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Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, #Fantástico

La sanguijuela de mi niña (14 page)

BOOK: La sanguijuela de mi niña
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—Tienes un cuerpo estupendo.

—Me vendría bien perder dos kilos —repuso Jody. Tomó aire bruscamente y sus ojos se agrandaron como si acabara de acordarse de que había dejado unos explosivos en el horno—. ¡Ay, Dios mío!

—¿Qué? —Tommy miró alrededor, pensando que había visto algo horroroso o temible.

—Es horrible.

—¿El qué? —insistió Tommy.

—Acabo de darme cuenta de que voy a ser siempre regordeta. Tengo vaqueros en los que nunca cabré. Toda la vida me hará falta perder dos kilos.

—¿Y qué? Todas las mujeres que conozco creen que tienen que perder dos kilos.

—Pero ellas tienen oportunidad de hacerlo, tienen esperanza. Yo estoy condenada.

—Podrías hacer una dieta líquida —dijo Tommy.

—Muy gracioso. —Se pellizcó la cadera para confirmar su observación—. Dos kilos. Si ese tipo hubiera esperado una semana más para atacarme... Estaba haciendo la dieta del yogur y el zumo de uva. Lo habría conseguido. Estaría delgada para siempre. —Se dio cuenta de que estaba obsesionándose y fijó su atención en Tommy—. ¿Qué tal tu cuello, por cierto?

El se frotó el sitio donde lo había mordido.

—Bien. No noto ninguna marca.

—¿No te sientes débil?

—No más de lo normal.

Jody sonrió.

—No sé cuánto... Quiero decir que no tengo forma de medirlo, ni nada.

—No, estoy bien. Fue bastante excitante. Pero no sé cómo he podido curarme tan rápido.

—Parece que funciona así.

—Vamos a probar una cosa. —Le puso la mano junto a la cara—. Lámeme un dedo.

Ella le apartó la mano.

—Tommy, acaba de comer y cuando lleguemos a casa te lamo el dedo.

—No, es un experimento. Se me rompen las cutículas de cortar cajas en la tienda. Quiero ver si puedes curármelas. —Le tocó el labio inferior—. Anda, lame.

Ella sacó la lengua, indecisa, y le lamió la yema del dedo; luego se metió todo el dedo en la boca y le pasó la lengua alrededor.

—¡Uau! —dijo Tommy. Sacó el dedo y lo miró. Su cutícula, que estaba herida y rajada, se había curado—. Es genial. Mira.

Jody observó su dedo.

—Ha funcionado.

—Chúpame otro. —Le metió otro dedo en la boca.

Ella lo escupió.

—Para ya.

—Anda.... —Le presionó los labios—. Por faaaaa....

Un grandullón con una sudadera de los Forty-Niners que estaba sentado en la mesa de al lado se inclinó y dijo:

—Chaval, ¿te importa? Tengo a mis niños aquí.

—Perdón —dijo Tommy mientras se limpiaba la saliva en la camisa—. Solo estábamos experimentando.

—Sí, ya, pero este no es sitio para eso, ¿vale?

—Vale —dijo Tommy.

—¿Lo ves? —susurró Jody—. Te lo he dicho.

—Vámonos a casa —dijo él—. Tengo una ampolla en el dedo gordo del pie.

—Ni lo sueñes, escritorcillo.

—Es bajo en calorías —insistió Tommy, tocándole el pie con la zapatilla—. Está bueno y te sentará bien.

—Ni loca.

Tommy suspiró, derrotado.

—Bueno, supongo que tenemos otras cosas de las que preocuparnos, aparte de mi dedo y de tus problemas de peso.

—¿Como cuáles?

—Como que anoche vi en el aparcamiento de la tienda a un tío que creo que era el otro vampiro.

