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Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, #Fantástico

La sanguijuela de mi niña (33 page)

BOOK: La sanguijuela de mi niña
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—Gracias —le dijo al guardia—. Yo se los vigilo.

—No hay de qué —dijo el guardia—. ¿Ha disparado a alguien alguna vez?

—Hoy no —contestó Cavuto. Cruzó la puerta procurando que los Animales no vieran el coche.

Al final del muelle, los Animales y el Emperador miraban anhelantes un gran yate blanco amarrado a cien metros del puerto. Holgazán ladraba como un loco.

—¿Lo veis? —dijo el Emperador—, sabe que ese demonio está a bordo.

—¿Está seguro de que ese es el barco del que salió?

—Segurísimo. Se me hiela la sangre al pensarlo. Esa niebla convirtiéndose en un monstruo...

—Eso es genial —dijo Tommy—, pero ¿cómo vamos a subir a bordo? —Se volvió hacia Barry, que se estaba poniendo protector solar en la calva—. ¿Puedes llegar nadando?

—Podríamos llegar todos —dijo Barry—. Pero ¿cómo mantenemos seca la pistola? Podría ir a buscar mi Zodiac para acercarnos al barco, pero tardaría un buen rato.

—¿Cuánto?

—Una hora, quizá.

—Tenemos cuatro, quizá cinco horas antes de que se ponga el sol —dijo Lash.

—Vamos —dijo Tommy—, ve a buscarla.

—No, espera —dijo Drew mientras miraba la fila de barcos atracados allí cerca—. Jeff, ¿tú sabes nadar?

El pívot sacudió la cabeza.

—No.

—Bien —dijo Drew. Le quitó la escopeta envuelta en papel navideño, lo agarró del brazo y lo tiró al agua—. ¡Hombre al agua! ¡Hombre al agua! ¡Necesitamos un bote!

Los pocos dueños de barcos y tripulantes que estaban haciendo labores de mantenimiento en los yates cercanos levantaron la mirada. Drew localizó una lancha neumática de buen tamaño en la popa de un barco de dieciocho metros de eslora.

—¡Ahí! Cogedla, chicos.

Los Animales se abalanzaron hacia la lancha. La tripulación del yate les ayudó a bajarla.

Jeff, que chapoteaba en el agua, había conseguido acercarse al muelle. Drew lo apartó con la escopeta.

—Todavía no, grandullón. ¡Daos prisa, chicos! —gritó por encima del hombro—. ¡Que se ahoga!

Tommy, Barry y Lash remaban con todas sus fuerzas en la lancha de goma. Los tripulantes del yate y el Emperador gritaban instrucciones mientras Drew y Troy Lee observaban a su amigo, que intentaba no ahogarse.

—Lo está haciendo muy bien para no saber nadar —dijo Drew tranquilamente.

—Es que no quiere mojarse el pelo —contestó Troy con sencillez taoísta.

—Sí, sería una lástima: dos horas secándoselo para nada.

Tommy se acercó a la proa de la lancha y tendió su remo a Jeff.

—Agárrate.

Jeff siguió haciendo aspavientos, pero no se agarró al remo.

—Si deja de mover los brazos, se le hundirá la cabeza —gritó Troy—. Tienes que agarrarlo tú.

Tommy dio a Jeff con el remo de plástico en la cabeza.

—¡Agárrate! —El pívot se hundió un segundo y volvió a emerger.

—¡Uno! —gritó Drew.

—¡Vamos, agárrate! —gritó Tommy. Levantó el remo como si fuera a golpearlo otra vez. Jeff meneó la cabeza violentamente y estiró los brazos hacia el remo al tiempo que volvía a hundirse.

—¡Dos!

Tommy tiró del remo con Jeff cogido a su extremo mientras Barry y Lash luchaban por izar al gigante a la barca.

—Bien hecho, muchachos —dijo el Emperador.

Los tripulantes del barco los miraban pasmados desde el final del muelle. Drew se volvió hacia ellos.

