La saga de Cugel (3 page)

Read La saga de Cugel Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La saga de Cugel
4.98Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No veo un gran problema en ello. Si el supervisor gana trescientos terces en una semana, puedo liquidar con rapidez mi cuenta.

Weamish dio un profundo sorbo de su vaso. El vino parecía desatar su lengua. Se inclinó hacia Cugel y habló en un ronco susurro.

—Trescientos terces a la semana, ¿eh? ¡Para mi, eso fue pura suerte! Yelleg y Malser son buceafango, como los llamamos. Ganan de tres a veinte terces por cada escama que encuentran, según la calidad. Las «Hoja de Trébol Femoral» representan diez terces, como las «Doble Lumínica Dorsal». Una «Sequalion Entrecruzada», ya sea de la torreta o del pectoral, significa veinte terces. Las raras «Parpadeante Lateral» valen también veinte terces. Quien encuentre la «Estallido Pectoral de Luz» ganará cien terces.

Cugel sirvió más vino en el vaso de Weamish.

—Te escucho atentamente.

Weamish bebió el vino, pero excepto eso apenas parecía darse cuenta de la presencia de Cugel.

—Yelleg y Malser trabajan desde antes del amanecer hasta que ya se ha hecho oscuro. Ganan entre diez y quince terces al día por término medio, de lo cual hay que deducir los costes de alojamiento, comida y demás. Como supervisor tú debes cuidar de su seguridad y comodidad, con un salario de diez terces al día. Adicionalmente, ganas una bonificación de un terce por cada escama exhumada por Yelleg y Malser, independientemente del tipo. Mientras Yelleg y Malser se calientan al fuego o toman su té, se supone que tú debes bucear en busca de escamas.

—¿Bucear? —preguntó perplejo Cugel.

—Exacto: en el pozo creado por el impacto de Sadlark en el lodo. El trabajo es tedioso, y hay que bucear profundo. Recientemente —aquí Weamish se bebió todo el vaso de vino de un trago— di con todo un nido de escamas de buena calidad, con varias «especiales» entre ellas, y a la semana siguiente, por una afortunada casualidad, hice lo mismo. Así pude amortizar mi cuenta, y he decidido retirarme al instante.

La comida de Cugel se había vuelto de pronto insípida.

—¿Y tus ganancias anteriores?

—En los días buenos puedo ganar tanto como Yelleg y Malser.

Cugel alzó los ojos al techo.

—Con unos ingresos de doce terces al día y unos gastos diez veces superiores, ¿cómo le saca uno provecho a su trabajo?

—Tu pregunta pone el dedo en la llaga. Antes que nada, uno aprende a comer sin hacer referencia a sutiles distinciones. Del mismo modo, cuando uno duerme el sueño del agotamiento, ignora la decoración de su cuarto.

—¡Como supervisor, haré cambios al respecto! —Pero Cugel hablaba con poca convicción.

Weamish, ahora algo perplejo, alzó un largo y blanco dedo.

—¡De todos modos, no ignores las oportunidades! Existen, te lo aseguro, ¡y en los lugares más inesperados!

—Se inclinó hacia adelante, haciéndole a Cugel un guiño de críptico significado.

—¡Habla! —dijo Cugel—. ¡Estoy atento!

Tras eructar, tragar otro vaso de vino y mirar por encima del hombro, Weamish dijo:

—Sólo puedo señalar que, para vencer las tretas de alguien como Twango, se necesitan las más extraordinarias habilidades.

—Tus observaciones son interesantes —dijo Cugel—. ¿Puedo volver a llenarte el vaso?

—Con placer. —Weamish bebió satisfecho, luego se inclinó de nuevo hacia Cugel—. ¿Te importaría oír un gran chiste?

—Me encantaría.

Weamish habló con tono confidencial.

—¡Twango me considera ya en mí chochez! —Echándose hacia atrás en su silla, Weamish exhibió a Cugel una sonrisa llena de huecos de dientes.

Cugel aguardó, pero el chiste de Weamish ya había sido dicho. Rió educadamente.

—¡Qué absurdo!

