—Sin duda Cugel tiene buenas razones para pronunciar esas poco amables palabras; sin embargo, ni Gark ni yo podemos tomarlas a la ligera.
El otro dijo:
—¡Tales observaciones merecen una reparación! Cugel tiene una lengua irresponsable. —Ambos salieron a saltos de la habitación.
Weamish dijo con tono de reproche:
—Has ofendido a Gark y a Gookin, que vinieron únicamente para custodiar las cosas de valor de Twango del pillaje. Pero lo que está hecho está hecho. Vamos a ver al Maestro Twango.
Weamish llevó a Cugel a una amplia sala de trabajo; amueblada con una docena de mesas donde se apilaban libros, cajas y utensilios diversos. Gark y Gookin, con elegantes gorros de pico, rojo y azul respectivamente, miraron a Cugel con ojos irritados desde un banco. Twango estaba sentado ante un enorme escritorio; era bajo y corpulento, con barbilla pequeña, boca fina y cabeza medio calva, rodeada por una coronilla de relucientes rizos negros. De su mentón colgaba una excéntrica perilla.
A la entrada de Cugel y Weamish, Twango hizo girar su silla.
—¡Ajá, Weamish! Este caballero, me han dicho, es Cugel. ¡Bienvenido a Flutic, Cugel!
Cugel se sacó el sombrero e hizo una reverencia.
—Señor, me siento agradecido por vuestra hospitalidad en esta oscura noche.
Twango arregló los papeles de su escritorio y examinó a Cugel con el rabillo del ojo. Señaló una silla.
—Siéntate, si quieres. Weamish me dice que te sientes inclinado a aceptar un empleo, bajo ciertas condiciones.
Cugel asintió cortésmente.
—Me sentiré complacido de tomar en consideración cualquier puesto para el que me sienta cualificado, y que ofrezca una compensación apropiada.
—¡Así es! —dijo Weamish desde un lado—. En.Flutic las condiciones son siempre óptimas, y en el peor de los casos meticulosas.
Twango tosió y dejó escapar una risita.
—¡Mi viejo y querido Weamish! ¡La nuestra ha sido una larga asociación! Pero ahora nuestras cuentas están saldadas y quiere retirarse. ¿Estoy en lo cierto en esto; Weamish?
—¡Lo estáis, hasta la última sílaba!
Cugel hizo una delicada sugerencia:
—Quizá deseéis describir los distintos niveles de empleo disponibles y sus requisitos correspondientes. Así, tras su análisis, podré indicaros de la manera que creo poder serviros mejor.
—¡Una petición juiciosa! —exclamó Weamish—. ¡Bien pensado, Cugel! O estoy muy engañado, o medrarás en Flutic.
Twango ordenó de nuevo los papeles de su escritorio.
—Mi negocio, en base, es simple. Exhumo y restauro tesoros del pasado. Luego los perito, los embalo y los vendo a un agente en Saskervoy, el cual los envía a su último consignatario, que según tengo entendido es un prominente mago en Almery. Si llevo a cabo cada una de las fases de la operación con mi mejor eficiencia (Weamish, con su espíritu burlón, ha utilizado la palabra «meticuloso»), a veces consigo extraer un pequeño beneficio
—Conozco Almery —dijo Cugel—. ¿Quién es el mago?
Twango rió suavemente.
—Soldinck, el agente, se niega a librar esa información, a fin de que yo no le venda directamente mis productos con el doble de beneficio. Pero a través de otras fuentes he sabido que el consignatario es un tal Iucounu de Pergolo… ¿Decías algo, Cugel?
Cugel se palpó sonriente el estómago.
—Sólo un eructo. Normalmente, a esta hora, suelo cenar. ¿Vos no lo hacéis? Podríamos proseguir nuestra conversación sobre algunos platos de comida.