—Necesitamos la barca un rato, ¿vale?

Uno de los tripulantes hizo amago de protestar. Drew rasgó el papel de regalo y metió un cartucho en la escopeta.

—Vamos a cazar un tiburón de los gordos. Necesitamos la barca.

El hombre asintió con la cabeza y retrocedió.

—Claro, quedáosla todo el tiempo que queráis.

—Vale —gritó Tommy—. Todo el mundo a bordo.

Drew y Troy Lee ayudaron al Emperador a subir, luego le pasaron a Holgazán y Lazarus y montaron en la barca. El Emperador se colocó en la proa mientras cruzaban el puerto en dirección al Sanguino II.

Cuando estaban a veinte metros del yate, Holgazán empezó a ladrar y a dar brincos.

—El demonio está a bordo, no hay duda —dijo el Emperador. Cogió a Holgazán y se lo metió en el bolsillo—. Muy bien, pequeño.

Tardaron cinco minutos en subir a bordo y amarrar la lancha a la popa.

—¿Cómo vamos de tiempo, Lash? —preguntó Tommy.

—Nos quedan cuatro horas o cuatro horas y media de luz. ¿Se despierta cuando se pone el sol o cuando ya es de noche?

—Jody suele despertarse justo cuando se pone el sol. Así que pongamos cuatro. Está bien, escuchadme todos —dijo Tommy—, vamos a separarnos para buscar al vampiro.

—No sé si es buena idea —dijo Jeff. Estaba chorreando y se le habían puesto los labios azules del frío. Los Animales lo miraron. El se avergonzó—. Bueno, en todas las pelis de terror, la gente se separa y el monstruo los va cogiendo uno a uno.

—Tienes razón —dijo Tommy—. Nos quedaremos todos juntos, encontraremos a ese cabrón y acabaremos con él. —Levantó una pistola de arpones envuelta en papel de regalo—. ¡Por Simón!

—¡Por Simón! —gritaron los Animales mientras seguían a Tommy a la cubierta de abajo.

La balsa de los locos

Tommy los llevó por un pasillo estrecho, hasta una habitación grande forrada de nogal y decorada con muebles de madera pesados y oscuros. Las paredes estaban cubiertas de cuadros y de estanterías llenas de libros encuadernados en piel. Los cables de alambre dorado que corrían por el frontal de las estanterías para sujetar los libros cuando había mar gruesa eran el único indicio de que se encontraban en un barco. No había ventanas. La única luz que había procedía de pequeños focos embutidos en el techo para iluminar los cuadros.

Tommy se detuvo en medio de la habitación, intentando resistirse al impulso de ponerse a mirar los libros. Lash se acercó a él.

—¿Ves eso? —preguntó. Señaló con la cabeza un cuadro grande, de colores vivos y formas audaces, lleno de rayas y garabatos, que colgaba entre dos puertas, al fondo de la habitación.

Tommy dijo:

—Debería estar colgado en una nevera con imanes de mariquita.

—Es un Miró —dijo Lash—. Debe de valer millones.

—¿Cómo sabes que es auténtico?

—Mira este yate, Tommy. Si uno puede pagarse un barco así, no cuelga falsificaciones en las paredes. —Lash señaló otro cuadro más pequeño de una mujer recostada en un montón de cojines de raso—. Eso es un Goya. Seguramente de valor incalculable.

—¿Adonde quieres ir a parar? —preguntó Tommy.

—¿Tú dejarías algo así sin protección? Y no creo que pueda llevarse un barco de este tamaño sin tripulación.

—Tienes razón —dijo Tommy—. Jeff, dame esa escopeta.

Jeff, que seguía tiritando, le pasó el arma.

—Está cargada —dijo.

Tommy cogió la escopeta, comprobó el seguro y empezó a avanzar.

—Mantened los ojos bien abiertos, chicos.

