La rosa de zafiro (27 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La rosa de zafiro
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Siguió un silencio durante el cual nadie osó respirar.

—¡Los caballeros de la Iglesia! —dijo resollando con frágil voz un anciano desde los bancos recubiertos de cojines—. ¡Debemos recurrir a los caballeros de la Iglesia! ¡Ni los poderes del infierno pueden vencerlos!

—¡Los caballeros de la Iglesia! —bramó la jerarquía como si hablara con una sola voz—. ¡Los caballeros de la Iglesia!

Capítulo 11

El excitado tumulto se prolongó un rato en la vasta sala. El patriarca Emban de Usara permanecía entretanto erguido en el centro del largo pavimento de mármol, como si se hubiera situado por azar exactamente en medio del alargado círculo de luz que proyectaba la redonda vidriera desde detrás del vacante trono. Cuando el estrépito de voces comenzó a amortiguarse, Emban levantó una regordeta mano.

—En efecto, hermanos míos —prosiguió, imprimiendo a su voz la nota de gravedad precisa—, los invencibles caballeros de la Iglesia podrían fácilmente defender Chyrellos, pero en estos momentos están abocados a la defensa de Arcium. Los preceptores se encuentran, naturalmente, aquí, ocupando los puestos que les corresponden entre nosotros, pero cada uno de ellos sólo cuenta con una fuerza simbólica aquí, que sin duda no es suficiente para contener a los ejércitos de la oscuridad que nos cercan. No podemos desplazar el grueso de las órdenes militantes desde las rocosas llanuras de Arcium a la Ciudad Sagrada en un abrir y cerrar de ojos; e, incluso si ello fuera factible, ¿cómo podríamos convencer a los generales de las fuerzas estacionadas en ese reino gravemente hostigado de que nuestra necesidad es mayor que la suya y convencerlos así para que dejen libres a los caballeros de acudir en nuestra ayuda?

El patriarca Ortzel de Kadach se levantó, con el severo rostro enmarcado por sus pálidos y canosos cabellos.

—Con vuestra venia, Emban —solicitó. El patriarca de Kadach era el candidato propuesto de la facción contraria a Annias, y ello confería cierta autoridad a su voz.

—Desde luego —lo animó Emban—. Aguardo anhelante escuchar las sabias palabras de mi estimado hermano de Lamorkand.

—El cometido supremo de la Iglesia es sobrevivir para poder continuar su trabajo —declaró Ortzel con voz ronca—. Toda consideración que no contemple esto debe ser secundaria. ¿Coincidimos todos en este punto?

Sonó un murmullo de asentimiento.

—Hay ocasiones en que se imponen sacrificios —prosiguió Ortzel—. Si a un hombre le ha quedado atrapada la pierna entre las rocas del fondo de un estanque sujeto a las variaciones de la marea y las aguas, en su crecida, le lamen el mentón, ¿no debería sacrificar, aun con pesar, la pierna para poder salvar la vida? Nosotros nos encontramos en pareja situación. Con pesar debemos sacrificar la totalidad de Arcium si conviene para preservar nuestra vida..., que es nuestra Santa Madre Iglesia. Lo que se nos presenta ahora, hermanos míos, es una crisis. En el pasado, la jerarquía se ha mostrado extremadamente renuente a imponer las rígidas y estrictas aplicaciones de tan extremas medidas, pero la situación que nos concierne en estos momentos es sin duda la más severa prueba a la que se ha enfrentado nuestra Santa Madre desde la invasión de los zemoquianos hace cinco siglos. Dios nos está mirando, hermanos míos, y nos juzgará seguramente a nosotros y a nuestras capacidades para la administración de su amada Iglesia. Por todo ello, tal como exigen las leyes que nos gobiernan, pido que se lleve a cabo sin tardanza una votación. La cuestión a decidir puede expresarse de forma muy simple: ¿la presente situación en Chyrellos constituye una crisis de fe?, ¿sí o no?