—Todo a su tiempo —dijo Twango—. Ahora sigamos. Weamish ha supervisado durante mucho tiempo mis operaciones arqueológicas, y su puesto queda ahora vacante ¿Te dice algo el nombre de «Sadlark»?
—Sinceramente, no.
—Entonces debo hacer una breve disgresión. Durante las guerras de Cutz, en el Eón Dieciocho, el demonio Underherd interfirió con el sobremundo, de modo que Sadlark descendió para arreglar las cosas. Por oscuras razones, yo sospecho que fue por simple vértigo, Sadlark cayó al cenagal, creando un pozo que he descubierto en mi propio patio trasero. Las escamas de Sadlark se han conservado hasta hoy, y ésos son los tesoros que recupero del lodo.
—Sois afortunado de que el pozo esté tan cerca de vuestra residencia —dijo Cugel—. La eficiencia resulta así aumentada.
Twango intentó seguir el razonamiento de Cugel, luego abandonó el esfuerzo.
—Cierto. —Señaló a una mesa cercana—. Aquí hay una reconstrucción de Sadlark en miniatura.
Cugel fue a inspeccionar el modelo, que había sido formado pegando gran número de escamillas plateadas a una matriz de alambre también plateado. El liso tronco se apoyaba sobre un par de piernas cortas terminadas en membranas circulares. Sadlark carecía de cabeza; el torso se erguía liso hasta una especie de torreta en forma de proa, en medio de cuya parte central había una escama particularmente compleja con un nódulo rojo. Cuatro brazos colgaban de la parte superior del torso; no eran evidentes ni órganos de los sentidos ni aparato digestivo, y Cugel le señaló a Twango este hecho como algo curioso
—Sí, sin duda lo es —dijo Twango—. Las cosas son diferentes en el sobremundo. Como el modelo, Sadlark estaba constituido por escamas sobre una matriz no de hilo de plata sino de trama de fuerza. Cuando Sadlark se sumergió en el lodo, la humedad anuló esa trama de fuerza; las escamas se dispersaron y Sadlark quedó desorganizado, lo cual es el equivalente a la muerte en el sobremundo.
—Una lástima —dijo Cugel, regresando a su asiento—. Su comportamiento parece que fue quijotesco desde un principio.
—Probablemente cierto —dijo Twango—. Sus motivos son difíciles de dilucidar. Ahora volvamos a nuestros propios asuntos: Weamish va a abandonar nuestro pequeño grupo, y su puesto como «supervisor de operaciones» queda libre. ¿Se halla este puesto dentro de tus capacidades?
—Creo que sí —dijo Cugel—. Las cosas valiosas que están enterradas siempre han despertado mi interés.
—Entonces el puesto te viene como un guante.
—¿Y mi estipendio?
—Será exactamente el de Weamish, pese a que Weamish ha sido un hábil y listo asociado durante muchos años. En tales casos, no hago favoritismos.
—En números redondos, entonces, ¿cuántos terces gana Weamish?
—Prefiero mantener estos asuntos en un plano confidencial —dijo Twango—, pero Weamish, o así creo al menos, me permitirá revelar que la última semana ganó casi trescientos terces, y la anterior más o menos lo mismo.
—¡Cierto, de la primera a la última palabra! —dijo Weamish.
Cugel se frotó la barbilla.
—Parece que este estipendio es adecuado a mis necesidades.
—Creo que si —dijo Twango—. ¿Cuándo puedes asumir tus obligaciones?
Cugel se lo pensó sólo un momento.
—Inmediatamente, en lo que a cómputo de salario se refiere. De todos modos, desearía disponer de unos días para estudiar vuestra forma de trabajar. Supongo que podréis proporcionarme alojamiento y comida adecuados durante ese período.
—Todo ello es proporcionado a un coste nominal. —Twango se puso en pie—. Pero te tengo aquí hablando cuando seguramente estarás cansado y tendrás hambre. Weamish, como última tarea oficial, te llevará al refectorio, donde podrás cenar lo que quieras. Luego podrás descansar en cualquier tipo de acomodo que creas adecuado para ti. Cugel, te doy la bienvenida en tu nuevo empleo. Por la mañana podremos dejar sentados los detalles de tu compensación.
