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Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, #Fantástico

La sanguijuela de mi niña (32 page)

BOOK: La sanguijuela de mi niña
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—Nosotros, cuan pocos y afortunados...

—Entonces, ¿quién está conmigo?

Los Animales no dijeron palabra.

—Barry—dijo Tommy—, tú sabes bucear. Tienes huevos, ¿no? Ya sé que eres calvo y tirando a gordo, pero esta es la oportunidad de hacer que las cosas cambien.

Barry se miró los zapatos.

Tommy pasó a Drew, que tenía la cabeza gacha. El pelo rubio y grasiento le tapaba la cara.

—Drew, no conozco a nadie que sepa más de química que tú. Es hora de usar tus conocimientos.

—Tenemos que descargar un camión —contestó Drew.

Tommy pasó a Clint, miró fijamente sus gruesas gafas, le revolvió el pelo rizado y negro.

—Clint, Dios quiere que hagas esto. Ese vampiro encarna el mal. Ya sé que estás un poco quemado, pero todavía puedes asestar un buen golpe en nombre del bien.

—Bienaventurados los mansos —respondió Clint.

—¡Jeff! —dijo Tommy. El grandullón miró hacia arriba como si la clave del universo estuviera en los fluorescentes—. Jeff, tú eres fuerte. Eres un alcornoque y tienes la rodilla hecha polvo, pero impones, tío. Y eso puede venirnos bien.

Jeff se puso a silbar.

Tommy siguió adelante.

—Lash, tu pueblo ha sufrido una opresión de cientos de años. Es hora de devolver el golpe. Mira, todavía no has acabado el máster. Aún no te han sacado todo el jugo hasta convertirte en un inútil. ¿Se acobardaría Martin Luther King ante este desafío? ¿Y Malcolm X? ¿Y James Brown? ¿Es que tú no tienes un sueño? ¿No te sientes mejor ahora que sabes que lo tienes?

Lash sacudió la cabeza.

—Mañana tengo que estudiar, tío.

—¿Troy Lee? ¿Y la tradición samurai? Tú eres el único guerrero entrenado que hay aquí.

—Soy chino, no japonés.

—Da igual. Sabes kung-fu. Puedes meterle la mano a uno en el bolsillo y quitarle la cartera sin que se entere. Nadie tiene tus reflejos.

—Está bien —dijo Troy.

Tommy se paró cuando ya se disponía a pasar al siguiente.

—¿En serio?

—Claro, yo te ayudo. Simón era un buen amigo.

—¡Uau! —dijo Tommy. Miró a Gustavo—. ¿Y bien?

Gustavo negó con la cabeza.

—¡Viva Zapata! —exclamó Tommy.

—Déjalo en paz —dijo Troy Lee—. Tiene familia.

—Tienes razón —dijo Tommy—. Perdona, Gustavo.

Troy Lee se levantó y se puso delante de los demás.

—Pero vosotros sois unos cabrones, un montón de sacos de mierda. Si Simón pudiera veros, se liaría a tiros con vosotros. Esta podría ser la mejor fiesta de nuestras vidas.

Drew levantó la vista.

—¿La mejor fiesta?

—Sí —dijo Troy Lee—. La mejor fiesta. Nos bebemos unas cervezas, nos liamos a hostias, descuartizamos a un par de monstruos... Y a lo mejor hasta ligamos. Por Dios, Drew, quién sabe en qué líos podemos meternos. Y tú vas a perdértelo.

—Yo voy —dijo Drew.

—Yo también —dijo Barry.

Troy miró a Jeff y a Clint.

—¿Y bien?

Ambos asintieron con la cabeza.

—Lash, ¿tú vienes?

—Está bien —dijo Lash sin convicción.

—Vale —dijo Tommy—. Vamos a descargar el camión. De todos modos no podemos empezar hasta que se haga de día. Luego trazaremos un plan y buscaremos armas.

Troy Lee levantó un dedo.

—Una cosa. ¿Cómo encontramos al vampiro?

Tommy dijo:

—Venga, a trabajar.

