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Authors: Anne Rice

Tags: #Erótico, Relato

La liberación de la Bella Durmiente (9 page)

BOOK: La liberación de la Bella Durmiente
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Se acabó demasiado deprisa, aunque no tanto. ¿Cuánto tiempo podría continuar contorsionándose, soñando con el orgasmo? Imploró en silencio por conseguir algún alivio y, cuando él la dejó en el suelo, Bella arqueó el cuerpo como nunca lo hizo antes, al menos eso pareció.

El amo tiró con suavidad de las traíllas. La princesa se dobló, con la frente pegada al suelo, y comenzó a reptar. Le pareció que nunca antes había sido esclava en un sentido más pleno.

Aunque prácticamente ya no poseía capacidad alguna de pensar, mientras Bella seguía a su amo fuera de los baños fue consciente de que ya no podía recordar un tiempo en el que hubiera llevado ropa, caminado y hablado con sus semejantes o dando órdenes a otros. Su desnudez e indefensión eran un rasgo innato, más aquí, en estos espaciosos pasillos de mármol que en cualquier otro sitio. Sabía, sin lugar a dudas, que amaría enteramente a este dueño.

Podría haber dicho que se trataba de un acto de voluntad, que después de hablar con Tristán simplemente lo había decidido así. Pero en este hombre había demasiadas peculiaridades, incluso en la delicada manera en que la había preparado a ella.

El lugar en sí ejercía en ella una influencia mágica. ¡Y creía que adoraba el rigor del pueblo!

¿Por qué tenía que desprenderse de ella en ese instante, y llevarla a otras personas? Pero no estaba permitido hacer preguntas...

Mientras avanzaban juntos por el pasillo, Bella oyó por primera vez la suave respiración y los suspiros de los esclavos que decoraban los nichos situados a ambos lados de su recorrido. Parecía un coro mudo de perfecta devoción.

Aquello, junto con su propio estado de ánimo, le provocó tal confusión que perdió toda noción del tiempo y del espacio.

LA PRIMERA PRUEBA DE OBEDIENCIA

Cuando se detuvieron ante una puerta, Bella se atrevió a besar la pantufla de su amo. Por este gesto, él la premió acariciándole el cabello y susurrándole en voz baja:

—Cariño, me agradáis mucho. Pero ahora ha llegado el momento de vuestra primera prueba. Aseguraos de que deslumbráis a quien tengáis delante.

Por un instante, el corazón de Bella dejó de latir, y contuvo la respiración cuando oyó que él llamaba a la puerta que tenían delante.

Al cabo de un momento la puerta se abrió. Dos sirvientes les abrieron paso. Una vez más, la princesa se apresuró a cruzar el suelo pulimentado, pero un sonido confuso que se oía a lo lejos le llamó la atención.

Eran voces femeninas y risas, que llegaban en oleadas, y de pronto le helaron el alma.

Con un ligero tirón de las traíllas, el amo la había obligado a detenerse. Él charlaba afablemente con los dos hombres. Qué civilizado resultaba todo aquello. Daba la impresión de que ella no estaba presente, con las abrazaderas en los pezones, el pelo recogido en lo alto de la cabeza para mostrar su cuello desnudo y el rostro al rojo vivo.

¿Cuántos esclavos como ella habían visto ya estos hombres? ¿Qué era ella? ¿Una desconocida más, destacable tal vez sólo por el inhabitual color rubio de su pelo?

La breve conversación pronto concluyó. Su señor sacudió las cadenas y guió a Bella hasta una pared donde la princesa descubrió una abertura.

Era un pasadizo al que sólo se podía acceder a gatas. A otro extremo distinguió la brillante luz del sol. Las risas femeninas y la charla reverberaban audiblemente a través del corredor.

Bella se retrajo, asustada por el pasadizo y por las voces. Era el harén. Tenía que serlo. ¿Cómo le había llamado, el harén de las hermosas y virtuosas esposas reales? ¿Y era así como debía entrar, a solas, sin el amo? ¿Como una bestia a la que sueltan en un ruedo?

¿Por qué él había escogido esto para ella? ¿Por qué? De pronto el miedo la paralizó. Temía a las mujeres más de lo que se imaginaba. Al fin y al cabo, no eran princesas de su propia clase, ni amas trabajadoras que la trataban severamente por necesidad. No tenía ni idea de qué eran, tan sólo sabía que eran diferentes a cualquier persona que hubiera conocido antes. ¿Qué iban a hacerle? ¿Qué esperaban de ella?

Que la entregaran a ellas le parecía una de las humillaciones más horrorosas. Eran mujeres que permanecían ocultas y recluidas para el placer de su esposo. No obstante, por algún motivo le parecían más peligrosas que los hombres de palacio. No se sentía capaz de desentrañar aquel enigma.

Se retrajo aún más y oyó que los dos hombres se reían. Entonces el amo se inclinó de inmediato y llevó los dos blandos mangos de las traíllas a la boca de Bella. Le arregló el cabello, le retocó un pequeño mechón y le pellizcó la mejilla.

