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Authors: Irving Wallace

La isla de las tres sirenas (96 page)

BOOK: La isla de las tres sirenas
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—Tú ya sabes que no puedo hacerlo —dijo ella, tomando en serio su sarcasmo.

—Vamos, Tehura, descansa, ¿quieres? Estoy hecho polvo. Los dos necesitamos descansar. Te prometo que cuando nos conozcamos mejor, nuestro amor no tendrá nada que envidiar al de tus amigos.

Pero ella no quería soltarlo.

—¿Y si no fuese así, Marc? Yo no tendré una cabaña de Auxilio Social en California.

—Tendrás mi amor. ¿No te parece bastante?

—¿Bastante?

El se tumbó de nuevo dispuesto a descansar, fatigado por la larga jornada, la pesca, la caminata, la bebida y el orgasmo.

Ella se arrodilló a su lado.

—Marc —insistió con voz suplicante—, si tenemos que vivir juntos, tú debes aprender a amar. No es imposible. Tom Courtney aprendió. Tú también puedes aprender. Nosotros hemos aprendido a satisfacernos mutuamente y tú debes esforzarte por ser como nosotros. Yo te enseñaré, yo te ayudaré, pero ahora debemos continuar, ahora mismo.

Cuando aquel insulto consiguió atravesar el espeso velo formado por el alcohol y el agotamiento, su corazón empezó a dar furiosos saltos en el pecho. Haciendo un esfuerzo, se incorporó hasta quedar sentado.

—¿Que tú me enseñarás? —gritó, iracundo—. ¿Quién demonios crees que eres? ¿Quieres saberlo? No eres más que una putilla de color, un animalillo ignorante, y tienes mucha suerte de que yo te haga el favor de intentar convenirte en un ser humano. Ahora te ordeno que cierres el pico, si no quieres que me enfade de verdad. Si alguien tiene que enseñar algo, ése soy yo. No lo olvides. Por esta vez te perdono, pero que esto no se repita.

Con gran sorpresa vio que Tehura se levantaba, iba en busca del faldellín de hierbas y se lo colocaba de nuevo a la cintura con toda deliberación, mientras lo miraba fijamente.

—¿Puede saberse qué haces? —preguntó.

—Ya tengo bastante de ti —dijo Tehura, acabando de abrocharse la falda—, tu mujer tiene razón.

—¿Mi mujer? —exclamó Marc—. ¿Qué tiene que ver mi mujer con esto?

Tehura no se dejó intimidar por su tono iracundo. Valientemente le contestó:

—Tu mujer estuvo aquí esta tarde, para verme, y me habló de ti.

—¿Estuvo aquí? ¿Para qué?

—Se enteró, por una fotografía, que tú me habías dado el medallón de brillantes. Vino a verme y me habló de ti.

—Asquerosa bruja. ¿Y tú le hiciste caso?

—No. Creí que no era más que una esposa celosa. Ya ves que ni siquiera te lo mencioné. Pero ahora sí puedo decírtelo, Marc, porque he comprendido que tiene razón.

El se puso en pie y la miró con expresión torva.

—¡Tiene razón, en qué?

—No sabía si tú me querías para amante o esposa, pero conjeturó que sería para una de las dos cosas. Y en ambos casos dijo que me compadecía. Añadió que tú me has mentido al hablarme de lo que sería nuestra vida en Estados Unidos. Que sólo piensas en ti mismo. Que eres incapaz de satisfacer a una mujer. Que como amante no vales nada. Yo entonces me reí, pero ahora siento deseos de llorar, porque he podido comprobar que era verdad. Tiene razón en todo.

Marc había quedado sin habla. Estaba casi ciego de cólera. Sintió deseos de estrangular a aquella putilla de color. Sí, de estrangularla hasta que callase de una vez. Lo único que le contuvo fue el recuerdo de lo que Garrity le había pedido: que trajese una prueba tangible de la existencia de Las Sirenas. Tehura era aquella prueba y Marc sabía que no podía arriesgarse a perderla.

