—¿Por qué no averiguáis a cuántos de vuestros soldados lográis interesar en emprender ahora un asalto contra estos muros? Tomaos el tiempo que queráis, viejo amigo, que yo no me moveré de aquí.
—Fue muy astuto abandonar la ciudad, Sparhawk. No lo esperaba.
—A nosotros nos pareció buena idea. Sin embargo, debe de causaros gran angustia cada vez que pensáis en todo el botín que se os esta escapando de las manos.
—¿Quién ha dicho que se me está escapando? He dirigido unos cuantos discursos a mis hombres. La mayor parte de mi ejército sigue bajo control... allá afuera en los campos de la otra ribera de los ríos. Les he hecho ver que era más fácil dejar que los tipos emprendedores hicieran todo el trabajo de saqueo. Después, cuando salgan, les arrebataremos el botín y lo pondremos en una pila común. Se repartirá a partes iguales entre todos.
-¿Incluso vos?
—¡Oh, Dios mío! No, Sparhawk. —Martel soltó una carcajada—. Yo soy el general y elijo primero mi tributo.
—¿El tributo del león?
—En fin de cuentas, yo soy el león. Todos seremos muy, muy ricos cuando hayamos forzado las cámaras del tesoro que hay debajo de la basílica.
—Eso es mucho pretender incluso para vos, Martel.
—Los negocios son los negocios, Sparhawk. Vos y Vanion me despojasteis de mi honor, de modo que ahora no me queda más que solazarme con dinero... y satisfacción, por supuesto. Creo que cuando todo esto termine haré exhibir vuestra cabeza desde un palo bien alto, amigo mio.
—Aquí mismo la tenéis, Martel. No os queda más que venir y reclamarla Vuestros soldados van a tardar bastante en concluir el pillaje de la ciudad, y a vos no os queda mucho tiempo que perder.
—No les va a llevar tanto tiempo, Sparhawk. Están moviéndose con mucha rapidez. El hombre que piensa que está trabajando para sí mismo es siempre mucho más industrioso.
—Ésta es tan sólo la primera oleada de saqueadores. Son los que se concentran en el oro. La próxima caterva irá en busca de la plata. Luego la tercera comenzará a abrir los muros de las casas en busca de los escondrijos donde la gente guarda los objetos de valor. Calculo que deberá pasar un mes más o menos antes de que lo hayan robado todo de Chyrellos... hasta el último candelero. Realmente no podéis contar con un mes..., estando Wargun merodeando allá afuera con la mitad de los soldados de Eosia tras él.
—Ah, sí, Wargun, el borracho rey de Thalesia. Casi me había olvidado de él. ¿Qué suponéis que le ha sucedido? Es tan impropio de él demorarse de esa manera...
Sparhawk interrumpió el encantamiento.
—Dejad que vuestros soldados le arrojen unas cuantas flechas, Kurik —indicó con tono desapacible.
-¿Qué ocurre, Sparhawk? —preguntó Kalten.
—Martel ha encontrado el modo de mantener apartado de Chyrellos a Wargun. Será mejor que vayamos a informar a los preceptores. Me temo que estamos completamente solos aquí.
—No lo ha dicho exactamente, Vanion —refirió Sparhawk—. Ya lo conocéis, pero en su voz había esa especie de regocijo afectado del que sabe algo que es exasperante para uno. Ambos conocemos lo bastante a Martel como para inferir a qué se refería.
—Repetid literalmente lo que os ha dicho —pidió Dolmant.
—Estábamos hablando de Wargun, Su Ilustrísima, y entonces ha dicho: «¿Qué suponéis que le ha sucedido? Es tan impropio de él demorarse de esa manera...». —Sparhawk hizo lo posible por imitar la entonaron de Martel.
—Tiene el toque del que sabe algo, ¿no es cierto? —convino Dolmant—. No conozco a Martel tan bien como vosotros dos, pero invoca la imagen de un hombre terriblemente pagado de sí.