—¡Sin duda —exclamó Makova con los ojos desorbitados por el desconcierto—, sin duda la situación no es tan crítica! Ni siquiera hemos intentado todavía entrar en negociaciones con los ejércitos apostados a nuestras puertas y...

—El patriarca no habla oportunamente —lo atajó Ortzel—. La cuestión de las crisis de fe no admite discusión alguna.

—¡Punto de ley! —gritó Makova.

Ortzel miró de manera intimidatoria al flaco monje que cumplía la función de asesor jurídico.

—Citad la ley —ordenó.

Aquejado de violentos temblores, el monje comenzó a manotear desesperadamente entre sus libros.

—¿Qué está pasando? —preguntó confundido Talen—. No lo entiendo.

—La crisis de fe no se invoca casi nunca—le explicó Bevier-, probablemente porque los reyes de Eosia Occidental se oponen vivamente a ello. En una crisis de fe, la Iglesia asume el control de todo: gobiernos, ejércitos, recursos, dinero..., todo.

—¿Pero la declaración de una crisis no requeriría una votación fundamental? —inquirió Kalten—. ¿O unanimidad incluso?

—Me parece que no —contestó Bevier—. Veamos lo que dice el especialista en leyes..

—No es de todas formas algo innecesario? —observo Tynian—. Ya hemos llamado a Wargun, comunicándole que hay una crisis de fe.

—Al parecer alguien omitió decírselo a Ortzel —repuso Ulath—. Es un rigorista en asuntos legales, y no tenemos motivos para contrariar sus tendencias, ¿no creéis?

El enjuto monje se levantó con la cara mortalmente pálida y se aclaró la voz.

—El patriarca de Kadach ha citado correctamente la ley —declaro con voz chillona a causa del miedo—. La cuestión de la crisis de fe debe ser sometida a una inmediata votación secreta.

—¿Secreta? —exclamó Makova.

—Así lo dicta la ley, Su Ilustrísima, y el resultado debe decidirse por mayoría simple.

—Pero...

—Debo recordar al patriarca de Coombe la inoportunidad de posteriores discusiones. —La voz de Ortzel restalló como un látigo—. Convoco la votación. —Miró en derredor—. Vos —espetó al clérigo sentado no lejos del alarmado Annias—, id a buscar los instrumentos necesarios. Se encuentran, según recuerdo, en el cofre que hay a la derecha del trono del archiprelado.

El aludido titubeó y miró lleno de temor a Annias.

—¡Moveos, hombre! —tronó Ortzel.

El sacerdote se puso en pie de un salto y corrió hacia el tapado trono.

—Alguien deberá explicarme un poco mejor esto—dijo Talen con tono desconcertado.

—Más tarde, Talen—le advirtió quedamente Sephrenia, que, vestida con una pesada capa negra con ligero aspecto eclesiástico que ocultaba su raza y su sexo, permanecía sentada entre los caballeros de la iglesia, casi imperceptible entre el bulto de sus armaduras—. Ahora observemos la exquisita danza que se ejecuta ante nosotros.

—Sephrenia —la regañó Sparhawk.

—Lo siento —se disculpó la estiria—. No estoy considerando vuestra Iglesia como motivo de diversión; sólo todas estas enrevesadas maniobras.

Los instrumentos de voto consistían en una caja negra bastante grande, polvorienta y carente de todo adorno, y dos sencillas bolsas de cuero que mantenían fuertemente cerradas sendos sellos lacrados de plomo.

—Patriarca de Coombe —indicó concisamente Ortzel—, vos ostentáis la presidencia. Es vuestro deber romper los sellos y hacer que se distribuyan las balotas.

Makova lanzó una rápida mirada al clérigo jurídico y éste asintió con la cabeza. Entonces Makova cogió las dos bolsas, abrió los sellos de plomo y tomó un objeto de cada una de ellas. Tenían aproximadamente el tamaño de una moneda. Uno era blanco y el otro, negro.