—¿No lo crees así? ¿Cuando, mediante el método más ingenioso, he conseguido liquidar mis cuentas? Mañana abandonaré Flutic y pasaré varios años viajando por entre los lugares de recreo más de moda. Luego dejaré que Twango se pregunte quién se halla en su chochez, si él o yo.

—No tengo la menor duda sobre su veredicto. De hecho, todo está claro, excepto los detalles de tu «ingenioso método».

Weamish hizo una mueca y un nuevo guiño y se humedeció los labios, mientras la vanidad y la jactancia luchaban contra los últimos elementos supervivientes de su cautela. Abrió la boca para hablar… Sonó un gong cuando alguien en la puerta tiró con fuerza de la cadena de llamada.

Weamish empezó a ponerse en pie, luego, con una risa descuidada, volvió a dejarse caer en su silla.

—Cugel, ahora es tarea tuya atender a los visitantes de última hora, y a los de antes también.

—Soy «supervisor de operaciones», no lacayo general —dijo Cugel.

—Una noble esperanza —dijo Weamish con añoranza—. Primero tendrás que entendértelas con Gark y Gookin, que se encargan de que todas las regulaciones sean cumplidas al pie de la letra.

—¡Aprenderán a caminar sin hacer ruido en mi presencia!

La sombra de una deforme cabeza y un gorro puntiagudo cayó sobre la mesa. Una voz dijo:

—¿Quién aprenderá a caminar sin hacer ruido?

El gong sonó de nuevo. Gookin exclamó:

—¡Cugel, en pie! ¡Responde a la puerta! Weamish te dará instrucciones acerca de la rutina.

—Como supervisor —dijo Cugel—, te asigno a partir de ahora a ti esta tarea. ¡Rápido!

Como respuesta, Gookin hizo un floreo con un pequeño knut de tres colas, cada una de las cuales estaba rematada por una púa amarilla.

Cugel dio un golpe al estante con tanta fuerza que Gookin voló cabeza abajo por los aires y fue a aterrizar sobre una bandeja de quesos surtidos colocada sobre el bufete. Cugel recogió el knut y lo sujetó por el mango, listo para usarlo.

—Ahora, ¿vas a cumplir con tus obligaciones? ¿O debo darte una buena lección, y luego arrojarte a ti y a tu sombrero en ese perol de callos?

Twango apareció a la carrera en el refectorio, con Gark sentado en su hombro, mirando con ojos desorbitados.

—¿Qué es toda esta conmoción? Gookin, ¿qué haces tendido entre los quesos?

—Puesto que yo soy el supervisor —dijo Cugel—, creo que deberíais dirigiros a mí. El caso es el siguiente: ordené a Gookin que respondiera a la puerta. Intentó una flagrante insolencia, y estaba a punto de castigarle como corresponde.

El rostro de Twango se volvió rosa por la ira.

—¡Cugel, ésta no es la rutina habitual! Hasta ahora el supervisor ha respondido siempre a la puerta.

—¡Acabamos de hacer un cambio en este mismo momento! El supervisor queda relevado de toda tarea menor. Ganará tres veces su anterior salario, con comida y alojamiento incluidos sin ningún cargo extra.

El gong sonó una vez más. Twango murmuró una maldición.

—¡Weamish! ¡Responde a la puerta! ¿Weamish? ¿Dónde estás?

Weamish había desaparecido del refectorio.

Cugel dio una seca orden:

—¡Gark! ¡Responde al gong!

Gark respondió con un hosco silbido. Cugel señaló la puerta.

—¡Gark, quedas despedido inmediatamente por insubordinación! Lo mismo se aplica a Gookin. Los dos abandonaréis de inmediato el lugar y regresaréis a vuestro pantano nativo.

Gark, al que ahora se le unió Gookin, respondió simplemente con desafiantes silbidos.

Cugel se volvió hacia Twango.

—Me temo que, a menos que mi autoridad sea respaldada, voy a verme obligado a dimitir.

Twango alzó irritadamente los brazos.