—¡Ven! —exclamó Weamish—. Al refectorio. —Corrió cojeando hacia la puerta, donde se detuvo y miró hacia atrás—. ¡Vamos, ven, Cugel! ¡En Flutic no se remolonea nunca!
Cugel miró a Twango.
—¿Por qué está Weamish tan animado? ¿Y por qué no se remolonea nunca?
Twango agitó la cabeza con afectuoso regocijo.
—¡Weamish no tiene igual! No intentes emularlo; no espero hallar nunca a nadie como él.
—¡Vamos, Cugel! —llamó de nuevo Weamish—. ¿Debemos quedarnos aquí hasta que el sol se apague?
—Ahora voy, pero me niego a correr ciegamente por este corredor tan largo y oscuro.
—¡Entonces sígueme!
Cugel siguió a Weamish hasta el refectorio: un salón con mesas a un lado y un bufete lleno de viandas al otro. Había dos hombres sentados, cenando. El primero, una persona de complexión robusta y cuello de toro, con una gran masa de rizado pelo rubio y expresión taciturna, comía grandes habas con pan. El segundo, tan flaco como un lagarto, consumía una comida no menos austera, de legumbres estofadas con un trozo de cebolla cruda para darle sabor.
La atención de Cugel, sin embargo, se centró en el bufete. Se volvió maravillado a Weamish.
—¿Siempre proporciona Twango tal cantidad de exquisiteces?
—Sí, éste es normalmente el caso —respondió Weamish de forma desinteresada.
—Esos dos hombres de allí, ¿quiénes son?
—A la izquierda se sienta Yelleg; el otro es Malser. Forman el equipo de trabajo que tendrás que supervisar.
—¿Sólo dos? Esperaba un equipo más grande.
—Descubrirás que esos dos son suficientes.
—Para ser obreros manuales, su apetito es notablemente moderado.
Weamish miró indiferente al otro lado de la estancia.
—Así parece. En cuanto a ti, ¿qué quieres cenar?
Cugel fue a inspeccionar desde más cerca el bufete.
—Empezaré con un plato de este pescado ahumado, y una ensalada variada. Luego este pollo asado parece notablemente comestible: probaré una de sus patas, me hace gracia la extraña forma en que se articula…, y la guarnición parece estar en su punto. Finalmente, unas cuantas de estas pastas y una botella de este vino violeta de Mendolence; creo que esto bastará. ¡No hay duda de que Twango trata bien a sus empleados!
Cugel llenó una bandeja con viandas de calidad, mientras Weamish tomaba solamente un plato pequeño de hojas de bardana hervidas. Maravillado, Cugel preguntó:
—¿Es adecuada esta mezquina comida para tu apetito?
Weamish frunció el ceño y miró su plato.
—Admito que es un tanto escasa. Pero considero que una dieta demasiado abundante reduce mi celo.
Cugel rió confiadamente.
—Pretendo innovar un programa de operaciones racionales, de modo que este frenético y atolondrado celo tuyo, con gran revuelo de ropas, sea innecesario.
Weamish frunció los labios.
—Descubrirás que, a veces, tendrás que trabajar tan duro como los que están bajo tu mando. Esa es la naturaleza de la posición de supervisor.
—¡Nunca! —declaró expansivamente Cugel—. Insisto en una rígida separación de funciones. Un trabajador manual no debe supervisar, y un supervisor no debe efectuar trabajos manuales. Pero en cuanto a tu comida de esta noche, puesto que ya te has retirado del trabajo; ¡puedes comer y beber tanto como desees!
—Mi cuenta está cerrada —dijo Weamish—. No tengo intención de volver a abrir los libros.