La mañana sorprendió a los Animales en el aparcamiento, bebiendo cerveza y debatiendo la estrategia para encontrar al monstruo y deshacerse de él.

—Así que, que tú sepas, ¿las drogas no les afectan? —preguntó Drew.

—Creo que no —respondió Tommy.

—Pues no me extraña que esté cabreado —dijo Drew.

—¿Y las armas? —preguntó Jeff—. Tengo la escopeta de Simón en casa.

Tommy se quedó pensando un momento antes de contestar.

—Se les puede herir. Hacer daño, quiero decir. Pero Jody se cura increíblemente deprisa. Y puede que ese tipo todavía más. Aun así, prefiero tener una recortada para enfrentarme a él a no tener nada.

Barry dijo:

—En las películas siempre funciona lo de la estaca en el corazón.

Tommy asintió con la cabeza.

—A lo mejor funciona. Podríamos intentarlo. Y, si llegamos a eso, también podríamos cortarlo en pedazos.

—Una pistola de arpones —dijo Barry—. Yo tengo tres. Una de C02 y otra de gomas. No disparan muy lejos, pero pueden sujetarlo mientras lo descuartizamos.

—Yo tengo un par de machetes —terció Troy Lee—. Muy afilados.

—Bien —dijo Tommy—. Tráelos.

—Yo llevaré la Palabra —dijo Clint. Llevaba toda la noche gritando « Vade retro, Satanás», sacando de quicio a los demás.

—¿Y por qué no te vas a casa a rezar? —respondió Lash, dándole un empujón—. Aquí lo que se necesita es acción—. Se apartó de Clint y se dirigió al grupo—. Mirad, chicos, las pistolas de arpones y los machetes están muy bien, pero ¿cómo vamos a encontrar a ese tío? La policía lleva tres meses buscándolo y está claro que no ha tenido suerte. Si de verdad va a por Tommy, lo mejor que podemos hacer es tenderle una emboscada en su piso. No sé si quiero vérmelas con él cuando esté despierto. Simón también era amigo mío, pero era uno de los tíos con peor genio que yo he conocido, y el vampiro se lo cargó como si fuera un bebé. Y el periódico dice que iba armado. No sé...

—Tiene razón—dijo Drew—. Lo tenemos jodido. ¿Alguien quiere coger el ferri a Sausalito para ir a aterrorizar a pintores relamidos? Tengo setas.

—¡Setas! ¡Setas! ¡Setas!—cantaron los Animales.

De pronto se oyó un estrépito rítmico, como si alguien estuviera golpeando con un palo la tapa de un cubo de basura. Y eso era. El Emperador, que había guardado silencio toda la noche, entró en el corro que formaban los Anímales.

—Animaos, muchachos, antes de que los huesos se os vuelvan de gelatina. He estado pensando.

—¡Oh, no! —gritó alguno.

—Creo que he dado con un modo de encontrar a ese demonio y librarnos de él antes de que amanezca.

—Sí, ya —dijo Drew sarcásticamente—. ¿Cómo?

El Emperador cogió a Holgazán y lo mostró como si estuviera enseñándoles el Santo Grial.

—Nunca hubo, libra por libra, mejor soldado que este, ni mejor sabueso para encontrar una rata de alcantarilla. Qué tonto he sido.

—Disculpe, majestad —dijo Tommy—, pero ¿de qué cono está hablando?

—Hasta anoche no supe que la encantadora joven con la que compartes tu morada era un vampiro. Pero cada vez que pasamos por tu edificio Holgazán se pone como loco. Lleva así desde que vimos por primera vez a ese demonio. Creo que tiene una sensibilidad especial para olfatear vampiros.

Todos lo miraban, expectantes.

—Valor y a las armas, compañeros. Nos encontraremos aquí dentro de dos horas para arrojar al mal de mi ciudad. Y un perrillo será nuestro guía.

Los Animales miraron a Tommy, que se encogió de hombros y asintió. Ahora tenían un nuevo líder.

—Dos horas, chicos —dijo—. El Emperador manda.

