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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, Policíaco

La jota de corazones (24 page)

BOOK: La jota de corazones
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Pensé en mi madre, en mi hermana, en mis amistades. Temer por el dolor y la muerte de alguien a quien amas tenía que ser peor que temer por la propia vida. Fijé la mirada en unos faros que se aproximaban por la oscura y angosta carretera. Un coche que no reconocí dio la vuelta y se detuvo no lejos del mío. Al vislumbrar el perfil de su conductor, la adrenalina me corrió por las venas como una descarga eléctrica.

Mark James descendió del que supuse sería un coche de alquiler. Bajé el cristal de la ventanilla y lo miré fijamente, demasiado sorprendida para hablar.

—Hola, Kay.

Wesley me había dicho que no era una buena noche, había intentado convencerme de que no fuera, y ahora comprendía por qué. Mark estaba de visita. Tal vez Connie le había pedido que viniera a buscarme, o tal vez se había ofrecido él. No podía imaginar cuál habría sido mi reacción si hubiera llegado a casa de Wesley y me hubiera encontrado a Mark sentado en la sala.

—Desde aquí a casa de Benton hay un verdadero laberinto —dijo Mark—. Te aconsejo que dejes el coche. No le pasará nada. Te llevaré luego para que no te pierdas en el camino de vuelta.

Sin decir palabra, aparqué el coche más cerca de la tienda y subí al suyo.

—¿Cómo estás? —preguntó con voz queda.

—Bien.

—¿Y tu familia? ¿Cómo está Lucy?

Lucy todavía me preguntaba por él. Nunca sabía qué contestarle.

—Bien —repetí.

Al contemplar su rostro, sus fuertes manos posadas sobre el volante, todos los contornos, surcos y venas que tan familiares y maravillosos eran para mí, el corazón me dolió de emoción. Lo odiaba y lo amaba al mismo tiempo.

—¿Va bien el trabajo?

—Por favor, deja de ser tan condenadamente cortés, Mark.

—¿Prefieres que me ponga grosero como tú?

—Yo no me he puesto grosera.

—¿Qué coño quieres que diga?

No contesté.

Conectó la radio y nos internamos más profundamente en la noche.

—Ya sé que resulta violento, Kay. —Mantenía la vista fija al frente—. Lo siento.

Benton sugirió que viniera a buscarte.

—Muy considerado por su parte —contesté, con sarcasmo.

—No lo he dicho en ese sentido. Si no me lo hubiese pedido, yo habría insistido en venir. No podías imaginarte que yo estuviera aquí.

Tomamos una curva cerrada y llegamos ante la parcela de Wesley.

Cuando nos detuvimos en el camino de acceso, comentó:

—Creo que lo mejor será que te advierta que Wesley no está de muy buen humor.

—Yo tampoco —repliqué fríamente.

Habían encendido el fuego en la sala, y Wesley estaba sentado junto al hogar, con un maletín abierto apoyado contra la pata de su asiento y una bebida en la mesita cercana. No se levantó cuando entré, pero inclinó ligeramente la cabeza mientras Connie me invitaba a sentarme en el sofá. Me senté en un extremo, y Mark en el otro.

Connie se fue a buscar café y comencé de inmediato:

—Mark, no sabía que estuvieras metido en todo esto.

—No hay mucho que saber. He estado unos días en Quantico y pasaré la noche con Connie y Benton antes de regresar mañana a Denver. No participo en la investigación ni me han asignado a los casos.

—De acuerdo, pero los conoces.

Me hubiera gustado saber de qué habían hablado Wesley y Mark en mi ausencia.

Me habría gustado saber qué le había dicho Wesley de mí.

—Los conoce —respondió Wesley.

—Entonces, os lo preguntaré a los dos —dije —. La encerrona a Pat Harvey, ¿se la tendió el FBI? ¿O fue la CIA?

Wesley no se movió ni cambió de expresión.

—¿Qué te hace suponer que ha habido una encerrona?