Bella intentó no gritar.

Luego él la empujó por el trasero con firmeza y seguridad; su mano, en contacto con las delgadas marcas provocadas por la delicada correa de cuero, le pareció a Bella fuerte y cálida. La muchacha se esforzó por obedecer, aunque sollozando silenciosamente con la pequeña mordaza de los asideros de las traíllas en la boca.

No tenía otra opción. ¿No le había dicho lo que esperaba de ella? En cuanto entrara en el pasadizo, no podría pararse. Sería completamente deshonroso.

Pero justo cuando el valor volvía a fallarle, cuando un torrente de ruido especialmente sonoro llegó rodando como una bola por el corredor, Bella sintió los labios de él contra su mejilla. El amo estaba de rodillas, junto a ella. Le pasó la mano entre los pechos y los recogió con ternura entre sus largos dedos. Entonces le susurró al oído.

—No me falléis, querida mía.

Desprendiéndose del calor del contacto de su mano, Bella se introdujo inmediatamente en la abertura. Le escocían las mejillas a causa de la humillación que sentía por llevar las correíllas en su propia boca, por arrastrarse espontáneamente a través de este retumbante pasadizo de piedra pulida, con toda certeza por las manos y las rodillas de otros esclavos, y también sentía la humillación de tener que salir de este modo tan abyecto.

Pero se movió cada vez más deprisa en dirección a la luz, a las voces. Abrigaba alguna débil esperanza de que, independientemente de lo atroz que resultara la experiencia, tal vez pudiera aprovechar la pasión que nacía inevitablemente en ella. Su sexo se hinchó y se convulsionó lleno de vida. Si no fueran tantas, tantísimas... ¿Cuándo había sido entregada a tantas personas?

En cuestión de segundos salió a la luz.

Emergió a gatas, sobre el suelo, en medio del círculo aturdidor de charlas y risas.

De todas partes una multitud de pares de pies se aproximó a ella. Los largos velos que caían alrededor de ellos eran finísimos, de un tenue resplandor. La luz del sol producía mil reflejos en las tobilleras doradas y en los anillos de los dedos de los pies, con esmeraldas y rubíes incrustados.

Bella se agazapó aún más, asustada por el tumulto y el frenesí pero, en cuestión de segundos, una docena de manos la agarraron y la alzaron hasta ponerla de pie. A su alrededor se apiñaba un grupo de espléndidas mujeres. Vislumbró rostros de piel aceitunada con los ojos perfilados con oscuras líneas y trenzas caídas sobre hombros desnudos. Los bombachos ondulantes que vestían eran casi transparentes, sólo la parte inferior de la entrepierna estaba cubierta por un tejido más tupido. Los ajustados corpiños de seda sólo conseguían velar tenuemente los amplios pechos, los pezones oscuros. Pero las partes más sugerentes de sus ropajes eran los anchos y apretados fajines que parecían aprisionar las breves cinturas, refrenando toda la sensualidad que parecía arder, latente, bajo la colorida y diáfana envoltura.

Tenían los brazos bien formados y hermosos, realzados por sinuosos brazaletes en forma de serpiente, llevaban anillos en los dedos de las manos y de los pies, y una brillante joya centelleante adornaba también la delicada curva del diminuto ombligo.

Qué encanto tan delicioso el de estas criaturas que eran el complemento de mirada feroz para los hombres delgados y salvajes que había visto hasta entonces. Sin embargo, esto contribuía a que las mujeres le parecieran a Bella aún más alevosas y terroríficas. Su aspecto era de una voluptuosidad desbordante en comparación con las mujeres europeas profusamente ataviadas con ropajes. Estaban listas para el amor, eso parecía, pero aun así, Bella se sintió asombrosa y completamente desnuda mientras permanecía de pie a su merced.

Cerraron el círculo en torno a ella.

Le ataron las manos detrás de la espalda, le volvieron la cabeza a un lado y luego al otro, y le separaron las piernas a la fuerza, entre estallidos de risas y ensordecedores chillidos.

Allí donde miraba veía grandes ojos negros, espesas pestañas y largos rizos que caían ensortijados sobre hombros medio desnudos.

Bella ni siquiera tuvo ocasión de intentar orientarse. Cuando le sacudieron las orejas y le tocaron los pechos y el vientre dio un respingo y se estremeció.

La princesa sollozaba y jadeaba levemente mientras el grupo la apresuraba a moverse hacia delante, haciéndole cosquillas en las piernas con los largos bombachos, hasta que estuvo en el centro de la habitación, donde la luz del sol bañaba una gran cantidad de cojines forrados de seda y los bajos de los numerosos canapés acolchados.

Esta habitación era un opulento rincón del placer. ¿Por qué necesitaban atormentaría así?

Antes de que se diera cuenta la habían arrojado de espaldas sobre uno de estos canapés, con los brazos estirados por encima de la cabeza. Las mujeres se agruparon, arrodilladas, a su alrededor. Una vez más, le separaron las piernas con ímpetu y empujaron un cojín debajo de las nalgas para alzarla a fin de examinarla más fácilmente.