Reconfortante y con certificado de calidad

Cuando llegaron al loft, había un mendigo durmiendo en la acera del otro lado de la calle. Tommy, repleto de comida rápida y exultante por haber follado dos veces, quiso darle un dólar. Jody lo detuvo y le hizo subir la escalera a empujones.

—Vamos, sube —dijo—. Ahora mismo voy.

Se quedó en el portal, mirando al mendigo. No tenía marca de calor y Jody se puso en lo peor. Esperaba que se diera la vuelta y empezara a reírse de ella otra vez. Se sentía fuerte y un poco audaz por la infusión de sangre de Tommy, y tuvo que contener las ganas de enfrentarse al vampiro, de enfurecerse y ponerse a chillar delante de él. En lugar de hacerlo, se limitó a susurrar:

—Gilipollas. —Y cerró la puerta. Si el oído del vampiro era tan fino como el suyo y estaba segura de que lo era, la habría oído.

Encontró a Tommy en la cama, profundamente dormido.

Pobrecillo, pensó, yendo de acapara allá por la ciudad haciéndome recados. Seguramente no ha dormido más que un par de horas desde que nos conocimos.

Lo arropó, le dio un beso en la frente y se acercó a la ventana de la habitación delantera para mirar al mendigo del otro lado de la calle.

Tommy estaba soñando con frases leídas a ritmo de bebop por una pelirroja desnuda cuando se despertó y se encontró a la pelirroja dormida a su lado. Le pasó un brazo por encima y la atrajo hacia sí,

pero no hubo respuesta, ni gruñido placentero ni acurrucamiento recíproco. Ella estaba k.o.

Tommy apretó el botón de la luz de su reloj y miró la hora. Era casi mediodía. La habitación estaba tan a oscuras que la esfera del reloj siguió flotando delante de sus ojos unos segundos después de que soltara el botón. Fue al cuarto de baño y buscó a tientas el interruptor de la luz. El único fluorescente que había emitió un chasquido, crepitó y finalmente se encendió, lanzando un resplandor verde y borroso a través de la puerta del dormitorio.

Parece muerta, pensó. En paz, pero muerta. Luego se miró en el espejo del cuarto de baño. Yo también parezco muerto.

Tardó un minuto en darse cuenta de que era la luz del fluorescente la que le había chupado el color de la cara, no su novia la vampira. Puso una mirada muy seria y pensó en cómo hablarían de él cien años después, cuando fuera muy famoso y estuviera muerto de verdad.

Como muchos grandes escritores antes que él, Flood destacaba por su semblante atormentado y su palidez enfermiza, sobre todo a la luz de los fluorescentes. Quienes lo conocieron afirmaban que incluso en aquellos primeros años se notaba que aquel joven delgado y serio haría sentir su presencia como gran hombre de letras y bomba sexual. Flood legó al mundo una estela de libros magníficos y de corazones rotos, y aunque es bien sabido que el amor de su vida fue también su perdición, nunca se arrepintió de ello, como demuestra su discurso de aceptación del premio Nobel: «He seguido a mi pene al infierno y he vuelto para contarlo».

Hizo una profunda reverencia delante del espejo (teniendo cuidado de no golpear el lavabo con la medalla del Nobel) y luego empezó a entrevistarse a sí mismo, hablándole a su cepillo de dientes con voz pausada y clara.

—Creo que fue poco después de mi primer trasbordo en autobús culminado con éxito cuando me di cuenta de que la ciudad era mía.

Aquí creé algunas de mis mejores obras y aquí conocí a mi primera esposa, la encantadora pero profundamente perturbada Jody...

Apartó el micrófono/cepillo de dientes como si el recuerdo fuera demasiado doloroso, aunque en realidad estaba intentando recordar el apellido de Jody. Debería saber su nombre de soltera, se dijo, aunque solo sea con fines historiográficos.

Miró hacia el dormitorio, donde la encantadora pero profundamente perturbada Jody estaba tendida sobre la cama, desnuda y tapada a medias. Pensó: No le importará que la despierte. No tiene que ir al trabajo, ni nada.

