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Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Intriga

La llave del abismo (42 page)

BOOK: La llave del abismo
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Todo había sido una trampa desde el principio, comprendió Darby.

Se sintió perdido.

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12.3
• •

—¡Yilane! —volvió a gritar.

El silencio era abrumador porque estaba repleto de sonidos inútiles: crepitaciones, rumor de aguas profundas... ¿quizá también gritos? Pero si era así, se oían fuera de la montaña. En cualquier caso, la voz de Yilane parecía haberse esfumado para siempre junto con su cuerpo.

Daniel aguardó hasta cerciorarse de que el creyente no respondería. Las dudas y temores lo detuvieron un instante más, pero concluyó que la soledad era mil veces peor que una muerte rápida. Entonces bajó un pie por el borde, lo apoyó en uno de los travesaños y, agarrándose a los lados, empezó a descender.

Durante un tiempo impreciso, estremecedor, se concentró en observar la pared de roca tachada por los travesaños, a la cada vez más escasa luz que llegaba de arriba. Pero cuando la oscuridad lo envolvió, perdió el poco ánimo que le quedaba. Y el inquietante sonido que subía desde las profundidades no ayudaba a tranquilizarlo: podía ser agua, pero ya no estaba tan seguro. ¿Acaso la respiración de alguna clase de enorme criatura? Quizá ese era el motivo —se dijo— de que Yilane no le oyera.

Fuera como fuese, se sentía incapaz de seguir descendiendo en plena oscuridad con aquel rugido bajo sus pies. Se apretó contra la escalerilla, pensando que no iba a poder continuar, cuando de improviso le llegó un súbito resplandor desde abajo.

Al mirar descubrió que la longitud del tramo de escalera que aún le quedaba por recorrer seguía siendo considerable, pero podía distinguir suelo firme al fondo y la figura de Yilane moviéndose de un lugar a otro.

Lleno de renovadas energías, prosiguió el descenso. Yilane lo aguardaba al final, pero no parecía alegre.

—No hay nada —dijo—, solo estas luces.

Eran varios focos conectados entre sí a la palanca de un generador, que Yilane había activado tras tantear en la oscuridad. No revelaban otra cosa que una gruta de bordes estrechos y un enorme cauce central. El agua discurría a través de una inmensa brecha y ondulaba formando rizos de espuma que producían al golpear las paredes un retumbar constante. Su profundidad era difícil de calcular, pero no aparentaba ser un simple río.

El cauce se amoldaba a un recodo, en correspondencia con la forma del desfiladero. Las luces no alcanzaban más allá.

—¿Qué es todo esto? —Daniel alzó la voz para hacerse oír por encima del estrépito del agua.

—Algo nuevo —fue la respuesta de Yilane.

Enjugándose los labios de diseño, Daniel avanzó hacia el recodo. Distinguía extrañas sombras en aquel extremo. Se acercó y comprobó que Yilane se equivocaba.

Había algo más aparte de luces.

De hecho, muchas cosas: piezas, trozos de metal, cables cortados, herramientas, cajas apiladas, lienzos de descanso... Un sinfín de pequeños y grandes objetos aglomerados. Era como si un grupo de técnicos hubiese trabajado concienzudamente en esa zona, incluso vivido en ella, y luego hubiesen desaparecido dejándolo todo allí.

Cuando sus retinas genéticamente preparadas para aprovechar el mínimo rastro de luz empezaron a ofrecerle imágenes, deambuló por aquel cementerio. Ni siquiera sabía qué buscaba.

De pronto se detuvo.

La pared en aquel lado mostraba rebordes llamativos, como balaustradas o cornisas, pero no era eso lo que le había llamado la atención. El techo, que formaba una cornisa convexa en ese punto, presentaba en su centro una abertura que parecía dar paso a un pequeño recinto.

Era fácil llegar hasta ella: solo tenía que subir por aquellos rebordes.

Trampilla en el techo.

