—Sí, creo que sí.
—En ese caso podréis agradecérmelo como me merezco... cuando estemos solos. Muy bien pues, regresemos a la sala.
Todos presentaban el conveniente porte grave al volver a entrar en la estancia. Ehlana se apoyaba pesadamente en Wargun, con semblante macilento y exhausto. Se produjo un súbito y respetuoso silencio cuando los dos monarcas volvieron a ocupar sus puestos.
El patriarca Emban se adelantó, con preocupación patente en el rostro.
—¿Se encuentra bien? —se inquietó.
—Parece que está un poco mejor —le respondió Sparhawk, sin recurrir exactamente a una mentira—. Dice que no recuerda nada de lo que ha dicho cuando se dirigía a la jerarquía. En su estado actual, sería preferible que no la acuciáramos con preguntas sobre esa cuestión, Su Ilustrísima.
—Comprendo perfectamente, Sparhawk —repuso Emban, dirigiendo una astuta mirada a Ehlana—. Expondré unas cuantas observaciones pertinentes a la jerarquía. —Sonrió a Ehlana—. Me alegra mucho ver que os sentís mejor, Su Majestad —dijo.
—Gracias, Su Ilustrísima —repuso ésta con temblorosa vocecilla.
Emban regresó al atril mientras Sparhawk y Mirtai volvían a la galería para reunirse con sus amigos.
—Hermanos míos —anunció—, estoy seguro de que a todos os complacerá saber que la reina Ehlana está recuperándose. Me ha pedido que os presente disculpas por cualquier cosa que haya podido decir durante su alocución. La salud de la reina todavía no es muy firme, me temo, y no debemos olvidar que viajó hasta Chyrellos incurriendo en un gran riesgo para su persona, impelida por el inquebrantable propósito de hallarse presente en nuestras deliberaciones.
Sonó un murmullo admirativo por tal devoción.
—Sería preferible, creo —continuó Emban—, que no interrogáramos demasiado exhaustivamente a Su Majestad en lo concerniente al contenido de su discurso, del cual, al parecer, no conserva memoria. Ello no resulta en todo caso insólito dado lo débil de su condición. Existe tal vez otra explicación, pero me parece que la sensatez y la consideración por Su Majestad nos dictan que no prosigamos en tal dirección. —Sobre esa cuestión se forjaron más tarde leyendas.
Y entonces sonó una estridente fanfarria de trompetas, y la puerta que daba al lado izquierdo del trono se abrió, dando paso a Dolmant, flanqueado por Ortzel y Bergsten. El nuevo archiprelado vestía una sencilla sotana blanca y había recobrado la compostura en el rostro. A Sparhawk se le ocurrió de pronto una estrambótica idea. Había una marcada semejanza entre la blanca sotana de Dolmant y la túnica, también blanca, de Sephrenia. Tal coincidencia lo colocó al borde de la elaboración de una conjetura que habría tenido visos de herejía.
Los dos patriarcas, uno de Lamorkand y el otro de Thalesia, escoltaron a Dolmant hasta el trono, que alguien había descubierto durante su ausencia, y el archiprelado tomó asiento.
—¿Y va Sarathi a dirigirnos unas palabras? —inquirió Emban, alejándose del atril y haciendo una genuflexión.
—¿Sarathi? —susurró Talen a Berit.
—Es un nombre muy antiguo —explicó Berit en voz baja—. Cuando la Iglesia quedó finalmente unificada hará casi tres mil años, el primer archiprelado se llamaba Sarathi. Su nombre es recordado y honrado al utilizarlo para dar tratamiento a un archiprelado.
