La Guerra de los Dioses (23 page)

Read La Guerra de los Dioses Online

Authors: Margaret Weis & Tracy Hickmnan

Tags: #Fantástico

BOOK: La Guerra de los Dioses
3.14Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No ha firmado el libro todavía, señora —indicó el Caballero Gris.

Jenna se detuvo y lanzó a Palin una mirada de advertencia que le heló la sangre en las venas.

—Oh, sí, hay que firmar el libro —dijo la hechicera con sorna—. ¿De qué otro modo, si no, estarían al corriente los Caballeros de Takhisis de quién viene a visitarme y qué compra? Tampoco es que vengan muchos a comprar ya. Dentro de poco seré destituida y no será necesario que firme nadie en el libro. ¡Oh, mira! Alguien ha esparcido la mejorana. Palas, ayúdame a limpiar esto.

Palin hizo lo que le decía y recogió en un momento las pocas hojas de mejorana seca que habían caído al suelo.

Jenna se agachó para ayudarlo y aprovechó para susurrar a su oído:

—¡Te están buscando! ¡Ofrecen una recompensa por tu arresto!

La mano de Palin se crispó y el joven estuvo a punto de tirar las hojas de nuevo. Se las arregló para meterlas en el tarro otra vez y Jenna tapó el recipiente, que colocó de nuevo en el estante.

—Ve y firma el libro, Palas. Date prisa. Estaré en el laboratorio, bajando la escalera que hay detrás de esa cortina.

La mujer pasó a la trastienda, y Palin la oyó bajar los escalones. Aturdido, ya fuera por el nerviosismo o por la proximidad de la mujer o por ambas cosas, Palin escribió el nombre falso torpemente, dejando un manchón de tinta al final. Hecho esto, bajo la escrutadora y desconfiada mirada del Caballero Gris, el joven apartó la cortina, entró en la trastienda, y estuvo a punto de caer rodando por la escalera al encontrarla repentina e inesperadamente a sus pies. Empezó a correr la cortina.

—Déjala abierta —ordenó el Caballero Gris, que se adelantó para situarse al comienzo de la escalera, desde donde podía ver el laboratorio sin dejar de vigilar la puerta principal.

Palin se sentó al lado de Jenna, que sacó una tablilla de cera.

—Las ventajas de escribir un conjuro en un pergamino son evidentes —empezó la mujer, hablando en tono alto, didáctico—. No tienes que aprender el conjuro de memoria con anterioridad, y por tanto lo puedes utilizar a voluntad. Escribir ciertos conjuros, en particular los complicados, te permite conservar la mente libre para memorizar otros. La principal desventaja está en la dificultad de ponerlo por escrito, ya que es mucho más trabajoso que pronunciarlo. Esto se debe a que no sólo debes pronunciar las palabras a medida que las escribes, sino que también tienes que trazar cada letra a la perfección. Un solo descuido, y el conjuro no funciona.

»
Por supuesto, no vamos a escribir verdaderos hechizos hoy, ya que no estás lo bastante avanzado en tus estudios para eso. Vamos a practicar la caligrafía de las letras, y escribiremos en cera para que así puedas borrar cualquier error que cometas. Así, de este modo.

Jenna cogió un estilo y lo presionó contra la cera, empezando a trazar letras. Palin, que había aprendido a hacer todo esto años atrás y, de hecho, era muy experto en la preparación de pergaminos, apenas prestó atención. Estaba furioso consigo mismo. Por supuesto que los Caballeros Grises tenían que estar buscándolo. Había sido un necio al no pensar en esta posibilidad.

Jenna le dio un suave codazo para atraer su atención. La mujer lo miraba severamente y señalaba la tablilla de cera.

—Vamos, copia lo que he escrito.

Palin cogió el estilo, miró las letras, las volvió a mirar, y por fin entendió lo que pasaba. Jenna no había escrito palabras mágicas. Leyó:

Dalamar me advirtió de tu llegada. He estado intentando localizar a Usha. Creo que sigue en Palanthas, pero no sé exactamente dónde. No puedo ayudar gran cosa, porque me tienen vigilada constantemente.

Viendo que Palin había leído su mensaje, Jenna lo borró, y Palin escribió:

¿Cómo puedo encontrarla?