Con el corazón latiéndole con fuerza, sin pensar siquiera en avisar a Yilane, Daniel dejó la mochila en el suelo, asió uno de los rebordes, se incorporó y llegó hasta la abertura. Se alzó por ella en plena oscuridad.

• •
12.4
• •

—Tráelos —ordenó la Rubia.

¿Y Anja y Meldon...?,
pensaba Darby mientras avanzaba junto a Maya con las manos en la cabeza. Alzó la vista y los distinguió en lo alto de las rocas, junto al agujero de entrada. Una mujer de pelo rojo les apuntaba. Darby creyó reconocerla y se sobresaltó: era Mitsuko Kushiro... o lo que quedaba de ella, sin duda controlada por la Verdad. ¿Acaso la Verdad era aquella mujer rubia de ojos gélidos? ¿O se trataba del Amo?

Mientras era obligado a caminar a trompicones hasta las rocas, Darby se volvió hacia el polinesio.

—¿Ella le pagó más, Svenkov?

—Y me amenazó mejor —dijo Svenkov sin ningún énfasis.

Turmaline salió de las rocas. Sonreía ligeramente, y siguió haciéndolo al levantar las dos armas hacia la muchacha.

—Al señor Darby aún lo necesitaremos. En cuanto a ti...

—No, espera —dijo Svenkov—. Te dije que exigiría algunas prerrogativas con ciertos miembros del grupo...

—Te referías a Daniel Kean —observó Turmaline apuntando aún hacia Maya—. Y te serán concedidas en cuanto lo atrapemos.

—He cambiado de opinión. —Svenkov cogió a Maya del brazo—. Lo haré con ella.

—Es demasiado peligrosa para ti, idiota —repuso Turmaline, y Darby vio cómo sus bonitos y largos dedos índices se enroscaban como serpientes sobre los gatillos.

—Escuchad —dijo Darby alzando las manos—. Queréis la
Llave,
¿no es cierto? Ya habéis llegado. Está ahí arriba. —Señaló el dibujo en la cima—. Subid y tomadla. Sabemos que hemos perdido, dejadnos marchar... —Pero Svenkov y Turmaline se medían con la mirada, sin prestarle atención.

En ese instante se oyeron disparos. La Rubia se volvió y su expresión adoptó otra clase de seriedad. Aunque Darby no logró averiguar lo que sucedía en lo alto del acantilado, la reacción de la mujer pelidorada le hizo pensar que, fuera lo que fuese, era ventajoso para ellos.

—No los pierdas de vista —dijo Turmaline a Svenkov y echó a correr.

—¿Quién es ella, Svenkov? —preguntó Darby mirando al polinesio, que no apartaba los ojos de Maya.

—Ni lo sé ni me importa. Se llama Turmaline. Me contrató poco antes de que me visitarais vosotros.

Yuli, el chico de la taberna, el que nos guió a Davenport,
pensó Darby. Dedujo que todo había sido minuciosamente planeado: Yuli, bajo las órdenes de aquella rubia, los había llevado a Shane Davenport. Tal vez la mujer biológica estaba realmente loca y no fingía, pero sabían que acabaría mencionando el nombre de Svenkov.

—Me propuso un doble plan —dijo Svenkov—: la informaría en todo momento de la ruta por la que íbamos y la ayudaría luego a mataros a todos. A cambio, me quedaría con el dinero que estabais dispuestos a pagarme, además del que ella me pague. Una oferta inmejorable, ¿no crees?

—¿Y el ataque junto a la cascada? ¿Quién lo planeó? ¿Ella o usted?

Svenkov curvó sus labios en una ligera sonrisa.

—Digamos que no soporto que se cuestione mi autoridad... Quise castigar al rubio en la playa y su amigo el creyente me lo impidió... Ya he hecho tratos con tribus de enmascarados en otras ocasiones, esta no tenía por qué ser una excepción...