Ella continuó, implacable. No quería callar:

—Te dije una vez que sabía cuál era tu mal. Ahora lo sé perfectamente y tu mujer lo ha sabido siempre. ¿Por qué te encolerizaste cuando ella mostró el pecho la primera vez? ¿Por qué te encolerizas ante todo cuanto ella hace? Te enfadas porque sabes que un día puede encontrar hombres que la hagan más feliz que tú, en la cama y fuera de ella, y tú quieres evitarlo, y evitar incluso que lo piense. Sabes que no puedes darle lo que otros hombres le darían y esto te llena de temor constante. Tienes vergüenza de ti mismo, de ti mismo como hombre, y por lo tanto te apartas de tu mujer y de ti mismo, y consideras pecaminoso y malo todo lo que se refiere al amor. Te hallas dominado por un temor constante porque te falta virilidad.

Pero tú no sabes lo que es verdaderamente malo. Lo que es malo es que podrías aprender, pero no quieres hacerlo para no demostrar a los demás y al mundo que eres un hombre débil y prefieres conservarlo en secreto. Pero para tu esposa no es un secreto y ahora tampoco lo es para mí. Adiós,

Marc.

Dio media vuelta para dirigirse a la estancia delantera, pero Marc la persiguió y le cerró el paso de un salto.

—¿Adónde vas? —preguntó con tono perentorio.

—A casa de Poma —dijo ella con ojos llameantes—. Voy a quedarme con ella.

—¿Y decirle que no te irás conmigo? ¿Es eso lo que le dirás?

—Sí —contestó Tehura—, eso mismo.

—¿Y hacer que llame a su hermano y ponga sobre aviso a todo el poblado, pequeña sinvergüenza? —Las últimas esperanzas de conciliación le habían abandonado—. ¿Crees que voy a permitir que hagas eso?

—Haz lo que te dé la gana. A nadie le importa lo que hagas. Haz lo que quieras, y déjame en paz.

El continuó interponiéndose entre ella y la puerta.

—De aquí no te irás sola —dijo—. Te irás conmigo a la playa. Cuando esté en la canoa, ya podrás marcharte. Tienes que saber que nunca pensé de verdad en llevarte conmigo. Sólo quería la embarcación y divertirme contigo.

—¡Apártate!

—¡No me da la gana!

Tehura se arrojó sobre él, tratando de apartarlo y de alcanzar la puerta. El se resistió, la agarró por los hombros y le dio un empellón. Tehura se tambaleó y después, con el rostro contraído, volvió a la carga, intentando abrirse paso. El la interceptó de nuevo, pero ella se puso a arañarle ferozmente las mejillas.

El dolor de su piel desgarrada le hizo gritar y la golpeó con la mano.

La joven sollozó, pero continuó clavándole las uñas en el rostro. Marc cerró el puño derecho, mientras se esforzaba por mantenerla a distancia con la mano izquierda, y después le asestó un tremendo puñetazo al rostro. El golpe la alcanzó en el pómulo, la levantó del suelo y la envió dando traspiés a un rincón, donde cayó pesadamente de espaldas. La base del cráneo chocó contra la imagen de piedra del rincón produciendo un crujido que resonó en toda la estancia.

Durante un segundo Tehura permaneció tendida en el suelo mientras los ojos le giraban en las órbitas y después los cerró, para quedar tumbada de costado sobre la esterilla en la postura acurrucada y grotesca de tantos cadáveres que las excavaciones han sacado a la luz en las ruinas de Pompeya.

Marc se inclinó sobre el cuerpo caído, exhausto y jadeante. Cuando consiguió recobrar el aliento, se arrodilló y se inclinó más para contemplarle el rostro. Tehura estaba desvanecida, pero respiraba débilmente.

