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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La rosa de zafiro (69 page)

BOOK: La rosa de zafiro
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Entonces Sparhawk percibió un ligero movimiento y se apresuró a dirigir la mirada a su derecha. Un grupo de personas estaba reunido en la terraza superior a unos cien metros de distancia de la desconchada estatua blanca que debía de haber inspirado los más profundos abismos de locura. Una de ellas tenía el pelo blanco.

Sparhawk se volvió e hizo señas a Ulath para que volviera a subirlo.

—¿Y bien? —le preguntó Kalten.

—Es una gran sala —murmuró Sparhawk—. El ídolo está en el otro extremo y hay amplios bancales escalonados por los que se baja hasta donde se encuentra.

—¿Qué es ese ruido? —inquirió Tynian.

—Están celebrando una especie de rito. Creo que los cantos forman parte de él.

—Me tiene sin cuidado su religión —aseguró con voz cavernosa Ulath—. ¿Hay soldados? Sparhawk negó con la cabeza.

—Es alentador. ¿Algo más?

—Sí. Necesito vuestras artes mágicas, Sephrenia. Martel y los demás están en la grada de arriba, aproximadamente a unos ochenta metros de nosotros. Sería útil saber qué están diciendo. ¿Estamos lo bastante cerca para que el encantamiento dé resultado?

—Apartémonos de la escalera —sugirió, tras asentir, la estiria—. El hechizo genera cierto grado de luz y por ahora no nos conviene que sepan que estamos aquí.

Retrocedieron hacia la polvorienta sala y Sephrenia tomó el reluciente escudo de Bevier que llevaba Berit.

—Esto servirá —dijo.

Invocó el conjuro y lo liberó. Los caballeros se apiñaron en torno al súbitamente resplandeciente escudo, observando las nebulosas figuras que aparecían en su superficie. Las voces surgían quedamente de él, pero eran inteligibles.

—Vuestras encarecidas afirmaciones de que mi oro os serviría para comprar ese trono desde el que podríais fomentar nuestros propósitos eran falsas, Annias —decía Otha con su retumbante voz.

—Fue una vez más por culpa de Sparhawk, Su Majestad —intentó excusarse Annias con tono casi servil—. El desbarató las cosas... como temíamos que ocurriera.

—¡Sparhawk! —Otha profirió un grosero juramento y descargó un puñetazo en el brazo de la litera—. La existencia de ese hombre me gangrena el corazón. Hasta su nombre me causa dolor. Vos debíais mantenerlo alejado de Chyrellos, Martel. ¿Por qué me fallasteis a mí y a mi dios?

—No os fallé realmente, Su Majestad —respondió con calma Martel—, como tampoco lo hizo Annias, dicho sea de paso. El acceso de Su Ilustrísima al trono del archiprelado no era más que un medio para conseguir un fin, y ese fin ya lo hemos logrado: el Bhelliom se encuentra bajo este mismo techo. La estrategia para elevar a Annias a la condición de archiprelado para poder obligar así a los elenios a entregar la joya contenía muchos puntos de incierto desarrollo. Esto ha sido mucho más rápido y más directo. Lo que Azash desea son resultados, Su Majestad, no el éxito o fracaso de las fases conducentes a ellos.

—Tal vez —concedió, gruñendo, Otha—, pero el Bhelliom no ha sido entregado de buen grado a nuestro dios. Todavía se halla en manos de Sparhawk. Vos habéis apostado ejércitos en su camino y él los ha vencido. Nuestro amo ha enviado siervos más horribles que la propia muerte para matarlo y aún sigue vivo.

—Sparhawk es sólo un hombre, en fin de cuentas —señaló Lycheas con su quejumbrosa voz—. Su buena fortuna no puede durar eternamente.

Otha lanzó una amenazadora mirada a Lycheas. Arissa rodeó protectoramente con sus brazos a su hijo e hizo ademán de salir en defensa suya, pero Annias sacudió la cabeza, disuadiéndola de hacerlo.