—¡Ya basta de estas estupideces! ¡Mientras estamos aquí, el gong no deja de sonar! —Se dirigió a largas zancadas al pasillo, hacia la puerta, con Gark y Gookin dando saltos a sus espaldas.

Cugel les siguió a un paso mucho más moderado. Twango abrió la puerta de par en par, para dejar pasar a un hombre recio de mediana edad embozado en una capa marrón con capucha. Tras él entraron otros dos individuos vestidos del mismo modo.

Twango dio la bienvenida al visitante con respetuosa familiaridad.

—¡Maestro Soldinck! ¡Es ya muy tarde! ¿Cómo os aventuráis tan lejos a estas horas?

—Traigo noticias serias y urgentes, que no pueden aguardar ni un instante —dijo Soldinck con voz grave.

Twango retrocedió, asombrado.

—¿Ha muerto Mercantides?

—¡La tragedia es de engaño y robo!

—¿Qué ha sido robado? —preguntó impacientemente Twango—. ¿Quién ha sido engañado?

—Relataré los hechos. Hace cuatro días, exactamente al mediodía, vine aquí con el vehículo de seguridad. Lo hice en compañía de Rincz y Jornulk, ambos, como sabéis muy bien, ancianos y personas de reconocida probidad.

—Su reputación nunca ha sido cuestionada, que yo sepa. ¿Por qué los traéis ahora con vos?

—¡Paciencia, y escuchad!

—¡Seguid! Cugel, tú eres un hombre de experiencia; quédate aquí y ejercita tu buen juicio. Éste es el Maestro Soldinck, de la Firma Soldinck y Mercantides, Agentes Comerciales.

Cugel avanzo un paso, y Soldinck siguió con su declaración.

—Entré con Rincz y Jornulk a vuestra estancia de trabajo. Allí, en nuestra presencia, contasteis y embalamos seiscientas ochenta escamas en cuatro cajas.

—Correcto. Eran cuatrocientas «ordinarias», doscientas «especiales» y ochenta «especiales de primera», de carácter único.

—Exacto. Juntos, y en presencia de Weamish, cerramos las cajas, las sellamos, fijamos flejes y placas. Sugiero que sea llamado Weamish, a fin de que pueda colaborar con su sabiduría a la solución de nuestro misterio.

—¡Gark! ¡Gookin! Tened la bondad de avisar a Weamish. De todos modos, Maestro Soldinck, aún no habéis definido el misterio en si.

—Lo haré ahora mismo. Entre vos, Weamish, Rincz, Jornulk y yo mismo, las escamas fueron embaladas como siempre en vuestra sala de trabajo. Luego Weamish, para nuestra supervisión, colocó las cajas sobre la carretilla, y todos le felicitamos tanto por la belleza con que había decorado la carretilla como por su cuidado en asegurarse de que las cajas no pudieran caer al suelo. Luego, con Rincz y yo a la cabeza, vos y Jornulk detrás, Weamish llevó cuidadosamente la carretilla pasillo abajo, deteniéndose, recuerdo, tan sólo para ajustarse un zapato y comentar conmigo el poco común frío que hacía.

—Exacto. Continuad.

—Weamish llevó la carretilla hasta el carro de seguridad, y las cajas fueron transferidas a la caja fuerte, que fue cerrada de inmediato. Extendí un recibo para vos, contrafirmado por Rincz y Jornulk, y en el que Weamish puso su marca como testigo. Finalmente os pagué vuestro dinero, y vos me disteis a cambio el recibo correspondiente.

»Llevamos el carro directamente a Saskervoy, donde, con toda formalidad, las cajas fueron transferidas a una bóveda de seguridad, para ser enviadas a su debido momento a Almery.

—¿Y bien?

—Hoy, Mercantides pensó en verificar la calidad de las escamas. Abrí una de las cajas, tan cuidadosamente certificada, para descubrir tan sólo fango y piedras. En consecuencia, fueron investigadas todas las cajas. Cada una no contenía más que tierra sin valor, y aquí tenéis el misterio. Esperamos que vos o Weamish podáis ayudarnos a resolver este sorprendente asunto o, si eso no es posible, nos devolváis nuestro dinero.