Más vale así, pensó Marc; así este animalillo ignorante estar sin conocimiento durante algunas horas. Tenía tiempo más que sobrado y de paso se libraría de ella. Llegó a la conclusión de que no la necesitaba personalmente. Las fotografías serían prueba más que sobrada de la existencia de Las Tres Sirenas. Debía ir a la playa y embarcar en la canoa lo antes posible.

Con paso incierto volvió a la habitación posterior. La silueta de Tehura aún estaba marcada profundamente en el lecho. Le complació verla. De todos modos, ya había obtenido de ella todo cuanto deseaba, los medios de fuga y el solaz.

Con movimientos apresurados, empezó a vestirse…

Para Claire Hayden fue aquella otra de las noches extrañas de su vida una noche que vivió sin darse apenas cuenta de lo que la rodeaba, sumida profundamente en aquella parte de sí misma donde guardaba los recuerdos del pasado. Cada vez más, desde que se transformó extraoficialmente de Claire Hayden en Claire Emerson, se complacía en recordar lo que fue la vida de Claire Emerson y no la de Claire Hayden. No fue la más perfecta de las vidas, ni mucho menos, pero era lejana, muy lejana y por consiguiente resultaba confortadora.

Aquellas excavaciones en el pasado durante sus veladas arqueológicas, como las llamaba con cierta ironía, eran m s bien malsanas, sobre todo cuando descubría cantidades desusadas de ruinas. Ningún libro ni ningún médico podían decir que aquellos retornos al pasado eran malos, pero ella lo intuía, porque representaban un modo de evadirse de la realidad. Aquello le producía una sensación de culpabilidad muy semejante a la que su madre creó en ella al decirle: "Estarás mucho tiempo aún con la nariz metida en esos librotes, Claire? No es sano que una chica joven se convierta en una rata de biblioteca. Tendría que darte más el aire". Obediente, ella siempre dejaba el mundo mejor por el peor. El eco de la voz de su madre resonó de nuevo en sus oídos aquella noche solitaria en el Pacífico, y entonces abandonó el mundo mejor para cambiarlo por el mundo de su lucha diaria.

No quería pensar en su escena con Marc de aquella mañana, tan baja y desagradable, o de la que sostuvo hacía seis o siete horas con Tehura, tan desdichada. Durante toda la tarde y parte de la noche había estado esperando y confiando en que Tom Courtney pasara a verla, como le había prometido. Deseaba hablar francamente con él para descargar su corazón herido y así la realidad se convertiría en un mundo más atractivo. Quería hablarle de Marc y de su entrevista con Tehura. Después, sus sentimientos y su situación quizá se clarificarían más en su espíritu.

En realidad, según recordaba muy bien, fue Tom quien manifestó deseos de verla. Sabía que ella iría a visitar a Tehura y sentía ansiedad por saber el resultado de la visita. Añadió que estaría ocupado durante casi toda la velada. Había prometido acompañar a Sam Karpowicz y Maud a una cena con los miembros de la Jerarquía y tenía que ayudar a Sam a preparar otro reportaje fotográfico de la Jerarquía durante una de sus asambleas.

Mientras esperaba a Tom preguntándose si ya no sería demasiado tarde para que viniese, Claire se dijo que el recuerdo de su madre le había inspirado el deseo de escribirle. Su relación epistolar era más bien esporádica, pero Claire no había escrito ni una sola carta a su madre desde que llegó a Las Tres Sirenas.

Así, escribiendo a su madre, pasó casi todo el tiempo que aún faltaba para la media noche. Escribió una carta de tres hojas. Cuando hubo terminado, sintió deseos de escribir a varias amigas suyas y matrimonios que conocía antes de casarse con Marc. Cuando empezó a sentir calambres en la mano, terminada ya esta repentina correspondencia y listos los sobres, se preguntó qué la había impulsado a escribir a su madre y a aquellas antiguas amistades. Entonces lo comprendió. Todas aquellas personas pertenecían a los tiempos de Claire Emerson y era ésta quien volvía a ellas para resucitarlas en su vida a fin de no sentirse tan sola en el futuro inmediato, en que de nuevo volvería a ser una joven soltera.