Pasaron por la puerta que había a la derecha del Miró y entraron en otro pasillo, este forrado de teca. En las paredes, entre puertas de lamas, colgaban más cuadros.

Tommy se paró en la primera puerta y le hizo señas a Barry de que le cubriera con una pistola de arpones mientras la abría. Dentro colgaban filas y filas de trajes y chaquetas en percheros automatizados. Por encima de las perchas, los estantes estaban llenos de sombreros y zapatos caros.

Tommy apartó algunos trajes y miró entre ellos, buscando piernas y pies.

—Aquí no hay nadie —dijo—. ¿Ha traído alguien una linterna?

—No se me ocurrió —dijo Barry.

Tommy salió del guardarropa y se acercó a la puerta siguiente.

—Es un cuarto de baño.

—Un lavabo —puntualizó Barry, mirando por encima del hombro de Tommy—. No hay váter.

—Los vampiros no van al váter —dijo Tommy—. Yo diría que este tío se hizo construir el barco a medida.

Siguieron por el pasillo, asomándose a cada habitación. Había habitaciones llenas de esculturas y cuadros embalados, etiquetados y apilados en hileras. En una había montones de alfombras orientales enrolladas. Y otra parecía una oficina, con ordenadores, fotocopiadora, faxes, armarios archivadores y otro lavabo.

Continuaron avanzando y doblaron un suave recodo hacia la izquierda, donde el pasillo seguía la curvatura de la proa del barco. En el ángulo había una escalera de teca en espiral que llevaba a una cubierta superior y a otra inferior. La luz venía de arriba. El pasillo se curvaba siguiendo la forma de la proa y retrocedía hacia la popa.

—Parece que el pasillo vuelve hacia la otra puerta de la habitación grande —dijo Tommy—. Lash, Clint, Troy y tú echad un vistazo a las habitaciones de ese lado. Majestad, Barry, Drew, venid conmigo. Nos encontraremos aquí.

—Creía que no íbamos a separarnos —dijo Jeff.

—No creo que vayáis a encontrar nada aquí abajo. Si lo encontráis, gritad como locos.

El Emperador dio unas palmaditas en la cabeza de Lazarus.

—Quédate aquí, amigo mío. No tardaremos.

Tommy apuntó hacia arriba con la escopeta y empezó a subir la escalera. Al salir al puente, la luz que entraba por las ventanas le hizo entornar los ojos. Se apartó y paseó la mirada por el puente mientras los otros subían la escalera.

—Parece la sala de mandos de una nave espacial —le dijo Tommy al Emperador.

En la parte frontal del puente, bajo los grandes ventanales aerodinámicos, se veían consolas bajas llenas de pantallas y botones. Había cinco pantallas de radar distintas emitiendo pitidos y al menos otra docena más que mostraban cifras y textos, y luces rojas, verdes y amarillas que brillaban entre las filas de interruptores, encima de tres teclados de ordenador. Lo único que tenía un aire remotamente náutico era el timón de cromo que había en la cabecera del puente.

—¿Alguien sabe qué es todo esto? —preguntó Tommy.

Barry dijo:

—Yo diría que es la tripulación. Este cacharro es automático.

Se acercó a una de las consolas y todas las pantallas y las luces se apagaron de pronto.

—No he tocado nada —dijo.

Sonó la sirena de niebla de Alcatraz y todos miraron por la ventana, hacia la prisión abandonada. La niebla iba avanzando por la bahía, en dirección a la orilla.

—¿Cómo vamos de tiempo? —preguntó Tommy.

Drew miró su reloj.

—Nos quedan unas dos horas.

—Está bien, vamos a echar un vistazo a la cubierta de abajo.

Mientras bajaban la escalera, Lash dijo:

—Nada. Más obras de arte y más chismes electrónicos. No hay cocina y no sé dónde dormirá la tripulación.

—No hay tripulación —contestó Tommy mientras empezaba a bajar la escalera hacia la cubierta inferior—. Es todo automático.