Se acercó a la cama y le tocó la mejilla.

—Jody —susurró. Ella no se movió.

La zarandeó un poco.

—Jody, cariño.

Nada.

—Eh —dijo, agarrándola de los hombros—. Eh, despierta. —No respondió.

La destapó como solía hacerle a él su padre las mañanas frías de invierno cuando no quería levantarse para ir al colegio.

—Arriba, soldado. El culo al aire y los pies en el suelo —dijo con su mejor gruñido de sargento instructor.

Estaba guapísima allí tendida, desnuda a la media luz del cuarto de baño. Tommy se estaba excitando un poco.

¿Cómo me sentiría yo, pensó, si me despertara y ella me estuviera haciendo el amor? Pues creo que me llevaría una grata sorpresa. Creo que sería mejor que despertarme con olor a beicon frito y las historietas del dominical. Sí, seguro que le gustará.

Se metió en la cama con ella y le dio un beso indeciso. Estaba un poco fría y no movió un músculo, pero Tommy estaba seguro de que le había gustado. Pasó un dedo por su canalillo y su tripa.

¿Y si no se despertaba? ¿Y si lo hacemos y no se despierta? ¿Cómo me sentiría yo si me despertara y ella me dijera que lo hemos hecho mientras dormía? No me importaría. Me apenaría un poco habérmelo perdido, pero no me enfadaría. Solo le preguntaría si se lo había pasado bien. Pero las mujeres son distintas.

Le hizo cosquillas para ver cómo reaccionaba. Ella siguió sin moverse.

Estaba tan fría... Puede que sea un poco morboso, si no se mueve nada de nada. A lo mejor debería esperar. Puedo decirle que lo pensé y que decidí que sería una falta de consideración. Eso le gustará.

Suspiró profundamente, salió de la cama y arropó a Jody. Debería comprarle algo, pensó.

Jody se despertó de repente y mordió algo duro. Abrió los ojos y vio a Tommy sentado al borde de la cama. Sonrió.

Se llevó la mano a la boca.

Tommy la detuvo.

—No muerdas. Es un termómetro. —Echó un vistazo a su reloj, le sacó el termómetro de la boca y lo miró—. Treinta y cinco con uno. Vas camino de conseguirlo.

Jody se sentó y miró el termómetro.

—¿Camino de conseguir qué?

El sonrió tímidamente.

—Una temperatura corporal normal. Te he comprado una manta eléctrica. Lleva seis horas encendida.

Ella pasó la mano por la manta.

—¿Has estado calentándome?

—Mola, ¿eh? —dijo Tommy—. También he ido a la biblioteca y he sacado unos libros. Llevo toda la tarde leyendo. —Cogió un montón de libros y empezó a leer los títulos y a pasárselos—. Guía esencial del vampirismo, Mitos y leyendas vampíricas, Los que acechan de noche... El título da miedo, ¿eh?

Ella sostenía los libros como si fueran piezas de fruta llenas de gusanos. En las portadas se veían criaturas monstruosas levantándose de ataúdes, atacando a mujeres en diversos grados de desnudez y vagando por castillos encaramados a montes baldíos. Las letras de los títulos chorreaban sangre.

—¿Son todos sobre vampiros?

—Son solo los ensayos que tenían a mano. He pedido un montón más a través del préstamo interbibliotecario. Mira estas novelas. —Cogió otra pila de libros del suelo—. Festín de sangre. Sed roja. Colmillos. Drácula. El sueño de Drácula. El legado de Drácula. Sueño del Fevre. Lestat el vampiro... Tiene que haber por lo menos cien.

Jody miraba los libros un poco abrumada.

—Parece que hay una temática común en las portadas.

—Sí —dijo Tommy—. Por lo visto, los vampiros se pirran por la lencería. ¿Sientes un anhelo especial por los camisones provocativos?