—Evidentemente, la táctica de desinformación del FBI pretendía algo más que atraer al asesino. Alguien tenía la intención de destruir la credibilidad de Pat Harvey, y la prensa lo ha conseguido por completo.

—Ni siquiera el presidente tiene tanta influencia sobre los medios de comunicación.

En este país, no.

—No insultes mi inteligencia, Benton —protesté.

—Lo que hizo estaba previsto. Digámoslo así.

—Y vosotros tendisteis la trampa —dije.

—Nadie habló por ella en la conferencia de prensa.

—No importa, porque no hizo falta. Alguien se aseguró de que sus acusaciones se reflejaran en la prensa como los desvaríos de una lunática. ¿Quién aleccionó a los periodistas, a los políticos, a sus antiguos aliados? ¿Quién filtró el dato de que consultaba a una vidente? ¿Fuiste tú, Benton?

—No.

—Pat Harvey habló con Hilda Ozimek el pasado otoño —proseguí —. Pero no se ha publicado hasta ahora, lo cual quiere decir que la prensa no lo ha sabido hasta ahora.

Ha sido una vileza, Benton. Tú mismo me dijiste que el FBI y el Servicio Secreto han recurrido a Hilda Ozimek en más de una ocasión. Y seguramente por eso la señora Harvey oyó hablar de ella.

Connie regresó con mi café y volvió a salir tan rápidamente como había entrado.

Sentía los ojos de Mark sobre mí, la tensión. Wesley seguía mirando el fuego.

—Creo que conozco la verdad. —No hice ningún esfuerzo para disimular mi indignación—. Y tengo la intención de sacarla a la luz. Si no podéis acomodaros a eso, no creo que me sea posible seguir acomodándome a vosotros.

—¿Qué insinúas, Kay? —Wesley volvió la mirada hacia mí.

—Si vuelve a ocurrir, si muere otra pareja, no puedo garantizar que los periodistas no se enteren de lo que realmente está pasando…

—Kay. —Fue Mark quien me interrumpió, y me negué a mirarlo. Hacía todo lo posible por mantenerlo al margen—. No vayas a dar un traspié como el de la señora Harvey.

—No se puede decir que ella tropezara sola —objeté—. Creo que tiene razón. Se está ocultando algo.

—Le has enviado tus informes, supongo —dijo Wesley.

—Sí. No seguiré tomando parte en esta manipulación.

—Ha sido un error.

—El error fue no enviarlos antes.

—¿Figura en ellos información sobre la bala que extrajiste del cadáver de Deborah?

¿Especifica que era una Hydra Shok de nueve milímetros?

—La marca y el calibre deben aparecer en el informe de balística —le expliqué—. Yo no envío copias de los informes de balística, como no las enviaría de los informes policiales, por que en ningún caso se han redactado en mi oficina. Pero me gustaría saber por qué te interesa tanto este detalle.

En vista de que Wesley no respondía, intervino Mark.

—Benton, esto hay que solucionarlo.

Wesley permaneció en silencio.

—Creo que Kay debe saberlo —añadió Mark.

—Creo que ya lo sé —intervine—. Creo que el FBI tiene motivos para temer que el asesino es un agente federal que se ha desquiciado; muy posiblemente, alguien de Camp Peary.

El viento gemía en los aleros, y Wesley se levantó para arreglar el fuego.

Puso otro tronco, lo cambió de lugar con el atizador y retiró las cenizas del hogar, sin apresurarse. De nuevo sentado, cogió el vaso y preguntó:

—¿Cómo has llegado a esa conclusión?

—No importa —contesté.

—¿Te lo ha dicho alguien directamente?

—No, no directamente. —Saqué los cigarrillos—. ¿Cuánto hace que lo sospechas, Benton?

Respondió tras una vacilación.

—Creo que te conviene más ignorar los detalles. De veras lo creo. Sólo será una carga. Y muy pesada.