—Votaremos con esto —anunció, manteniendo en alto las fichas —¿Convenimos en que el negro significa no y el blanco sí?

Siguió un murmullo de asentimientos.

—Distribuid las balotas pues —ordenó Makova a un par de jóvenes pajes—. Cada miembro de la jerarquía recibirá una blanca y otra negra. —Se aclaró la garganta—. Que Dios os infunda sabiduría, hermanos míos, y seguid los dictados de vuestra conciencia. —La cara de Makova había recobrado parte de sus colores.

—Ha estado contando los votos —señaló Kalten—. Él tiene cincuenta y nueve y piensa que nosotros sólo tenemos cuarenta y siete. No sabe nada de los cinco patriarcas que se ocultan en esa salita. Imagino la sorpresa que se va a llevar. De todas formas, va a ganar.

—Os estáis olvidando de los neutrales, Kalten —le recordó Bevier.

—Se abstendrán. Todavía siguen pendientes de los sobornos. No se atreverán a ofender a ninguno de los bandos.

—No pueden abstenerse, Kalten —lo disuadió Bevier—, no en esta votación. La ley de la Iglesia ordena que se pronuncien claramente en esta cuestión.

—¿Dónde aprendisteis tanto sobre estas cosas, Bevier?

—Os dije que estudié historia militar.

—¿Y qué tiene que ver la historia militar con esto?

—La Iglesia declaró una crisis de fe durante la invasión zemoquiana. Lo analicé como parte de mis estudios.

—Oh.

Mientras los dos pajes distribuían las fichas, Dolmant se levantó y se dirigió a las puertas. Allí habló un momento con los miembros de la guardia del archiprelado que se encontraban afuera y regresó a su asiento. Cuando los dos muchachos que repartían las balotas se encontraban casi al final de la cuarta fila de bancos de mullidos cojines carmesí, la puerta se abrió y por ella entraron los cinco nerviosos patriarcas que habían estado escondiéndose.

—¿Qué significa esto? —Makova tenía los ojos desorbitados.

—La intervención del patriarca de Coombe es inoportuna —le reiteró Ortzel, que parecía disfrutar repitiéndole lo mismo a Makova—. Hermanos míos —se dispuso a dirigirse a los cinco recién llegados—, en estos momentos votamos...

-Es responsabilidad mía informar a nuestros hermanos —protestó con vehemencia Makova.

—El patriarca de Coombe se equivoca—señaló el patriarca con calma—. He sido yo quien ha planteado la cuestión a la jerarquía y, por tanto, la responsabilidad es mía.

Explicó sucintamente el procedimiento a seguir a los cinco patriarcas, insistiendo en la gravedad del caso, algo que Makova habría sin duda omitido.

Makova recobro la compostura.

—Está volviendo a contar los votos —murmuró Kalten—. Aún tiene más que nosotros. Ahora todo depende de los neutrales.

La caja negra quedó situada sobre una mesa delante del atril de Makova y los patriarcas desfilaron, depositando una de las balotas en la ranura del arca. Algunos dejaban ver a las claras el color de la pieza que introducían y otros no.

—Yo me encargaré del recuento —declaró Makova.

—No —se opuso de plano Ortzel—, al menos no solo. He sido yo el que ha planteado la cuestión a la jerarquía, y yo os ayudaré.

—Cada vez me gusta más Ortzel —confió Tynian a Ulath.

—Sí —acordó Ulath—. Tal vez lo juzgamos mal.

El semblante de Makova fue ensombreciéndose a medida que él y Ortzel contaban los votos. El recuento prosiguió dominado por un impresionante silencio.

—Ya está —declaró concisamente Ortzel—. Anunciad los totales, Makova.

—El resultado es de sesenta y cuatro sí y cincuenta y seis no —murmuró de forma casi inaudible, dirigiendo una rápida mirada de disculpa a Annias.