—Pues la verdad es que no. —A Jody siempre le había parecido un poco absurdo gastarse un dineral en algo que una solo se ponía el tiempo justo para que se lo quitara otra persona. Pero, evidentemente, a juzgar por las portadas de aquellos libros, para los vampiros la lencería era un aderezo.

—Está bien —dijo Tommy, y cogió un cuaderno del suelo e hizo en él una cruz—. De la lencería como fetiche, nada. He hecho una lista de características de los vampiros, con recuadros para marcar si son verdad o ficción. Como te perdiste la conferencia, supongo que tendremos que ponerlos a prueba.

—¿Qué conferencia?

Tommy bajó su boli y la miró como si Jody acabara de meterse en la caja rápida con el carrito de la compra lleno hasta los topes y un cheque endosado.

—Todo el mundo sabe por los libros de vampiros que siempre hay una conferencia orientativa. Normalmente la da un anciano profesor con acento extranjero, pero a veces es otro vampiro. Está claro que tú te la perdiste.

—Supongo que sí —dijo Jody—. Estaría ocupada persiguiendo a mujeres en paños menores.

—No pasa nada —dijo Tommy, volviendo a la lista—. Obviamente, no tienes que dormir en tu tierra natal. —Hizo una cruz—. Y sabemos que las personas a las que muerdes no se convierten necesariamente en vampiros.

—No. En capullos, quizá...

—Vale —dijo Tommy, siguiendo con la lista—. Bueno, la luz del sol te va mal. —Hizo otra marca—. Puedes entrar en una casa sin que te inviten. ¿Qué me dices del agua corriente?

—¿Qué pasa con ella?

—Se supone que los vampiros no pueden cruzar un cauce de agua corriente. ¿Has intentado cruzar alguno?

—Me he dado un par de duchas.

—Entonces será ficción. Deja que te huela el aliento. —Se inclinó hacia ella.

Jody volvió la cabeza y se tapó la boca.

—Tommy, acabo de levantarme. Deja que me lave los dientes primero.

—Se supone que los vampiros tienen «el aliento fétido del depredador», o, en algunos casos, «un aliento como el olor pútrido del osario». Vamos, sopla.

Jody le echó de mala gana el aliento en la cara. Él se irguió y se puso a mirar la lista.

—¿Y bien? —preguntó ella.

—Estoy pensando. Tengo que sacar el diccionario de la maleta.

—¿Para qué?

—No estoy seguro de qué es un osario.

—¿Puedo lavarme los dientes mientras miras?

—No, espera, necesito que soples otra vez. —Se acercó a la maleta y sacó el diccionario. Mientras buscaba «osario», Jody combó la mano y se olió el aliento. Olía bastante mal.

—Aquí está —dijo él, señalando la palabra con el dedo—. «Sustantivo. Morgue o mausoleo. Lugar donde se entierran o depositan los cadáveres. Véase "aliento mañanero"». Creo que esta es verdad.

—¿Puedo lavarme los dientes ya?

—Claro. ¿Vas a ducharte?

—Me gustaría. ¿Por qué?

—¿Te puedo ayudar? Quiero decir que estás mucho más atractiva cuando no estás a temperatura ambiente.

Ella sonrió.

—Tú sí que sabes cautivar a una mujer. —Salió de la cama y entró en el cuarto de baño. Tommy esperó en la cama.

—Bueno, venga —dijo ella al abrir el grifo.

—Lo siento —dijo él, y, levantándose de un salto, empezó a quitarse la camisa a toda prisa.

Ella lo paró en la puerta del baño poniéndole una mano en el pecho.

—Un segundo, caballero. Tengo que hacerte una pregunta.

—Dispara.

—Los hombres son unos cerdos. ¿Realidad o ficción?

—¡Realidad! —gritó Tommy.

—¡Correcto! ¡Has ganado! —Saltó a sus brazos y lo besó.

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