—Ya llevo una carga muy pesada. Y estoy cansada de tropezar con desinformación.

—Tienes que asegurarme que nada de lo que hablemos saldrá de esta habitación.

—Me conoces demasiado bien para preocuparte ahora por eso.

—Camp Peary entró en escena poco después de que empezaran los casos.

—¿Debido a su cercanía?

Miró hacia Mark.

—Explícaselo tú —le dijo.

Volví la cara hacia el hombre que en otro tiempo había compartido mi cama y dominado mis sueños. Vestía unos pantalones de pana azul marino y una camisa de rayas rojas y blancas que ya le había visto otras veces. Era de piernas largas y esbelto.

Su cabellera oscura era gris en las sienes, los ojos verdes, la barbilla fuerte, las facciones refinadas, y todavía gesticulaba levemente y se inclinaba hacia delante al hablar.

—En parte, la CIA se interesó porque los casos sucedían muy cerca de Camp Peary comenzó Mark —. Y estoy seguro de que no te sorprenderás si te digo que la CIA está al corriente de casi todo lo que sucede en las cercanías de su campo de entrenamiento.

Saben más de lo que nadie imaginaría y, de hecho, en las maniobras de rutina se suele utilizar a los habitantes y escenarios locales.

—¿Qué clase de maniobras? —quise saber.

—De observación, por ejemplo. Los oficiales que se entrenan en Camp Peary hacen prácticas de observación utilizando a los ciudadanos locales como cobayas, a falta de otra palabra mejor. Los oficiales montan operaciones de vigilancia en lugares públicos, restaurantes, bares, centros comerciales. Siguen a la gente en coche, a pie, toman fotografías y todo eso. Naturalmente, nadie sabe que lo hacen. Y no perjudican a nadie, supongo, aunque a los habitantes de la zona no les gustaría demasiado saber que son seguidos, observados o fotografiados.

—Eso creo —asentí, incómoda.

—En estas maniobras —prosiguió—, también se hace otro tipo de prácticas. Un oficial puede fingir que ha tenido una avería en el coche y hacer parar a un automovilista para pedirle ayuda, para ver hasta qué punto es capaz de ganarse su confianza. Puede hacerse pasar por un agente de la ley, por el conductor de una grúa, por cualquier cosa. Son todo prácticas para las operaciones en el extranjero, para enseñar a la gente a espiar sin ser espiados.

—Y es un modus operandi que se acerca a lo que está ocurriendo con estas parejas concluí.

—De eso se trata —intervino Wesley—. Algún alto cargo de Camp Peary empezó a preocuparse. Nos pidieron que ayudáramos a controlar la situación. Y luego, cuando la segunda pareja apareció muerta y se comprobó que el modus operandi era el mismo, quedó establecida la pauta. La CIA empezó a sentir pánico. Ya son unos paranoicos de por sí, Kay, y lo último que necesitaban era descubrir que uno de sus oficiales de Camp Peary se dedicaba a practicar asesinatos.

—La CIA nunca ha reconocido que Camp Peary sea su principal base de entrenamiento —observé.

—Es del conocimiento público —dijo Mark, mirándome a los ojos—. Pero tienes razón, la CIA no lo ha reconocido nunca. Ni desea hacerlo.

—Más motivo, entonces, para que no quisieran ver relacionados los asesinatos con Camp Peary —comenté; me preguntaba qué debía de estar sintiendo él. Quizá no sintiera nada.

—Éste y muchos otros motivos —tomó la palabra Wesley—. La publicidad sería devastadora, ¿y cuándo fue la última vez que leíste algo positivo sobre la CIA? Imelda Marcos fue acusada de robo y estafa, y la defensa aseguró que todas las transacciones de los Marcos se realizaron con el pleno consentimiento y beneplácito de la CIA… —No estaría tan tenso, no temería tanto mirarme si no sintiera nada—. Luego se supo que la CIA tenía en nómina a Noriega. —Wesley seguía su argumentación—. No hace mucho, se publicó que la protección de la CIA a un narcotraficante sirio permitió colocar una bomba en un 747 de Pan Am que estalló sobre Escocia y causó la muerte de doscientas setenta personas. Por no hablar de otra acusación más reciente, la de que la CIA está financiando ciertas guerras de drogas en Asia a fin de desestabilizar algunos gobiernos de la zona.