Jenna añadió debajo de su frase:

Es peligroso que deambules por la ciudad. Los caballeros nos tienen sometidos a una férrea vigilancia, con patrullas y puestos de control. Todos los ciudadanos deben tener la documentación requerida. Pero no te desanimes. Mi agente está buscándola y me ha informado que ya estaba cerca y que seguramente hoy sabría algo.

—Hay mucho silencio ahí abajo —dijo el Caballero Gris, que los observaba fijamente desde lo alto de la escalera.

—¿Y qué esperabas? Estamos estudiando —replicó Jenna con brusquedad.

Una campanilla que colgaba de un cordón de seda suspendido del techo repicó tres veces.

—Si es un cliente quien ha entrado en la tienda dile que enseguida estoy con él.

—No soy tu sirviente, señora —contestó el Caballero Gris con tono cáustico.

—Entonces, puedes marcharte de aquí cuando gustes —replicó ella mientras borraba lo escrito en la tablilla de cera. Luego, en voz baja, susurró a Palin:— Ese puede ser mi agente.

Se oyeron las pesadas botas del caballero cruzando la tienda. Después, llegó el alarmante sonido de un grito y de pelea.

—Es él —dijo Jenna, que se puso de pie y subió la escalera con precipitación.

Palin iba pisándole los talones, y chocó con ella cuando la mujer se frenó antes de cruzar la cortina.

—Finge que no lo conoces, y no digas nada. Deja que sea yo la que hable —susurró Jenna.

Palin, desconcertado, asintió con un cabeceo, y la hechicera entró en la tienda.

—¿Qué ocurre? —demandó.

—Un kender —respondió el Caballero Gris, ceñudo.

—Eso ya lo veo —dijo Jenna.

Palin miró y, justo a tiempo, recordó que se suponía que no conocía a esta persona.

Retorciéndose en las manos del caballero estaba Tasslehoff Burrfoot.

17

El agente de Jenna.

El Ganso y la Oca.

Una cerveza de jengibre estupenda.

—¡Ay, eso duele! ¿A ti te gustaría que alguien te retorciera el brazo hasta casi arrancártelo? Te digo que la dama Jenna quiere verme. Soy su agente. Oh, vaya, lo lamento mucho. No era mi intención morderte, pero tu mano se interpuso en el camino de mis dientes. ¿Te duele mucho? ¡Oooh! ¡Ooooh! ¡Basta! ¡Me estás arrancando el pelo de raíz! ¡Socorro! ¡Socorro!

—Por Gilean bendito, suéltalo —dijo Jenna.

El caballero tenía a Tasslehoff cogido por el copete.

—No querrás tener un kender en la tienda, señora —observó el caballero.

—La tienda es
mía -
-replicó Jenna bruscamente—. Al menos, de momento, hasta que me echéis del negocio y vuestros caballeros se encarguen de él. Pero, por ahora, éste es mi negocio, y lo llevaré como me plazca. ¡Suelta al kender!

El caballero lo hizo con evidente mala gana.

—Muy bien, señora, pero serás la responsable de las consecuencias.

—Yo que tú subiría a mis aposentos y me lavaría esa herida —aconsejó Jenna—. O, mejor aún, haría que uno de vuestros clérigos la curara. Nunca se sabe, pero el kender podría tener la rabia.

—No me sorprendería —replicó el caballero fríamente—. Recuerda esto, señora: tu tienda permanece abierta por consentimiento de los Caballeros de Takhisis. Podríamos cerrarla ahora mismo si quisiéramos, y no hay nadie que pueda impedírnoslo. De hecho, unos cuantos de tus vecinos nos darían las gracias probablemente, así que no abuses de mi paciencia.

Jenna ladeó la cabeza en un gesto desdeñoso, pero no replicó. El Caballero Gris subió la escalera sujetándose la mano herida. Tasslehoff hizo un gesto de dolor mientras se frotaba la cabeza.

—¿Se me han quedado los ojos rasgados como los de Dalamar? Es la sensación que me da. Ese bruto tiró con tanta fuerza que me estiró las cejas junto con el cuero cabelludo. No es un hombre agradable —sentenció Tas, y entonces, acercándose a Jenna, el kender bajó la voz:— Mentí. Lo mordí adrede.