Cavuto vio por los prismáticos como se dispersaban los Animales. Estaba en el aparcamiento de Fort Masón, a cien metros del Safeway. Bajó los gemelos y marcó el número del móvil de Rivera.

—Rivera.

—¿Pasa algo por ahí? —preguntó Cavuto.

—No, y no creo que pase nada ahora que ya es de día. Las luces siguieron apagadas cuando el chico se fue, pero oí una aspiradora. La chica estaba arriba, pero no encendió la luz.

—Así que le gusta limpiar a oscuras.

—Creo que puede ver en la oscuridad.

—No quiero hablar de eso —dijo Cavuto—. ¿Algo más?

—No mucho. Unos chicos me estuvieron tirando piedrecitas desde el tejado. Los de la fundición que hay debajo del apartamento del chico andan ya por aquí. Además veo a un par de mendigos meando en el callejón. ¿Y por ahí qué hay?

—El chico se ha pasado toda la noche trabajando y se ha bebido un par de cervezas con sus compañeros. Acaban de despedirse, pero el chico y ese viejo chiflado siguen aquí.

—¿Por qué no llamas a alguien para que te sustituya?

—No quiero dejar este asunto hasta que sepamos algo más. No te separes del teléfono.

—¿Se sabe algo del forense?

—Sí, acabo de hablar con él. El tío de la camioneta había perdido mucha sangre. El del depósito, no. Eso fue un infarto. Y todavía no han encontrado el cuerpo de la chica.

—Será porque se ha pasado toda la noche limpiando la casa.

—Tengo que colgar —dijo Cavuto.

Tommy y el Emperador estaban esperando en el aparcamiento cuando los Animales volvieron en el Toyota de Troy Lee y empezaron a descargar el armamento.

—Alto, alto, alto —dijo Tommy—. No podemos recorrer toda la ciudad cargados con espadas y pistolas de arpones.

—Y escopetas —dijo Jeff con orgullo mientras metía un cartucho en el cargador de la escopeta de Simón.

—Vuelve a meter eso en el coche.

—No pasa nada —dijo Drew, levantando un rollo de papel de regalo navideño—. Dallas, 22 de noviembre de 1963.

—¿Qué? —dijo Tommy.

—Lee Harvey Oswald entra en la biblioteca cargado con una persiana veneciana. Minutos después, Jackie está quitando trozos de cerebro del maletero de un Lincoln. Si alguien pregunta, todos vamos a regalarles persianas venecianas a nuestras madres por Navidad.

—Ah —dijo Tommy—. Vale.

Clint se bajó del Toyota vestido con una túnica de coro y media docena de cruces colgadas del cuello. En una mano llevaba una bolsa llena de galletas saladas y en la otra una pistola de agua.

—Estoy listo —les dijo a Tommy y al Emperador.

—Algo de picar —dijo Tommy, señalando la bolsa con la cabeza—. Bien pensado.

—La hostia consagrada —dijo Clint, y blandió la pistola de agua—. Cargada con agua bendita.

—Esas cosas no funcionan, Clint.

—Hombre de poca fe —dijo Clint.

Holgazán y Lazarus se habían apartado del Emperador y estaban olfateando a Clint.

—¿Ves?, ellos sí que reconocen el poder del Espíritu Santo.

Justo en ese momento Holgazán dio un salto, agarró la bolsa con los dientes y dobló corriendo la esquina de la tienda, seguido de cerca por Lazarus, Clint y el Emperador.

—¡Párelo! —le gritó Clint a un hombre mayor que salía de la tienda—. ¡Se lleva el cuerpo de Cristo!

—¡No le hagan daño! —gritó el Emperador—. Es nuestra única esperanza de salvar la ciudad.

Tommy salió corriendo tras ellos. Al pasar junto al hombre, que se había quedado pasmado, le dijo:

—La semana pasada estaban jugando a las cartas con Elvis. ¿Qué quiere que le diga?

El hombre pareció aceptar la explicación y se marchó a toda prisa.