El suelo de la cubierta inferior era un damero de acero. No había alfombras ni madera. Cables y tuberías envolvían los mamparos de acero. Una escotilla metálica daba a otro pasillo estrecho. La luz del puente situado dos cubiertas más arriba se adentraba unos pocos pasos en el corredor. Más allá, todo estaba a oscuras.

—Drew —dijo Tommy—, ¿tienes un mechero?

—Claro —contestó Drew, pasándole un encendedor de gas desechable.

Tommy se agachó y pasó por la escotilla, dio unos pasos y encendió el mechero.

—Este pasillo debe de llevar a la sala de máquinas —dijo Lash—. Pero debería ser más grande. —Tocó la pared de acero, produciendo un ruido sordo—. Creo que estamos rodeados de gasoil. Este cacharro debe tener una autonomía increíble.

Tommy miró el encendedor y volvió a mirar a Lash, cuya cara negra parecía una sombra en relieve a la luz de la llama.

—¿Gasoil?

—Abre —dijo Drew.

Tommy le dio la escopeta y el encendedor, y agarró la pesada anilla metálica. Hizo fuerza, pero no se movió.

—Ayudadme.

Lash pasó junto a Drew y agarró la anilla. Se apoyaron en ella y cedió. La rueda protestó con un chirrido y se aflojó. Tommy abrió la trampilla y enseguida sintió un olor a orines y descomposición.

—Santo cielo. —Se apartó tosiendo—. Lash, dame el mechero.

Lash le dio el mechero. Tommy alargó el brazo y lo encendió. Al otro lado de la trampilla había unas rejas y más allá de ellas un colchón podrido, unas latas de comida vacías y un cubo. Las paredes grises estaban cubiertas de manchas rojas, casi marrones. Una de ellas tenía la forma de una mano.

—¿Es el demonio? —preguntó el Emperador.

Tommy se apartó de la trampilla y devolvió el mechero.

—No, es una jaula.

Lash se asomó.

—¿Una celda? No lo entiendo.

Tommy se deslizó por el mamparo y se sentó en el suelo de acero, intentando recobrar el aliento.

—Has dicho que este cacharro tiene una autonomía increíble. Seguramente podría estar meses en el mar, ¿verdad?

—Sí—dijo Lash.

—En alguna parte tiene que guardar la comida.

Dentro de la cámara del vampiro, justo encima de su cara, una pantalla de ordenador desgranaba datos. A un lado de la pantalla, nueve puntos rojos representaban a los cazavampiros y a Lazarus en un plano del Sanguino II. Líneas de puntos verdes trazaban su itinerario desde que habían subido a bordo. Otra zona de la pantalla registraba el tiempo que llevaban a bordo y otra mostraba vistas exteriores del yate: la lancha amarrada a la popa, el muelle, la niebla que descendía sobre el club Saint Francis. Las lecturas del radar mostraban las embarcaciones de los alrededores, la línea del litoral, Alcatraz y el Golden Gate a lo lejos. Toda la información se grababa en discos ópticos para que el vampiro pudiera revisarla al despertar.

Al percibir la presencia de Barry junto a la consola del puente, los detectores de movimiento habían activado los dispositivos que desviaban a la cripta todos los controles del barco. El Sanguino estaba alerta y esperaba a su amo.

—¿Cuánto tiempo nos queda, Lash? —preguntó Tommy.

—Una hora, más o menos.

Se habían reunido en la popa del yate y estaban mirando cómo se deslizaba la niebla sobre la orilla. Habían registrado el barco de arriba abajo y luego lo habían registrado otra vez, abriendo todas las puertas, los guardarropas y los armarios.

—Tiene que estar aquí.

—Quizá —dijo el Emperador— deberíamos volver a tierra y darle otro rastro a Holgazán.

Al oír que decían su nombre, Holgazán soltó un ladrido y sacó la cabeza del bolsillo del Emperador. Tommy le rascó las orejas.

—Déjelo salir.

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