—Os habéis rebajado reconociendo a este bastardo vuestro, Annias —declaró Otha en tono de desmedido desprecio. Calló un instante, mirándolos—. ¿Es que no lo entendéis? —tronó de improviso—. Este Sparhawk es Anakha, el desconocido. Los destinos de todos los hombres son claramente visibles; todos... salvo Anakha. Anakha se mueve al margen del destino. Incluso los dioses lo temen. Él y el Bhelliom están vinculados de una forma que no alcanzan a comprender los hombres ni los dioses de este mundo, y la diosa Aphrael los protege. Ignoramos cuál es su propósito. Todo cuanto nos salvaguarda de ellos es el hecho de que el Bhelliom se somete a Sparhawk con renuencia. Si llega el tiempo en que se rinda libremente a él, será un dios.

—Pero todavía no lo es, Su Majestad. —Martel sonrió—. Está atrapado en ese laberinto, y jamás dejará a sus compañeros allí para venir a atacarnos solo. Sparhawk es una persona previsible. Ésa es la razón por la que Azash nos aceptó a Annias y a mí: porque lo conocemos y sabemos cómo reaccionará.

—¿Y sabíais que triunfaría como lo ha hecho? —se mofó Otha—. ¿Sabíais que su llegada a este lugar supondría una amenaza a nuestra propia existencia... y a la existencia de nuestro dios? Martel miró las figuras que retozaban obscenamente en el piso inferior.

—¿Cuánto va a durar esto? —preguntó—. Necesitamos que Azash nos guíe, y no podemos reclamar su atención mientras continúe la ceremonia.

—El ritual está a punto de acabar —aseguró Otha—. Los oficiantes han sobrepasado los límites de la extenuación. Morirán pronto.

—Bien. Entonces podremos hablar con nuestro amo. Él también está en peligro.

—¡Martel! —dijo, bruscamente alarmado, Otha—. ¡Sparhawk ha salido del laberinto! ¡ría encontrado el camino del templo!

—¡Llamad a vuestros hombres para que lo detengan! —vociferó Martel.

—Ya lo he hecho, pero se encuentran muy alejados de él. Llegará hasta nosotros antes de que ellos puedan entorpecerle el paso.

—¡Debemos despertar a Azash! —gritó Annias con voz chillona.

—Interrumpir su rito significa la muerte —aseveró Otha.

Martel enderezó el cuerpo y tomó el yelmo que llevaba bajo el brazo.

—Entonces todo depende de mí, supongo —manifestó tristemente.

Sparhawk alzó la cabeza y oyó el ruido de unos arietes aporreando una pared de piedra en la dirección por donde quedaba el palacio.

—Es suficiente —indicó a Sephrenia—. Hemos de ponernos en movimiento. Otha ha llamado a sus soldados para que abatan ese muro que conduce a la escalera de las proximidades del palacio.

—Espero que Bevier y Talen estén bien escondidos —deseó Kalten.

—Lo están —lo tranquilizó Sparhawk—. Bevier sabe lo que hace. Habremos de bajar al templo. Este ático, o como quiera llamárselo, está demasiado expuesto. Si tenemos que luchar aquí, tendremos soldados atacándonos por todas partes. —Miró a Sephrenia—. ¿Existe algún modo de obstruir esa escalera de atrás? —le preguntó.

—Creo que sí —respondió la mujer, entornando los ojos.

—Parecéis algo dubitativa.

—No. Me será fácil obstruir la escalera, pero no estoy segura de si Otha conoce el hechizo que contrarrestaría el mío.

—No lo sabrá hasta que sus soldados lleguen allí y no puedan bajar, ¿no es cierto? —le preguntó Tynian.

—No. En realidad no. Muy bien, Tynian.

—¿Nos dirigimos corriendo a esa terraza de arriba y nos enfrentamos al ídolo? —inquirió Kalten.

—No podemos —repuso Sephrenia—. Recordad que Otha es mago. Estaría arrojándonos un encantamiento tras otro por la espalda. Hemos de encararnos primero con él.