Tommy los alcanzó detrás de la tienda, donde el Emperador sujetaba a Holgazán con una mano mientras con la otra blandía la espada de madera intentando mantener a raya a Clint. Lazarus, por su parte, lamía las últimas migajas de la bolsa de plástico rota.

—¡Se ha comido al Salvador! —se lamentaba Clint—. ¡Se ha comido al Salvador!

Tommy lo enlazó por la cintura y se lo llevó de allí.

—No pasa nada, Clint. Holgazán es cristiano.

Jeff dobló la esquina. Sus Reebok de la talla cuarenta y ocho retumbaban como los cascos de un caballo percherón. Miró la bolsa vacía.

—Ah, ya lo entiendo. Lo deshidrataron, ¿verdad?

Drew apareció también, seguido por Lash y Troy Lee.

—¿Nos vamos de juerga o qué? —dijo Drew.

Jeff dijo:

—Yo no sabía que deshidrataron a Jesucristo, ¿tú sí?

Lash miró su reloj.

—Quedan menos de seis horas para que oscurezca. A lo mejor deberíamos empezar.

Tommy soltó a Clint y el Emperador bajó la espada.

—Necesitamos algo para que Holgazán reconozca su olor —dijo el Emperador—. Algo que ese demonio haya tocado.

Tommy hurgó en los bolsillos de sus vaqueros y sacó uno de los billetes que le había dado Jody.

—Estoy seguro de que tocó esto, aunque hace ya algún tiempo.

El Emperador cogió el billete y lo acercó a la nariz de Holgazán.

—Eso no debería importar. Tiene los sentidos afinados y el corazón en su sitio. —Y añadió dirigiéndose a Holgazán—: Este es el olor, pequeño. Encuéntralo.

Lo dejó en el suelo y el perrillo soltó un bufido, ladró y salió corriendo. Los cazavampiros fueron detrás, pero lo perdieron de vista cuando dobló la esquina. Cuando llegaron a la entrada de la tienda, el gerente salía con Holgazán gruñendo en sus brazos.

—Flood, ¿este perro es tuyo?

—No tiene dueño —dijo el Emperador.

—Pues acaba de entrar en la tienda y ha llenado de baba la caja ocho. ¿Es que lo entrena para que encuentre dinero?

El Emperador miró el billete de cien dólares que llevaba en la mano y acto seguido miró a Tommy.

—Puede que convenga buscar otra cosa para ponerlo sobre la pista.

—¿Dónde vio al vampiro por última vez? —preguntó Tommy.

El guardia de la entrada del club de yates Saint Francis no se estaba tragando ni una palabra.

—En serio —dijo Tommy—, hemos venido a poner los adornos para la fiesta de Navidad. —Los Animales agitaron sus armas envueltas en alegres colores para

ilustrar su afirmación—. Y el arzobispo ha venido también, para celebrar la misa del gallo. —Tommy señaló a Clint, que sonrió y guiñó un ojo a través de los gruesos cristales de las gafas.

—Deus ex machina —dijo, agotando su latín—. Shalom —añadió de propina.

El guardia dio unos golpecitos con el dedo en su portafolios.

—Lo siento, señores, pero no puedo dejarles pasar si no tienen carné de socios o pase de invitados.

El Emperador carraspeó regiamente.

—Buen hombre, cada momento que nos hace perder puede traducirse en sufrimiento humano.

El guardia pensó que quizás acababan de amenazarlo. De hecho confiaba en que así fuera, porque de ese modo tendría una excusa para desenfundar. Estaba a punto de echar mano de la pistola cuando empezó a sonar el teléfono de la cabina de la barrera.

—Quédense aquí—ordenó a los cazavampiros. Contestó al teléfono y asintió con la cabeza; luego miró al bulevar Marina, donde había aparcado un Dodge marrón. Colgó el teléfono y salió de la cabina.

—Pasen —dijo visiblemente molesto. Apretó un botón, la barrera se levantó y los Animales entraron, derechos hacia el puerto este. Dos minutos después el Dodge marrón se detuvo junto a la barrera. Cavuto bajó la ventanilla y enseñó su placa.

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