—Sparhawk tiene razón —acordó Sephrenia—. Martel ha tramado alguna estratagema para mantener alejado a Wargun. Lo que ignoramos es el método que ha utilizado.
—Ahora no es eso lo que importa, pequeña madre —se pronunció Vanion. Los cuatro estaban sentados en una pequeña habitación contigua al estudio de sir Nashan—. Lo importante ahora es que los soldados eclesiásticos no se enteren de esto porque, a diferencia de los caballeros de la Iglesia, ellos no están entrenados para aceptar circunstancias desesperadas. En estos momentos a lo único que se aferran es a la esperanza de ver aparecer a los ejércitos de Wargun por los prados que se extienden al oeste del río Arruk. La ciudad interior no está realmente cercada todavía, y los saqueadores no prestan la más mínima intención al enemigo. Podríamos sufrir cientos de deserciones si se propagara la noticia. Informad discreta y confidencialmente a los caballeros de la Iglesia. Yo se lo diré a los otros preceptores.
-Y yo a Emban y Ortzel —prometió Dolmant.
Aquella semana parecía no acabarse nunca, a pesar de las múltiples tareas a realizar. Derribaron varias casas y utilizaron sus escombros para obstruir las tres puertas que Komier había decidido que eran sólo parcialmente defendibles. Kurik seguía entrenando caballeros eclesiásticos seleccionados en el uso de las ballestas. Berit reunió un grupo de jóvenes monjes con los que se turnaba para vigilar desde la linterna de la cúpula de la basílica. Emban merodeaba por el interior del templo, tratando de mantener los votos, objetivo que cada día se volvía más difícil. Ninguno de los defensores tuvo la temeridad de negar a los patriarcas de la Iglesia el derecho a subir a las murallas para observar la ciudad, y la vista que se apreciaba desde allá arriba no era muy halagüeña. Un buen número de patriarcas, entre los que se encontraban algunos de los más activos detractores del primado de Cimmura, se lamentaban amargamente viendo cómo el fuego se aproximaba a los barrios de la ciudad donde estaban ubicadas sus casas, y no eran pocos los que le advertían sin tapujos a Emban que en el futuro podía olvidarse de contar con su favor. Emban ofrecía un aspecto cada vez más demacrado y comenzó a quejarse de dolores de estómago al constatar cómo su apoyo se desintegraba a ojos vista.
Annias no hacía nada. Se limitaba a esperar. Y Chyrellos continuaba ardiendo.
Sparhawk se encontraba una tarde en lo alto de la muralla contemplando con humor sombrío las llamas que arrasaban la población, cuando oyó un quedo tintineo a su espalda y se volvió. Era sir Bevier.
—Un espectáculo poco risueño, ¿no es cierto? —observó el joven arciano, contemplando también él Chyrellos.
—En efecto —convino Sparhawk. Miró directamente a su joven amigo—. ¿Cuánto creéis que van a resistir estas murallas frente a un maganel, Bevier?
—No mucho, me temo. Fueron levantadas en la antigüedad, y no con el cometido de aguantar las embestidas de máquinas de asedio modernas. Tal vez Martel desdeñe construirlos, dado lo costoso de la operación. Si los obreros no arman bien un maganel, éste causará más daño en el propio bando que en el del enemigo. Es una tarea que exige una gran meticulosidad.
—Esperemos que así sea. Creo que estos muros resistirán a las catapultas normales, pero si empieza a lanzarnos piedras de media tonelada... —Sparhawk se encogió de hombros.
—Sparhawk. —Era Talen, que subía a toda velocidad por las escaleras—. Sephrenia quiere veros en el castillo. Dice que es urgente.
—Id, Sparhawk —indicó Bevier—. Yo haré guardia aquí.
Sparhawk asintió y descendió las escaleras para adentrarse por la calleja de abajo.
Sephrenia lo recibió en la entrada del piso inferior, con semblante más pálido de lo habitual.
—Qué sucede? —le preguntó Sparhawk.