—Pero lo era, ¿verdad, Svenkov? —intervino la muchacha. Sonreía con los ojos cerrados a escasa distancia del arma de Svenkov—. Esa mujer quiere a Daniel con vida. ¿Le ha parecido bien que lo vendieras a una tribu? —Svenkov titubeaba. Maya amplió la sonrisa—. ¿O acaso has sido lo bastante ingenuo como para decirle que no has tenido la culpa y pensar que te creería?

—Svenkov, escuche —interrumpió Darby—. Maya tiene razón: esa mujer va a matarlo también a usted en cuanto todo esto termine... Si nos ayuda, sobrevivirá.

Pero Svenkov no parecía tener otro interés que la figura desgreñada y desnuda hacia la que dirigía su pistola.

—Aseguran que eres peligrosa —dijo con voz suave y musical—. Veamos cuánto.

Sin dejar de amenazarlos con la primera arma, desenfundó la de dos cañones y apuntó a la pierna derecha de Maya en un mismo y rápido gesto.

La detonación hizo que Darby cerrara los ojos. Cuando los abrió, la muchacha se retorcía a sus pies con el rostro crispado y las manos aferradas a la rodilla derecha. Entre sus dedos se filtraban líneas de sangre. No gritaba, pero su garganta producía un sonido ronco, como de retener el aliento.

—¡Svenkov, cobarde! —gritó Darby queriendo arrojarse contra el polinesio, pero el cañón de la otra pistola apuntó hacia su frente. Svenkov retornó a la muchacha.

—No veo que seas tan peligrosa. De hecho, creo que eres completamente inofensiva. Pero te gusta amenazar a Svenkov y humillarlo... Probablemente, volverías a hacerlo si te dejara. No importa: hembras, machos y divergentes más fuertes que tú han bailado para mí y rogado que los use. Arrástrate hacia delante —ordenó. La muchacha siguió inmóvil—. Contaré hasta tres y dispararé a tu amigo. Uno... —La muchacha empezó a arrastrarse empleando las manos y la única pierna que lograba mover. Svenkov alzó el pie descalzo y le propinó una patada—. Más rápido. —Se divirtió observando cómo la muchacha imprimía a sus movimientos más velocidad. Sus manos se hundían en la arena como arañas, impulsando su cuerpo hacia delante a un ritmo febril. La rodilla derecha dejaba a su paso un rastro irregular de sangre.

Lo que a Svenkov no le gustaba era que ella no se quejara. Obedecía en silencio, como una máquina.

Al llegar a una franja de arena que las rocas resguardaban de la marea, Svenkov le ordenó detenerse. En ese momento se oyeron disparos desde el acantilado.

—Oh, ya veo que allí arriba os han ganado. —Permitió que Darby mirara. La figura de la Rubia se erguía a lo lejos, en dirección a la abertura. Cerca yacía un cuerpo.
¿Meldon?
se preguntó Darby. No podía estar seguro desde esa distancia, pero si era así, rogó por que la poderosa Anjali Sen hubiese logrado escapar.

El polinesio volvió a centrar su atención en Maya.

—Date la vuelta.

A Darby le costaba mirar a su amiga. Por diseñada que Maya estuviese, la perla explosiva del arma de Svenkov había convertido su rodilla en pulpa, y el proceso de girar el cuerpo tenía que producirle un dolor inconcebible, pero ella tan solo respiraba más hondo, como si estuviese realizando algún tipo de ejercicio.

Svenkov también parecía sorprendido. Se acercó y «aceleró» la lenta maniobra de Maya lanzando una patada de su talón contra la brecha sangrante de la pierna. Se oyó un crujido y un único pero escalofriante grito. La muchacha quedó boca arriba, con el hueso de la rodilla desviado en un ángulo imposible. Darby apartó la cara como si hubiese experimentado el dolor él mismo.

—Voy a matarle si puedo, Svenkov —gruñó, tembloroso.