—Se lo merecía —dijo la hechicera, sonriendo—. Pero ten más cuidado la próxima vez, porque la protección que puedo darte tiene un límite. No quiero tener que sacarte de la cárcel bajo fianza otra vez. ¿Encontraste el collar que busco? —preguntó en voz alta, lo bastante para que se la oyera desde el piso de arriba.

Tas miró de soslayo a Palin y le guiñó el ojo varias veces antes de responder en voz igualmente alta:

—Sí, dama Jenna, ¡lo encontré! ¡Sé exactamente dónde está!

—No lo habrás tocado, ¿verdad? —El tono de la mujer sonaba ansioso—. Ni tampoco habrás insinuado al dueño que tiene valor, supongo.

—El dueño ni siquiera me vio. Y el collar tampoco —añadió Tas, confidencialmente.

Jenna frunció el entrecejo ante este último comentario, y sacudió la cabeza. Se volvió hacia Palin.

—Joven mago, parece que no vamos a sacar mucho provecho hoy de la lección, y ya es la hora para la meditación de la tarde. ¿Me harías el favor de intentar adquirir ese collar para mí? Es mágico, pero el dueño no lo sabe, no tiene idea de su verdadero valor.

Para entonces, Palin ya se había imaginado que el supuesto collar debía de ser Usha. La idea de volver a verla hizo que el corazón le latiera más deprisa, y una sensación cosquilleante le enardeció la sangre. Toda idea de peligro desapareció de su mente, o al menos quedó relegada a un segundo plano.

—Sería un honor, dama Jenna, haceros ese favor —contestó, esforzándose porque su voz sonara indiferente, aunque casi estaba gritando por la excitación—. ¿Dónde está el collar?

—El kender te llevará allí. Márchate ahora, antes de que cierre la tienda.

Alzó los ojos hacia el piso de arriba, y Palin cogió la indirecta. Asintió en silencio.

—Buena suerte —dijo la hechicera suavemente al tiempo que le tendía la mano.

Palin la tomó entre las suyas y se la llevó a los labios respetuosamente.

—Gracias, señora —susurró. Vaciló un instante y luego agregó:— He visto el modo en que el caballero os miraba. Vos también corréis peligro.

Jenna se encogió de hombros y sonrió.

—Soy la única hechicera que queda en la ciudad. El Cónclave considera mi trabajo aquí muy importante. Pero no te preocupes, Palin Majere, sé cuidar de mí misma. Que la luz de Lunitari te alumbre el camino.

—Y que Solinari derrame sus gracias sobre vos, señora —contestó el joven.

—Gracias, Tas —repuso Jenna, que recuperó varios objetos valiosos que habían pasado de los estantes a la mochila del kender, y después lo acompañó a él y a Palin hasta la puerta.

—En realidad no encontré ningún collar —dijo Tas en el momento en que salieron a la calle.

—Lo sé —se apresuró a contestar Palin—, pero no vuelvas a decirlo hasta que nos encontremos lejos de aquí. —Echó a andar calle adelante rápidamente, mirando tras de sí de vez en cuando para asegurarse de que no los seguían.

—¡Punto en boca! —Tas trotaba para mantener el paso marcado por Palin—. ¿Cómo están Caramon y Tika? ¿Los dragones quemaron la posada como hicieron en la última guerra? ¿Dónde está Raistlin?

—¡Chitón! —advirtió el joven mientras miraba a su alrededor con alarma—. No menciones...

—Tenía un montón de preguntas que hacerle a Raistlin, sobre lo de estar muerto y todo lo demás —continuó Tas, sin prestarle atención—, pero Dalamar me sacó mágicamente de la torre tan deprisa que no tuve ocasión de plantear ninguna. A Raistlin siempre se le dio bien contestar preguntas. Bueno, casi siempre. A veces no, pero en esas ocasiones generalmente acababa de descubrir que había perdido la cosa sobre la que yo estaba haciendo preguntas. Pero, puesto que siempre le hacía el favor de encontrárselas, no habría tenido por qué mostrarse tan brusco conmigo. ¿Adónde dices que ha ido Raistlin?

