momento! —bramó Dougan al tiempo que apretaba los puños—. ¡Ojo con a quién llamas ladrón! ¡Por las barbas de Reorx que no pienso consentir algo así!

El enano cogió una silla y la descargó sobre la cabeza y los hombros del herrero, que estaba sentado detrás de él.

El embriagado herrero, gruñendo de rabia, se incorporó tambaleándose y empezó a lanzar puñetazos. No alcanzó al enano, y su puño fue a estrellarse en la cara del tabernero.

Este retrocedió dando traspiés al tiempo que se frotaba la mandíbula. Tasslehoff lo agarró por las cintas del delantal.

—¡Chupado cabezón, chupado cabezón! —gritó con un sonsonete Tas mientras brincaba alrededor del tabernero como un diablo con copete—. ¡Tiene miedo de comer lo que él mismo cocina! ¡Lo llaman Tomaina Bill!

Para entonces, el herrero estaba enzarzado con todos los contendientes, lo que incluía al menos la mitad de la parroquia, mientras que la otra mitad se había reunido alrededor y lanzaba gritos de ánimo y hacía apuestas. El tabernero cogió el atizador y se lanzó sobre Tas.

—¡Salid de aquí, chicos! —les gritó Dougan a Palin y a Usha—. ¡Yo me ocuparé de este asuntillo!

—Me alegra volver a veros, señor —dijo Palin, mirando intensamente al enano—. Ojalá las circunstancias de nuestro segundo encuentro fueran mejores.

—Lo mismo digo, chico. Lo juro por Reorx. —Dougan soltó un suspiro—. Está en manos de los dioses...

Una jarra de cerámica se estrelló en la cabeza del enano. La cerveza se derramó sobre su sombrero, empapando la llamativa pluma y calando al enano.

—¡Esto es el colmo! —chilló, farfullante, mientras escupía cerveza. Se encaramó a una silla de un salto, se remangó y dejó tumbado a su oponente—. ¡Más vale que os deis prisa, chicos!

—Por aquí —dijo Usha, que condujo a Palin fuera de la taberna por la puerta trasera.

En el exterior oyeron un silbido penetrante, al que respondieron el pataleo de pies corriendo y el sonido de órdenes dadas a gritos. Los dos se agazaparon en las sombras.

—¡Los caballeros! —informó Palin, que se había asomado a la esquina—. Una patrulla viene calle abajo.

—¿Y qué pasará con Dougan? —preguntó Usha con ansiedad—. ¡No podemos dejarlo ahí! ¡Ni a Tas!

—Aquí estoy —dijo una alegre voz. Tasslehoff salió por detrás de un montón de abono. Tenía las ropas algo arrugadas, y la cara, sucia; las bolsas y saquillos colgaban ladeados, y llevaba el copete torcido hacia un lado de la cabeza—. Estoy bien —aseguró.

—Cuatro caballeros van hacia la entrada principal —señaló Palin—. Deberíamos marcharnos ahora, antes de que vengan más.

—¿Y Dougan? —inquirió Usha, resistiéndose a abandonar al enano—. Ha sido muy bueno conmigo y...

—Oh, no le ocurrirá nada —la tranquilizó Tas—. Después de todo, es un dios.

—¿Qué? —Usha lo miraba boquiabierta.

—¡Será mejor que nos vayamos ahora! —instó Palin.

—Que es un dios —repitió el kender, como si fuera la cosa más normal del mundo, mientras corría junto a los jóvenes—. Es Reorx. Verás, lo sé porque he tenido bastante trato con dioses. Paladine y yo somos amigos íntimos, y la Reina Oscura me tiene tanto aprecio que quería que me quedara con ella en el Abismo. Y ahora, Dougan, que en realidad es Reorx. Mantuvimos una agradable y corta charla antes de que alguien le atizara en el coco con una olla.

—¿Sabes de qué está hablando? —le preguntó Usha a Palin en voz baja.

—Te lo explicaré después —susurró el joven.

—¿Adónde vamos ahora? —preguntó Tas, excitado.

—A la Gran Biblioteca.

—¡Ah! Astinus. —El kender puso una expresión triunfante—. ¿Ves a qué me refiero? Cuando estuve en el Abismo, la segunda vez, no la primera, finalmente recordé dónde había visto a Gilean con anterioridad. También me conoce.

Del interior de la taberna salieron gritos, aullidos y el estrépito de acero chocando contra hierro.

Llegaron al final del callejón, y Palin empezó a salir a la calle donde estaba la fachada de la taberna, pero Usha lo detuvo.

—¿Qué haces? ¡No puedes salir ahí así, sin más!

—Querida —dijo el joven con suavidad pero firmemente—, tenemos que apresurarnos. No te preocupes. Si los caballeros nos ven, no nos relacionarán con el altercado. Pensarán que somos ciudadanos corrientes que han salido a dar un paseo.

—A eso me refiero —replicó Usha—. Los ciudadanos corrientes ya no salen a pasear por la noche. Mira a tu alrededor. ¿Ves a alguien en las calles?

Palin se quedó estupefacto al comprender que Usha tenía razón. Las calles estaban desiertas... a excepción de los caballeros.

—Mira tu documentación —dijo la muchacha—. A veces algunas personas tienen permiso para salir de noche. Si es así, tiene que haber un sello en tus documentos de identificación.

—¿Qué documentos de identificación? —Palin la miraba de hito en hito—. ¿De qué hablas?

—Yo no necesito una identificación —aseveró Tas—. Sé quién soy. Es lo que les dije en la cárcel anoche.

—Todo el mundo en Palanthas ha de tener documentos de identificación —Usha los miraba a uno y a otro, consternada—. Incluso los visitantes. Los caballeros se los dan al entrar, en las puertas de la muralla. ¿Estáis seguros de que no tenéis ningún papel oficial? ¿Cómo entrasteis en la ciudad sin ellos?

—Bueno —empezó Tas—, Dalamar dijo algo así como «uguel, buguel, gubel» y...

—Olvídalo —lo interrumpió Palin con presteza—. Digamos que los dos vinimos por caminos muy poco convencionales. Y, no, ninguno de nosotros tiene documentación. No lo entiendo. ¿Cuándo empezó todo esto?

La puerta de la taberna se abrió y por ella salieron unos caballeros conduciendo a varios nombres, entre ellos el herrero y el tabernero, que les suplicaba que no le cerraran el negocio. Aparecieron otros cuatro caballeros que transportaban al inconsciente enano agarrándolo por los brazos y los tobillos. El resto de la parroquia desapareció en la oscuridad.

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