—Se trata de Perraine, querido —respondió con voz queda—. Está agonizando.
—¿Agonizando? Todavía no se han producido ataques. ¿Que le ha pasado?
—Se ha suicidado, Sparhawk.
—¿Perraine?
—Ha ingerido un veneno y se niega a revelarme cuál.
—¿Existe algún modo de...?
—Quiere hablar con vos, Sparhawk —repuso la estiria, sacudiendo la cabeza—. Será mejor que os apresuréis. No creo que le quede mucho tiempo.
Sir Perraine yacía en un angosto camastro en una habitación de austeridad monacal, con el rostro mortalmente pálido, sudando copiosamente.
—Ciertamente os habéis tomado vuestro tiempo, Sparhawk —señaló con voz débil.
—¿Qué sentido tiene todo esto, Perraine?
—Es algo apropiado. No nos entretengamos con esto. Hay unas cuantas cosas que habéis de saber antes de que yo me vaya.
—Podemos hablar de ello después de que Sephrenia os administre el antídoto.
—No habrá ningún antídoto. Limitaos a callar y escuchar. —Perraine exhaló un profundo suspiro—. Os he traicionado, Sparhawk.
—Sois incapaz de ello, Perraine.
—Todo el mundo es capaz de traición, amigo mío. Lo único que necesita es un motivo. Yo tenía uno, creedme. No me queda mucho tiempo. —Cerró los ojos un momento—. Habéis notado que alguien ha intentado mataros últimamente, ¿no es así?
—Sí, pero ¿qué...?
—Era yo, Sparhawk..., o personas contratadas por mí.
—¿vos?
—Gracias a Dios que fallé.
—¿Por qué, Perraine? ¿Os he... insultado en algo?
—No seáis necio, Sparhawk. Obraba siguiendo órdenes de Martel
-¿Por qué ibais a acatar vos órdenes de Martel?
-Porque tenía suspendido algo sobre mi cabeza. Estaba amenazando a alguien más preciado para mí que mi propia vida.
Estupefacto, Sparhawk se disponía a hablar, pero Perraine lo acalló alzando una mano.
—No habléis, Sparhawk —dijo—. Escuchad. El tiempo apremia. Martel vino a verme en Dabour después de la muerte de Arasham. Yo me apresuré a empuñar la espada, claro está, pero él se rió de mi gesto. Me dijo que depusiera la espada si en algo me importaba Ydra.
-¿Ydra?
-Es de Kelosia del Norte. La baronía de su padre está al lado de la del mío. Ydra y yo nos amamos desde que éramos niños. Daría mi vida por ella sin pensarlo. Martel se enteró de ello de algún modo y razonó que, si estaba dispuesto a morir por ella, también lo estaría a matar. Me contó que había rendido el alma de ella a Azash. Yo no lo creí, convencido de que no podía hacer una cosa así.
—Es factible, Perraine —corroboró con tristeza Sparhawk, recordando el caso de Bellina, la hermana del conde de Ghasek.
—Eso es lo que averigüé. Me desplacé con Martel a Kelosia y allí me mostró a Ydra ejecutando un obsceno ritual ante una imagen de Azash. —Las lágrimas asomaron a los ojos de Perraine—. Fue horrible, Sparhawk, horrible. —Contuvo un sollozo—. Martel me dijo que, si no hacía exactamente lo que me ordenara, su corrupción iría en aumento hasta que se perdiera por completo su alma. Aunque no estaba seguro de que estuviera en su mano cumplir tal amenaza, no podía correr el riesgo.
—Podía hacerlo, en efecto —le aseguró Sparhawk—. Yo lo he visto.
—Intenté matarla —continuó Perraine con voz cada vez más frágil—, pero no pude hacerlo. Martel observaba mi lucha interior, burlándose de mí. Si se os presenta la oportunidad, espero que lo matéis.
—Tenéis mi palabra, Perraine.
Perraine volvió a suspirar y su rostro palideció aún más.