—¡No lo he dicho! —respondió, ceñudo, Palin. Dos caballeros negros que venían por la calle los estaban mirando con atención—. ¡No menciones ese nombre! ¿Adónde vamos?

—Oh, a ningún sitio en particular —respondió el kender, evasivamente—. Sólo es una pequeña taberna que he encontrado. Sirven una cerveza de jengibre estupenda.

—¿Qué? —Palin hizo que Tas se parara en seco—. ¡No tenemos tiempo para ponernos a beber cerveza de jengibre!

Los dos caballeros habían frenado el paso y estaban prestando mucha atención a la conversación.

—¡Eso es mío, ladronzuelo! —Palin cogió el primer saquillo que vio asomando por el bolsillo del kender. Para su sorpresa, descubrió que la pequeña bolsa era realmente suya, una de las que el Caballero Gris había confiscado.

—Debió de caérsete... —empezó Tas.

Los dos caballeros rompieron a reír, sacudieron la cabeza y siguieron caminando.

Palin arrastró al kender hasta un callejón lateral.

—¡No tenemos tiempo para ir a una taberna! ¡Se supone que tengo que encontrar a Usha y llevarla a la Gran Biblioteca para reunimos allí con Raistlin esta noche!

—Y lo haremos —contestó Tas—. Sólo que no debemos ir hasta que oscurezca. El Gremio de Ladrones es muy especial con estas cosas. Conozco una bonita taberna que no está lejos...

—¡El Gremio de Ladrones! —exclamó, estupefacto, el joven—. ¿Me estás diciendo que Usha es una... ladrona?

—Triste, ¿verdad? —comentó Tasslehoff con actitud conmiserativa—. Yo también me quedé pasmado cuando me enteré. Robar a la gente es un delito imperdonable; es lo que solía decirme mi madre, y jamás me pillarás en...

—¿Estás seguro? —insistió Palin con nerviosismo—. Quizá te hayas equivocado.

—Te contaré cómo lo descubrí, ¿quieres? Podríamos ir a esa agradable taberna y...

Otros dos caballeros pasaron ante el callejón y se detuvieron para echar un vistazo.

Comprendiendo que resultaba más sospechoso estar parado en un callejón y hablando con un kender que si caminaban por una calle transitada, Palin aceptó, de mala gana, ir a la taberna. Los dos siguieron andando por la ciudad.

—Veamos —dijo Tas, pensativo—. La primera noche que pasé en Palanthas, fue la noche en que Raist... quiero decir, «ya sabes quién», nos sacó del laboratorio y Dalamar se quedó estupefacto y nada complacido al vernos hasta que él y «ya sabes quién» mantuvieron esa pequeña charla confidencial, ¿te acuerdas?

—Sí, me acuerdo. —Palin procuró dominar la impaciencia—. Háblame de Usha.

—Sí, eso es. Torcemos aquí, por esta calle lateral. Bien, la primera noche la pasé en prisión debido a un malentendido con un calderero por una bonita tetera que silbaba, y que yo sólo estaba examinando para ver qué llevaba dentro que la hiciera silbar así, cuando... —Palin frunció el ceño— ...y pasé la noche en la cárcel —se apresuró a terminar Tas. Suspiró.

»
La cárcel de Palanthas ya no es lo que era. Los Caballeros de Takhisis están ahora al mando, lo que al principio pensé que podría ser interesante, sobre todo si torturaban a la gente colgándola cabeza abajo, de los pies, y le atizan con hierros al rojo vivo. Pero no lo hacen. Lo de torturar, me refiero. Los caballeros son muy serios y estrictos y siempre estaban mandándonos que nos pusiéramos en fila y nos calláramos y que nos sentáramos y nos calláramos y que no nos moviéramos y nos calláramos. Y no había otros kenders. Pero eso ya te lo contaré después. Ah, ahí está la taberna. Por fuera tiene un aspecto un poco desastrado, y por dentro tampoco está mucho mejor, pero la cerveza de jengibre es muy buena.

Other books

Chains of Freedom by Selina Rosen
Carioca Fletch by Gregory Mcdonald
A Perfect Stranger by Danielle Steel
Steamed 2 (Steamed #2) by Nella Tyler
The Road to Rome by Ben Kane
The Ministry of Special Cases by Nathan Englander
Waiting for Him by Samantha Cole