—Si finalmente resulta que las parejas fueron asesinadas por un agente de la CIA de Camp Peary —observó Mark, apartan do la vista de mí—, ya puedes imaginar cuál sería la reacción de la gente.

—Es inconcebible —dije, y me esforcé por concentrarme en la conversación—. Pero ¿por qué está tan segura la CIA de que estos asesinatos han sido cometidos por uno de los suyos? ¿Qué pruebas tienen?

—Más que nada, circunstanciales —me explicó Mark—. El toque militar de dejar un naipe. La semejanza entre el modus operandi del asesino y los ejercicios que se realizan en el interior de la Granja y en las calles de las poblaciones vecinas. Por ejemplo, las zonas boscosas donde se han encontrado los cuerpos recuerdan mucho las «zonas de matanza» del interior de Camp Peary, donde los agentes practican con granadas y armas automáticas y utilizan todos los trucos del oficio, como los dispositivos de visión nocturna, que les permiten moverse por el bosque en plena oscuridad. También se entrenan en técnicas de defensa y aprenden a desarmar a un enemigo, a mutilar y a matar con las manos desnudas.

—En vista de que la causa de la muerte de las parejas no es evidente —dijo Wesley— ,cabía preguntarse si no las asesinaban sin utilizar armas. Por estrangulación, por ejemplo. O aun que las degollaran, eso también es algo que se relaciona con la guerrilla: la eliminación del enemigo de forma rápida y silenciosa. Le cortas la tráquea y ya no hace ningún ruido.

—Pero a Deborah Harvey le pegaron un tiro —objeté.

—Con un arma automática o semiautomática —replicó Wesley—; bien una pistola o bien algo parecido a una Uzi. Munición poco corriente, relacionada con agentes de la ley, mercenarios, gente que tiene por blanco a seres humanos. No se usan balas explosivas ni munición Hydra-Shok para cazar ciervos. —Tras una pausa, añadió— Creo que esto te permitirá comprender mejor por qué no queremos que Pat Harvey se entere del tipo de arma y munición que se utilizó para matar a su hija.

—¿Y las amenazas a las que la señora Harvey se refirió en la rueda de prensa? pregunté.

—Es verdad —reconoció Wesley—. Poco después de que fuera nombrada directora de Política Nacional Antidroga, alguien le envió mensajes con amenazas contra ella y su familia. No es verdad que el FBI no se lo tomara en serio. Ya la han amenazado antes y siempre nos lo hemos tomado en serio. Sospechamos quién se esconde tras las amenazas más recientes y no creemos que estén relacionadas con el homicidio de Deborah.

—La señora Harvey acusó también a «una agencia federal» —recordé—. ¿Se refería a la CIA? ¿Está enterada de lo que acabáis de contarme?

—Eso me preocupa —admitió Wesley—. Ha hecho comentarios que permiten suponer que sabe algo, y lo que dijo en la rueda de prensa aún aumenta mi aprensión. Cabe en lo posible que se refiriese a la CIA, pero también podría ser que no. Pat Harvey tiene una red formidable. Para empezar, tiene acceso a información de la CIA, siempre que esté relacionada con el tráfico de drogas. Y más inquietante todavía es su estrecha amistad con un antiguo embajador ante las Naciones Unidas que forma parte del Consejo Asesor del presidente sobre Inteligencia Extranjera. Los miembros de este consejo tienen derecho a recibir informes de alto secreto sobre cualquier tema en cualquier momento. El consejo sabe lo que está ocurriendo, Kay. Es posible que la señora Harvey lo sepa todo.

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