—Yo no he buscado esta distinción —les dijo Dolmant, sentado con aire grave en su trono de oro—, y me sentiría mucho más feliz si no hubierais considerado adecuado otorgármela a mí. Nuestra única esperanza, la de todos nosotros, es que ésta sea en verdad la voluntad de Dios. —Alzó ligeramente el rostro—. Ahora tenemos mucho que hacer. Solicitaré asistencia de muchos de vosotros y, como siempre sucede, se producirán cambios aquí en la basílica. Os ruego, hermanos míos, que no experimentéis sentimientos de pesar o de abatimiento porque se reasignen funciones en la Iglesia, pues ello siempre ha sido así cada vez que un archiprelado accede a este trono. Nuestra Santa Madre se enfrenta al más grave desafío padecido en medio milenio. Mi primera actuación ha de ser, por tanto, confirmar el estado de crisis de fe y decretar que éste continúe hasta que hayamos enfrentado el reto y vencido. Y ahora, queridos hermanos y amigos míos, roguemos y después nos separaremos e iremos a atender nuestras diversas obligaciones.
—Agradable y conciso —aprobó Ulath—. Sarathi está teniendo un buen comienzo.
—¿Se encontraba en verdad la reina en un estado de crisis cuando ha pronunciado el discurso?
—preguntó Kalten a Sparhawk, lleno de curiosidad.
-Por supuesto que no —bufó Sparhawk—. Sabía exactamente lo que hacía en cada momento.
—Ya imaginaba algo así. Me parece que tu matrimonio va a estar lleno de sorpresas, Sparhawk, pero eso tampoco está mal. Los imprevistos siempre mantienen alerta a un hombre.
Al salir, Sparhawk se rezagó para hablar un momento con Sephrenia y la encontró en un pasillo lateral enfrascada en conversación con un hombre que llevaba un hábito de monje. Cuando éste se volvió, sin embargo, Sparhawk vio que no era elenio, sino un estirio de barba plateada. El desconocido dedicó una reverencia al caballero que se aproximaba a ellos.
—Ahora me iré, querida hermana —comunicó a Sephrenia en estirio con voz profunda y rica que desmentía la edad que era evidente en su físico.
—No, Zalasta, quedaos —lo retuvo la mujer, posándole una mano en el brazo.
—No querría ofender a los caballeros de la Iglesia con mi presencia en su lugar sagrado, hermana.
—A Sparhawk le cuesta más ofenderse que al común de los caballeros de la Iglesia, mi querido amigo. —La mujer sonrió.
—¿Éste es el legendario sir Sparhawk? —preguntó el hombre con cierta sorpresa—. Es un honor, caballero. —Lo saludó en un elenio con marcado acento estirio.
—Sparhawk —presentó Sephrenia—, éste es mi más viejo y querido amigo, Zalasta. Nos criamos juntos en el mismo pueblo.
—Me siento honrado, sioanda —dijo Sparhawk en estirio, realizando una reverencia. Sioanda era una palabra estiria que significaba «amigo de mi amigo».
—Los años han mermado la agudeza de mis ojos, parece —observó Zalasta—. Ahora que lo miro con más detenimiento a la cara, veo que en efecto éste es sir Sparhawk. La luz de su propósito resplandece a su alrededor.
—Zalasta nos ha ofrecido su ayuda, Sparhawk —le comunicó Sephrenia—. Es muy sabio y un gran conocedor de los secretos.
—Sería un honor para nosotros, docto señor —manifestó Sparhawk.
—Yo sólo podría prestaros un magro servicio en vuestra gesta, sir Sparhawk —restó importancia, sonriendo, el estirio—. Si me recubrieran de acero, estoy seguro de que me marchitaría como una flor.
—Es una afición elenia, docto señor —comentó Sparhawk, dándose un golpecito en el peto—, igual que los sombreros puntiagudos y los jubones de brocado. Es de esperar que llegue el día en que los armarios de vestimenta de acero pasen de moda.
—Siempre había considerado a los elenios como una raza carente de sentido del humor —señaló el estirio—, pero vos sois divertido, sir Sparhawk. Yo apenas os sería útil en vuestro viaje, pero puede que más adelante me halle en condiciones de asistiros en otra cuestión de cierta importancia.
—¿Un viaje? —inquirió Sparhawk.