—Pero no podrás. —Svenkov sonrió. A Darby su rostro le parecía injustamente hermoso—. Y te aconsejo que guardes tus escasas fuerzas de hombre biológico para cuando tengas que subir ese acantilado...

—¿Qué piensa hacer con nosotros?

—A ti, llevarte conmigo. En cuanto a la ciega... —Svenkov bajó la vista hacia el cuerpo expuesto de la muchacha—. Veamos si es capaz de obedecer como
taurekareka...

Empezó a dar órdenes. La muchacha las acató: alzó las manos a la cabeza y separó las piernas. En aquella postura, con la horrenda herida revelando la rótula fracturada, parecía completamente indefensa. Jadeaba, pero su rostro volvía a mostrar una especie de extraña calma. Svenkov se agachó y trazó líneas en la arena húmeda con la punta de la pistola, encerrando en ellas el cuerpo desnudo de su prisionera.

—Ahora nos iremos, tu amigo biológico y yo, y tú me esperarás aquí y en esta exacta posición. Me ocuparé de comprobarlo. Quizá te observe cada minuto, o quizá dentro de dos o tres horas, no lo sabrás... Si advierto que te has movido, no importa la causa, si has bajado las manos o te has desplazado por encima de una de estas líneas un milímetro con alguna parte de tu cuerpo, le volaré la cabeza a tu hombre biológico... Supongo que queda claro. —La muchacha asintió—. Cuando regrese, seguiré comprobando lo peligrosa que eres... —añadió, y se volvió hacia Darby—. En marcha.

Mientras se alejaban, a Svenkov le produjo especial placer comprobar que la muchacha se mantenía obedientemente inmóvil.

• •
12.5
• •

Era una especie de cámara clausurada. A la luz que penetraba por los focos del piso inferior, distinguió destellos metálicos y otra palanca similar a la de abajo. Más focos se encendieron al moverla. Casi parecían amenazarlo: apuntaban hacia él. Se volvió para llamar a Yilane y descubrió que el creyente ya estaba subiendo.

—¿Qué es esto? —preguntó Yilane.

A ninguno de los dos se le ocurría una respuesta sensata. Por un lado parecía una formación natural de roca, una especie de nicho un poco más grande de lo normal. Sin embargo, había interruptores, cables en buen estado, más herramientas, incluso un pequeño armario portátil... Al mismo tiempo, la propia piedra que lo sustentaba todo tenía unas irregularidades asombrosas, como relieves. La simetría y repetición hacían pensar en un origen artificial. Pero ¿quién podía haber tallado aquella locura y qué significaba?

Daniel elevó la vista al techo. La piedra, allí, había sido pulida y cortada formando ángulos, como el de una habitación común.

Ángulo en el techo.

Sintiendo que vivía en un sueño, siguió el recorrido de las líneas del zócalo, pero el brillo de los focos, situados en dos de las esquinas, le cegaba.

Entonces se fijó en el angosto armario metálico que se alzaba junto a las piedras talladas. Su puerta solo se hallaba encajada.

Supo lo que iba a encontrar antes de abrirla.

Pero no era lo mismo saber que
encontrar.
Ver la escalera metálica autoextensible casi le hizo pensar que iba a volverse loco. La cogió, preguntándose de qué podía servirle. Entonces miró hacia arriba, justo encima del mueble.

Concentrado en los extraños relieves de piedra, Yilane ni siquiera se percató de lo que Daniel hacía hasta que este sacó la escalerilla. Entonces se quedó mirándolo.

—¿Qué estás...? —Daniel le señaló la hendidura en el ángulo del techo y Yilane se interrumpió. Su semblante mostró una súbita, exacta comprensión.

Apartaron el armario entre ambos, Daniel colocó la escalera bajo la hendidura y apretó los interruptores de muelle. La escalera, una serpiente dócil, se estiró hasta el techo. Daniel subió por ella. La hendidura tenía el diámetro de un brazo y parecía profunda. Daniel extendió la mano y tanteó.

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