—Esta última posibilidad queda fuera de cuestión., No puedo añadir nada a vuestras afirmaciones. Todo se produjo tal como habéis descrito. Es posible que Weamish observara algún incidente peculiar, pero estoy seguro de que me lo hubiera notificado.

—De todos modos, su testimonio puede sugerir algún tipo de investigación, cuando se presente.

Gark entró dando grandes saltos en la habitación, con los ojos excitadamente desorbitados. Exclamó con voz jadeante:

—Weamish está en el tejado. ¡Se comporta de la forma más inhabitual!

Twango agitó desmayadamente los brazos.

—Senil, sí, pero ¿estúpido tan pronto? ¡Apenas acaba de retirarse!

—¿Qué? —exclamó Soldinck—. ¿Weamish retirado? ¡Esto es una gran sorpresa!

—¡Para todos nosotros! Liquidó sus cuentas hasta el último terce, luego declaró que se retiraba.

—Esto es de lo más extraño —dijo Soldinck—. ¡Tenemos que hacer bajar inmediatamente a Weamish del tejado!

Con Gark dando saltos al frente, Twango corrió al jardín, con Soldinck, Rincz, Jornulk y Cugel detrás.

La noche era oscura, iluminada tan sólo por unas pocas constelaciones enfermizas. La luz de dentro del edificio, que brotaba de las ventanas que daban al tejado, mostró a Weamish siguiendo un precario camino a lo largo de la cresta del tejado.

—Weamish —llamó Twango—, ¿qué haces ahí arriba? ¡Baja inmediatamente!

Weamish miró a uno y otro lado hasta descubrir la fuente de la llamada. Al ver a Twango y Soldinck, lanzó un grito salvaje en el que el desafío parecía mezclarse con la hilaridad.

—Esto es un respuesta más bien ambigua —dijo Soldinck.

Twango llamó de nuevo:

—Weamish, faltan un cierto número de escamas, y queremos hacerte una o dos preguntas.

—Preguntad en otra parte, donde queráis y durante toda la noche si os place…, en cualquier lugar excepto aquí. Estoy caminando por el tejado, y no quiero ser molestado.

—¡Oh, vamos, Weamish, es a ti a quien queremos hacer las preguntas! ¡Tienes que bajar ahora mismo!

—¡Mi cuenta ha sido liquidada! ¡Camino por donde quiero!

Twango apretó los puños.

—¡El maestro Soldinck está preocupado y desconcertado! ¡Las escamas desaparecidas son irreemplazables!

—¡No menos que yo, como vais a saber muy pronto!

—Weamish emitió de nuevo su extraño grito.

—Weamish se ha vuelto loco —dijo tristemente Soldinck.

—El trabajo daba significado a su vida —explicó Twango—. Buscó muy al fondo y encontró todo un nido de escamas, así que liquidó su cuenta. Desde entonces ha estado actuando de una forma extraña.

—¿Cuándo encontró las escamas? —preguntó Soldinck.

—Apenas hace dos días. —Twango volvió a alzar la voz—. ¡Weamish! ¡Baja inmediatamente! ¡Necesitamos tu ayuda!

—¿Weamish encontró sus escamas después de que nosotros aceptáramos el último embarque? —preguntó Soldinck.

—Exacto. De hecho, un día después.

—Una curiosa coincidencia.

Twango le miró inexpresivamente.

—¡Supongo que no sospecharéis de Weamish!

—Los hechos señalan en esa dirección.

Twango se volvió secamente.

—¡Gark, Gookin, Cugel! ¡Arriba, al tejado! ¡Ayudad a bajar a Weamish!

—Gark y Gookin son mis subordinados —dijo Cugel altivamente—. Informadme de cuáles son vuestros deseos, y daré las órdenes necesarias.

Other books

The Adam Enigma by Meyer, Ronald C.; Reeder, Mark;
The Twelve by William Gladstone
Almost Famous Women by Megan Mayhew Bergman
The Accidental Princess by Michelle Willingham
Mother of Purl by Eig, Edith, Greeven, Caroline
Orchard Valley Brides by Debbie Macomber