—Ignoro adonde iréis vos y mi hermana, caballero, pero percibo muchas leguas aguardándoos a ambos. He venido a advertiros para que fortalezcáis vuestros corazones y obréis con suma prudencia. Un peligro eludido es a veces preferible a uno superado. —Zalasta miró a su alrededor—, Y mi presencia aquí es uno de esos peligros eludibles, creo. Vos tenéis un espíritu cosmopolita, Sparhawk, pero me parece que tal vez algunos de vuestros camaradas no sean tan liberales. —Se inclinó ante Sparhawk, besó las palmas de las manos de Sephrenia y luego se escabulló silenciosamente por la penumbra del corredor.
—No lo había visto desde hace más de un siglo —comentó Sephrenia—. Ha cambiado... apenas un poco.
—La mayoría de nosotros cambiaría en ese largo período, pequeña madre. —Sparhawk sonrió—. Excepto vos, claro está.
—Sois muy buen chico, Sparhawk. —Suspiró—. Todo parece tan lejano... Zalasta siempre era muy serio de pequeño. Incluso entonces daba muestras de una sabiduría increíble. Su percepción de los secretos es profunda.
—¿Qué es ese viaje del que hablaba?
—¿Queréis decir que no lo notáis? ¿No sentís la distancia que se extiende ante nosotros?
—No particularmente, no.
—Elenios —suspiró—. A veces me sorprende que seáis incluso capaces de advertir la sucesión de las estaciones.
—¿Adonde iremos? —preguntó Sparhawk, haciendo caso omiso del sarcasmo.
—No lo sé. Ni siquiera Zalasta puede pronosticarlo. El futuro que nos espera es tenebroso, Sparhawk. Debería haberlo previsto, pero supongo que no me paré a reflexionar sobre ello. Ahora bien, lo que es seguro es que iremos a algún sitio. ¿Por qué no estáis con Ehlana?
—Los reyes se muestran muy solícitos con ella y no he podido acercarme. —Guardó silencio un instante—. Sephrenia, ella también la ve... Me refiero a la sombra. Creo que es probable que se deba a que lleva uno de los anillos.
—Sería una respuesta lógica ya que el Bhelliom es inservible sin las sortijas.
—¿Representa eso un peligro para ella?
—Por supuesto que sí, Sparhawk, pero Ehlana ha estado expuesta al peligro desde el día en que nació.
—¿No es ése un razonamiento un tanto fatalista?
—Tal vez. Ojalá yo pudiera ver esa sombra. Así podría identificarla con algo más de precisión.
—Puedo pedirle el anillo a Ehlana y entregaros los dos —se ofreció el caballero—. Después podéis sacar el Bhelliom de la bolsa. Casi os garantizo que en esas condiciones veréis la sombra.
—Ni lo mencionéis, Sparhawk. —La mujer se estremeció—. De bien poco os serviría si de repente me desvaneciera... de forma permanente.
—Sephrenia —preguntó con un deje de resquemor—, ¿fui yo el objeto de alguna clase de experimento? No paráis de advertir a todo el mundo que no toque el Bhelliom, pero ni os inmutasteis cuando me dijisteis que lo persiguiera y se lo quitara a Ghwerig. ¿No constituía ello un peligro también para mi?¿Os limitasteis a esperar a ver si yo saltaba en pedazos al tocarlo con la mano?
—No seáis tan tonto, Sparhawk. Todo el mundo sabe que vos estabais destinado a controlar el Bhelliom.
—Yo no lo sabía.
—Mejor será no seguir en esta dirección, querido. Ya tenemos suficientes problemas. Limitaos a aceptar el hecho de que vos estáis vinculado al Bhelliom. Creo que esa sombra es lo que debe preocuparnos ahora. ¿Qué es y qué está haciendo?
—Parece que sigue al Bhelliom... y los anillos. ¿Podemos descartar los atentados de que fue responsable Perraine? ¿No era ello producto de una idea de Martel..., algo que tramó por su propia cuenta?