—Repetidlo, Makova —instó Ortzel—. Algunos de nuestros hermanos no os han oído. Makova le asestó una mirada cargada de odio y reiteró los resultados en voz más alta.

—¡Los neutrales están con nosotros! —se regocijó Talen—, y le hemos robado tres votos a Annias también.

—Bien —dijo apaciblemente Emban—, me alegra que este asunto quede zanjado. Tenemos muchas cuestiones que dirimir y nuestro tiempo es escaso. ¿Es correcta mi suposición de que es la voluntad de la jerarquía que mandemos llamar de inmediato a los caballeros de la iglesia, así como a los ejércitos de Eosia Occidental, para que acudan en nuestra defensa sin la menor dilación?

—¿Vais a dejar el reino de Arcium a merced de su suerte, Emban? —preguntó Makova.

—¿Qué es realmente lo que amenaza a Arcium en estos momentos, Makova? Todos los eshandistas están acampados fuera de nuestras murallas. ¿Queréis que iniciemos otra votación?

—Fundamento—reclamó Makova, insistiendo en una mayoría de un sesenta por ciento para decidir ese punto.

—Punto de ley —replicó Emban, con una expresión casi beatífica en su gordo rostro. Miró al encargado de las cuestiones jurídicas—. ¿ Que dice la ley respecto al fundamento en las presentes circunstancia ? —inquirió.

—Con excepción única de la elección de un archiprelado, no se requieren votaciones fundamentales en épocas de crisis de fe Su Ilustrísima —respondió el monje.

—Así me lo parecía. —Emban sonrió—. Y bien, Makova, ¿votamos o no?

—Retiro la cuestión de fundamento —concedió a regañadientes Makova—, pero ¿cómo os proponéis exactamente hacer salir un mensajero de una ciudad sitiada?

—Como sin duda sabrán mis hermanos —tomó la palabra Ortzel volviendo a levantarse—, soy lamorquiano. Allí estamos muy acostumbrados a los asedios. Esta noche he enviado a veinte de mis hombres disfrazados a las afueras de la ciudad e incluso más allá. Están esperando la señal que en estos precisos instantes se eleva en forma de una espiral de humo rojo de la cúpula de esta misma basílica. De ello deduzco que ya están cabalgando a rienda tendida hacia Arcium... Al menos así debería ser, si saben lo que les conviene.

—Va a acabar gustándome. —Kalten sonreía.

—¿Osasteis hacer esto sin el consentimiento de la jerarquía en pleno, Ortzel? —se escandalizó Makova.

—¿Existía alguna duda acerca del resultado de la votación, Makova?

—Empiezo a captar un fuerte olor a confabulación aquí—dijo animadamente Sephrenia.

—Hermanos míos —continuó Emban—, la crisis a la que nos enfrentamos es a todas luces de carácter militar y, salvo contadas excepciones, nosotros no somos militares. ¿Cómo podemos evitar los errores, la confusión, las demoras que eclesiásticos no formados e ignorantes del mundo han de provocar inevitablemente al tratar complejidades que desconocen? La dirección del patriarca de Coombe ha sido ejemplar y estoy seguro de que todos nos unimos unánimemente al expresarle nuestra sentida gratitud, pero, por desgracia, el patriarca de Coombe no está más versado en las artes militares que yo, y lo confesaré sin apuro, hermanos míos: yo soy incapaz de distinguir una espada de otra. —Esbozó una amplia sonrisa—. Como es harto evidente, mi entrenamiento se ha realizado más con utensilios de mesa que con herramientas de guerra. Aceptaría, no obstante, encantado cualquier desafío concerniente a esa área. Mi contrincante y yo podríamos participar alegremente en un duelo a muerte ocupados en degustar un buen buey asado.

La jerarquía rió la broma, lo cual contribuyó a relajar la tensión.

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