—Oh, esto no tiene importancia —dijo Cugel—. De todos modos, si eso te preocupa, ¡come y bebe todo lo que quieras, a mi cuenta!
—¡Esto es muy generoso de tu parte! —Weamish saltó en pie y cojeó a toda velocidad hacia el bufete. Regresó con una selección escogida de carnes, frutas en conserva, dulces, un queso grande y una botella de vino, y pasó al ataque con sorprendente deleite.
Un sonido procedente de arriba atrajo la atención de Cugel. Alzó la vista y descubrió a Gark y Gookin acuclillados en un estante. Gark sostenía una tablilla, en la que Gookin iba haciendo anotaciones, utilizando un estilo absurdamente largo.
Gark inspeccionó la bandeja de Cugel.
—Artículo: pescado ahumado, servido con ajo y un puerro, cuatro terces. Articulo: un pollo, calidad extra, tamaño grande, servido con un bol de salsa y siete tipos de guarnición, once terces. Articulo: tres pastas de fruta con hierbas, a tres terces la unidad, total nueve terces. Una ensalada de verduras surtidas, seis terces. Artículo: tres panecillos, a dos terces, total seis terces. Artículo: una tajada grande de conserva de membrillo, valor tres terces. Vino, nueve terces. Un servicio de mantel y cubiertos, un terce.
—Anotado y calculado —dijo Gookin—. Cugel, pon tu marca en este sitio.
—¡No tan aprisa! —dijo Weamish secamente—. Mi cena de esta noche es a expensas de Cugel. Inclúyela en su cuenta.
—Cugel, ¿es correcto esto? —preguntó Gark.
—De hecho, hice esta invitación —admitió Cugel—. De todos modos, ceno aquí en mi calidad de supervisor. En consecuencia, ordeno que los siete cargos por mantenimiento sean borrados. En cuanto a Weamish, en su calidad de honorable ex empleado, cena también sin cargo.
Gark y Gookin emitieron secas y agudas risitas, e incluso Weamish exhibió una dolorosa sonrisa.
—En Flutic —dijo Weamish—, nada es dejado al azar. Twango distingue claramente sentimiento de negocio. Si Twango fuera propietario del aire, pagaríamos con monedas cada inhalación.
Cugel habló con dignidad:
—Estas prácticas deben ser revisadas, e inmediatamente. De otro modo renunciaré a mi puesto. También tengo que señalar que el pollo estaba poco hecho y que al ajo le faltaba sabor.
Gark y Gookin no le prestaron atención. Gookin anotó la comida de Weamish.
—Muy bien, Cugel; una vez más requerimos que pongas tu marca.
Cugel inspeccionó la tablilla.
—Esos arañazos de pata de ave no significan nada para mí.
—¿De veras? —preguntó suavemente Gookin. Tomó la tablilla—. Ajá, observo algo que se nos había pasado. Añade tres terces por las pastillas digestivas de Weamish.
—¡Alto ahí! —rugió Cugel—. ¿A cuánto asciende la cuenta en este momento?
—Ciento dieciséis terces. A menudo se nos da propina por nuestros servicios.
—¡Este no es el caso! —Cugel arrancó la tablilla de manos del otro y garabateó su marca—. ¡Ahora largaos! No puedo cenar dignamente con un par de pequeños cojitrancos de los pantanos mirando por encima de mi hombro.
Gark y Gookin se alejaron dando furiosos saltos. Weamish dijo:
—Esta última observación pareció más bien una patada en las partes nobles. Recuerda: Gark y Gookin son quienes preparan la comida, y cualquiera que les irrite se expone a encontrar sustancias nocivas en su comida.
—¡Será mejor que se guarden ellos de mí! —dijo Cugel firmemente—. Como supervisor, soy persona de importancia. ¡Si Twango no respalda mis órdenes, renunciaré a mi puesto!
—Esa opción, por supuesto, está siempre a tu disposición…, tan pronto como liquides tu cuenta.