—No sé si sería prudente darlo por sentado. Martel controlaba a Perraine y cabe la posibilidad de que algo haya estado controlando a Martel... sin que ni siquiera él fuera consciente de ello.
—Preveo otra discusión de esas que me dan dolor de cabeza.
—Tomad simplemente precauciones, querido —le aconsejó—. No bajéis la guardia. Veamos si damos alcance a Ehlana. Se enfadará si no le dedicáis atención.
Todos se sentían algo cohibidos cuando se reunieron esa noche. En aquella ocasión, no obstante, el encuentro no tuvo lugar en el castillo pandion sino en una estancia de recargada decoración contigua a los aposentos personales del archiprelado, donde solían desarrollarse las asambleas de los más altos consejos de la Iglesia. Había sido Sarathi quien les había solicitado personalmente que acudieran allí. Todos habían atendido a la petición menos Tynian. Las paredes de la habitación estaban recubiertas con paneles y los cortinajes y alfombras de tonos azules completaban la ornamentación junto con un fresco de tema religioso que guarnecía el techo. Talen alzó la mirada y resopló con desdén.
—Yo podría hacer una obra mejor que ésa con la mano izquierda —declaró.
—Es una posibilidad —admitió Kurik—. Creo que voy a preguntarle a Dolmant si quiere decorar el techo de la nave de la basílica.
—Kurik —señaló Talen, algo desconcertado—, ese techo es más extenso que un pastizal de vacas. Tardaría cincuenta años en cubrirlo de pinturas.
—Eres joven —observó Kurik, encogiéndose de hombros—. El trabajo continuado podría mantenerte por el buen camino.
Se abrió la puerta y, al entrar Dolmant, todos se levantaron e hicieron una genuflexión.
—Por favor —les dijo cansinamente Dolmant—, os lo ruego, ahorradme ese gesto. Todo el mundo lo hace desde que la rematadamente lista reina de Elenia me ha metido a la fuerza en un sillón que yo no quería ocupar.
—Vaya, Sarathi —protestó la joven—, qué cosas decís.
—Tenemos varios asuntos que tomar en consideración, amigos míos —anunció Dolmant—, y decisiones que tomar. —Tomó asiento en el sitio preferente de la gran mesa de conferencia situada en el centro de la habitación—. Sentaos, os lo ruego, y centrémonos en el trabajo.
—¿Para cuándo queréis que programemos vuestra coronación, Sarathi? —preguntó el patriarca Emban.
—Eso puede esperar. Primero hemos de echar a Otha del portal de nuestra casa. No creo que sea bueno hacerlo aguardar. ¿Por dónde empezamos?
—Propondré algunas ideas y veremos cómo responde el resto —dijo el rey Wargun, mirando en derredor—. En mi opinión, tenemos dos opciones. Podemos marchar hacia el este hasta topar con los zemoquianos y luego combatir con ellos en campo abierto, o bien desplazarnos hasta encontrar un terreno adecuado en donde nos detendríamos para aguardarlos. La primera posibilidad mantendría a Otha más alejado de Chyrellos y la segunda nos proporcionaría tiempo para erigir fortificaciones. Ambos enfoques tienen sus ventajas e inconvenientes. —Volvió a mirar a su alrededor—. ¿Qué os parece? —inquirió.
—Creo que es necesario saber con qué tipo de fuerza habremos de enfrentarnos —señaló el rey Dregos.
—Zemoch cuenta con una gran cantidad de habitantes —observó el rey Obler.
—Eso es verdad. —Wargun frunció el entrecejo—. Crían como conejos.
—En ese caso hemos de prever que nos superarán en número —continuó Obler—. Si no he olvidado lo que sabía de estrategia militar, eso casi nos obligaría a adoptar posiciones defensivas. Habremos de someter a desgaste a las fuerzas de Otha antes de iniciar una ofensiva.
—Otro sitio —gruñó Komier—. Detesto los asedios.