—Excelente veneno, éste —señaló—. Sea como fuere, Martel me tenia agarrado. Me indicó que fuera a Arcium, a reunirme con Vanion y los demás preceptores. A la primera ocasión, debía arreglármelas para regresar al castillo de Cimmura. No sé cómo, estaba al corriente de vuestro viaje a Thalesia y de que seguramente volveríais pasando por Emsat. Me dio dinero y me instó a tomar asesinos a sueldo. Tenia que hacer todo lo que exigía de mí... La mayoría de las veces fueron mis asesinos quienes realizaron los atentados, pero en una ocasión, cuando cruzábamos Demos de camino hacia aquí, yo os dispare una ballesta con mis propias manos. Podría fingir que erré el tiro a propósito, pero sería una mentira. Realmente trataba de mataros, Sparhawk
—¿Y el veneno en la casa de Dolmant?
—Sí. Mi desesperación iba en aumento. Tenéis una suerte extraordinaria, amigo mío. Había probado todo lo que se me había ocurrido y no había conseguido mataros.
—¿ Y el rendoreño que intentó clavarme un cuchillo emponzoñado en la basílica?
—Yo no tuve nada que ver con eso, Sparhawk—aseveró, algo desconcertado, Perraine—. Lo juro. Los dos hemos estado en Rendor y sabemos que no son de fiar. Debió de mandarlo otra persona... quizás el propio Martel.
—¿Qué os hizo cambiar de idea, Perraine? —preguntó apesadumbrado Sparhawk.
—Martel ha perdido su ascendiente sobre mí. Ydra ha muerto.
—Lo siento.
—Yo no. De alguna forma se dio cuenta de lo que ocurría. Fue a la capilla de la casa de su padre y rezó toda la noche. Después, justo cuando salía el sol, se clavó una daga en el corazón. Había enviado a uno de sus criados aquí con una carta en la que me explicaba todo lo sucedido. Éste llegó precisamente antes de que Martel cercara la ciudad. Ella está libre ahora y su alma se halla a salvo.
—¿Por qué habéis tomado el veneno pues?
—Voy a seguir sus pasos, Sparhawk. Martel me ha arrebatado el honor, pero nunca podrá robarme mi amor. —Perraine se quedó rígido sobre el estrecho camastro y luego se retorció de dolor por espacio de un momento—. Sí —jadeó—, un excelente veneno. Os lo recomendaría por su nombre, pero no acabo de fiarme de nuestra pequeña madre aquí presente. Con sólo la más mínima ocasión, creo que podría devolver la vida a una piedra. —Sonrió a su profesora—. ¿Podéis hallar en vuestro corazón la clemencia para perdonarme, Sparhawk?
—No hay nada que perdonar, Perraine —declaró Sparhawk con voz atenazada, tomando la mano de su amigo.
—Estoy seguro de que retirarán mi nombre de los pergaminos de la orden pandion y que se me recordará con desdén.
—No si yo puedo evitarlo —lo tranquilizó Sparhawk—. Protegeré vuestro honor, amigo mío. —Apretó con fuerza la mano de Perraine, formulando sin palabras un solemne juramento.
Sephrenia tomó la otra mano del agonizante.
—Ya casi ha acabado —dijo Perraine en un tenue susurro—. Ojalá... —Y entonces calló. El aullido de pena de Sephrenia fue casi como el de un niño herido. Acercó hacia sí el cuerpo yerto de Perraine.
—¡No hay tiempo para eso! —le hizo ver Sparhawk con brusquedad—. ¿Os importa quedaros aquí un momento? Tengo que ir a buscar a Kurik.
La mujer se quedó mirándolo con asombro.
—Tenemos que vestir a Perraine con su armadura—explicó—. Después Kurik y yo lo llevaremos a una de esas calles contiguas a la muralla. Le dispararemos una saeta de ballesta y lo dejaremos tendido allí. Cuando lo encuentren más tarde, todos creerán que uno de los mercenarios de Martel lo abatió en las almenas.