—Y con Martel también —agregó Sparhawk—. Otha no se atreve a interrumpir a Azash mientras se desarrolla ese rito, lo cual supone cierta ventaja. De lo único que hemos de preocuparnos es del propio Otha. ¿Podremos reducirlo, Sephrenia?

—Otha no es valiente —respondió ésta—. Si lo amenazamos, utilizará su poder para escudarse y dejará que sean los soldados que acuden de palacio quienes se ocupen de nosotros.

—Lo intentaremos —resolvió Sparhawk—. ¿Estamos listos? Los demás asintieron.

—Tened cuidado —les recomendó—, y no quiero que nadie se interponga cuando vaya tras Martel. En marcha.

Se encaminaron a la escalera, se detuvieron un momento, respiraron hondo y comenzaron a bajar con las armas desenfundadas.

—Ah, heos aquí, viejo amigo—saludó, arrastrando las palabras, Sparhawk, imitando deliberadamente la postura desenvuelta de Martel—. Os he estado buscando por todas partes.

—Yo no me he movido de aquí, Sparhawk —replicó Martel, desenvainando la espada.

—Ya veo. Debo de haberme desorientado un poco. Confío en que no os haya hecho esperar.

—De ningún modo.

—Estupendo. Detesto llegar tarde. —Paseó la mirada sobre los demás—. Bien. Veo que estamos todos aquí. —Miró con mayor detenimiento al primado de Cimmura—. Realmente, Annias, deberíais intentar tomar un poco más el sol. Estáis blanco como el papel.

—Oh, antes de que los dos os enzarcéis —dijo Kalten—, os he traído un regalo, un pequeño recordatorio de nuestra visita. Estoy seguro de que es algo a lo que siempre le tendréis cariño.

Se inclinó ligeramente y zarandeó un poco la capa que llevaba en el brazo, reteniendo firmemente una esquina de la prenda con la mano acorazada con guantelete. La capa se desplegó sobre el suelo de ónix y la cabeza de Adus salió rodando hasta pararse a los pies de Martel, donde quedó fija, mirándolo.

—Qué amable, sir Kalten —agradeció Martel, apretando los dientes. Aparentando indiferencia, apartó el despojo de un puntapié—. No dudo que os habrá costado mucho obtener este presente.

Sparhawk apretó el puño sobre la empuñadura de la espada, bufando de cólera.

—Me ha costado a Kurik, Martel —dijo con voz inexpresiva—, y ha llegado la hora de ajustar cuentas.

A Martel se le desorbitaron brevemente los ojos.

—¿Kurik? —dijo con voz perpleja—. No esperaba eso. Lo siento de veras, Sparhawk. Lo apreciaba. Si consigues volver a Demos, preséntale a Aslade mis más sinceras disculpas.

—No pienso hacerlo, Martel. No voy a insultar a Aslade mencionándole vuestro nombre. ¿Vamos a zanjar esta cuestión?

Sparhawk comenzó a avanzar, con el escudo preparado y la punta de la espada moviéndose lentamente a uno y otro lado como la cabeza de una serpiente. Kalten y los demás dejaron sus armas en el suelo y permanecieron inmóviles, observando.

—Un caballero hasta el final —comentó Martel, poniéndose el yelmo y alejándose de la litera de Otha para que no les estorbara los movimientos—. Vuestros buenos modales y vuestro sentido del honor serán la causa de vuestra muerte, Sparhawk. Vos contabais con ventaja. Debisteis aprovecharla.

—No voy a necesitarla, Martel. Todavía os queda un momento para arrepentiros. Os aconsejo que no lo desperdiciéis.

—No creo que vaya a hacerlo, Sparhawk —replicó el renegado pandion con una tenue sonrisa—. Yo elegí mi camino y no voy a rebajarme cambiando de opinión ahora. —Se bajó la visera.

Los dos acometieron simultáneamente, descargando sonoros golpes en el escudo del adversario. Ambos se habían entrenado bajo la dirección de Kurik cuando eran muchachos, y no cabía la posibilidad de poner en juego algún truco o amago para engañar al otro. Su fuerza y habilidad eran tan equiparables que no había modo de predecir el resultado de aquel duelo que llevaba más de una década preparándose.