Pasada la medianoche, pensó que Tom ya no vendría. Este pensamiento la desilusionó, pero luego pensó que le vería al día siguiente. Pensó que había llegado el momento de tomar el somnífero. Cuando se hubiese desnudado para acostarse, ya estaría muy soñolienta y no pensaría mucho.

Antes de que pudiera ir en busca de las tabletas, oyó rumor de conversación cerca de la choza.

Se acercó a la puerta de entrada y la abrió, viendo que Tom Courtney se acercaba. El le hizo un amistoso gesto de salutación.

—No creí encontrarte levantada —dijo—. Sólo venía a ver si aún tenías la luz encendida.

—Esperaba que vinieses. ¿Con quién has estado hasta ahora?

—He acompañado a Sam y Maud. Sam ha hecho unas fotos muy buenas esta noche. Está más contento que unas pascuas. —Courtney movió la cabeza—. Ojalá yo pudiese entusiasmarme así. —Mantenía la puerta abierta y preguntó—: ¿Te importa que pase un momento?

—Al contrario. No tengo ni pizca de sueño. Y tengo muchas ganas de charlar.

El la siguió a la improvisada sala. Claire volvió a la puerta para entreabrirla un poco.

—La dejaré un poco abierta, para que entre el aire.

El sonrió.

—Y para que no digan.

Claire volvió al centro de la estancia, diciendo:

—Me importa dos pepinos lo que digan. Mírame bien. —Hizo una pirueta ante él y la falda se le alzó más arriba de las rodillas—. Tienes ante ti a la ex señora Hayden.

Courtney enarcó las cejas.

—¿Hablas en serio?

—La más ex señora Hayden que existe.

Courtney parecía algo embarazado.

—La verdad es que yo… —empezó a decir.

—Tú eras un abogado especializado en divorcios; así es que sabes muy bien lo que se pregunta en estos casos. No sientas el menor embarazo y pregúntamelo. Mejor dicho, no tienes que preguntarme nada. Yo te lo diré todo con mucho gusto, caso de que te interese.

—Pues no ha de interesarme… ¿Se refiere a Tehura?

—Ella es quien menos pinta en este asunto —dijo Claíre—. Pero cumplamos con los preceptos de la urbanidad. ¿Qué quieres tomar?

—Un poco de whisky con agua, gracias.

—Dicho y hecho.

Courtney se sentó para contemplarla pensativo mientras ella sacaba la botella de whisky, dos tazas de latón y un jarro de agua. Mientras ella preparaba las bebidas, dijo:

—Te veo muy contenta para ser una ex. Las que venían a visitarme al bufete nunca estaban tan contentas. Por el contrario, venían hechas una furia.

—Es que me he quitado un peso de encima —contestó Claire sentándose a su vez—.Siento un alivio enorme. —Le ofreció la taza y vio por la expresión de Tom que no la comprendía—. Voy a tratar de explicártelo, Tom —dijo, tomando su taza—. Es decir, lo que siento. Es algo parecido a esas entrevistas desagradables que no hay más remedio que afrontar, para despedir a alguien o, más bien, para decir a alguien que te has enterado de que te estaba haciendo objeto de una estafa. Cuando se aproxima la hora de una de esas entrevistas, nos ponemos nerviosos y desquiciados, pero cuando por fin podemos desembuchar todo lo que teníamos que decir, quedamos muy aliviados. Más o menos, esto es lo que siento ahora. —Levantó la taza—. ¿Brindamos?

—Brindemos —dijo él, levantando la suya.

—Por la quinta libertad —dijo Claire—, por la libertad del matrimonio… el malo, por supuesto.

Ambos bebieron y ella lo observó por encima de la taza. Tom rehuía su mirada.

—Ya veo que te he puesto violento, Tom —dijo Claire de pronto—.

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