Bella se sentía tan impotente como cuando estuvo en manos de los criados en los baños, pero en este caso los rostros femeninos que la observaban atentamente mostraban un júbilo desbordante. Palabras llenas de excitación iban y venían, a un ritmo vertiginoso. Los dedos se paseaban sobre sus pechos. Bella alzó la vista hacia aquellos ojos expectantes, asolada por el pánico e incapaz de protegerse.

Mientras le abrían completamente las piernas, con las rodillas pegadas al lecho, sintió que los dedos tiraban de su sexo, volvían a abrirlo, a dilatarlo.

La princesa se esforzó por permanecer quieta, pero su sexo torturado estaba desbordante. Mientras movía arriba y abajo las caderas sobre el cojín de color escarlata, las mujeres seguían chillando cada vez con más fuerza. No podía contar las manos que se aferraban a la parte interior de sus muslos; cada roce de un dedo la enardecía más. Largas melenas se derramaban sobre sus pechos desnudos y su vientre.

Parecía que incluso las livianas voces líricas la tocaban e intensificaban su sufrimiento.

Pero ¿por qué la miraban a ella?, se preguntó. ¿No habían visto antes los órganos de una mujer? ¿Nunca antes habían presenciado sus propios orgasmos? Era inútil intentar comprenderlo. Las que no alcanzaban a mirar de cerca, permanecían de pie y se asomaban por encima de los hombros de las otras.

Mientras Bella se retorcía entre las manos que la sostenían, descubrió que alguna de ellas había colocado un espejo ante su sexo, y la visión de sus partes más íntimas y secretas la conmocionó.

Entonces una de las mujeres se apartó de las otras y, mientras agarraba los labios inferiores de Bella, los estiró con rudeza. Bella se retorció y arqueó la espalda. Sintió que la abrían por completo. Gimió cuando los dedos le pellizcaron el clítoris y doblaron hacia atrás el pequeño capuchón de carne que lo cubría. Bella difícilmente podía controlarse más. Sollozó y las caderas se despegaron de la seda del canapé y continuaron suspendidas en el aire debido a la tensión.

La multitud de mujeres pareció tranquilizarse; la fascinación las acallaba. De repente, una de ellas tomó el pecho izquierdo de Bella en la mano, retiró la pequeña pinza de oro y raspó las marcas que había dejado en la piel, luego jugueteó bruscamente con el pezón.

Bella cerró los ojos. Su cuerpo era ingrávido. Se había convertido en una pura sensación. Movía las extremidades, suspendida en manos de quienes la sujetaban. Pero no era un movimiento auténtico, sino pura sensación.

Sintió que el cabello de la mujer caía sobre su propio pecho desnudo. Luego otra mujer le retiró la abrazadera del pecho derecho y Bella sintió los calientes y juguetones dedos que la examinaban.

Entretanto, la mano que le había dilatado la vagina continuaba sondeando, la palpaba por debajo del clítoris, deteniéndose en él. Los fluidos explotaban en el interior de Bella, que sentía cómo salían con un cosquilleo, al igual que notaba los dedos que examinaban la humedad.

De repente, una boca húmeda se pegó a su pecho izquierdo. Luego, otra al derecho. Ambas mujeres chupaban con fuerza mientras otros dedos pellizcaban los labios púbicos. Bella ya no era consciente de nada aparte del exquisito deseo que se acumulaba al aproximarse al tan esperado orgasmo.

Finalmente, se sintió en el punto culminante. Su rostro y sus pechos palpitaban de ardor. Notó que las caderas se tensaban en el aire, la vagina se convulsionaba en torno al vacío e intentaba atrapar los dedos que acariciaban su clítoris mientras experimentaba cómo éste aumentaba cada vez con más potencia.

Gritó. Fue un grito largo y ronco. El orgasmo continuaba, las bocas libaban, los dedos la acariciaban.

Le pareció que iba a flotar eternamente en ese mar de ternura, de violación delicada. Mientras Bella sollozaba impúdicamente, inconsciente en ese momento de si recibía alguna amonestación para que permaneciera callada, percibió una boca que se pegaba a la suya, y sintió que sus gritos eran absorbidos por otra.

Sí, sí, decía en silencio con todo su cuerpo, mientras la lengua de la mujer penetraba en su boca, los pechos explotaban entre mordiscos y lametazos y las caderas se abalanzaban como si quisieran apoderarse de los dedos que la exploraban.

Luego, cuando estuvo rebosante, cuando el orgasmo se desvaneció de su cuerpo con mil reverberaciones ondulantes, Bella se dejó abrazar por los brazos más suaves, se dejó besar por los labios más tiernos, entre las largas y delicadas trenzas que la cubrían.

Respiró profundamente y susurró:

—Sí, sí, os amo, os amo a todas.

Pero la boca aún la besaba y nadie pudo oír estas palabras que, como lo demás, eran meras reverberaciones gloriosas, sensuales.

Sin embargo, las señoras no estaban satisfechas. No iban a dejarla descansar.

Le quitaron las horquillas del cabello y la levantaron.

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