Los primeros cintarazos eran tentativos, destinados a atisbar una alteración en la técnica o modificaciones en el vigor físico. Al observador no experto podría haberle parecido que el constante entrechocar de sus armas era frenético e irreflexivo, pero no era ése el caso. Ninguno de los dos estaba tan fuera de sí como para exponerse demasiado. Atacaban y se defendían alternativamente, alejándose lentamente del lugar donde se hallaba la ornada litera que ocupaba Otha y donde Annias, Arissa y Lycheas los observaban, conteniendo el aliento. Ello formaba también parte de la estrategia de Sparhawk. Necesitaba apartar a Martel de Otha para que Kalten y los otros pudieran amenazar al hinchado emperador y, para conseguirlo, retrocedía de tanto en tanto unos pasos cuando realmente no era preciso, atrayendo a Martel.

—Debéis de estar envejeciendo, Sparhawk —jadeó Martel, aporreando el escudo de su antiguo hermano.

—No más que vos, Martel. —Sparhawk le propinó un cintarazo que lo hizo tambalearse. Kalten, Ulath y Tynian, seguidos de Berit, que agitaba la amedrentadora hacha de Bevier, se encaminaron hacia Otha y Annias. El emperador hizo ondular una mano y una reluciente barrera apareció en torno a su litera y los compañeros de Martel.

Sparhawk sintió un tenue hormigueo en la nuca y supo que Sephrenia estaba invocando el hechizo que obstruiría la escalera. Arremetió contra Martel, blandiendo a toda velocidad la espada a fin de distraerlo para que no notara aquella imperceptible sensación familiar que siempre acompaña a la realización de un encantamiento por parte de un amigo. Sephrenia había entrenado a Martel y éste reconocería el sello de su magia.

La pelea proseguía con creciente furia. Sparhawk jadeaba y sudaba, con el brazo dolorido a causa de la fatiga. Dio un paso atrás, bajando ligeramente la espada, formulando la silenciosa proposición de una pausa para recobrar el aliento, tradicional en los combates y que jamás se tenía por una muestra de flaqueza.

Martel también depuso el arma en señal de acuerdo.

—Casi como en los viejos tiempos, Sparhawk —comentó, sin resuello, Martel, alzándose la visera.

—Casi —acordó Sparhawk—. Veo que habéis aprendido algunos trucos nuevos. —Se descubrió también la cara.

—Pasé demasiado tiempo en Lamorkand. Sin embargo, el arte de la espada no está muy desarrollado en ese país. Vuestra técnica parece tener un toque rendoreño.

—Diez años de exilio allí. —Sparhawk se encogió de hombros, llenándose los pulmones de aire.

—Vanion nos desollaría a los dos si nos viera sacudiéndonos de este modo.

—Seguramente. Vanion es un perfeccionista.

—Ésa es la pura verdad.

Ambos tenían la respiración trabajosa y miraban fijamente a los ojos del otro, vigilando el atisbo de contracción que precedería a un ataque por sorpresa. Sparhawk notó cómo iba mitigándose el dolor de su hombro.

—¿Estáis listo? —preguntó al cabo.

—Cuando queráis.

Martel dio comienzo a una complicada y prolongada serie de estocadas que su contrincante conocía muy bien, pues era una de las más antiguas, y su conclusión era inevitable. Sparhawk movió el escudo y la espada adoptando la actitud de defensa prescrita, pero, no bien Martel había iniciado la ofensiva, supo que iba a recibir un aturdidor cintarazo en la cabeza. Kurik, no obstante, había ideado una modificación en el yelmo del pandion poco después de la expulsión de Martel de la orden, y, cuando el renegado le descargó el potente golpe en la cabeza, Sparhawk la agachó ligeramente para que toda su fuerza recayera en la cresta del yelmo, la cual llevaba ahora muy reforzada. Con todo, los oídos le zumbaron violentamente y las piernas le flaquearon, pero aun así fue capaz de esquivar la estocada siguiente que muy bien podría haberlo lisiado.

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